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Escuela Gabriela Mistral
Pedro Medrano 246, Los Polvorines, Buenos Aires, Argentina

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5º Año- Historia- 2016


Año 2016
Profesor: Luis Ángel Gómez
Historia 5° Año
 

Resistencia e integración, 

DANIEL JAMES


En su discurso de asunción de 1955, tras la jura como nuevo presidente provisional, el general Eduardo Lonardi anuncio que en la Argentina pos peronista no habría “ni vencedores ni vencidos”, su intención era tranquilizar a las masas de trabajadores peronistas preocupados por el destino de las conquistas sociales y económicas alcanzadas con Perón.

El presidente dentro del gobierno provisional estaba dispuesto a admitir que los peronistas siguieran controlando los sindicatos. Su única salvedad era que debía tratarse de un peronismo purificado de los vicios que lo habían corrompido y conducido a la derrota, el peronismo representaba un baluarte contra el comunismo.

Luis Cerruti Costa, el ministro de trabajo adopto en consecuencia una política de avenencia con la conducción gremial peronista. La CGT (confederación general de trabajo) quedo en manos de esta, lo mismo que en un inicio mucho de los  grandes sindicatos.

El intento de Lonardi de llevar a la práctica esta política fracasaría y sería reemplazado por su vicepresidente, el general Pedro Eugenio Aramburu, líder del campo militar antiperonista. Varias razones explicaban este fracaso, la posición de Lonardi era minoritaria entre los militares y las fuerzas cívicas que habrían llevado a cabo la Revolución Liberadora, les preocupaba en especial la autoridad peronista sobre la clase trabajadora, grupos armados de antiperonistas se habían apoderado de muchos sindicatos en las semanas siguientes al golpe, estos grupos eran conocidos como “comandos civiles” y estaban compuestos principalmente por activistas socialistas y radicales que habían desempeñado un destacado papel en la rebelión contra Perón.

La conducción peronista de la CGT (confederación general de trabajo) encabezada por Andrés Framini y Luis Natalini comenzó a dudar cada vez más en la capacidad de Lonardi y sus seguidores nacionalistas del gobierno provisional no tenían la autoridad suficiente dentro de la policía o las fuerzas armadas para impedir los ataques antiperonistas y la toma de locales u oponerse al arresto de una creciente cantidad de funcionarios sindicales peronistas de nivel medio.

Las bases gremiales peronistas, en un principio aturdidas por el golpe contra Perón habían demostrado en los dos meses siguientes una creciente disposición a resistir y preservar algo que sentían estar perdiendo,  gran parte de esa resistencia dejo a un lado a la conducción sindical se produjeron huelgas espontaneas en gran escala, como protesta por la situación nacional en general y los ataques antiperonistas contra los sindicatos en particular, esto alarmo y fortaleció a las Fuerzas Armadas y sus aliados civiles e hizo aun mas difícil para Lonardi dar el tipo de concesiones que podrían haber tranquilizado a las bases peronistas.

La CGT (confederación general de trabajo) convoco a un paro general para el 14 de noviembre con el fin de protestar contra la asunción del nuevo régimen, las nuevas autoridades reprimieron eficazmente la medida y el 16 de noviembre el gobierno intervino la CGT (confederación general de trabajo) y todos sus sindicatos miembros y detuvo a muchos dirigentes.

Lonardi, en consecuencia, puso de relieve la existencia de una conducción sindical peronista, al mismo tiempo la clase obrera peronista había comenzado a exhibir una firme voluntad de defender sus sindicatos.

El nuevo gobierno de Aramburu y el vicealmirante Rojas se dispuso a abordar la resistente influencia peronista en todos los niveles de la sociedad argentina, el peronismo era una aberración.

Las autoridades intentaron proscribir a toda una generación de funcionario s gremiales peronistas. El decreto 7.107 excluyo de la actividad sindical a todos aquellos que habían tenido cargos representativos entre 1952 y 1955 y quedaron proscriptas todas las actividades peronistas. Esta ofensiva peronista se extendió a la base fabril, inmediatamente después de la intervención de la CGT (confederación general de trabajo) en 1955.

A principios de 1956 la situación sindical había cambiado rotundamente la CGT (confederación general de trabajo) estaba a cargo de un interventor militar, el capital Patrón Laplasette que asistido por un consejo asesor de figuras antiperonistas de la época anterior a 1945. A demás de la detención de miles de funcionarios justicialistas y de la proscripción de carios millares de ex activistas, se habían designado interventores militares y antiperonistas en todos los sindicatos. El sueño del gobierno militar era la elección de dirigentes gremiales verdaderamente “democráticos”.

El sueño se demostraría irrealizable, hacia 1957 al reconocer que no se había logrado borrar la influencia peronista.

La industria argentina se caracterizaba por una situación que daba a las comisiones internas control del proceso productivo, este era el legado del movimiento sindical dentro del peronismo y se había incorporado entre 1946 y 1948, este poder de la base fabril impedía la implementación de nuevos ordenamientos laborales. El intento del nuevo gobierno choco con una resistencia de los trabajadores de una cultura fabril especifica durante la era peronista.

Para defenderse del ataque contra los sindicatos fabriles, los trabajadores iniciaron el proceso de reorganización espontanea peronista en comités de base extraoficiales y con una diversidad de formas de accionar que iban desde el sabotaje hasta las huelgas salvajes y el trabajo a desgano en distintos sectores, esta lucha confirmo la denominación peronista de la clase obrera. Cuando el gobierno convoco a elecciones  para reconstituir las comisiones internas a fines de 1956, en la mayoría de los casos fueron elegidos delegados peronistas, ni socialistas ni comunistas pudieron desafiar eficazmente esa fidelidad.

Las luchas defensivas de 1956 y 1957 pusieron en primer plano una nueva camada de dirigentes gremiales más jóvenes, dos serian los principales desafíos que estos dirigentes enfrentarían en 1057 y 1958. El primero era negociar eficazmente con la patronal y las autoridades nacionales, para lograr expandir y consolidar los espacios institucionales que se les concedían a regañadientes. Hacia fines de 1956 varios sindicatos volvían a estar a cargo de gremialistas peronistas luego de celebrar elecciones, otros se le sumarian en 1957. Alguno de los gremios normalizados, tanto peronistas como no peronistas, formaron la Comisión Intersindical a principios de 1957. Este organismo convocaría a varias huelgas en el transcurso de ese mismo año. Más adelante, siempre en 1957, el interventor militar de la CGT llamo a un congreso normalizador y otros antiperonistas controlaban sindicatos como los de empleados de comercio, bancarios, personal civil de la nación y empleados municipales. Cuando estos gremios se vieron en minoría, abandonaron el congreso y constituyeron los 32 Gremios Democráticos. Los restantes sindicatos peronistas en su mayoría, formaron entonces las 62 organizaciones.

El término “resistencia” significaba algo más que la defensa de las condiciones y la organiacion dentro de las fábricas, la resistencia fabril estaba estrechamente asociada a la resistencia en otros terrenos. La protesta individual a través del sabotaje personal y las actividades clandestinas mas organizadas, hasta el intento de levantamientos militares.

El punto focal de esta tensión se centro en las elecciones presidenciales convocadas para febrero de 1958.

Arturo Frondizi había cortejado abiertamente al peronismo para obtener su voto. Para los dirigentes sindicales peronistas a apoyar su candidatura era una opinión con muchos atractivos. Frondizi había prometido la reconstitución de la CGT (confederación general de trabajo), había impulsado la convocatoria de elecciones colectivas basadas en sindicatos nacionales centralizadas de acuerdo con la estructura existente durante el régimen de perón.  El contraste con el gobierno militar parecía evidente, este último había emitido el decreto 9.270 que garantizaba la representación de la minorías en la conducción sindical y el reconocimiento de varios sindicatos con iguales derechos de negociación en una misma rama industrial y había prohibido toda actividad gremial que se definiera como política.

El gobierno de Arturo Frondizzi disfruto de una tregua inestable con los sindicatos durante sus primeros ocho meses en el poder. Alentados por la nueva situación institucional representada por un presidente que debía ese cargo a sus votos, los trabajadores peronistas lanzaron una cantidad creciente de huelgas. Solo  en la Capital Federal, en 1958 se perdieron más de seis millones de horas de trabajo a causa de esas medidas de fuerza.

Frondizi cumplió una de sus principales promesas de campaña y sanciono la ley 14.455 de asociaciones profesionales, que en muchos aspectos se basaba en el Código del Trabajo Peronista, esta ley permitía el reconocimiento de una sola entidad negociadora en cualquier rama industrial y de ese modo daba por terminado el intento del régimen de Aramburu de implementar una negociación con varios sindicatos por rama. La nueva ley también abolía la representación de las minorías en la conducción sindical. Se restablecía el tradicional sistema peronista por el cual la lista ganadora tomaba el control de todo el sindicato, también se autorizaba a las empleadores a retener la cuota gremial de sus trabajadores por cuenta y orden de los sindicatos. Las elecciones realizadas en muchos sindicatos de acuerdo con las disposiciones de la nueva ley dieron por resultado el triunfo de las listas peronistas. Para terminar Frondizi prometía el restablecimiento de la CGT (confederación general de trabajo) una vez que se completara el proceso electoral. La promesa de estabilidad en el frente laborar que parecían brindar esos primeros meses se disipo rápidamente, en enero de 1959 Frondizi luego de las negociaciones con el FMI para obtener un préstamo de emergencia, anuncio un plan de estabilización que reducía de manera drástica las protecciones arancelarias, devaluaba el peso, aumentaba la mayoría de los precios controlados y prometía un virtual congelamiento salarial, parte del acuerdo también implicaba la privatización del Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre. La respuesta del movimiento obrero a estas medidas iba a conducirlo a una seria de encaminadas acciones defensivas en el transcurso de 1959 y 1969, la primera de ellas fue la ocupación del mencionado frigorífico por su personal para protestar contra el decreto de privatización, tanto los sindicatos peronistas como los no peronistas se encontraban en una situación desventajosa al enfrentarse con un gobierno respaldado por las Fuerzas Armadas y dispuesto a usar el poder del estado para sostener su política económica. Muchos gremios volvieron a ser intervenidos durante 1959, con la aguda recesión provocada por el plan de estabilización la posición negociadora de los sindicatos había quedado muy debilitada, en 1960 y 1961 la cantidad de huelgas declino drásticamente.

Los sindicatos peronistas experimentaron estos acontecimientos como una traición, “la traición de Frondizi”. Frondizi pasaría la mayor parte del tiempo que le quedaba en el gobierno tratando de convencer a los dirigentes gremiales peronistas de su buena fe y su compromiso permanente con las ideas de desarrollo “nacional y popular”.

El atractivo del proyecto de Frondizi había tenido dos caras, existía, por cierto un aspecto pragmático. La ley 14.455 era esencial  para el restablecimiento de un movimiento gremial centralizado y bien financiado. Había a demás muchas otras ventajas institucionales y prácticas que hacían al gobierno constitucional de Frondizi preferible al régimen militar precedente.



Daniel James
"NI vencedores ni vencidos"




La raíz de la discordia apareció temprano: en su primer discurso radial, el 17 de septiembre, Lonardi anticipó que defendería los derechos de los "hermanos trabajadores". Una semana más tarde, anunció ante una muchedumbre desde el mismo balcón de Plaza de Mayo que durante una de cada ocupó el general Perón que no habría "ni vencedores ni vencidos".
Desde su punto de vista, cabía la posibilidad de reeditar  -sin Perón- la vieja alianza que en 1943 había encontrado a militares nacionalistas y dirigentes sindicales  El general Lonardi y los sindicatos "Ha de quedar una gran mayoría del pueblo en condiciones de participar en la vida cívica sin inconveniente alguno, a pesar de la adhesión, muchas veces obligada, que algunos prestaron al régimen depuesto. Otros han alzado su voz para protestar contra la lenidad de la política del gobierno en relación con las organizaciones obreras. Mi opinión es más categórica aún. En ningún caso dividir a la clase obrera para entregarla con defensas debilitadas a las fluctuaciones de nuestra economía y nuestra política. La libertad sindical no es la anarquía de las organizaciones obreras ni la supresión o la desnaturalización de los órganos de derecho públicos indispensables para la integración profesional. No es posible disfrutar tranquilos de la existencia aun para los más acomodados si el cimiento social está constituido por una clase laboriosa en que se ha hecho carne la sensación de la injusticia.


ARAMBURU: ILUSIÓN PEDAGÓGICA, REPRESIÓN E INGENIERÍA INSTITUCIONAL

La asunción del nuevo presidente, general Pedro Eugenio Aramburu —ex agregado militar en los Estados Unidos—, fue recibida con beneplácito por el conjunto del arco político. Radicales, conservadores, socialistas y demócratas cristianos co-incidieron en el diagnóstico: se habían echado por tierra los intentos nacionalistas de torcer "desde adentro" el sentido democrático de la revolución de septiembre. Asimismo, la permanencia en la vicepresidencia de Isaac Rojas era percibida como un factor positivo para la transición política que se vivía
fusiló a seis de los militares sublevados, entre ellos al general Valle. Dieciocho civiles fueron ejecutados en Lanús y un grupo de obreros, al parecer no vinculados de modo directo con la sublevación, en un basurero de José León Suárez. Este último episodio conocido como "Operación Masacre",  puso al desnudo una nueva dimensión que los argentinos creían haber abandonado en el siglo XIX: la pena de muerte por razones políticas. El contexto descripto operó como un catalizador de las tensiones internas en la Unión Cívica Radical. En rigor, la lógica que presidía su conflicto endógeno hundía sus raíces en la dé-cada peronista. Desde 1951, sabattinistas y unionistas habían coincidido en promover -—a contragusto de Frondizi— la abstención electoral como línea oficial del partido. La abstención distaba de ser concebida como un mero instrumento de resistencia pasiva, sino que formaba parte de una estrategia más amplia orientada a estimular el levantamiento armado, cívico-militar contra Perón. En 1954, ambas fracciones cuestionaron la legitimidad de la elección que permitió a Frondizi convertir-se en presidente del Comité Nacional. Tras la caída de Perón ,la presunta tibieza de Frondizi en la lucha antiperonista era ya una cuestión de las críticas dirigidas contra él. En octubre de1955, Sabattini le reprochaba haber creído que las soluciones serían dadas por las urnas, por " la libreta de enrolamiento" y por "radioemisiones bajo licencia de la dictadura" , en alusión a su discurso radial autorizado por Perón en julio de ese año


















 


La historia política del Nunca Más, por Emilio Crenzel

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El 20 de septiembre de 1984 la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), creada en diciembre de 1983 para investigar las violaciones a los derechos humanos por parte de la dictadura militar, entregó al presidente Raúl Alfonsín el Nunca más, el informe que documentaba la existencia de 340 centros clandestinos de detención y 8.961 casos de desapariciones. 
Recordamos aquel histórico acontecimiento con fragmentos del libro La historia política del Nunca más: la memoria de las desapariciones en la Argentina, de Emilio Crenzel. El libro describe la política de exterminio del gobierno militar que gobernó al país entre 1976 y 1983, analiza la constitución de la CONADEP, las presiones que debieron enfrentar sus miembros, la delimitación del alcance de la investigación, y el modo en que el Nunca más se convirtió en un “relato integrado” para abordar el pasado que “derrumbó el monopolio de la interpretación difundida hasta ese momento, durante más de un lustro, por los perpetradores de las desapariciones”.
A partir del análisis de la construcción de una “verdad histórica”, el autor también recorre las diferentes reinterpretaciones del informe y las luchas libradas en torno a la memoria del pasado, desde su publicación, en 1984, hasta el año 2006, momento en que se redactó un nuevo prólogo en el contexto de una revisión de la política de derechos humanos durante del gobierno de Néstor Kirchner.
Fuente: Emilio Crenzel, La historia política del Nunca más: la memoria de las desapariciones en la Argentina, Buenos Aires: Siglo XXI, 2014, págs. 53-103.
Hasta la derrota militar argentina en la guerra de Malvinas, los intentos por construir una verdad alternativa a la voz oficial sobre las violaciones a los derechos humanos tuvieron un escaso impacto en la opinión pública. Las denuncias fueron neutralizadas con relativo éxito por la dictadura y la dirigencia de la sociedad política y civil, que conocían su contenido. Tras la guerra, se abrió un nuevo escenario político. La dictadura quedó aislada internacionalmente, perdió el apoyo de las clases medias, que ahora consideraban falaz su discurso y denostaban su autoritarismo, su incapacidad de garantizar el consumo y contener la inflación, y se manifestó de manera abierta la protesta sindical, reprimida con violencia días antes de comenzar la guerra.
En este contexto se produjo la ruptura del silencio público sobre las desapariciones. A partir de octubre de 1982, pero de manera especialmente notoria en el verano de 1983-1984, la prensa –poco antes favorable a la dictadura- difundió intensamente, y con un cariz sensacionalista, las exhumaciones de tumbas NN efectuadas tras las denuncias de familiares de desaparecidos; publicó testimonios de sobrevivientes, informes de los organismos de derechos humanos y declaraciones de los perpetradores relatando sus crímenes. Así, las desapariciones se instalaron como tema central de la información pública… (…)
La transición política estuvo determinada por la debilidad de la dictadura para imponer condiciones al futuro gobierno civil y la renuencia de la oposición a procurar su derrumbe. Cabe recordar que los partidos políticos, la dirigencia empresarial y social, las jerarquías religiosas y los principales medios de comunicación habían impugnado, en 1979, la visita de la Comisión de la OEA, calificándola como una injerencia extranjera en los asuntos del país, y defendieron la “lucha antisubversiva”. Tampoco habían reclamado por los crímenes cuando la dictadura convocó en 1980 a un “diálogo político” y, pese a no asumir ningún compromiso de no revisarla, acompañaron la voluntad de olvido del régimen o, a lo sumo, le solicitaron sincerar lo sucedido por medio de la publicación de las listas de desaparecidos, tesitura que mantuvieron pese a la entrega del Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel, director del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) en 1980, y tras agruparse, en julio de 1981, en la “Multipartidaria”. La Iglesia, por su parte, se mantuvo públicamente en silencio ante los crímenes y recién en 1981 condenó los métodos ilegales empleados en la lucha antisubversiva. (…)
En ese escenario, los organismos de derechos humanos canalizaron buena parte del repudio al régimen y se erigieron en un actor difícil de soslayar en la escena política. (…) Los denunciantes no clamaban venganza, no manifestaban odio ni expectativas de cambiar el orden social, sino que exigían justicia al estado por las violaciones sufridas. (…)
El 31 de octubre, tras (el) triunfo electoral (de Raúl Alfonsín), los organismos de derechos humanos volvieron a solicitar la constitución de una comisión investigadora parlamentaria que estableciese las responsabilidades políticas del terrorismo de estado con su colaboración y asesoramiento.
(…) Conte y los diputados del Partido Intransigente impulsaron esta iniciativa, la cual logró el apoyo del Partido Justicialista… Sin embargo, lo que más preocupó a Alfonsín fue advertir el fuerte apoyo que recibía esta iniciativa en su propio partido (y) comenzó a elaborar como alternativa formar una “comisión de personalidades” para investigar el pasado.  
Carlos Nino explicaría que el rechazo del Presidente a la comisión bicameral se fundaba en que éste consideraba que una comisión del Congreso embarcaría a los legisladores en una competencia por la autoría de la sanción más dura contra las Fuerzas Armadas, y daría así origen a una situación de extrema tensión. (…)
El decreto presidencial 187 del 15 de diciembre de 1983, que creaba la CONADEP, suponía la intervención efectiva de los poderes del estado a través de la dependencia de la Comisión del Ejecutivo y de la participación de los legisladores, y también la intervención de la sociedad civil; así, de algún modo, la CONADEP se volvía una intersección entre el estado y la sociedad civil. Su creación alumbró la desconfianza del gobierno sobre la capacidad de los poderes del estado de derecho, como el Parlamento, y de la dirigencia política como marco y actores para elaborar una verdad compartida sobre las desapariciones, aun en un momento de refundación institucional.
La “despolitización” de la investigación aparecía para el Ejecutivo como una precondición necesaria para no reproducir los enfrentamientos que, sobre el sentido del pasado, signaron la historia nacional y alimentaba sus temores, ya referidos, a que el Congreso contrariara la meta oficial de justicia limitada.
(…) Sus integrantes (…) eran figuras públicas prestigiosas en una diversa gama de actividades. Los religiosos eran representantes de tres cultos significativos: el católico, el protestante y el judío, y el resto eran reconocidos en el mundo del periodismo, el derecho, la cultura y la ciencia.  (…)
El 22 de diciembre de 1983, en el segundo piso del Centro Cultural General San Martín, la CONADEP se reunió por primera vez. La Comisión decidió, como primer paso, solicitar a la APDH toda la información, incluyendo las denuncias recibidas, que tuviese sobre las desapariciones.
El 29 de diciembre se completaron las cinco secretarías. Colombres convocó al abogado y miembro de la APDH Raúl Aragón para dirigir la de procedimientos; Tróccoli invitó a Daniel Salvador y a Leopoldo Silgueira a dirigir la de documentación y la administrativa, respectivamente, y Nino propuso a su amigo y ex socio, el abogado Alberto Mansur, como secretario de asuntos legales. Ese día, la Comisión eligió por unanimidad a Sàbato como su presidente, por considerar que era la figura con mayor reconocimiento en la opinión pública.
El inicio de la labor de la CONADEP agitó las filas castrenses. (…) Los organismos de inteligencia caracterizaban a la Comisión como parte de la delincuencia subversiva y seguían de cerca sus pasos. A este clima de presiones, se añadía el llamado “show del horror”, la revelación diaria en la prensa de la exhumación de cadáveres en cementerios públicos, denuncias sobre la existencia de centros clandestinos, testimonios de secuestros, torturas y crímenes perpetrados por las Fuerzas Armadas que, según los miembros de la CONADEP, excitaban la sensibilidad ciudadana y acrecentaban su expectativa en la Comisión. Debido a ello, la Comisión decidió llamar a la población a aportar denuncias concretas. (…)
Los familiares y los sobrevivientes comenzaron a formar largas filas, en pleno verano, para efectuar la denuncia. Sus expectativas, sin embargo, eran heterogéneas. Mientras muchos sobrevivientes habían sido testigos del exterminio, la idea de la existencia de desaparecidos adultos con vida estaba extendida entre los familiares. (…) Estas expectativas evidenciaban la incredulidad pública ante los alcances del horror. (…) Ruiz Guiñazú recuerda que la Comisión esperaba encontrar desaparecidos con vida y, de hecho, organizó como una de sus primeras tareas viajes e inspecciones para dar con ellos. (…)
A fines de enero de 1984, la CONADEP tomó una decisión crucial que cambió el curso de su investigación. Colombres redactó un proyecto solicitando al Poder Ejecutivo que garantizara la permanencia en el país de personas posiblemente relacionadas con las desapariciones y la sustracción de niños. (…) Las nuevas denuncias de los sobrevivientes conllevaron un cambio respecto de las existentes hasta entonces, ya que la CONADEP logró reunir cerca de 1.200 de estos testimonios frente a los 70 con los que contaban los organismos antes de crearse la Comisión, número que limitaba las pruebas sobre miles de casos de desaparición y la posibilidad de identificar a sus responsables.  (…)
Este cuerpo testimonial, por su carácter heterogéneo, tuvo una importancia decisiva para ampliar las pruebas existentes, reafirmar otras o generar nuevas. A los grandes centros clandestinos conocidos que concentraron la mayoría de los desaparecidos, como la ESMA y el Club Atlético en Capital, Campo de Mayo y El Vesubio en Buenos Aires y La Perla en Córdoba, se agregaron centenares de dependencias militares, policiales y civiles de casi todo el país y se amplió el saber sobre centros clandestinos importantes, como Campo de Mayo, del cual había sólo un testimonio al formarse la CONADEP. Por último, estas declaraciones permitieron detectar el tránsito de desaparecidos entre distintos centros y probar, de esta manera, su integración en un mismo sistema.
La CONADEP optó por clasificar este vasto material testimonial por centro clandestino. (…)Esto permitía responsabilizar a quienes habían actuado en esos centros por conjuntos de casos y, a la vez, sintetizar las presentaciones. También, sirvió para detectar especificidades de determinados centros, como “Automotores Orletti”, donde fueron recluidos desaparecidos de países limítrofes; así, se pudo probar la coordinación represiva entre las dictaduras de la región. Mediante esta decisión, la Comisión invirtió de raíz, sin proponérselo, el carácter del espacio estratégico de la desaparición. El no lugar que constituyó el centro clandestino se transformó en el eje para reconstruir la materialidad de las desapariciones.
Las inspecciones de los centros clandestinos, el aumento de las denuncias recibidas, las presentaciones de la Comisión a la Justicia y las declaraciones de Sabato sobre el papel de la jerarquía católica durante la dictadura modificaron el perfil de los apoyos y las críticas a la CONADEP. Hasta allí, las críticas dominantes cuestionaron sus limitaciones de origen, la utilidad de su investigación y las relaciones de sus integrantes con la dictadura. Ahora, en cambio, vinculaban a la CONADEP con la subversión y el ánimo de venganza. (…)
El más violento de estos ataques lo formuló el almirante Mayorga, defensor de Chamorro, ex director de la ESMA, quien calificó a sus integrantes de “izquierdizantes” y “antimilitaristas” y de parcialidad “por haber sufrido en ellos o en sus parientes los avatares de esta guerra”, postuló que la CONADEP “pedía de rodillas testimonios contra los militares”, que su informe iba a ser un gran fracaso, y abogó por el olvido y la amnistía. Estas declaraciones, de manera paradójica, impulsaron a partidos que se habían opuesto a la CONADEP en el Congreso y a los organismos de derechos humanos más críticos a su formación a defenderla. (…)
“Nunca Más”. La investigación de la CONADEP en la televisión
(…) La CONADEP decidió (…) adelantar las conclusiones preliminares de su investigación mediante la emisión de un programa televisivo. Ruiz Guiñazú y Gerardo Taratuto, quien integraba el grupo de abogados de la Secretaría de Asuntos Legales y era, a la vez, dramaturgo y realizador televisivo, asumieron su preparación. Según Taratuto, su título, “Nunca Más”, fue idea de Ruiz Guiñazú.

El anuncio de su emisión provocó inquietud en el gobierno, debido al efecto que, estimaba, tendría el programa entre los militares. El 4 de julio por la mañana, Alfonsín discutió con sus colaboradores si emitirlo con el costo de irritar a los militares o prohibirlo, pese a que ya estaba anunciado, y enfrentar el escándalo público. Según Taratuto, Sabato amenazó con renunciar si el programa no salía al aire. Finalmente, Alfonsín decidió su emisión pero consiguió que Sabato accediera a incluir una introducción de Tróccoli que evitaría que se condenara sólo el terrorismo de estado.
Finalmente, el programa fue emitido el 4 de julio entre las 22 y las 23:30 horas, en el ciclo “Televisión Abierta”, conducido por el periodista Sergio Villarroel. (…) “Nunca Más” también modificó el escenario político y la legitimidad de la CONADEP. Su emisión desembocó en el reemplazo de Arguindegui, jefe del Ejército, quien no pudo impedir su emisión y se enfrentó a la decisión del gobierno de relevar a Mansilla. Los aliados de los militares, sin negar su veracidad, criticaron que el programa olvidara la violencia subversiva y exigieron un programa, también oficial, que la retratara. Al mismo tiempo, tras él, arreciaron las amenazas de muerte contra Sabato, Aragón y Fernández Meijide.
La CONADEP debía, por último, escribir un informe con una explicación detallada de los hechos investigados. La Comisión interpretó rápidamente que éste debería conjugar dos intervenciones simultáneas: expresar una condena moral contemporánea del sistema de desaparición y constituirse en un legado a futuro que ayudara a evitar su reiteración. Como expresó Sabato, el informe serviría de recordatorio a las generaciones venideras de la gran tragedia vivida en la Argentina, sería “un monumento simbólico, pequeño, porque no tiene que ser grandioso, a la barbarie y a la represión desatada para que nunca más vuelva a suceder”. (…)
Según Taratuto, Sabato le dijo que quería un informe que ofreciera una visión nacional, diera cuenta de la violación de derechos y principios fundamentales del orden político, moral y religioso —como el derecho a la vida, a la defensa y a la información—, que la gente lo pudiese leer, lo entendiera hasta un ama de casa y que, si lo leía un militar, se avergonzara y no pudiera aducir que eran patrañas.  (…)
En un acto público transmitido por televisión el 20 de septiembre de 1984, Sabato entregó el informe de la CONADEP al Presidente en la casa de gobierno. Ésta sería la primera y única vez que todos los miembros de la Comisión participaron de un acto vinculado al Nunca Más. Setenta mil personas se reunieron en Plaza de Mayo, convocadas por la mayoría de los organismos, los partidos políticos —incluso aquellos opuestos a la Comisión— y grupos estudiantiles y sociales que, tras el acto, marcharon a Tribunales reclamando la jurisdicción de la Justicia Civil y pidiendo al Congreso la comisión bicameral.
Un día después, Alfonsín dispuso publicar el informe de la CONADEP por la Editorial Universitaria de Buenos Aires. La consigna del acto “Después de la verdad, ahora la justicia”, la multitud y su heterogénea composición, ilustraban la legitimidad alcanzada por la CONADEP. Sin embargo, las explicaciones sobre este éxito eran divergentes. Para uno de sus mentores, Carlos Nino, la Comisión resultó útil a la estrategia del gobierno “al atender las necesidades de las víctimas y aplacar a los grupos de derechos humanos”. Para algunos observadores, en cambio, el resumen del informe entregado a la prensa caracterizaba las desapariciones como crímenes de lesa humanidad, desestimaba la teoría de los excesos y contradecía el objetivo oficial de inculpar sólo a las cúpulas militares.
Lo cierto es que la entrega del informe puso fin a la estrategia oficial de “autodepuración” de las Fuerzas Armadas. Un día después del acto, el Consejo Supremo pidió una nueva prórroga para su labor, calificó de “inobjetables” los decretos y órdenes con los cuales las Fuerzas Armadas enfrentaron a la subversión y precisó que los comandantes sólo podían ser acusados de no haber controlado los presuntos ilícitos de sus subordinados cuyos actos debían ser investigados. Éstos constituían el cuerpo de oficiales en actividad, segmento que el gobierno pretendía excluir de la investigación judicial. Se señalaba, además, que debía investigarse si los damnificados habían cometido delitos; de este modo, se proponía examinar los actos de los desaparecidos. A raíz de ello, el fiscal de la Cámara Federal de Apelaciones de la Capital, Julio Strassera, pidió la avocación a la causa, por interpretar esos actos como “dilatorios” y denegatorios de justicia.
La respuesta castrense a la entrega del informe, además, incluyó una serie de actos conmemorativos en los aniversarios de ataques guerrilleros a unidades militares, ocurridos durante el gobierno peronista entre 1973 y 1976; así pretendía afirmar su tesis sobre la guerra librada, y asociar la intervención uniformada con la defensa de la democracia y su triunfo con su restauración.
Por otro lado, calificaron de falaces los testimonios reunidos por la CONADEP, consideraron que sus integrantes y su informe eran parte de la estrategia subversiva y alertaron sobre el regreso a las calles del “clima revolucionario”. Sus aliados católicos hicieron de los púlpitos tribunas de agitación política, criticaron ferozmente al gobierno y amenazaron con un nuevo golpe de estado. En paralelo, fueron robados documentos recabados por la CONADEP en Rosario y en Mar del Plata, y se incrementaron las intimidaciones y atentados contra ex miembros de la Comisión, militantes políticos y de los organismos.
Para estos últimos, el dictamen del Consejo Supremo reforzaba la necesidad de crear la comisión bicameral. Conte insistió, sin éxito, con esta propuesta en el Congreso. Sin embargo, a excepción de las Madres, los organismos de derechos humanos valoraron el informe como un documento acusador, de valor ético incalculable y vital para efectivizar la Justicia por contener un corpus de “pruebas irrefutables”. (…)
Mediante la labor de la CONADEP el estado constituyó las desapariciones en objeto de investigación. La Comisión concentró, centralizó las denuncias hasta entonces existentes y produjo nuevas pruebas; así transformó el conocimiento sobre la magnitud y la dimensión de las desapariciones en la Argentina…
La investigación de la CONADEP y su informe público fueron el resultado de la conformación de una alianza tácita entre la mayoría de los organismos de derechos humanos y la conducción del estado que se tradujo en un proceso de legitimación recíproca entre la Comisión, los organismos, los familiares y los sobrevivientes. (…)
La CONADEP les otorgó a los organismos, a los familiares y a los sobrevivientes una legitimidad pública inédita, en especial, al asignarles un rol protagónico en el programa televisivo que adelantó sus conclusiones, al darles la autoridad para decidir el destino judicial que tendrían sus testimonios y al invitarlos a proponer sus ideas sobre las recomendaciones que debería incluir su informe final. (…)
Por todo ello, mediante la investigación de la CONADEP se modeló, más allá de la conciencia del gobierno y de los organismos de derechos humanos, la elaboración de un relato y una interpretación compartida sobre estos hechos cuyas divergencias exclusivas giraban en torno a qué tipo de tribunales —civiles o militares— debían juzgar las violaciones y si debería predominar la justicia preventiva o la retributiva. Esta perspectiva supuso la articulación de la narrativa humanitaria, forjada durante la dictadura entre los denunciantes del crimen, que privilegiaba la reconstrucción fáctica de las violaciones y la presentación de los desaparecidos a partir de sus datos identitarios básicos y sus valores morales, con los marcos interpretativos que el Ejecutivo propuso para juzgar la violencia política. Estos marcos que limitaban la persecución penal a los responsables materiales de las desapariciones, postuladas como una práctica exclusiva de la dictadura, omitían el análisis de las responsabilidades de la sociedad política y civil antes y después del golpe, y evitaban historizar las causas de la violencia política. Presentes en los decretos de juzgamiento a las cúpulas guerrilleras y a las Juntas Militares, fueron asumidos con mayor intensidad por el gobierno cuando la “unión nacional” reemplazó en su agenda la confrontación con las corporaciones y con la conducción peronista encabezada por Isabel Perón, decisión que, como se expuso, tuvo consecuencias en la periodización, de corte institucional, que la CONADEP adoptó para retratar las desapariciones. La investigación de la CONADEP produjo efectos políticos y jurídicos de primer orden: elaboró un conocimiento novedoso sobre la dimensión que alcanzaron las desapariciones en la Argentina, conformó un corpus probatorio inédito para juzgar a sus responsables y desencadenó la clausura de la estrategia oficial de juzgamiento a las Juntas Militares por sus pares. Su informe, Nunca Más, expondría una nueva verdad pública sobre las desapariciones, y se conformaría en la nueva clave interpretativa y narrativa para juzgar, pensar y evocar este pasado entonces inmediato.








21 de Octubre de 2015


Los periodos de silencio entre 1986 y 1995 en Argentina


Introducción:

El presente trabajo se sitúa en Argentina durante el periodo democrático entre 1986 y 1995, periodo que comprende los últimos años de la presidencia de Raúl Alfonsín y  parte de la de Carlos Menem.
En ese momento de la historia, se advierten acomodamientos y re-acomodamientos de actores políticos y sociales, además de factores de poder relacionados con las políticas de estado respecto a un tema de gran relevancia: la violación de los derechos humanos durante la dictadura militar.

Había transcurrido poco tiempo desde la caída de la dictadura pero aún en democracia, la escasez de documentación, la permanencia de instituciones militares (ya que no fueron desmanteladas) dificultaban el avance de las investigaciones y la búsqueda de la verdad.
           
Las leyes de punto final y obediencia debida  fueron decretadas por el presidente Alfonsín en 1987 y libraban  de toda responsabilidad a los representantes castrenses que participaron en la represión. Se pretendía el olvido, el perdón de esos hechos pasados.

 Las nuevas leyes otorgaban impunidad al régimen respecto de las responsabilidades del pasado. De éste modo la democracia encontró serias dificultades para satisfacer los reclamos de  las organizaciones de derechos humanos y para delimitar la responsabilidad de los militares en la represión desde el estado.
           
Durante los años de gobierno de Carlos Menem, los indultos, el discurso de pacificación y olvido, la política de “dar vuelta la página” en la historia para la reconciliación, reforzó la idea de perdón e impunidad. La marginalización de las organizaciones de derechos humanos  del espacio público y de los medios junto  a las políticas de reconciliación del ejecutivo, profundizaron aun más el silencio.

            Teniendo en cuenta que la memoria del terrorismo de estado era un recuerdo traumático que presentó un lapso de disputas entre los diferentes grupos de la sociedad, en este trabajo se tratarán los momentos en que las memorias pasaron por un periodo de  silencio, se intentará mostrar que a partir de la confesión de Adolfo Scilingo, la autocrítica del gral. Balsa y las prácticas de escrache de la organización H.I.J.O.S, se inauguró un nuevo escenario que permitió retomar el tema de los “desaparecidos” y abrir un nuevo espacio de discusión que permitió llevar a los responsables de la dictadura a la condena judicial y social y crear una nueva representación del pasado.


La transición


En 1982, la guerra de Malvinas llegaba a su fin luego del comunicado oficial que declaraba la rendición incondicional del ejército argentino. La caída del régimen era solo cuestión de tiempo.
La disconformidad se hizo escuchar cada vez mas, hasta que el régimen acabado no tuvo más remedio que retirarse y dar lugar a las elecciones que favorecieron al candidato radical Raúl Ricardo Alfonsín el 10 de diciembre de 1983.
La denuncia de un pacto cívico-militar llevó a Alfonsín a la Presidencia de la Nación. Los desafíos que esperaban al nuevo presidente eran Variados pero indudablemente uno de los temas más importantes que tendría que tratar era el juicio a las Juntas.

            Antes de la entrega del poder a la democracia, los militares mostraron gran preocupación por los reclamos cada vez más fuertes de las organizaciones de derechos humanos. El ex-presidente de facto Bignone, hizo pública la versión oficial de la guerra “interna” contra la subversión. En el informe dado a conocer  por los medios, básicamente, se aceptaban algunos “excesos” contra los derechos fundamentales del hombre pero no se reconocieron centros clandestinos de detención ni se brindó información acerca del destino de los desaparecidos.

En 1983 el régimen decretó una auto amnistía a través de la “Ley de Pacificación Nacional”, que impedía la investigación civil de acciones contra la subversión durante el régimen dejando impunes los actos realizados desde el estado.

            Así la imposición del silencio opresivo y legitimado desde el estado, se perpetuaba en el tiempo imposibilitando la obtención de información acerca de lo acontecido.

 “Una de las características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que provocan, creando un hueco en la capacidad de “ser hablado” o contado. Se provoca un agujero en la capacidad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios. Lo traumático altera la temporalidad de otros procesos psíquicos y la memoria no los puede tomar, no puede recuperar ni transmitir o comunicar lo vivido” (JELIN, 2000)



La “guerra interna” que intentaban justificar los militares era difícil de sostener. La imposibilidad de definir quiénes eran los enemigos, teniendo en cuenta que la mayoría de los militantes que habían hecho uso de las armas habían muerto en enfrentamientos o se habían suicidado antes de ser detenidos, surge la siguiente pregunta: ¿Se puede considerar como enemigo de guerra a estudiantes, obreros, periodistas o simples ciudadanos aún cundo su ideología fuera  comunista, socialista, montoneros o del ERP? El manejo de la memoria legitimada desde el estado era una conquista necesaria para asegurar el dominio,


"La memoria ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas". (LE GOFF, 1991)



Alfonsín derogó Ley de Pacificación Nacional y a pesar de las imposiciones y leyes decretadas por los militares, las manifestaciones sociales fueron cada vez mayores. Las denuncias y la mediatización de las imágenes del horror precipitaron la demanda la condena de los culpables, aunque en el gobierno sabían que se maniobraba en un terreno peligroso, por lo que privilegió un manejo  prudente en las políticas contra los militares.
           
            En primer lugar determinó el alcance del juzgamiento delimitando quienes serían juzgados y para ello se sirvió de la ley de obediencia debida que apuntaba contra los que habían tomado las decisiones y no contra los que ejecutaron dichas órdenes.
           
Además reformó el código militar para que la misma institución hiciera una depuración de los miembros que hubiera incurrido en algún exceso.

                        La ley de punto final ponía un plazo de 60 días para definir procesamientos a involucrados en los crímenes durante la dictadura que vencía en marzo de 1987. Esta fue la respuesta oficial a lo sucedido a favor del olvido. Sin embargo se presentaron más denuncias y se citaron mas militares que en los tres años anteriores, lo que provocó la sublevación de un grupo de militares conocida como la “crisis de semana santa”.

“Obediencia debida, Punto final, indulto y otros retrocesos no alcanzaron, sin embargo,  para clausurar la búsqueda. Los trabajos de memoria continúan en muchas y variadas direcciones” (SABATO, 2000).



            Las medidas tomadas desde el gobierno democrático no fueron bien recibidas por las organizaciones de los derechos humanos que rechazaron de plano la idea de una “depuración”. En especial por las Madres de Plaza de Mayo.

En 1983 con el objetivo de investigar las graves, reiteradas y planificadas violaciones a los derechos humanos durante la llamada guerra sucia de entre 1976 y 1983, llevadas a cabo por la dictadura militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional, fue creada  Por el presidente Alfonsín, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) presidida por el escritos Ernesto Sábato e integrada por otros “notables” de diferentes espacios de la sociedad como René Favaloro, médico o Magdalena Ruiz Guiñazú, periodista. La investigación culminó en septiembre de 1984 en el libro “Nunca más”.

El Juicio a las Juntas realizado en 1985, cambió las significaciones de la memoria: ya no se trataba de una guerra sino de  crímenes con víctimas y victimarios pero además, crímenes de lesa humanidad. Este fue un gran ejercicio de recuperación de la memoria que la dejó asociada al restablecimiento del imperio de la ley.

            Para ello, el valor de los testimonios fue central para la reconstrucción del pasado ya que como indica Beatriz Sarlo “el pasado se hace presente” a través del testimonio, que hicieron posible la condena del terrorismo de estado.
           
“Allí donde otras fuentes fueron destruidas, los actos de memoria fueron una pieza central de la transición democrática. Ninguna condena hubiera sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido” (SARLO, 2005)

            El informe de la CONADEP incluía a casi todos los organismos. Las madres de plaza de Mayo no participaron ya que no estaban de acuerdo con que el juzgamiento fuera solo militar y no civil.
            La política de olvido planteada desde el gobierno de facto pretendía dejar impunes los crímenes y excesos pero también  combatir las resistencias. La guerra permanecía a través de los discursos y de la información, espacio al que se trasladaba ahora la disputa,
“Habiendo comprendido que la conquista de las tierras y de los hombres pasa por la de la información y la comunicación, las tiranías del siglo XX sistematizaron su manipulación de la memoria e intentaron controlarla hasta en sus ángulos más recónditos. Esos intentos algunas veces fracasaron, pero es cierto que en otros casos (que por definición somos incapaces de enlistar), los rastros del pasado fueron eliminados con éxito.”(TODOROV, 2000)
 De ahí que las Madres de Plaza de Mayo se pusieran al frente de la memoria en oposición al silencio con el pedido de la verdad respecto de los desaparecidos, juicio y condena para los responsables y lucha por la memoria y contra el olvido planteado desde el régimen.
Olvido y memoria parecen opuestos pero se alternan en oposición y diálogo tratando de reconstruir el periodo que por el uso del terror se silenció a la sociedad en la dictadura militar. Teniendo en cuenta el análisis de Todorov y de Yerushalmi (YERUSHALMI, 1989) acerca de la relación memoria- olvido como caras de una misma moneda ya que nunca la reproducción de los hechos es una copia fiel de lo sucedido. Si a esto se le agregan las circunstancias brutales mencionadas antes, podemos inferir que los relatos ahora si se alejan un poco más de los hechos tal como sucedieron debido a la mediación subjetiva, a la selección de  sucesos considerados relevantes  y al ocultamiento-olvido de otros. Se sobreentiende que los hechos ocurrieron, lo que no sabemos es cómo exactamente ya que sería imposible reproducirlos aún presenciándolos.
La democracia, aunque reciente, es un cambio de escenario y de protagonistas  que hacen posible la resignificación del pasado desde el presente, por lo que no se puede hablar de una memoria neutral. No se trata aquí de una memoria sino de varias memorias, lo que dificulta la formación de una “memoria colectiva”. La memoria se va reconfigurando de acuerdo a la representación del pasado que mejor aplica a nuestros intereses. “La memoria colectiva puede ser  pensada como un lugar de tensión continua” en el que hay periodos de memorias fuertes y periodos de memorias débiles (TRAVERSO).

Luego de las leyes de obediencia debida y punto final, durante la presidencia de Menem en 1990, llegaron los indultos, aumentando así la política de olvido desde el estado.
Menem puso en marcha un plan de pacificación con discursos y actos simbólicos de conmemoración como la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas primero a rosario y luego a Buenos Aires en 1989 y la indemnización económica, políticas que planteaban dejar atrás los rencores y construir un nuevo país de cara al futuro.
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            Durante este periodo

La memoria de la represión, antes silenciada e ignorada, ocupó abrumadoramente este espacio logrando así imponer “su propia versión del pasado” (LVOVICH- BISQUERT, 2008)

Así la memoria oficial comienza a convertirse en una función perversa que contamina otras dimensiones de la vida pública y a menudo de la privada. La política, la intercomunicación en la sociedad, la educación, la legislación, la justicia, la cultura y la convivencia, se instala en todos los ámbitos.
La memoria está ligada a las vivencias del pasado pero también a la mediación del lenguaje, es decir del discurso,
“No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay experiencia sin narración: el lenguaje libero lo mudo de la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común.” (SARLO, 2005)
 De ahí la importancia de ganar espacio público, ya que la memoria impacta en las subjetividades. La memoria no es estática y se ve transformada por las preguntas del presente,
“…la memoria, sea individual o colectiva, es una visión del pasado siempre mediada por el presente” (TRAVERSO)
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            Durante la presidencia de Menem  la política de pacificación relativizó la brutal represión como indican Lvovich y Bisquert,
           
“Esta política se basa en el supuesto de que lo que opone a las partes que deben reconciliarse  no es el reclamo de justicia por un lado y los intentos deliberados de limitarla o anularla por el otro sino un odio, una venganza partidaria……De esta manera se relativiza al terrorismo de estado, quitándole la atroz magnitud que posee”


Nuevamente se pretendió silenciar el pasado pero la reconciliación fue un fracaso. Este silencio se rompió con las declaraciones del capitán de corbeta Francisco Scilingo, quien confesó haber participado en “los vuelos de la muerte” durante la última dictadura militar. Al justificar su proceder dijo haber cumplido órdenes.

Las declaraciones tuvieron una gran repercusión y fue seguida de otras
Confesiones como las de Víctor Ibáñez y Héctor Vergez, de haber torturado y asesinado a los desaparecidos rompiendo así el “pacto de silencio” instalado desde hacía años.

            Las reacciones de las organizaciones de derechos humanos no se hicieron esperar. Lvovich y Bisquert, señalan:

Los organismos de derechos humanos asumieron diferentes posturas frente a las sucesivas confesiones, que pueden ser agrupadas en dos posiciones divergentes. Una es la sostenida principalmente por el CELS, organismo que, que a través de Emilio Mignone, las consideró de suma importancia para cimentar una verdad aún más definitiva ya que a pesar de basarse en hechos ya verificados, permitirían definir el destino de los desaparecidos. De esta manera se reabriría el camino de la justicia. Las abuelas de plaza de mayo, a través de su presidenta Estela Carlotto, se manifestaron de manera favorable ante la posibilidad de integrar una mesa con personas dispuestas “a recomponer, a rehacer las listas de desaparecidos”.

“Estaríamos totalmente de acuerdo porque justamente lo que estamos buscando desde hace tiempo es la verdad.”(Pág. /12, 21-3-95). En el mismo sentido se manifestó la APDH, solicitando la conformación de una nueva CONADEP que permitiera “crear un espacio donde las actuales declaraciones de miembros activos de la represión posibiliten una investigación a fondo sobre el destino de los desaparecidos”. (Pág. /12, 22-3-95)……y especialmente Madres de Plaza de Mayo, rechazaron tajantemente las confesiones, pues consideraban que la verdad ya estaba definida y que se debía avanzar directamente en el plano judicial. Las Madres encabezadas por Hebe de Bonafini, manteniendo su tono intransigente y crítico frente al gobierno, desconfiaban de políticos y jueces y los equiparaban con los represores.

A las nuevas confesiones se sumaron las del General Balsa en 1995, en las que se asumía parte de la culpa y no justificaba a quienes cometieron actos inmorales cumpliendo órdenes.

      A los 20 años del golpe se prepararon actos de los organismos de derechos humanos. Aquí lo novedoso será la aparición de H.I.J.O.S. (Hijos por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio) con un discurso fuerte junto a las Madres de Plaza de Mayo, reivindicando la lucha de sus padres y con prácticas novedosas que consistían en “escarches” en la puerta de los domicilios de los acusados.
     
      Si bien la nueva resistencia al olvido y a la negación eran frontales siempre se hicieron dentro del marco legal y no desde la violencia lo que denota una conducta ejemplar en términos de reclamos desde la ciudadanía.

“El presente selecciona acontecimientos que el recuerdo debe guardar” (TRAVERSO)

Es interesante, el análisis que hace Yerushalmi acerca de la palabra opuesta a olvido como “justicia” y no memoria. Por ello,


“la revisión del pasado del terrorismo de estado se convirtió en una instancia clave para la construcción del futuro” (SABATO, 2000).



 Bibliografía

-Jelin, Elizabeth, “Memorias en conflicto”, Los puentes de la memoria, La Plata: Centro de estudios por la memoria, Agosto 2000, p. 8.
-Daniel Lvovich y jaquelina Bisquert, “La cambiante memoria de la dictadura”, Discursos públicos, movimientos sociales y legitimidad democrática, Argentina, Biblioteca Nacional, 2008, pág.45, 52, 60
Sábato, Hilda, “La cuestión de la culpa”, Revista puentes, agosto 2000, Pág. 16, 17
-Todorov, Tzvetan: “Los abusos de la memoria”, España, Paidós, 2000, p.14
-Traverso, Enzo, Historia y memoria- Notas sobre un debate, Pág.71,  74, 86,
-Yerushalmi, Yosef, “Usos del olvido”, comunicaciones  al coloquio de Royaumont, Ediciones nueva visión, Buenos Aires, 1989
-Sarlo, Beatriz, “Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión”,  Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2005, Pág. 24, 29









Poder y desaparición
Pilar Calveiro

1 Las patotas
2- Los grupos de inteligencia-
3- Los campos de concentración    
4- La vida entre la muerte -
5- La pretensión de ser "dioses"
6- El tormento
7- Somos compañeros, amigos, hermanos


Pilar Calveiro. Argentina, es doctora en Ciencias Políticas egresada de la Universidad Nacional de México. Se exilió en ese país tras haber permanecido secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la dictadura militar de los setenta. Es autora de numerosas investigaciones publicadas en México, Argentina y Francia, y actualmente profesora investigadora de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó Poder y desaparición, los campos de concentración en Argentina (Colihue) y Desapariciones, memoria y desmemoria de los campos de desaparición argentinos.

Poder y desaparición: los campos de concentración en Argentina. Este trabajo, parte de la tesis doctoral de la autora, se examinan las formas que adquirió el poder ejercido en la Argentina durante los años del gobierno militar. Los campos de concentración son presentados aquí como un concepto político que toma su energía de un intento de reconstruir la figura de lo humano bajo el imperio del terror y la tortura. Por medio de una aguda y lúcida reflexión, la autora entrelaza su experiencia personal y su vocación teório-crítica para pensar los límites de lo político, y escribe un texto fundamental para comprender aspectos de una época terrible que dejó huellas profundas en la sociedad argentina.

Fisuras del poder [Entrevista 2005]

Pilar Calveiro nos recuerda que olvidar la resistencia de las víctimas es pensar que puede haber un poder total que es una ilusión del Estado, algo imposible precisamente porque los sujetos son activos y siempre están buscando y encontrando las formas de escapar. Y que entre los sobrevivientes de los campos de concentración hubo muchas mujeres, seres especialmente entrenados culturalmente para invertir las desventajas y hacerlas jugar a favor aun en circunstancias límites Por María Moreno Para Lila Pastoriza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resquicios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima capacidad de fuego: la risa y la burla”. Con esta dedicatoria comienza Poder y desaparición (los campos de concentración en Argentina), de Pilar Calveiro, un libro cuya radical importancia quizás no ha sido aún del todo reconocida en la Argentina. Editado por Colihue, la única editorial que aceptó el desafío en un tiempo en donde la historia parece pasar sólo por el lecho de los héroes para instalarse en el mercado, o por los ideales para instalarse en la nostalgia, es quizás el que con más justicia se merece el acápite que patrocina la colección en que fue incluido y que se llama Puñaladas, ensayos de punta: “Libros para incidir. Relámpago de ideas sobre un cuerpo, deseo de abrir fisuras en el debate argentino”. Pilar Calveiro, sin embargo, no tramó sólo ideas sobre un cuerpo, sufrió en el propio los efectos del secuestro, la tortura y la desaparición –incluso la fractura múltiple en un intento de fuga– luego de que el 7 de mayo de 1977 fuera llevada por un comando de Aeronáutica al centro de detención Mansión Seré.

Liberada un año y medio más tarde en la ESMA, estudió politicología en México, recogió testimonios de sobrevivientes y, luego de las vacilaciones propias de vincular su pasado como militante, su sobrevivencia a los campos de concentración, su presente de exiliada y su condición de académica, llegó el momento de despejar en acción intelectual esa certeza de Hannah Arendt –figura que cita en el libro– de que “cualquiera que hable o escriba acerca de los campos de concentración es considerado como un sospechoso; y si quien habla ha regresado decididamente al mundo de los vivos, él mismo se siente asaltado por dudas con respecto a su verdadera sinceridad, como si hubiera confundido una pesadilla con la realidad”. En Poder y desaparición Pilar Calveiro realiza casi una taxonomía del poder desaparecedor, persuadida de que describir y detallar sus efectos jamás podrían ser confundido con una justificación sino que cumplen una función políticamente eficaz: la de materializar ese poder, es decir ponerle límites que le quiten su carácter omnipresente y por eso al mismo tiempo invisible.

El análisis de Calveiro renuncia a las lógicas binarias –que ella encuentra propias del autoritarismo– sobre todo la que divide la experiencia de los campos en la de héroes y traidores “no sólo porque es injusta sino porque es insuficiente. No da cuenta de todas esas cosas que ocurren no digo en el medio –no hay dos extremos y en el medio algo de la gama del gris–, lo que hay es otras cosas que no entran en esa lógica y que implican un análisis más complejo”. Para Calveiro los desaparecidos son personas que simultáneamente pudieron resistir, someterse, confrontarse, haciendo todo eso a la vez. Y, si en Poder y desaparición no hay especiales marcas de género, pueden sospecharse desde la elección inicial de los testimoniantes que agrega a la extensa documentación existente y a los antecedentes internacionales dejados, entre otros, por Bruno Betelheim, Tzvetan Todorov y Hannna Arendt. “Me centré en cuatro: Graciela Geuna (Ejército), Martín Gras (Armada), Luis Tamburrini (Aeronáutica) y Ana María Careaga (Policía). Elegí uno por fuerza para evidenciar las similitudes del plan general. También tomé dos hombres y dos mujeres porque hombres y mujeres tienen maneras diferentes de testimoniar. Los hombres tienden mucho más a la precisión en cuanto a los nombres, los lugares, son como más objetivos entre comillas. En cambio algunos de los testimonios de las mujeres además de dar información entran de lleno en la vivencia. En ese sentido el testimonio de Ana María Careaga, como el de Graciela Geuna, son joyas porque siempre están yendo y viniendo de la información que dan a una valoración cualitativa de esa información. A mí me encantó la forma en que Graciela Geuna describe a sus captores. No sólo menciona la edad, los rasgos físicos sino que siempre habla de otros rasgos personales, si son exaltados, si son cobardes, inteligentes, crueles o estúpidos. Siempre habla de personas, con rasgos específicos. El de Martín Gras es muy lúcido como análisis político y el de Tamburrini es muy claro para explicar la situación interna de ellos en el momento en que se produce la fuga, como acto desesperado. –Esa experiencia que contás de Blanca Buda desdoblándose y viéndose desde afuera en plena tortura suena a algo de un orden esotérico, lo que algunas prácticas espirituales han intentado mediante un largo camino. –Para mí es una experiencia real, de la que yo no tendría la menor duda. Ahí tenés un ejemplo de cómo las mujeres suelen hacer un relato diferente. Y ese relato va mucho más allá de la información de quiénes la estaban torturando o en qué circunstancias, sino que habla de lo que le ocurrió a ella como experiencia personal. En esa dimensión de lo vivencial hay mucho por trabajar.

Mujeres son las nuestras

–Existe un párrafo en Poder y desaparición en donde se describe el arquetipo que las Fuerzas Armadas tenían de las guerrilleras: “Las mujeres ostentaban una constante libertad sexual, eran malas amas de casa, malas madres, malas esposas y particularmente crueles. En la relación de pareja eran dominantes y tendían a involucrarse con hombres menores que ellas para manipularlos.” –Yo diría que, en términos generales, para ellos la “subversión” era “peligrosa” no solamente en términos políticos. Lo que llamaban sedición tenía que ver con la ruptura de valores morales, familiares, religiosos. La subversión era algo que iba más allá de lo político. Yo creo que aun en su visión muy elemental tenían razón.

Efectivamente nuestra generación se había planteado algo más que el problema del poder del Estado o de cuál era el sistema político con el que se debía regir la sociedad; se planteaba también otras formas de abordar la relación familiar, la relación de pareja, la paternidad y la maternidad, la religiosidad; toda esa serie de cuestionamientos que se dieron a fines de la década de los sesenta y que modificaban el lugar de la mujer en la sociedad. Entonces la visión que los militares tenían de las mujeres estaba muy ligada a esto; las veían como doblemente subversivas, tanto del orden político, como del orden familiar. Habían roto con el lugar que les tocaba de madres y esposas para lanzarse, “seguramente”, al sexo desenfrenado. En mi primer testimonio ante la Conadep, yo contaba que en Aeronáutica, durante la tortura, simultáneamente me preguntaban cosas tan disímiles y absurdas como cuál era la dirección adonde vivía Firmenich y a cuántas orgías había asistido.

–Es notable cómo ellos visualizaban juntas a todas las “subversiones”, mientras que en las prácticas había fricciones entre las “vanguardias” políticas, estéticas y sexuales.

–Nosotros inicialmente, es decir a fines de los sesenta, estábamos en esa búsqueda mucho más integral de la que te hablaba antes, pero en la medida en que la lucha se fue haciendo cada vez menos política y más militar, en que las organizaciones adoptaron una estructura más aparatista e institucionalizada, se incrementó el peso de una moral clase mediera catolicona, de la que venía gran parte de los cuadros dirigentes de distintas organizaciones, y se perdió mucho de lo que había sido ese primer interés.
–¿Existieron debates en torno de la cuestión de género?

–Más que debates existieron cambios que hoy pueden parecer poco significativos, de una transformación corta, pequeña, de una visión muy escasa, pero que en su momento fueron importantes. Creo que lo que se dio entre las mujeres fue una incorporación a las prácticas hasta entonces propias de los hombres, entre ellas una incorporación muy significativa a la militancia política en general y a la militancia armada en particular. Este fue un momento de la lucha de las mujeres. Se trató más de ocupar un terreno hasta entonces prácticamente vedado que de defender las particularidades de lo femenino. Por otra parte, se pensaba que la situación de desigualdad de la mujer se resolvería mágicamente una vez instaurada una nueva sociedad, de manera que se postergaba este debate como secundario con respecto de la transformación social y política.

–¿Cómo eran miradas por los varones, aquellas de las que se decía “mujeres son las nuestras, las demás están de muestra”.
–Había un reclamo muy fuerte hacia las mujeres para que actuáramos en términos de una igualdad entre comillas –es decir, la demanda de igualdad en condiciones desiguales–, un reclamo de que hiciéramos lo mismo que los hombres, que nosotras tendíamos a aceptar como válido. Y creo que nosotras nos planteamos como desafío esto: ser capaces de asumir las mismas responsabilidades que los varones. Sin embargo, había muchas desigualdades, evidentes y sutiles, como una forma de organización y de prácticas políticas básicamente masculinas, pensadas por hombres, para hombres, más accesibles, desde lo culturalmente establecido para los hombres que para las mujeres. Por ejemplo, era muy difícil conciliar la militancia con la maternidad, que aunque mucho más compartida con los hombres seguía siendo, de todos modos, fundamentalmente femenina. En términos organizacionales, la Conducción Nacional de Montoneros fue, salvo la honrosa excepción de Inés Carazo, ocupada por hombres. Sin embargo, hubo cierto sentido de igualdad entre los géneros, de reconocimiento de la paridad del otro como un interlocutor válido y como compañero o compañera de una ruta en la que se ponía en juego nada menos que la vida.

Cautivas en acción –Hubo un gran número de sobrevivientes mujeres, ¿eso les da un plus de sospecha? –Yo creo que la situación de desventaja que las mujeres tienen en cualquier esquema machista puede invertirse y jugar a favor en determinadas circunstancias. En algunos casos, se puede considerar que ocurrió esto en las circunstancias de secuestro.

–Quizás por su saber sobre la subjetividad y su cultura de “tretas del débil”.

–De hecho hay una sobrerrepresentación de mujeres en el universo de los sobrevivientes. Yo creo que en algunos casos pudo haber ventajas relativas para las mujeres, en las que confluyeron muchísimos elementos. Uno de ellos es que la propia visión masculina las puede percibir como “monstruos mayores”, como se mencionó antes, pero también como menos peligrosas, como enemigo menor, como más débiles, como menos responsables de sus actos. También, en este sentido, abundó la idea de que las mujeres habían sido puestas en riesgo por la “irresponsabilidad” de sus maridos, de la que los militares podrían aparecer como “salvadores”, en contados casos, muy específicos. Por otra parte, todos los ejércitos han tratado de adueñarse de las mujeres de los vencidos y entonces, el hecho de preservar a aquellas que casualmente fueran esposas o compañeras de dirigentes políticos es también una forma de apropiación de sus vidas y, en algún sentido indirecto, en el imaginario, una forma de poder sobre los hombres, los otros hombres que teóricamente poseían a esas mujeres. Creo que eso también puede haber jugado como un elemento importante. Pero tampoco se puede soslayar que, si el hombre está socialmente preparado para actuar de una manera mucho más frontal, la mujer conoce mejor lo que podríamos llamar resistencia. Sabe cómo moverse lateralmente, rodeando los fenómenos, manejándose de manera subterránea, indirecta y esto le permitió, en algunos casos, actuar con más habilidad en la situación de secuestro, buscando resquicios y encontrándolos, cuando la suerte la acompañó. Si no me equivoco, se registró algo parecido en los campos de concentración nazis.

–¿Cuáles eran los indicios de “recuperación” en el caso de las mujeres?

–Ellos habían creado un estereotipo que les permitiera odiar y eliminar al otro porque así se procede en cualquier proyecto autoritario de exterminio. Ahora, lo que va a pasar en la convivencia con los prisioneros es que los sujetos con que ellos se encuentran no corresponden con este estereotipo. Y esas mujeres que ellos habían construido como crueles, frías, malas madres y peores esposas, tampoco coincidían con las que tenían enfrente. En el caso de la Armada –porque la Aeronáutica no se planteó ninguna recuperación, sino el simple exterminio– lo que los marinos llamaban recuperación, con toda la ambivalencia de esta figura, tenía que ver con que una mujer recuperara las conductas y los roles tradicionales. En alguna medida, asumirse como el convencional objeto de complacencia, es decir, no agresiva, arreglada físicamente, cuidada, dedicada a la atención de otros, en particular de la familia y, sobre todo, centrada en los hijos. –¿Las violaciones eran un plus dentro de la experiencia del campo o tenían una resonancia especial?

–La violación estaba comprendida dentro de la experiencia de la tortura. Era una parte más de ese procedimiento de múltiples vejaciones del cuerpo, que se practicaba por oficio en la mayor parte de los campos de concentración. Tal vez donde menos registro hay de esta práctica es en la Escuela Mecánica de la Armada.

–¿Había fuerzas que ya fuera por convicciones religiosas o por cualquier otro motivo “respetaban” en ese sentido?

–Hubo diferentes maneras de entender la tortura. En Escuela Mecánica tenía que ver con un procedimiento más aséptico, como técnico, de obtención de información. Ahí la práctica habitual no era la violación, lo cual no quiere decir que no haya existido en ningún caso. En Aeronáutica, en cambio, la tortura era de tipo inquisitorial, se aplicaba como “castigo ejemplar”, aunque no se persiguiera ninguna información. En esta modalidad, la violación era la práctica habitual. De la mano de la tortura venían la violación o la vejación. De mujeres y hombres.

–Vos mencionás que en los campos suelen armarse algo así como “parejas” de presos, de amigos que se sostenían uno al otro. –Bruno Betelheim vio en los campos de concentración nazis que se formaban estas duplas y efectivamente pude observarlo en la experiencia que me tocó vivir. Yo creo que tiene que ver con una situación de gran hostilidad del medio y de desconfianza generalizada, en donde es necesario descansar en otro. Y ese otro en que se confía, ya sea porque lo conocías desde antes o porque por algún gesto te ha dado pruebas o indicios de que podés confiar en él, tiene un peso extraordinario. Es tu amarre a tu propio ser y a tu propia afectividad. Un otro en el que podés descansar, con el que podés expresar los temores que tenés y lo que realmente pensás. Es un espejo que te permite recuperar tu propia identidad. Este otro espejo ha sido fundamental para la sobrevivencia de la gente, para la posibilidad de mantenerse entero.

Porque el campo es un lugar de simulación donde hay que esconder todo lo que hay de resistente, de genuino. Lo único que se puede mostrar es lo que el campo de concentración permite o alienta. Y ese otro es el que te da la posibilidad de reflejar la otra parte tuya que permanentemente tenés que estar escondiendo. Para mí ese otro fue Lila.

Reparar lo irreparable Poder y desaparición es sólo una parte de un libro mayor cuyos dos primeros capítulos reflexionan, uno sobre el sistema político, los partidos y las Fuerzas Armadas y el otro sobre la guerrilla. Aún esperan ser publicados en este país cuya capital cicatriza a medias en monumentos y reparaciones económicas que han levantado airados debates. La ex militante responsable que hay en Pilar Calveiro le impide analizar las maneras en que se ha reciclado el poder desaparecedor en un lugar adonde hoy se encuentra de visita, sin embargo en algunos modos de “sanación” tiene una posición tomada. –¿Cuál es tu opinión en el tema del cobro de las indemnizaciones?

–Yo estoy absolutamente de acuerdo con cobrarlas. Nadie puede suponer que la indemnización repara la desaparición de alguien, porque la desaparición de una persona es irreparable, de la misma manera que la tortura. Sin embargo, cuando hay una ley que establece que determinadas personas son damnificadas, que han sido dañadas, y el Estado asume la responsabilidad de ese daño a través del reconocimiento material, esto es socialmente importante. Por eso yo considero correcto el cobro de las indemnizaciones. Creo que es justo que alguien que perdió a su padre se pare delante de una ventanilla y diga “yo vengo a recibir una reparación por un daño que se me infringió, que me infringió el Estado argentino”. Implica que hay alguien que ha sido afectado por la situación y hay alguien que se hace responsable, y por eso hay un resarcimiento. Es un acto. Por otra parte, creo que, efectivamente, los chicos que quedaron huérfanos deben recibir un dinero que nunca recibirán de sus padres. Un dinero con el que, por ejemplo, puedan comprar una casa. Hay quienes dicen: “¡Qué barbaridad! ¡Cómo ese dinero va a servir para que alguien se compre una casa!”. A mí me parece perfecto que quien no ha tenido un papá o una mamá que lo pueda ayudar económicamente reciba ese dinero y pueda comprarse un departamento; realmente no me parece un lujo ni una perversión. La indemnización no restituye al desaparecido, pero es un reconocimiento social de que la desaparición existió y que el Estado asume la responsabilidad de la misma. –¿Y respecto del monumento a la memoria de los desaparecidos?

–Mi hija menor, María, hace pintura y escultura. Ella presentó un proyecto para el monumento, con una idea que a mí me parece muy bonita, tomada de un artista polaco, Boltansky, que trabajó mucho sobre el Holocausto. Cuando a él le preguntaron si haría un monumento a las víctimas del Holocausto, contestó que no querría hacer ese monumento, pero que si lo hiciera haría uno que tuviera que estar reconstruyéndose permanentemente porque el peligro de los monumentos es que fijen la historia, cerrándola, clausurándola. Entonces él, y también mi hija María, pensaban en un monumento que se reconstruyera, como tiene que estar reconstruyéndose la memoria. Si uno arma un monumento o un parque de la memoria con la idea de mantener la presencia de este drama para permitir su reelaboración, su recomprensión, me parece que tiene todo el sentido. Mantener la presencia es también una forma de cerrar parte de la historia, pero permitiendo su procesamiento, cerrándola y reabriéndola, no “desapareciéndola”. No se puede pensar en un monumento como algo que lo realizamos y cancela o cierra el problema; no creo que ésa sea la intención. Pero aun cuando alguien pretendiera eso, sería imposible porque esas cosas no se pueden cancelar, están vivas. Son los más responsables de esta historia los que tratan de cancelarla. Pero el monumento, como todos los actos de memoria, tiene la posibilidad de cerrar para reabrir incesantemente la mirada sobre el drama de la desaparición; en ese sentido tiene un valor de reparación que es sanador.

–En los primeros testimonios hubo una tendencia a narrar la experiencia de los desaparecidos como la de una masa inerme en manos de un poder absoluto. En tu libro rescatás dentro de la resistencia sus “virtudes cotidianas”. Y en el capítulo dedicado a vanguardias iluminadas hacés algo así como –no sé si usar esta palabra– autocrítica. –Ver al que está resistiendo como algo inerme es quitarle la condición de sujeto y yo rechazo absolutamente eso. En política hay relaciones de poder en donde está clarísimo que, por definición, hay profundas asimetrías. Entonces en la situación del golpe del ‘76 la asimetría entre lo que fue el proyecto revolucionario y la guerrilla, por un lado, y el poder militar por otro, es clarísima, no sólo en términos de fuerzas desiguales sino también en términos de proyectos y propuestas antagónicas. Esta asimetría se profundiza dramáticamente, hasta el extremo, dentro de los campos de concentración, pero eso no quiere decir que quien está en posición de desventaja sea una víctima inerme. Es alguien que se mueve, que tiene voluntad y que tiene la capacidad de actuar dentro de esas relaciones de poder completamente desiguales. El hecho de sacarlo de la supuesta condición de víctima inerme no le quita nada sino que le agrega. La víctima inerme es el lugar del sujeto paralizado. Y creo que ésa fue precisamente la intención del poder militar: paralizar a la sociedad y paralizar toda resistencia, toda oposición, pero finalmente no lo logró. Sólo lo logró parcialmente en algunos momentos. Del otro lado del pretencioso poder militar, hay otros que se mueven, desde una posición de sujeto inteligente, activo. Justamente poner el acento en esa parte no diluye la injusticia. Por el contrario, olvidar la resistencia es pensar que puede haber un poder total. Pero el poder total sólo es una ilusión del Estado –desde Leviatán para acá–. En realidad el poder total es imposible. Precisamente porque los sujetos son activos y siempre están buscando y encontrando las formas de escapar. Vos usás con cautela la palabra “autocrítica”. Yo creo que de lo que se trata es de responsabilidades. –En lugar de “culpas”.

–Y sería muy importante una reflexión crítica de los distintos actores, una reflexión política que permita establecer esas responsabilidades. No se trata de establecer ni de compartir culpas; no jugamos todos el mismo papel y es importante deslindar responsabilidades. Yo creo que nuestra generación asumió una práctica política de un gran protagonismo y que en esa práctica hubo grandes aciertos y también grandísimos errores. Creo que nos toca ahora hacer una evaluación de ella. Creo que no puede terminar la historia diciendo: “esto fue lo que pasó y ahí queda” y que los que vienen después se las arreglen con ese paquete. Y para hacer esa evaluación es necesario volver sobre lo que fue la práctica de las organizaciones revolucionarias y armadas, separándose simultáneamente de una visión ideal-heroica como de una visión condenatoria, despectiva o de ninguneo. Hay que valorar los aportes, las apuestas, los desafíos y simultáneamente las patas que se metieron, la gravedad de los errores políticos, las cosas que se querían transformar y sin embargo se reprodujeron, y por qué. Creo que debemos realizar esta valoración para los que vienen después de nosotros. Ahora nos toca hacer ese trabajo.

Fuente: Página/12
 

Poder y desaparición: los campos de concentración en Argentina



PRELUDIO  

El 7 de mayo de 1977, un comando de Aeronáutica secuestró a Pilar Calveiro en plena calle y fue llevada a lo que se conoció como "la Mansión Seré", un centro clandestino de detención de esa fuerza instalado a dos cuadras de la estación Ituzaingó. Esa noche Pilar soñó con su familia - esposo, hijas, padres- inmóvil en una foto fija y despidiéndola con un gesto de la mano. Ese día comenzó su recorrido de año y medio por un infierno que prosiguió en otros campos de concentración: la comisaría de Castelar, la ex casa de Massera en Panamericana y Thames convertida en centro de torturas del Servicio de Informaciones Navales, la ESMA, finalmente. Y este, su libro, es un libro extraordinario.

Hay obras notables sobre la experiencia concentracionaria de sobrevivientes de campos nazis de concentración o gulags soviéticos - Primo Levi, Gustaw Herling-, escritas en primera persona, como exige el testimonio. Este libro es distinto: su autora ha recurrido a la tercera persona, la persona otra, para hablar de lo vivido. Sólo al pasar se nombra a sí misma: "Pilar Calveiro: 362 ", el número que los represores le adjudicaron en la ESMA. Desde ese alejamiento despliega un campo de reflexión rico y matizado sobre "la vida entre la muerte" de los prisioneros, la esquizofrenia de los verdugos, los cruces obligados entre unos y otros, Lis diferentes actitudes de los unos y los otros. No elude tema alguno, ni aun el todavía hoy urticante en la Argentina de las sospechas que se propinan a los sobrevivientes de un campo, tal como ocurrió en la Europa de posguerra. Pilar Calveiro desmonta la fácil división de los cautivos en "héroes" y "traidores "y aborda la dura complejidad de ese problema en un universo dominado por los tormentos, el silencio, la oscuridad, el corte brutal con el afuera -apenas separado por una pared-, la arbitrariedad de los victimarios, señores de la vida y la muerte, su voluntad de convertir a la víctima en animal, en cosa, en nada. También nos habla de "la virtud cotidiana" de la resistencia de los "desaparecidos", actos pequeños de valor, anónimos, que entrañaban un gran riesgo y eran ejercicios de la dignidad humana que ni el más totalizador de los poderes puede ahogar.

La rigurosa reflexión de Pilar Calveiro no se detiene ahí: profundiza en las relaciones entre el campo de concentración y la sociedad argentina -"se corresponden", dice-, convertida en habitante de un enorme territorio concentracionario manipulado por el terror militar. Advierte: "la represión consiste en actos arraigados en la cotidianidad de la sociedad, por eso es posible". Se trata de ideas sobre las que conviene meditar: la Historia está llena de repeticiones y pocas pertenecen al orden de la comedia.

En realidad, este libro es una hazaña. Pilar Calveiro atravesó la situación más extrema del horror militar y ha tenido la difícil capacidad de pensar la experiencia. Es singular que sean los sobrevivientes de los campos las víctimas que más ahondan en lo que aconteció. Salen así del lugar de víctima que quiso imponerles para siempre la dictadura militar y sólo ellas saben a qué costo. Su contribución al despeje de la verdad y la memoria cívica es inestimable para la sociedad argentina. Que algún día -esperoreconocerá esa deuda.
Este libro contiene dos relatos. El primero es el que cuaja negro sobre blanco, analítico, pensante, aparentemente despersonalizado.
Aparentemente. El relato segundo, invisible a los ojos, es el que sostiene una escritura que jamás decae, alimentada por una pasión indemne a pesar de la tortura y la visión de diversos rostros de la muerte, y seguramente movida por el deseo de acabar con "el silencio que navega sobre la amnesia" social. Con el trabajo para y desde este texto, Pilar Calveiro sale airosa del campo de concentración y, con ella, vivos o muertos, todos sus compañeros de dolor. Es decir, este libro es también una victoria.
                                                                                                                                                       Juan Gelman

CONSIDERACIONES PRELIMINARES

Para Lila Pastoriza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resquicios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima capacidad de fuego: la risa y la burla.

Salvadores de la patria

"No se puede hacer ni la historia de los reyes ni la historia de los pueblos, sino la historia de lo que constituye uno frente al otro... estos dos términos de los cuales uno nunca es el infinito y el otro cero. " MICHEL FOLCAULT

Es casi imposible comprender el fenómeno de los campos de concentración en Argentina sin hacer referencia a las características previas de algunos de los actores políticos que coexistieron en ellos, ya sea administrándolos o padeciéndolos. Me refiero, en particular, a las Fuerzas Armadas y a las organizaciones guerrilleras, como actores principales del drama.

Con respecto a ¡as Fuerzas Armadas, cabe recordar que entre 1 930 y 1 976, la cercanía con el poder, la pugna por el mismo y la representación de diversos proyectos políticos de los sectores dominantes les fue dando un peso político propio y una autonomía relativa creciente. Si en 1930 el Ejército intervino simplemente para asegurar los negocios de la oligarquía en la coyuntura de la gran crisis de 1929, en 1976, en cambio, se lanzó para desarrollar una propuesta propia, concebida desde dentro mismo de la institución y a partir de sus intereses específicos.

Cuando los grupos económicamente poderosos del país perdieron la capacidad de controlar el sistema político y ganar elecciones -cosa que ocurrió desde el surgimiento del radicalismo y se profundizó con el peronismo-, las Fuerzas Armadas, y en especial el Ejército, se constituyeron en el medio para acceder al gobierno a través de las asonadas militares. Así, se convirtieron en receptáculo de los ensayos de distintas fracciones del poder por recuperar cierto consenso pero, sobre todo, por mantener el dominio.

Las Fuerzas Armadas fueron convirtiéndose en el núcleo duro y homogéneo del sistema, con capacidad para representar y negociar con los sectores decisivos su acceso al gobierno. La gran burguesía agroéxportadora, la gran burguesía industrial y el capital monopólico se convirtieron en sus aliados, alternativa o simultáneamente. Toda decisión política debía pasar por su aprobación. La limitación que representaba para los sectores poderosos su falta de consenso se disimulaba ante el poder disuasivo y represivo de las armas; el alma del poder político se asentaba en el poder militar.

La capacidad de negociación de las Fuerzas Armadas con diferentes sectores sociales dio lugar a la formación de grupos internos que apoyaron a una u otra fracción del bloque en el poder. La institución en su conjunto fue capaz de reflejar en sus propias filas corrientes atomizadas pero que aceptaban, por vía de la disciplina y la jerarquía, una unidad institucional y una subordinación al sector dominante, según el proyecto de turno. Las corrientes internas pudieron articularse y encontrar consistencia por la identificación con el interés corporativo y por la existencia de una red de lealtades e influencias que sostiene la estructura: la pertenencia a una determinada arma o a una promoción, el haber compartido un destino o el conocimiento personal, anees que las inclinaciones político ideológicas, pueden ser razón de respeto y reconocimiento. Este rasgo fue de primera importancia en el marco de una nación en que las clases dominantes no habían logrado forjar una alianza estable y los partidos políticos atravesaban una profunda crisis de representación frente a una sociedad compleja y ambivalente. La atomización política y económica de la sociedad se compensaba entonces, hasta cierto punto, por la unidad disciplinaria del aparato armado y su imposición sobre la sociedad.
De esta manera, las Fuerzas Armadas concentraron la suma del poder militar y la representación de múltiples fracciones y segmentos del poder, adjudicada tácitamente. Esta conjunción explica su alta independencia con respecto a cada una de las fracciones o segmentos en particular.
El proceso conjunto de autonomía relativa y acumulación de poder crecientes las llevó a asumir con bastante nitidez el papel mismo del Estado, de su preservación y de su reproducción, como núcleo de las instituciones políticas, en el marco de una sociedad cuyos partidos eran incapaces de diseñar una propuesta hegemónica.

Así, los militares "salvaron" reiteradamente al país -o a los grupos dominantes- a lo largo de 45 años; a su vez, sectores importantes de la sociedad civil reclamaron y exigieron ese salvataje una vez tras otra. En 1 976, no existía partido político en Argentina que no hubiera apoyado o participado en alguno de los numerosos golpes militares. Radicales del pueblo, radicales intransigentes, conservadores, peronistas, socialistas y comunistas se asociaron con ellos, en diferentes coyunturas.

El general Benito Reynaldo Bignone, último presidente de facto, señaló: "nunca un general se levantó una mañana y dijo: 'vamos a descabezar a un gobierno'. Los golpes de Estado son otra cosa, son algo que viene de la sociedad, que va de ella hacia el Ejército, y éste nunca hizo más que responder a ese pedido.'" El razonamiento es tramposo por ser sólo parcialmente cierto. Se podría decir, en cambio, que los golpes de Estado vienen de la sociedad y van hacia ella; la sociedad no es el genio maligno que los gesta ni tampoco su víctima indefensa. Civiles y militares tejen la trama del poder. Civiles y militares han sostenido en Argentina un poder autoritario, golpista y desaparecedor de toda disfuncionalidad. Y sin embargo, la trama no es homogénea; reconoce núcleos duros y también fisuras, puntos y líneas de fuga, que permiten explicar la índole del poder.
Cuando se dio el golpe de 1976, por primera vez en la historia de las asonadas, el movimiento se realizó con el acuerdo activo y unánime de las tres armas. Fue un movimiento institucional, en el que participaron todas las unidades sin ningún tipo de ruptura de las estructuras jerárquicas decididas, esta vez sí, a dar una salida definitiva y drástica a la crisis. En ese momento, la historia argentina había dado una vuelta decisiva. El peronismo, ese "mal" que signara por décadas la vida nacional, amenaza y promesa constante durante casi 30 años, había hecho su prueba final con el consecuente fracaso. Se habían sucedido, sin descanso, años de violencia, la reinstalación de Perón en el gobierno y el derrumbe de su modelo de concertación, el descontrol del movimiento peronista, el caos de la sucesión presidencial y el desastroso gobierno de Isabel Perón, el rebrote de la guerrilla, la crisis económica más fuerte de la historia argentina hasta entonces; en suma, algo muy similar al caos. Argentina parecía no tener ya cartas para jugar. La sociedad estaba harta y, en particular la clase media, clamaba por recuperar algún orden. Los militares estaban dispuestos a "salvar" una vez más al país, que se dejaba rescatar, dispuesto a cerrar los ojos con tal de recuperar la tranquilidad y la prosperidad perdidas muchos años atrás -y gracias a más de un gobierno militar.

Las tres armas asumieron la responsabilidad del proyecto de salvataje.

Ahora sí, producirían todos los cambios necesarios para hacer de Argentina otro país. Para ello, era necesario emprender una operación de "cirugía mayor", así la llamaron. Los campos de concentración fueron el quirófano donde se llevó a cabo dicha cirugía -no es casualidad que se llamaran quirófanos a las salas de tortura-; también fueron, sin duda, el campo de prueba de una nueva sociedad ordenada, controlada, arenada.

Las Fuerzas Armadas asumieron el disciplinamiento de la sociedad, para modelarla a su imagen y semejanza. Ellas mismas como cuerpo disciplinado, de manera tan brutal como para internalizar, hacer carne, aquello que imprimirían sobre la sociedad. Desde principios de siglo, bajo el presupuesto del orden militar se impuso el castigo físico -virtual tortura-sobre militares y conscriptos, es decir sobre toda la población masculina del país. Cada soldado, cada cabo, cada oficial, en su proceso de asimilación y entrenamiento aprendió la prepotencia y la arbitrariedad del poder sobre su propio cuerpo y dentro del cuerpo colectivo de la institución armada.

Cuando la disciplina se ha hecho carne se convierte en obediencia, en "la sumisión a la autoridad legítima. El deber de un soldado es obedecer ya que ésta es la primera obligación y la cualidad más preciada de todo militar"'. Es decir, las órdenes no se discuten, se cumplen.
Pero vale la pena detenerse un momento en el proceso orden-obediencia, grabado a fuego en las instituciones militares. Cuanto más grave es la orden, más difusa, "eufemística", suele ser su formulación y más se difumina también el lugar del que emana, perdiéndose en la larguísima cadena de mandos.

Hay algunos mecanismos internos que facilitan el flujo de la obediencia y diluyen la responsabilidad. La orden supone, implícitamente, un proceso previo de autorización. El hecho de que un acto esté autorizado parece justificarlo de manera automática. Al provenir de una autoridad reconocida como legítima, el subordinado actúa como si no tuviera posibilidad de elección. Se antepone a todo juicio moral el deber de obedecer y la sensación de que la responsabilidad ha sido asumida en otro lugar. El ejecutor se siente así libre de cuestionamiento y se limita al cumplimiento de la orden. Los demás son cómplices silenciosos.

El miedo se une a la obligación de obedecer, reforzándola. La fuerza del castigo que sobreviene a cualquier incumplimiento, y que se ha grabado previamente en el subordinado, es el sustrato de este miedo, que se refuerza permanentemente con nuevas amenazas. La aceptación de la institución y el temor a su potencialidad destructiva no son elementos excluyentes.

A su vez, existe un proceso de burocratización que implica una cierta rutina, "naturaliza" las atrocidades y, por lo mismo, dificulta el cuestionamiento de las órdenes. En la larga cadena de mandos cada subordinado es un ejecutor parcial, que carece de control sobre el proceso en su conjunto. En consecuencia, las acciones se fragmentan y las responsabilidades se diluyen.

Las cabezas dan unas órdenes con las que no toman contacto. Los ejecutores se sienten piezas de una complicadísima maquinaria que no controlan y que puede destruirlos. El campo de concentración aparece como una máquina de destrucción, que cobra vida propia. La impresión es que ya nadie puede detenerla. La sensación de impotencia frente al poder secreto, oculto, que se percibe como omnipotente, juega un papel clave en su aceptación y en una actitud de sumisión generalizada.

Por último, la diseminación de la disciplina en la sociedad hace que la conducta de obediencia tenga un alto consenso y la posibilidad de insubordinación sólo se plantee aisladamente. Aunque el dispositivo está preparado para que los individuos obedezcan de manera automática e incondicional, esto ocurre en distintos grados, que van de la más profunda internalización a un consentimiento poco convencido, sin desechar la desobediencia que, aunque es muy eventual, existe. Aun en el centro mismo del poder, la homogeneización y el control total son sólo ilusiones.
La autonomía creciente de las Fuerzas Armadas, su vínculo con la sociedad y el papel que jugó en ellas la disciplina y el temor son sólo un apunte preliminar para recordar que sin estos elementos no hubiera sido posible la experiencia concentracionaria. No intentaré trazar aquí las características del poder en el llamado Proceso de Reconstrucción Nacional. Aparecerán a lo largo del texto a través de una de sus criaturas, quizás la más oculta, una creación periférica y medular al mismo tiempo: el campo de concentración.

Sin embargo, cabe señalar también que las características de este poder desaparecedor no eran flamantes, no constituyeron un invento.
Arraigaban profundamente en la sociedad desde el siglo XIX, favoreciendo la desaparición de lo disfuncional, de lo incómodo, de lo conflictivo. No obstante, el Proceso tampoco puede entenderse como una simple continuación o una repetición aumentada de las prácticas antes vigentes.
Representó, por el contrario, una nueva configuración, imprescindible para la institucionalización que le siguió y que hoy rige. Ni más de lo mismo, ni un monstruo que la sociedad engendró de manera incomprensible. Es un hijo legítimo pero incómodo que muestra una cara desagradable y exhibe las vergüenzas de la familia en tono desafiante. A la vez, oculta parte de su ser más íntimo. Intentamos mirarlo aquí de frente a esa cara oculta, que se esconde, en el rostro del pretendido "exceso", verdadera norma de un poder desaparecedor que a su vez se nos desaparece también a nosotros una y otra vez.

La vanguardia iluminada
"Los muertos demandan a los vivos: recordadlo todo y contadlo; no solamente pera combatir los campos sino también para que nuestra vida, al dejar de sí una huella, conserve su sentido." TZVETAN TODOROV

En los años setenta proliferaron diversos movimientos armados latinoamericanos, palestinos, asiáticos. Incluso en algunos países centrales, como Alemania, Italia y Estados Unidos se produjeron movimientos emparentados con esta concepción de la política, que ponía el acento en la acción armada como medio para crear las llamadas "condiciones revolucionarias".

No se trató de un fenómeno marginal, sino que el foquismo y, en términos más generales, el uso de la violencia, pasó a ser casi condición sine cua non de los movimientos radicales de la época. Dentro del espectro de los círculos revolucionarios, casi exclusivamente las izquierdas estalinistas y ortodoxas se sustrajeron a la influencia de la lucha armada. La guerrilla argentina formó parte de este proceso, sin el cual sería incomprensible. La concepción foquista adoptada por las organizaciones armadas, al suponer que del accionar militar nacería la conciencia necesaria para iniciar una revolución social, las llevó a deslizarse hacia una concepción crecientemente militar. Pero en realidad, la idea de considerar la política básicamente como una cuestión de fuerza, aunque profundizada por el foquismo, no era una "novedad" aportada por la joven generación de guerrilleros, ya fueran de origen peronista o guevarista, sino que había formado parte de la vida política argentina por lo menos desde 1930.

Los sucesivos golpes militares, entre ellos el de 1955, con fusilamiento de civiles y bombardeo sobre una concentración peronista en Plaza de Mayo; los fusilamientos de José León Suárez; la proscripción del peronismo, entre 1955 y 1973, que representaba la mayoría electoral compuesta por los sectores más desposeídos de la población; la cancelación de la democracia efectuada por la Revolución Argentina de 1966, cuya política represiva desencadenó levantamientos de tipo insurreccional en las principales ciudades del país (Córdoba, Tucumán, Rosario y Mendoza, entre 1969 y 1972), fueron algunos de los hechos violentos del contexto político netamente impositivo, en el que creció esta generación. Por eso, la guerrilla consideraba que respondía a una violencia ya instalada de antemano en la sociedad.

Al inicio de la década de los 70, muchas voces, incluidas las de políticos, intelectuales, artistas, se levantaban en reivindicación de la violencia, dentro y fuera de Argentina. Entre ellas tenía especial ascendiente en ciertos sectores de la juventud la de Juan Domingo Perón quien, aunque apenas unos años después llamaría a los guerrilleros "mercenarios", "agentes del caos' e "inadaptados", en 1 970 no vacilaba en afirmar: "La dictadura que azota a la patria no ha de ceder en su violencia sino ante otra violencia mayor.'"1 "La subversión debe progresar. Lo que está entronizado es la violencia. Y sólo puede destruirse por otra violencia. Una vez que se ha empezado a caminar por ese camino no se puede retroceder un paso. La revolución tendrá que ser violenta."

Por otra parte, la práctica inicial de la guerrilla y la respuesta que obtuvo de vastos sectores de la sociedad afianzó la confianza en la lucha armada para abordar los conflictos políticos. Jóvenes, que en su mayoría oscilaban entre los 18 y los 25 años, lograron concentrar la atención del país con asaltos a bancos, secuestros, asesinatos, bombas y toda la gama de acciones armadas que, a su vez, les dieron una voz política. "Sí, sí, señores, soy terrorista; sí sí señores, de corazón... " cantaban en 1 973 decenas de miles de jóvenes congregados en las columnas de la Juventud Peronista que, en realidad, nunca fueron terroristas; si acaso, algunos pocos eran militantes armados.

¿Qué pretendían? Desde la izquierda o el peronismo buscaban, básicamente, una sociedad mejor. En el lenguaje de la época, la "patria socialista" quería decir, sustancialmente, mayor justicia social, mejor distribución de la riqueza, participación política. Pretendían ser la vanguardia que abriría el camino, aun a costa de su propio sacrificio, para una Argentina más incluyente.

Durante los primeros años de actividad, entre 1970 y 1974, la guerrilla tendía a seleccionar de manera muy política los blancos del accionar armado, pero a medida que la práctica militar se intensificó, el valor efectista de la violencia multiplicó engañosamente su peso político real; la lucha armada pasó a ser la máxima expresión de la política primero, y la política misma más tarde.

La influencia del peronismo en las Organizaciones Armadas Peronistas, y su práctica de base creciente entre los años 1972 y 1974, las había llevado a una concepción necesariamente mestiza entre el foquismo y el populismo, más rica y compleja. Pero esta apertura se fue desvirtuando y empobreciendo a medida que Montoneros se distanciaba del movimiento peronista y crecía su aislamiento político general.
El proceso de militarización de las organizaciones y la consecuente desvinculación de la lucha de masas tuvieron dos vertientes principales: por una parte el intento de construir, como actividad prioritaria, un ejército popular que se pretendía con las mismas características de un ejército regular, por la otra la represión que, sobre todo en el caso de Montoneros, la fue obligando a abandonar el amplio trabajo de base desarropado entre 1972 y 1974.

La militarización, y un conjunto de fenómenos colaterales pero no menos importantes, como la falta de participación de los militantes en la toma de decisiones, el autoritarismo de las conducciones y el acallamiento del disenso -fenómenos que se registraron en muchas de las guerrillas latinoamericanas- debilitaron internamente a las organizaciones guerrilleras. Lo cierto es que su proceso de descomposición estaba bastante avanzado cuando se produjo el golpe militar de 1976. La guerrilla había comenzado a reproducir en su interior, por lo menos en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar.

Las armas son potencialmente "enloquecedoras": permiten matar y, por lo tanto, crean la ilusión de control sobre la vida y la muerte. Como es obvio, no tienen por sí mismas signo político alguno pero puestas en manos de gente muy joven que además, en su mayoría, carecía de una experiencia política consistente funcionaron como una muralla de arrogancia y soberbia que encubría, sólo en parte, una cierra ingenuidad política.

Frente a un Ejército tan poderoso como el argentino, en 1974 los guerrilleros ya no se planteaban ser francotiradores, debilitar, fraccionar y abrir brechas en él; querían construir otro de semejante o mayor potencia, igualmente homogéneo y estructurado. Poder contra poder. La guerrilla había nacido como forma de resistencia y hostigamiento contra la estructura monolítica militar pero ahora aspiraba a parecerse a ella y disputarle su lugar. Se colocaba así en el lugar más vulnerable; las Fuerzas Armadas respondieron con todo su potencial de violencia.

La persecución que se desató contra las organizaciones sociales y políticas de izquierda en general y contra las organizaciones armadas en particular, después de la breve "primavera democrática", partió, en primer lugar, de la derecha del movimiento peronista, ligada con importantes sectores del aparato represivo. Ya en octubre de 1973, comenzó el accionar público de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A (AAA), dirigida por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, y claramente protegida y vinculada con los organismos de seguridad.' A partir de la muerte de Perón, desatada la pugna por la "sucesión política" dentro del peronismo, su accionar se aceleró. Entre julio y agosto de 1 974 se contabilizó un asesinato de la AAA cada 9 horas". Para septiembre de 1974 habían muerto, en atentados de esa organización, alrededor de 200 personas. Se inició entonces la práctica de la desaparición de personas.

Por su parte, durante 1974 y 1975, la guerrilla multiplicó las acciones armadas, aunque nunca alcanzó el número ni la brutalidad del accionar paramilitar-por ejemplo, jamás practicó la tortura, que fue moneda corriente en las acciones de la AAA. Se desató entonces una verdadera escalada de violencia entre la derecha y la izquierda, dentro y fuera del peronismo.

Cuando se produjo el golpe de 1976 -que implicó la represión masificada de la guerrilla y de toda oposición política, económica o de cualquier tipo, con una violencia inédita-, al desgaste interno de las organizaciones y a su aislamiento se sumaban las bajas producidas por la represión de la Triple A. Sin embargo, tanto ERP como Montoneros se consideraban a sí mismas indestructibles y concebían el triunfo final como parte de un destino histórico prefijado.

A partir del 24 de marzo, la política de desapariciones de la AAA tomó el carácter de modalidad represiva oficial, abriendo una nueva época en la lucha contrainsurgente. En pocos meses, las Fuerzas Armadas destruyeron casi totalmente al ERP y a las regionales de Montoneros que operaban en Tucumán y Córdoba. Los promedios de violencia de ese año indicaban un asesinato político cada cinco horas, una bomba cada tres y 15 secuestros por día, en el último trimestre del año. La inmensa mayoría de las bajas correspondía a los grupos militantes; sólo Montoneros perdió, en el lapso de un año, 2 mil activistas, mientras el ERP desapareció.

Además, existían en el país entre 5 y 6 mil presos políticos, de acuerdo con los informes de Amnistía Internacional.

Roberto Santucho, el máximo dirigen te del ERP, comprendió demasiado tarde. En julio de 1976, pocos días antes de su muerte y de la virtual desaparición de su organización, habría afirmado: "Nos equivocamos en la política, y en subestimar la capacidad de las Fuerzas Armadas al momento del golpe. Nuestro principal error fue no haber previsto el reflujo del movimiento de masas, y no habernos replegado."

La conducción montonera, lejos de tal reflexión, realizó sus "cálculos de guerra", considerando que si se salvaba un escaso porcentaje de guerrilleros en el país (Gasparíni, calcula que unos cien) y otros tantos en el exterior, quedaría garantizada la regeneración de la organización una vez liquidado el Proceso de Reorganización Nacional. Así, por no abandonar sus territorios, entregó virtualmente a buena parte de sus militantes, que serían los pobladores principales de los campos de concentración.

La guerrilla quedó atrapada tanto por la represión como por su propia dinámica y lógica internas; ambas la condujeron a un aislamiento creciente de la sociedad. Desde un punto de vista político, se puede señalar la desinserción creciente de la que ya se habló; la militarización de lo político y la prevalencia de una lógica revolucionaria contra todo sentido de realidad partiendo, como premisa incuestionable, de la certeza absoluta del triunfo. En lo estrictamente organizativo, el predominio de lo organizacional sobre lo político, la falta de participación de los militantes en los mecanismos de promoción y en la toma de decisiones; el desconocimiento y "disciplinamiento" del desacuerdo interno y el enquistamiento de una conducción torpe ineficiente que, sin embargo, se consideraba irrevocable infalible. Todos estos Fueron factores decisivos en la derrota militar y política del proyecto guerrillero.

El incremento de la represión y las condiciones internas de las organizaciones cerraron una trampa mortal. Los militantes convivían con la muerte desde 1975; desde entonces era cada vez más próxima la posibilidad de su aniquilamiento que la de sobrevivir. Aunque muchos, en un rasgo de lucidez política o de instinto de supervivencia, abandonaron las organizaciones para salir al exterior o esconderse dentro del país -a menudo siendo apresados en el intento-, un gran número permaneció hasta el final, a pesar de lo evidente de la derrota. ¿Por qué?

La fidelidad a los principios originarios del movimiento, para entonces bastante desvirtuados, fue una parte; la sensación de haber emprendido un camino sin retorno hizo el resto. Los militantes que siguieron hasta el fin, lo que en la mayoría de los casos significó su propio fin, estaban atrapados entre una oscura sensación de deuda moral o culpa con sus propios compañeros muertos, una construcción artificial de convicciones políticas que sólo se sostenía en la dinámica interna de las organizaciones, la situación represiva externa que no reconocía deserciones ni "arrepentimientos" y la propia represión de la organización que castigaba con la muerte a los desertores.

Estas fueron las condiciones en las que cayeron en manos de los militares para ir a dar a los numerosos campos de concentración-exterminio. Como es evidente, no se trataba de las mejores circunstancias para soportar la muerte lenta, dolorosa y siniestra de los campos, ni mucho menos la tortura indefinida e ilimitada que se practicaba en ellos. Los militantes caían agotados. El manejo de concepciones políticas dogmáticas como la infalibilidad de la victoria, que se deshacían al primer contacto con la realidad del "chupadero"; la sensación de acorralamiento creciente vivida durante largos meses de pérdida de los amigos, de los compañeros, de las propias viviendas, de todos los puntos de referencia; la desconfianza latente en las conducciones, mayor a medida que avanzaba el proceso de destrucción; 1^ soledad personal en que los sumía la clandestinidad, cada vez más dura; la persistencia del lazo político con la organización por temor o soledad más que por convicción, en buena parte de los casos; el resentimiento de quienes habían roto sus lazos con las organizaciones pero por la falta de apoyo de éstas no habían podido salir del país; las causas de la caída, muchas veces asociadas con la delación, eran sólo algunas de las razones por las que el militante caía derrotado de antemano.

Estos hechos facilitaron y posibilitaron la modalidad represiva del "chupadero". El tormento indiscriminado e ilimitado tuvo un papel importante en los niveles de eficiencia que lograron las Fuerzas Armadas en su accionar represivo, pero no es menos cierto que estos otros factores permitieron que se encontraran con un "enemigo" previamente debilitado.

La guerrilla había llegado a un punto en que sabía más cómo morir que cómo vivir o sobrevivir, aunque estas posibilidades fueran cada vez más inciertas.

LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

"...el experimento de dominación total en los campos de concentración depende del aislamiento respecto del mundo de todos los demás, del mundo de los vivos en general... Este aislamiento explica la irrealidad peculiar y la falta de credibilidad, que caracteriza a todos los relatos sobre los campos de concentración... tales campos son la verdadera institución central del poder organizado totalitario."

"Cualquiera que hable o escriba acerca de los campos de concentración es considerado como un sospechoso; y si quien habla ha regresado decididamente al mundo de los vivos, él mismo se siente asaltado por dudas con respecto a su verdadera sinceridad, como si hubiese confundido una pesadilla con la realidad." Hannah Arent

Poder y represión

El poder, a la vez individualizante y totalitario, cuyos segmentos molares, siguiendo la imagen ele Deleuze, están inmersos en el caldo molecular que los alimenta2 es, antes que nada, un multifacético mecanismo de represión.

Las relaciones de poder que se entretejen en una sociedad cualquiera, las que se fueron estableciendo y reformulando a lo largo de este siglo en Argentina y de las que se habló al comienzo son el conjunto de una serie de enfrentamientos, las más de las veces violentos y siempre con un fuerte componente represivo. No hay poder sin represión pero, más que eso, se podría afirmar que la represión es el alma misma del poder. Las formas que adopta lo muestran en su intimidad más profunda, aquella que, precisamente porque tiene la capacidad de exhibirlo, hacerlo obvio, se mantiene secreta, oculta, negada.

En el caso argentino, la presencia constante de la institución militar en la vida política manifiesta una dificultad para ocultar el carácter violento de la dominación, que se muestra, que se exhibe como una amenaza perpetua, como un recordatorio constante para el conjunto de la sociedad.
"Aquí estoy, con mis columnas ele hombres y mis armas; véanme", dice el poder en cada golpe pero también en cada desfile patriótico.

Sin embargo, los uniformes, el discurso rígido y autoritario de los militares, los fríos comunicados difundidos por las cadenas de radio y televisión en cada asonada, no son más que la cara más presentable de su poder, casi podríamos decir su traje de domingo. Muestran un rostro rígido y autoritario, sí, pero también recubierto de un barniz de limpieza, rectitud y brillo del que carecen en el ejercicio cotidiano del poder, donde se asemejan más a crueles burócratas avariciosos que a los cruzados del orden y la civilización que pretenden ser.

Ese poder, cuyo núcleo duro es la institución militar pero que comprende otros sectores de la sociedad, que se ejerce en gobiernos civiles y militares desde la fundación de la nación, imitando y clonando a un tiempo, se pretende a sí mismo como total. Pero este intento de totalización no es más que una de las pretensiones del poder. "Siempre hay una hoja que se escapa y vuela bajo el sol." Las líneas de fuga, los hoyos negros del poder son innumerables, en toda sociedad y circunstancia, aun en los totalitarismos más uniformemente establecidos.

Es por eso que para describir la índole específica de cada poder es necesario referirse no sólo a su núcleo duro, a lo que él mismo acepta como constitutivo de sí, sino a lo que excluye y a lo que se le escapa, a aquello que se fuga de su complejo sistema, a la vez central y fragmentario.
Allí cobra sentido la función represiva que se despliega para controlar, apresar, incluir a todo lo que se le fuga de ese modelo pretendidamente total. La exclusión no es más que un forma de inclusión, inclusión de lo disfuncional en el lugar que se le asigna. Por eso, los mecanismos y las tecnologías de la represión revelan la índole misma del poder, la forma en que éste se concibe a sí mismo, la manera en que incorpora, en que refuncionaliza y donde pretende colocar aquello que se le escapa, que no considera constitutivo. La represión, el castigo, se inscriben dentro de los procedimientos del poder y reproducen sus técnicas, sus mecanismos. Es por ello que las formas de la represión se modifican de acuerdo con la índole del poder. Es allí donde pretendo indagar.

Si ese núcleo duro exhibe una parte de sí, la "mostrable" que aparece en los desfiles, en el sistema penal, en el ejercicio legítimo de la violencia, también esconde otra, la "vergonzante", que se desaparecen el control ilícito de correspondencias y vidas privadas, en el asesinato político, en las prácticas de tortura, en los negociados y estafas.

Siempre el poder muestra y esconde, y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como en lo que oculta. En cada una de esas esferas se manifiestan aspectos aparentemente incompatibles pero entre los que se pueden establecer extrañas conexiones. Me interesa aquí hablar de la cara negada del poder, que siempre existió pero que fue adoptando distintas características.

En Argentina, su forma más tosca, el asesinato político, fue una constante; por su parte, la tortura adoptó una modalidad sistemática e institucional en este siglo, después de la Revolución del 30 para los prisioneros políticos, y fue una práctica constante e incluso socialmente aceptada como 25 normal en relación con los llamados delincuentes comunes. El secuestro y posterior asesinato con aparición del cuerpo de la víctima se realizó, sobre todo a partir de los años setenta, aunque de una manera relativamente excepcional.

Sin embargo todas esas prácticas, aunque crueles en su ejercicio, se diferencian de manera sustancial de la desaparición de personas, que merece una reflexión aparte. La desaparición no es un eufemismo sino una alusión literal: una persona que a partir de determinado momento desaparece, se esfuma, sin que quede constancia de su vida o de su muerte. No hay cuerpo de la víctima ni del delito. Puede haber testigos del secuestro y presuposición del posterior asesinato pero no hay un cuerpo material que dé testimonio del hecho.

La desaparición, como forma de represión política, apareció después del golpe de 1966. Tuvo en esa época un carácter esporádico y muchas veces los ejecutores fueron grupos ligados al poder pero no necesariamente los organismos destinados a la represión institucional.

Esta modalidad comenzó a convertirse en un uso a partir de 1974, durante el gobierno peronista, poco después de la muerte de Perón. En ese momento las desapariciones corrían por cuenta de la AAA y el Comando Libertadores de América, grupos que se podía definir como parapoliciales o paramilitares. Estaban compuestos por miembros de las fuerzas represivas, apoyados por instancias gubernamentales, como el Ministerio de Bienestar Social, pero operaban de manera independiente de esas instituciones. Estaban sostenidos por y coludidos con el poder institucional pero también se podían diferenciar de él.

No obstante, ya entonces, cuando en febrero de 1975 por decreto del poder ejecutivo se dio la orden de aniquilar la guerrilla, a través del Operativo Independencia se inició en Tucumán una política institucional de desaparición de personas, con el silencio y el consentimiento del gobierno peronista, de la oposición radical y de amplios sectores de la sociedad.

Otros, como suele suceder, no sabían nada; otros más no querían saber.

En ese momento aparecieron las primeras instituciones ligadas indisolublemente con esta modalidad represiva: los campos de concentración-exterminio.

Es decir que la figura de la desaparición, como tecnología del poder instituido, con su correlato institucional, el entripo de concentración-exterminio hicieron su aparición estando en vigencia las llamadas instituciones democráticas y dentro de la administración peronista de Isabel Martínez. Sin embargo, eran entonces apenas una de las tecnologías de lo represivo.

El golpe de 1976 representó un cambio sustancial: la desaparición y el campo de concentración-exterminio dejaron de ser una de las formas de la represión para convertirse en la modalidad represiva del poder, ejecutada de manera directa desde las instituciones militares. Desde entonces, el eje de la actividad represiva dejó de girar alrededor cié las cárceles para pasar a estructurarse en torno al sistema de desaparición de personas, que se montó desde y dentro de las Fuerzas Armadas.

¿Qué representó esta transformación? Las nuevas modalidades de lo represivo nos hablan también de modificaciones en la índole del poder.
Parto de la idea de que el Proceso de Reorganización Nacional no fue una extraña perversión, algo ajeno a la sociedad argentina y a su historia, sino que forma parte de su trama, está unido a ella y arraiga en su modalidad y en las características del poder establecido.

Sin embargo, afirmo también que el Proceso no representó una simple diferencia de grado con respecto a elementos preexistentes, sino una reorganización de los mismos y la incorporación de otros, que dio lugar a nuevas formas de circulación del poder dentro de la sociedad. Lo hizo con una modalidad represiva: los campos de concentración-exterminio.

Los campos de concentración, ese secreto a voces que todos temen, muchos desconocen y unos cuantos niegan, sólo es posible cuando el intento totalizador del Estado encuentra su expresión molecular, se sumerge profundamente en la sociedad, perméandola y nutriéndose de ella. Por eso son una modalidad represiva específica, cuya particularidad no se debe desdeñar. No hay campos de concentración en todas las sociedades. Hay muchos poderes asesinos, casi se podría afirmar que todos lo son en algún sentido. Pero no todos los poderes son concentracionarios. Explorar sus características, su modalidad específica de control y represión es una manera de hablar de la sociedad misma y de las características del poder que entonces se instauró y que se ramifica y reaparece, a veces idéntico y a veces mutado, en el poder que hoy circula y se reproduce.

No existen en la historia de los hombres paréntesis inexplicables. Y es precisamente en los periodos de "excepción", en esos momentos molestos y desagradables que las sociedades pretenden olvidar, colocar entre paréntesis, donde aparecen sin mediaciones ni atenuantes, los secretos y las vergüenzas del poder cotidiano. El análisis del campo de concentración, como modalidad represiva, puede ser una de las claves para comprender las características de un poder que circuló en todo el tejido social y que no puede haber desaparecido. Si la ilusión del poder es su capacidad para desaparecerlo disfuncional, no menos ilusorio es que la sociedad civil suponga que el poder desaparecedor desaparezca, por arte de una magia inexistente.

Somos compañeros, amigos, hermanos
Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos de concentración-exterminio, distribuidos en todo el territorio nacional. Se registró su existencia en 11 de las 23 provincias argentinas, que concentraron personas secuestradas en todo el país. Su magnitud fue variable, tanto por el número de prisioneros como por el tamaño de las instalaciones.

Se estima que por ellos pasaron entre 15 y 20 mil personas, de las cuales aproximadamente el 90 por ciento fueron asesinadas. No es posible precisar el número exacto de desapariciones porque, si bien la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas recibió 8960 denuncias, se sabe que muchos de los casos no fueron registrados por los familiares. Lo mismo ocurre con un cierto número de sobrevivientes que, por temor u otras razones, nunca efectuaron la denuncia de su secuestro.

Según ¡os testimonios de algunos sobrevivientes, Juan Carlos Scarpatti afirma que por Campo de Mayo habrían pasado 3500 personas entre 1976 y 1977; Graciela Geuna dice que en La Perla hubo entre 2 mil y 1500 secuestrados; Martín Grass estima que la Escuela de Mecánica de la Armada alojó entre 3 mil y 4500 prisioneros de 1976 a 1979; el informe de Conadep indicaba que El Atlético habría alojado más de 1 500 personas. Sólo en estos cuatro lugares, ciertamente de los más grandes, los testigos directos hacen un cálculo que, aunque parcial por el tiempo de detención, en el más optimista de los casos, asciende a 9500 prisioneros.

No parece descabellado, por lo tanto, hablar de 1 5 o 20 mil víctimas a nivel nacional y durante todo el periodo. Algunas entidades de defensa de los derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo, se refieren a una cifra total de 30 mil desaparecidos.

Diez, veinte, treinta mil torturados, muertos, desaparecidos... En estos rangos las cifras dejan de tener una significación humana. En medio de los grandes volúmenes los hombres se transforman en números constitutivos de una cantidad, es entonces cuando se pierde la noción de que se está hablando de individuos. La misma masificación del fenómeno actúa deshumanizándolo, convirtiéndolo en una cuestión estadística, en un problema de registro. Como lo señala Todorov, "un muerto es una tristeza, un millón de muertos es una información"'. Las larguísimas listas de desaparecidos, financiadas por los organismos de derechos humanos, que se publicaban en los periódicos argentinos a partir de 1980, eran un recordatorio de que cada línea impresa, con un nombre y un apellido representaba a un hombre de carne y hueso que había sido asesinado. Por eso eran tan impactantes para la sociedad. Por eso eran tan irritativas para el poder militar.

También por eso, en este texto intentaré centrarme en las descripciones que hacen los protagonistas, en los testimonios de las víctimas específicas que, con un nombre y un apellido, con una historia política concreta hablan de estos campos desde «/lugar en ellos. Cada testimonio es un universo completo, un hombre completo hablando de sí y de los otros.

Sería suficiente tomar uno solo de ellos para dar cuenta de los fenómenos a los que me quiero referir. Sin embargo, para mostrar la vivencia desde distintos sexos, sensibilidades, militancias, lugares geográficos y captores, aunque haré referencia a otros testimonios, tomaré básicamente los siguientes: Graciela Geuna (secuestrada en el campo de concentración de La Perla, Córdoba, correspondiente al III Cuerpo de Ejército), Martín Grass (secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada, Capital Pederal, correspondiente a la Armada de la República Argentina), Juan Carlos Scarparti (secuestrado y fugado de Campo de Mayo, Provincia de Buenos Aires, campo de concentración correspondiente al I Cuerpo de Ejército), Claudio Tamburrini (secuestrado y fugado de la Mansión Seré, provincia de Buenos Aires, correspondiente a la Fuerza Aérea), Ana María Careaga (secuestrada en El Atlético, Capital Federal, correspondiente a la Policía Federal). Todos ellos fugaron en más de un sentido.

La selección también pretende ser una muestra de otras dos circunstancias: la participación colectiva de las tres Fuerzas Armadas y de la policía, es decir de las llamadas Fuerzas de Seguridad, y su involucramiento institucional, desde el momento en que la mayoría de los campos ele concentración-exterminio se ubicó en dependencias de dichos organismos de seguridad, controlados y operados por su personal.

No abundaré en estas afirmaciones, ampliamente demostradas en el juicio que se siguió a las juntas militares en 1985. Sólo me interesa resaltar que en ese proceso quedó demostrada la actuación institucional de las Fuerzas de Segundad, bajo comando conjunto de las Fuerzas Armadas y siguiendo la cadena de mandos. Es decir que el accionar "antisubversivo" se realizó desde y dentro de la estructura y la cadena jerárquica de las Fuerzas Armadas. "Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores", afirmó en Washington el general Santiago Ornar Riveros, por si hubiera alguna duda'. En suma, fue la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.

Los sobrevivientes, e incluso testimonios de miembros del aparato represivo que declararon contra sus pares, dan cuenta de numerosos enfrentamientos entre las distintas armas y entré sectores internos de cada una de ellas. Geuna habla del desprecio de la oficialidad de La Perla hacia el personal policial y sus críticas al II Cuerpo de Ejército, al que consideraban demasiado "liberal". Grass menciona las diferencias de la Armada con el Ejército y de la Escuela de Mecánica con el propio Servicio de Inteligencia Naval. Ejército y Armada despreciaban a los "panqueques", la Fuerza Aérea, que como panqueques se daban vuelta en el aire; es decir, eran incapaces de tener posturas consistentes. Sin embargo, aunque tuvieran diferencias circunstanciales, tocios coincidieron en lo fundamental: mantener y alimentar el aparato desaparecedor, la máquina de concentración-exterminio. Porque la característica de estos campos fue que todos ellos, independientemente de qué fuerza los controlara, llevaban como destino final a la muerte, salvo en casos verdaderamente excepcionales.

Durante el juicio de 1985, la defensa del brigadier Agosti, titular de la Fuerza Aérea, argumentó: "¿Cómo puede salvarse la contradicción que surge del alegato acusatorio del señor fiscal, donde palmariamente se demuestra que fue la Fuerza Aérea comandada por el brigadier Agosti la menos señalada en las declaraciones testimoniales y restante prueba colectada en el juicio, sea su comandante el acusado a quien se le imputen mayor número de supuestos hechos delictuosos?"1 Efectivamente, había menos pruebas en contra de la Fuerza Aérea, pero este hecho que la defensa intentó capitalizar se debía precisamente a que casi no quedaban sobrevivientes. El índice de exterminio de sus prisioneros había sido altísimo. Por cierto Tamburrini, un testigo de cargo fundamental, sobrevivió gracias a una fuga de prisioneros torturados, rapados, desnudos y esposados que reveló la desesperación de los mismos y la torpeza militar del personal aeronáutico. Otro testigo clave, Miriam Lewin, había logrado sobrevivir como prisionera en otros campos a los que fue trasladada con posterioridad a su secuestro por parte de la Aeronáutica.
En síntesis, la máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar, con más o menos eficiencia, funcionó y cumplió inexorablemente su ciclo en el Ejército, la Marina, la Aeronáutica, las policías. No hubo diferencias sustanciales en los procedimientos de unos y otros, aunque cada uno, a su vez, se creyera más listo y se jactara de mayor eficacia que los demás.

Dentro de los campos de concentración se mantenía la organización jerárquica, basada en las líneas de mando, pero era una estructura que se superponía con la preexistente. En consecuencia, solía suceder que alguien con un rango inferior, por estar asignado a un grupo de tareas, tuviera más información y poder que un superior jerárquico dentro de la cadena de mando convencional. No obstante, se buscó intencionalmente una extensa participación de los cuadros en los trabajos represivos para ensuciar las manos de todos de alguna manera y comprometer personalmente al conjunto con la política institucional. En la Armada, por ejemplo, si bien hubo un grupo central de oficiales y suboficiales encargados de hacer funcionar sus campos de concentración, entre ellos la Escuela de Mecánica de la Armada, todos los oficiales participaron por lo menos seis meses en los llamados grupos de tareas. Asimismo, en el caso de la Aeronáutica se hace mención del personal rotativo. También hay constancia de algo semejante en La Perla, donde se disminuyó el número de personas que se fusilaban y se aumentó la frecuencia de las ejecuciones para hacer participar a más oficiales en dichas "ceremonias".

Pero aquí surge de inmediato una serie de preguntas: ¿cómo es posible que unas Fuerzas Armadas, ciertamente reaccionarias y represivas, pero dentro de los límites de muchas instituciones armadas, se hayan convertido en una máquina asesina?, ¿cómo puede ocurrir que hombres que ingresaron a la profesión militar con la expectativa de defender a su Patria o, en todo caso, de acceder a los círculos privilegiados del poder como profesionales de las armas, se hayan transformado en simples ladrones muchas veces de poca monta, en secuestradores y torturadores especializados en producir las mayores dosis de dolor posibles? ¿cómo un aviador formado para defender la soberanía nacional, y convencido de que esa era su misión en la vida, se podía dedicar a arrojar hombres vivos al mar?

No creo que los seres humanos sean potencialmente asesinos, controlados por las leyes de un Estado que neutraliza a su "lobo" interior. No creo que la simple inmunidad de la que gozaron los militares entonces los haya transformado abruptamente en monstruos, y mucho menos que todos ellos, por el hecho de haber ingresado a una institución armada, sean delincuentes en potencia. Creo más bien que fueron parte de una maquinaria, construida por ellos mismos, cuyo mecanismo los llevó a una dinámica de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que aparecía como un dato dentro cié una planilla de oficina. La sentencia de muerte de un hombre era sólo la leyenda "QTH fijo", sobre el legajo de un desconocido.

¿Cómo se llegó a esta rutinización, a este "vaciamiento" de la muerte?

Casi todos los testimonios coinciden en que la dinámica de los campos reconocía, desde la perspectiva del prisionero, diferentes grupos y funciones especializadas entre los captores. Veamos cómo se distribuían.

Las patotas  

La patota era el grupo operativo que "chupaba" es decir j que realizaba la operación de secuestro de los prisioneros, ya fuera en la calle, en su domicilio o en su lugar de trabajo.

Por lo regular, el "blanco" llegaba definido, de manera que el grupo operativo sólo recibía una orden que indicaba a quién debía secuestrar y dónde. Se limitaba entonces a planificar y ejecutar una acción militar corriendo el menor riesgo posible. Como podía ser que el "blanco" estuviera armado y se defendiera, ante cualquier situación dudosa, la patota disparaba "en defensa propia".

Si en cambio se planteaba un combate abierto podía pedir ayuda y entonces se producían los operativos espectaculares con camiones del Ejercito, helicópteros y decenas de soldados saltando y apostándose en las azoteas. En este caso se ponía en juego la llamada "superioridad táctica" de las fuerzas conjuntas. Pero por lo general realizaba tristes secuestros en los que entre cuatro, seis u ocho hombres armados "reducían" a uno, rodeándolo sin posibilidad de defensa y apaleándolo de inmediato para evitar todo nesgo, al más puro estilo de una auténtica patota.

Si ocupaban una casa, en recompensa por el riesgo que habían corrido, cobraban su "botín de guerra", es decir saqueaban y rapiñaban cuanto encontraban.

En general, desconocían la razón del operativo, la supuesta importancia del "blanco" y su nivel de compromiso real o hipotético con la subversión.

Sin embargo, solían exagerar la "peligrosidad" de la víctima porque de esa manera su trabajo resultaba más importante y justificable. Según el esquema, según su propia representación, ellos se limitaban a detener delincuentes peligrosos y cometían "pequeñas infracciones" como quedarse con algunas pertenencias ajenas. "(Nosotros) entrábamos, pateábamos las mesas, agarrábamos de las mechas a alguno, lo metíamos en el auto y se acabó. Lo que ustedes no entienden es que la policía hace normalmente eso y no lo ven mal."6 El señalamiento del cabo Vilariño, miembro de una de estas patotas, es exacto; la policía realizaba habitualmente esas prácticas contra los delincuentes y prácticamente nadie lo veía mal... porque eran delincuentes, otros. Era "normal".

Los grupos de inteligencia
Por otra parte, estaba el grupo de inteligencia, es decir los que manejaban la información existente y de acuerdo con ella orientaban el "interrogatorio" (tortura) para que fuera productivo, o sea, arrojara información de utilidad. Este grupo recibía al prisionero, al "paquete", ya reducido, golpeado y sin posibilidad de defensa, y procedía a extraerle los datos necesarios para capturar a otras personas, armamento o cualquier tipo de bien útil en las tareas de contrainsurgencia. Justificaba su trabajo con el argumento de que el funcionamiento armado, clandestino y compartimentado de la guerrilla hacía imposible combatirla con eficiencia por medio de los métodos de represión convencionales; era necesario "arrancarle" la información que permitiría "salvar otras vidas".

Como ya se señaló, la práctica de la tortura, primero sobre los delincuentes comunes y luego sobre los prisioneros políticos, ya estaba para entonces profundamente arraigada. No constituía una novedad puesto que se había realizado a partir de los años 30 y de manera sistemática y uniforme desde la década del sesenta. La policía, que tenía larga experiencia en la práctica de la picana, enseñó las técnicas; a su vez, los cursos de contrainsurgencia en Panamá instruyeron a algunos oficiales en los métodos eficientes y novedosos de "interrogatorio".

"Yo capturo a un guerrillero, sé que pertenece a una organización (se podría agregar, o presumo y quiero confirmarlo, o pertenece a la periferia de esa organización, o es familiar de un guerrillero, o... ) que está operando y preparando un atentado terrorista en, por ejemplo, un colegio (jamás los guerrilleros argentinos hicieron atentados en colegios)... Mi obligación es obtener rápidamente la información para impedirlo... Hay que hacer hablar al prisionero de alguna forma. Ese es el tema y eso es lo que se debe enfrentar. La guerra subversiva es una guerra especial. No hay ética. El tema es si yo permito que el guerrillero se ampare en los derechos constitucionales u obtengo rápida información para evitar un daño mayor", señala Aldo Rico, perpetuo defensor de la "guerra sucia".

Por su parte, los mandos dicen: "Nadie dijo que aquí había que torturar.

Lo efectivo era que se consiguiera la información. Era lo que a mí me importaba."

Como resultado, después de hacer hablar al prisionero, los oficiales de inteligencia producían un informe que señalaba los datos obtenidos, la información que podía conducir a la "patota" a nuevos "blancos" y su estimación sobre el grado de peligrosidad y "colaboración" del "chupado".
También ellos eran un eslabón, si no aséptico, profesional, de especialistas eficientemente entrenados.

Los guardias

Entonces, ya desposeído de su nombre y con un número de identificación, el detenido pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del campo debía controlar. Las guardias internas no tenían conocimiento de quiénes eran los secuestrados ni por qué estaban allí. Tampoco tenían capacidad alguna de decisión sobre su suerte. Las guardias, generalmente constituidas por gente muy joven y de bajo nivel jerárquico, sólo eran responsables de hacer cumplir unas normas que tampoco ellas habían establecido, "obedecían órdenes".

La rigidez de la disciplina y la crueldad de) trato se "justificaba" por la alta peligrosidad de los prisioneros, de quienes muchas veces no ¡legaban a conocer ni siquiera sus rostros, eternamente encapuchados. Es interesante observar que todos ellos necesitaban creer que los "chupados"
eran subversivos, es decir menos que hombres (según palabras del general Camps "no desaparecieron personas sino subversivos'"'), verdadera amenaza pública que era preciso exterminaren aras de un bien común incuestionable; sólo así podían convalidar su trabajo y desplegar en él la ferocidad de que dan cuenta los testimonios.

También hay que señalar que esta lógica se repetía punto por punto, en amplios sectores de la sociedad; la prensa de la época da cuenta de la "imperiosa necesidad" de erradicar la "amenaza subversiva" con métodos "excepcionales" de los que esos guardias eran parte. Un día, llegaba la orden de traslado con una lista, a veces elaborada incluso hiera del campo de concentración como en el caso de La Perla, y el guardia se limitaba a organizar una fila y entregar los "paquetes".

Los desaparecedores de cadáveres Aquí los testimonios tienen lagunas. El secreto que rodeaba a los procedimientos de traslado hace que sea una de las partes del proceso que más se desconocen. Se sabe que estaban rodeados de una enorme tensión y violencia. En unos casos, se transportaba a los prisioneros lejos del campo, se los fusilaba, atados y amordazados, y se procedía al entierro y cremación de los cadáveres, o bien a tirar los cuerpos en lugares públicos simulando enfrentamientos.

Pero el método que aparentemente se adoptó de manera masiva consistía en que el personal del campo inyectaba a los prisioneros con somníferos y los cargaba en camiones, presumiblemente manejados por personal ajeno al funcionamiento interno. La aplicación del somnífero arrebataba al prisionero su última posibilidad de resistencia pero también sus rasgos más elementales de humanidad: la conciencia, el movimiento. Los "bultos" amordazados, adormecidos, maniatados, encapuchados, los "paquetes" se arrojaban vivos al mar. En suma, el dispositivo de los campos se encargaba de fraccionar, segmentarizar su funcionamiento para que nadie se sintiera finalmente responsable. "Mientras mayor sea la cantidad de personas involucradas en una acción, menor será la probabilidad de que cualquiera de ellas se considere un agente causal con responsabilidad moral."1" La fragmentación del trabajo "suspende" la responsabilidad moral, aunque en los hechos siempre existen posibilidades de elección, aunque sean mínimas.

La autorización por parte ele los superiores jerárquicos "legalizaba" los procedimientos, parecía justificarlos de manera automática, dejando al subordinado sin otra alternativa aparente que la obediencia. El hecho de formar parte de un dispositivo del cual se es sólo un engranaje creaba una sensación de impotencia que además de desalentar una resistencia virtualmente inexistente fortalecía la sensación de falta de responsabilidad. Los mecanismos para despojar a las víctimas de sus atributos humanos facilitaban la ejecución mecánica y rutinaria de las órdenes. En suma, un dispositivo montado para acallar conciencias, previamente entrenadas para el silencio, la obediencia y la muerte.

Todo adoptaba la apariencia de un procedimiento burocrático: información que se recibe, se procesa, se recicla; formularios que indican lo realizado; legajos que registran nombres y números; órdenes que se reciben y se cumplen; acciones autorizadas por el comando superior; turnos de guardia "24 por 48"; vuelos nocturnos ordenados por una superioridad vaga, sin nombre ni apellido. Todo era impersonal, la víctima y el victimario, órdenes verbales, "paquetes" que se reciben y se entregan, "bultos" que se arrojan o se entierran. Cada hombre como la simple pieza de un mecanismo mucho más vasto que no puede controlar ni detener, que disemina el terror y acalla las conciencias. La fragmentación de la maquinaria asesina no fue un invento di los campos de concentración argentinos. En realidad es asombroso ver qué poco inventó la Junta Militar y hasta qué punto sus procedimientos se asemejan a las demás experiencias concentracionarias de este siglo. No creo que ello se deba a que "copiaron" o se "inspiraron" en los campos de concentración nazis o stalinistas, sino más bien en la similitud de los poderes totalizantes y, por lo mismo, en la semejanza que existe en sus formas de castigo, represión y normalización.

Aunque los asesinos de guerra nazis, como Eichman o Hoess, participaron en la ejecución de millones de personas, lo hicieron ocupándose también de un pequeño eslabón de la cadena. Por eso no se sentían responsables de sus actos. Eichman se defendió durante el juicio que se le siguió afirmando: "Yo no tenía nada que ver con la ejecución de judíos, no he matado ni a uno solo.""

De manera semejante, en Argentina existieron 172 niños desaparecidos y consta, por denuncias realizadas a la Conadep, la tortura de algunos de ellos así como el asesinato de otros. Un caso demostrado, por la aparición de los cadáveres, es el de la familia de Matilde Lanuscou, cuyos hijos de seis y cuatro años fueron asesinados con sus padres, militantes Montoneros, en un operativo realizado por el Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 1976. No obstante, el general Ramón Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en esa fecha, respondió durante una entrevista: "Personalmente no eliminé a ningún niño"12, como si ese hecho lo eximiera de la responsabilidad.

Para ver cómo opera la fragmentación desde adentro, es ilustrativa una entrevista realizada por La Semana a Raúl David Vilariño, cabo de la Marina que prestó servicios en los grupos operativos de la Escuela de Mecánica de la Armada. En ella se desarrolló el siguiente diálogo: "-Una vez que ustedes entregaban a las personas secuestradas a la Jefatura del Grupo de Tareas, ¿qué sucedía?

"-Bueno, eso era parte de otro grupo.

"-¿Qué otro grupo?

"-El Grupo de Tareas estaba dividido en dos subgrupos: los que salían a la calle y los que hacían el denominado 'trabajo sucio'.
"-¿Usted a qué grupo pertenecía? "-¿Yo? Al que salía a la calle...

Nosotros sólo llevábamos al individuo a la Escuela de Mecánica de la Armada... Siempre esperé que me tiraran antes de tirar yo... Yo, por mi parte, entiendo por asesino a aquel que mata a sangre fría. Yo, gracias a Dios, eso no lo hice nunca... los chupadores deteníamos al tipo y lo entregábamos. Y perdíamos el contacto con el tipo... lo dejabas allí. Lo más peligroso para el detenido comenzaba allí... nunca me iba a tocar torturar. Porque a eso se dedicaban otras personas... No está dentro de mí el torturar. No lo siento...

" (Sigue Vilariño)... Allá por el 78 (se van las patotas y) se quedan los torturadores, los que habían matado, los que habían quemado... Veo cómo se había perdido sensibilidad... Noté que faltaba sensibilidad, delicadeza... O que ya estaban tan, tan, tan rutinarios con eso que ya era normal que... No sé cómo explicarle: se les había hecho carne. "-¿Qué era lo que se había hecho rutina? "-El torturar, el no sentir sensibilidad, el no importar los gritos, el no tener delicadeza cuando uno comía: contaban herejías.""

Aunque parezca extraño, también los oficiales de inteligencia, los torturadores, el alma de todo el dispositivo, descargaban su responsabilidad de alguna manera. Cuenta Graciela Geuna, sobreviviente de La Perla: "Barreiro es un buen representante de los torturadores, porque tenía lucidez y conciencia de su participación en las tareas represivas. Su pensamiento era circular en ese sentido: su propia responsabilidad personal la transfería a los militantes populares y, fundamentalmente, a las direcciones partidarias, porque no cedían. Es decir, la tortura era necesaria ante la resistencia de la gente. Si la gente no resistía él no tenía que torturar."1' Por el secreto que los envuelve, no hay testimonios directos de los desaparecedores de cuerpos pero se puede suponer que tendrían justificaciones similares y la misma sensación de carecer de responsabilidad. En última instancia ellos sólo ponían el punto final de un proceso irreversible; arrojaban "paquetes" al mar.

Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se "interroga", luego los torturadores son simples "interrogadores". No se mata, se "manda para arriba" o "se hace la boleta". No se secuestra, se "chupa".
No hay picanas, hay "máquinas"; no hay asfixia, hay "submarino". No hay masacres colectivas, hay "traslados", "cochecitos", "ventiladores".

También se evita toda mención a la humanidad del prisionero. Por lo general no se habla de personas, gente, hombres, sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos, que se arrojan, se van para arriba, se quiebran. El uso de palabras sustitutas resulta significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización de las víctimas, pero cumple también un objetivo "tranquilizador" que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar. Ayuda, en este sentido a "aliviar" la responsabilidad del personal militar. Por eso, la furia del personal de La Perla cuando Geuna los llamó asesinos, "...se reiniciaron los golpes, deteniéndose en el castigo sólo para decirme 'Decí asesino...' y cuando yo lo hacía ellos volvían a castigarme."

En suma, el dispositivo desaparecedor de personas y cuerpos incluye, por medio de la fragmentación y la burocratización, mecanismos para diluir la responsabilidad, igualarla y, en última instancia, desaparecerla. Es muy significativo que las Fuerzas Armadas hayan negado la existencia de los campos como una tecnología gubernamental de represión, como una instancia en la que el Estado se convirtió en el perseguidor y exterminador institucional. Al soslayar este hecho se ignora la responsabilidad fundamental que le cabe al aparato del Estado en la metodología concentracionaria, en tanto que los campos de concentración-exterminio sólo son posibles desde y a partir de él.

Dentro de las Fuerzas Armadas, la política de involucramiento general también tendía a un compartir responsabilidades, cuyo objetivo era la disolución de ¡as mismas. Dentro del trabajo que fuera, se trataba de que todos los niveles y un buen número de efectivos tuviera una participación directa, aunque fuera circunstancial. Sus funciones podían ser distintas pero todos debían estar implicados. Dar consistencia y cohesión a las Fuerzas Armadas en torno a la necesidad de exterminar a una parte de la población por medio de la metodología de la desaparición era un objetivo prioritario, que se cumplió en forma cabal. Es un hecho que, si hubo un punto en que las Fuerzas Armadas fueron monolíticas después de 1 976, fue la defensa de la "guerra sucia", la reivindicación de su necesidad y lo inevitable de la metodología empleada. Desde los carapintadas hasta los sectores más legalistas lo declararon públicamente. Esto es efecto de una auténtica cohesión política interna que no reside tanto en la adscripción a determinada doctrina sino más bien en la certeza del rol político dirigente que le cabe a las Fuerzas Armadas y en su autoadjudicado derecho de "salvar" la sociedad cada vez que lo consideren necesario y con la metodología ad hoc para tan noble empresa.

Sin embargo, así como en la cerrada defensa que la institución hace de su actuación se puede detectar un alto grado de cohesión interna, también se adivina el compromiso de la complicidad. La convicción ideológica se entrelaza con la culpa, la recubre, atenuándola y encubriéndola. Al mismo tiempo, impide el deslinde de responsabilidades que el dispositivo desaparecedor se encargó de enmarañar, igualar y esfumar.

La vida entre la muerte

Intentaré describir aquí cómo eran los campos de concentración y cómo era la vida del prisionero dentro de ellos, para mirar el rimbombante poder militar desde ese lugar oculto y negado.

En general funcionaban disimulados dentro de una dependencia militar o policial. A pesar de que se sabía de su existencia, los movimientos de las patotas se trataban de disimular como parte de la dinámica ordinaria de dichas instituciones. No obstante se trataba de un secreto en el que no se ponía demasiado empeño. Los vecinos de la Mansión Seré cuentan que oían los gritos y veían "movimientos extraños". La Aeronáutica hizo funcionar un centro clandestino de detención en el policlínico Alejandro Posadas. Los movimientos ocurrían a la vista tanto de los empleados como de las personas que se atendían en el establecimiento, "ocasionando un generalizado terror que provocó el silencio de todos"'6. En efecto, es preciso mostrar una fracción de lo que permanece oculto para diseminar el terror, cuyo efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.
Para el funcionamiento del campo de concentración no se requerían grandes instalaciones. Se habilitaba alguna oficina para desarrollar las actividades de inteligencia, uno o varios cuartos para torturar a los que solían llamar "quirófanos", a veces un cuarto que funcionaba como enfermería y una cuadra o galerón donde se hacinaba a los prisioneros.

La población masiva de los campos estaba conformada por militantes de las organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas políticos de la izquierda en general, por activistas sindicales y por miembros de los grupos de derechos humanos. Pero cabe señalar que, si en la búsqueda de estas personas las fuerzas de seguridad se cruzaban con un vecino, un hijo o el padre de alguno de los implicados que les pudiera servir, que les pudiera perjudicar o que simplemente fuera un testigo incómodo, ésta era razón suficiente para que dicha persona, cualquiera que fuera su edad, pasara a ser un "chupado" más, con el mismo destino final que el resto.

Existieron incluso casos de personas secuestradas simplemente por presenciar un operativo que se pretendía mantener en secreto, y que luego fueron asesinados con sus compañeros casuales de cautiverio.

Si bien el grupo mayoritario entre los prisioneros estaba formado por militantes políticos y sindicales, muchos de ellos ligados a las organizaciones armadas, y si bien las víctimas casuales constituían la excepción (aunque llegaron a alcanzar un número absoluto considerable), también se registraron casos en donde el dispositivo concentracionario sirvió para canalizar intereses estrictamente delictivos de algunos sectores militares, que "desaparecían" personas para cobrar un rescate o consumar una venganza personal.

Aunque el grupo de víctimas casuales fuera minoritario en términos numéricos, desempeñaba un papel importante en la diseminación del terror tanto dentro del campo como fuera de él. Eran la prueba irrefutable de la arbitrariedad del sistema y de su verdadera omnipotencia. Es que además del objetivo político de exterminio de una fuerza de oposición, los militares buscaban la demostración de un poder absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la muerte, de arraigar la certeza de que esta decisión es una función legítima del poder. Recuerda Grass que los militares "sostenían que el exterminio y la desaparición definitiva tenían una finalidad mayor: sus efectos 'expansivos', es decir el terror generalizado. Puesto que, si bien el aniquilamiento físico tenía cómo objetivo central la destrucción de las organizaciones políticas calificadas como 'subversivas', la represión alcanzaba al mismo tiempo a una periferia muy amplia de personas directa o indirectamente vinculadas a los reprimidos (familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc.), haciendo sentir especialmente sus erectos al conjunto de estructuras sociales consideradas en sí como 'subversivas por el nivel de infiltración del enemigo' (sindicatos, universidades, algunos estamentos profesionales)."17 Si los campos sólo hubieran encerrado a militantes, aunque igualmente monstruosos en términos éticos, hubieran respondido a otra lógica de poder. Su capacidad para diseminar el terror consistía justamente en esta arbitrariedad que se erigía sobre la sociedad como amenaza constante, incierta y generalizada. Una vez que se ponía en funcionamiento el dispositivo desaparecedor, aunque se dirigiera inicialmente a un objetivo preciso, podía arrastrar en su mecanismo virtualmente a cualquiera.

Desde ese momento, el dispositivo echaba a andar y ya no se podía detener.

Cuando el "chupado" llegaba al campo de concentración, casi invariablemente era sometido a tormento. Una vez que concluía el periodo de interrogatorio-tortura, que analizaré más adelante, el secuestrado, generalmente herido, muy dañado física, psíquica y espiritualmente, pasaba a incorporarse a la vida cotidiana del campo.

De los testimonios se desprende un modelo de organización física del espacio, con dos variables fundamentales para el alojamiento de los presos: el sistema de celdas y el de cuchetas, generalmente llamadas cuchas. Las cuchetas eran compartimentos de madera aglomerada, sin techo, de unos 80 centímetros de ancho por 200 centímetros de largo, en las que cabía una persona acostada sobre un colchón de goma espuma.

Los tabiques laterales tenían alrededor de 80 centímetros de alto, de manera que impedían la visibilidad de la persona que se alojaba en su interior, pero permitían que el guardia estando parado o sentado pudiera verlas a todas simultáneamente, símil de un pequeño panóptico. Dejaban una pequeña abertura al frente por la que se podía sacar al prisionero.

Por su parte, las celdas podían ser para una o dos personas, aunque solían alojar a más. Sus dimensiones eran aproximadamente de 2.50 x 1.50 metros y también estaban provistas de un colchón semejante, una puerta y, en la misma, una mirilla por la que se podía ver en cualquier momento el interior. En otros lugares, como la Mansión Seré, los prisioneros permanecían sencillamente tirados en el piso de una habitación, con su correspondiente trozo de goma espuma. En suma, un sistema de compartimentos o contenedores, ya fueran de material o madera, para guardar y controlar cuerpos, no hombres, cuerpos.

Desde la llegada a la cuadra en La Perla, a los pabellones en Campo de Mayo, a la capucha en la Escuela de Mecánica, a las celdas en El Atlético o como se llamara al depósito correspondiente, el prisionero perdía su nombre, su más elemental pertenencia, y se le asignaba un número al que debía responder. Comenzaba el proceso de desaparición de la identidad, cuyo punto final serían los NN (Lila Pastoriza: 348; Pilar Calveiro: 362; Osear Alfredo González: X 51). Los números reemplazaban a nombres y apellidos, personas vivientes que ya habían desaparecido del mundo de los vivos y ahora desaparecerían desde dentro de sí mismos, en un proceso de "vaciamiento" que pretendía no dejar la menor huella. Cuerpos sin identidad, muertos sin cadáver ni nombre: desaparecidos. Como en el sueño nazi, supresión de la identidad, hombres que se desvanecen en la noche y la niebla.

Los detenidos estaban permanentemente encapuchados o "tabicados", es decir con los ojos vendados, para impedir toda visibilidad. Cualquier transgresión a esa norma era severamente castigada. También estaban esposados, o con grilletes, como en la Escuela de Mecánica de la Armada y La Perla, o atados por los pies a una cadena que sujetaba a todos los presos, corno en Campo de Mayo. Esto variaba de acuerdo con el campo, pero la idea era que existiera algún dispositivo que limitara su movilidad.

En la Mansión Seré, además de esposar y atar a los prisioneros los mantenían desnudos, para evitar las fugas. Al respecto relata Tamburrini: "...nos hacían dormir con las esposas puestas, pero desnudos; nos habían sacado la ropa hacía un mes o un mes y medio y nos ataban los pies con unas correas de cuero para que durmiéramos casi en una posición de cuclillas."

Los prisioneros permanecían acostados y en silencio; estaba absolutamente prohibido hablar entre ellos. Sólo podían moverse para ir al baño, cosa que sucedía una, dos o tres veces por día, según el campo y la época. Los guardias formaban a los presos y los llevaban colectivamente al baño o también podían hacer circular un balde en donde todos hacían sus necesidades.

Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la inmovilidad. En El Atlético: "No nos imaginábamos cómo íbamos a poder contar hasta qué punto vivíamos constantemente encerrados en una celda, a oscuras, sin poder ver, sin poder hablar, sin poder caminar."

En Campo de Mayo: "Este tipo de tratamiento consistía en mantener al prisionero todo el tiempo de su permanencia en el campo encapuchado, sentado y sin hablar ni moverse. Tal vez esta frase no sirva para graficar lo que significaba en realidad, porque se puede llegar a imaginar que cuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado esto es una forma de decir, pero no es así, a los prisioneros se los obligaba a permanecer sentados sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse a la pared, desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20 horas, en esa posición, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sin moverse significa exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciar palabra durante todo el día, y sin moverse, quiere decir sin siquiera girar la cabeza... Un compañero dejó de figurar en la lista de los interrogadores por alguna causa y de esta forma 'quedó olvidado'... Este compañero estuvo sentado, encapuchado, sin hablar, y sin moverse durante seis meses, esperando la muerte."20

En La Perla: "Para nosotros fue la oscuridad total... No encuentro en mi memoria ninguna imagen de luz. No sabía dónde estaba. Todo era noche y silencio. Silencio sólo interrumpido por los gritos de los prisioneros torturados y los llantos de dolor... También tenía alterado el sentido de la distancia... Vivíamos 70 personas en un recinto de 60 metros de largo, siempre acostados..."21

En la Escuela de Mecánica de la Armada: "En el tercer piso se encontraba el sector destinado a alojar a los prisioneros... también en el tercer piso estaba ubicado el pañol grande, lugar destinado al almacenamiento del botín de guerra (ropas, zapatos, heladeras, cocinas, estufas, muebles, etc.)."22 Hombres, objetos, almacenamientos semejantes.

Depósito de cuerpos ordenados, acostados, inmóviles, sin posibilidad de ver, sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, que se pretendía casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte, pudiera matar antes de matar; anular selectivamente a su antojo prácticamente todos los vestigios de humanidad de un individuo, preservando sus funciones vitales para una eventual necesidad de uso posterior (alguna información no arrancada, alguna utilidad imprevisible, la mayor rentabilidad de un traslado colectivo).

La comida era sólo la imprescindible para mantener la vida hasta el momento en que el dispositivo lo considerara necesario; en consecuencia, era escasa y muy mala. Se repartía dos veces al día y constituía uno de los pocos momentos de cierto relajamiento. Sin embargo, en algunos casos, podía faltar durante días enteros; por cierto, muchos testimonios dan cuenta del hambre como uno de los tormentos que se agregaban a la vida dentro de los campos. "La comida era desastrosa, o muy cruda o hecha un mazacote de tan cocinada, sin gusto... Estábamos tan hambrientos, habíamos aprendido tan bien a agudizar el oído, que apenas empezaban los preparativos, allá lejos, en la entrada, nos desesperábamos por el ruido de las cucharas y los platos de metal y del carrito que traía la comida. Se puede decir, casi, que vivíamos esperando la comida... la hora del almuerzo era la mejor, por eso apenas terminábamos y cerraban la puerta, comenzábamos a esperar la cena.'"23 Por la escasez de alimento, por la posibilidad de realizar algunos movimientos para comer, por el nexo obvio que existe entre la comida y la vida, el momento de comer es uno de los pocos que se registra como agradable: "...poco a poco, comencé a esperar la hora de la comida con ansiedad, porque con la comida volvía la vida a través del ruido de las ollas, con el ruido de la gente. Parecía que la cuadra donde estábamos los prisioneros despertaba entonces a la existencia."24 Si la comida era uno de los pocos momentos deseados, el más temido, el más oscuro era el traslado, la experiencia final. Se realizaba con una frecuencia variable. Casi siempre, los desaparecedores ocultaban cuidadosamente que los traslados llevaban a la muerte para evitar así toda posible oposición de los condenados al ordenado cumplimiento del destino que les imponía la institución. La certeza de la propia muerte podía provocar una reacción de mayor "endurecimiento" en los prisioneros durante la tortura, durante su permanencia en el campo o en la misma circunstancia de traslado. Ante todo, la maquinaria debía funcionar según las previsiones; es decir, sin resistencia.

Prácticamente en todos los campos se ocultaba, al tiempo que se sugería, que el destino final era la muerte. Los testimonios de los sobrevivientes demuestran la existencia de muchos secuestrados que prefirieron "desconocer" la suerte que les aguardaba; la negación de una realidad difícil de asumir se sumaba a los mensajes contradictorios del campo provocando un aferramiento de ciertos prisioneros a las versiones más optimistas e increíbles que circulaban 50 dentro de los campos como la existencia de centros secretos de reeducación, la legalización de los desaparecidos y otros finales felices.

Muchos desaparecidos se fueron al traslado con cepillos de dientes y objetos personales, con una sensación de alivio que no intuía la muerte inmediata. Otros no; salieron de los campos despidiéndose de sus compañeros y conscientes de su final, como Graciela Doldán, quien pidió morir sin que le vendaran los ojos y se dedicó a pensar un rato antes de que la trasladaran "para no desperdiciar" los últimos minutos de su vida.

Aunque no supieran exactamente cómo, sin embargo, los prisioneros sabían. También ellos sabían y negaban, pero las conjeturas, lo que se veía por debajo de las vendas y las capuchas, las amenazas proferidas durante la tortura ("Vas a dormir en el fondo del mar", "Acá al que se haga el loco, le ponemos un Pentonaval y se va para arriba"), las infidencias de guardias que no soportaban la presión a la que ellos mismos estaban sometidos, el clima que rodeaba a los traslados les permitía saber.

Estos son relatos de lo que se sabía: en la Escuela de Mecánica de la Armada, "los días de traslado se adoptaban medidas severas de seguridad y se aislaba el sótano. Los prisioneros debían permanecer en sus celdas en silencio. Aproximadamente a las 17 horas de cada miércoles se procedía a designar a quienes serían trasladados, que eran conducidos uno por uno a la enfermería, en la situación en que estuviesen, vestidos o semidesnudos, con frío o con calor."" "El día del traslado reinaba un clima muy tenso. No sabíamos si ese día nos iba a tocar o no... se comenzaba a llamar a los detenidos por número... Eran llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos, eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión.

Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión que volaba hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos... El capitán Acosta prohibió al principio toda referencia al tema 'traslados'."26 En La Perla, "cada traslado era precedido por una serie de procedimientos que nos ponían en tensión. Se controlaba que la gente estuviera bien vendada, en su respectiva colchoneta y se procedía a seleccionar a los trasladados mencionando en voz alta su nombre (cuando éramos pocos) o su número (cuando la cantidad de prisioneros era mayor). A veces, simplemente se tocaba al seleccionado para que se incorporara sin hablar... Los prisioneros que iban a ser trasladados eran amordazados...

Luego se procedía a llevar a los prisioneros seleccionados hasta un camión marca Mercedes Benz, que irónicamente llamábamos Menéndez Benz, por alusión al apellido del general que comandaba el III Cuerpo... Antes de descender del vehículo los prisioneros eran maniatados. Luego se los bajaba y se los obligaba a arrodillarse delante del pozo y se los fusilaba...

Luego, los cuerpos acribillados a balazos, ya en los pozos, eran cubiertos con alquitrán e incinerados..."27 Los traslados eran el recuerdo permanente de la muerte inminente. Pero no cualquier muerte "sino esa muerte que era como morir sin desaparecer, o desaparecer sin morir. Una muerte en la que el que iba a morir no tenía ninguna participación; era como morir sin luchar, como morir estando muerto o como no morir nunca"28. Por su parte, la permanencia en la mayoría de los campos representaba el peligro constante de retornar a la tortura. Esta posibilidad nunca quedaba excluida. Muerte y tortura: los disparadores del terror, omnipresente en la experiencia concentracionaria.

Los campos, concebidos como depósitos de cuerpos dóciles que esperaban la muerte, fueron posibles por la diseminación del terror... "un espacio de terror que no era ni de aquí, ni de allá, ni de parte alguna conocida... donde no estaban vivos ni tampoco muertos... Y también allí quedaban atrapados los espíritus apenados de los parientes, los vecinos, los amigos."2' Un terror que se ejercía sobre toda la sociedad, un terror que se había adueñado de los hombres desde antes de su captura y que se había inscrito en sus cuerpos por medio de la tortura y el arrasamiento de su individualidad. El hermano gemelo del terror es la parálisis, el "anonadamiento''del que habla Schreer. Esa parálisis, efecto del mismo dispositivo asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la desaparición de personas como al prisionero dentro del campo. Las largas filas de judíos entrando sin resistencia a los crematorios de Auschwitz, las filas de "trasladados" en los campos argentinos, aceptando dócilmente la inyección y la muerte, sólo se explican después del arrasamiento que produjo en ellos el terror. El campo es efecto y foco de diseminación del terror generalizado de los Estados totalizantes.

La pretensión de ser "dioses"  

El poder de los burócratas concentracionarios, no obstante constituirse como simple dispositivo asesino, como fría maquinaria de desaparición, como "servicio público criminal", tomando la expresión de Finkielkraut, al disponer del derecho de decisión de muerte sobre millares de hombres se concebía a sí mismo con una omnipotencia virtualmente divina.

Aunque resulta irrisoria la sola formulación, El Olimpo, campo de concentración ubicado en dependencias de la Policía Federal, llevaba este nombre porque, según el personal que lo manejaba, era "el lugar de los dioses".

La recurrente referencia de los desaparecedores a su condición "divina", aunque supongo que con un dejo irónico, merece algún análisis. A Norberto Liwsky, en la Brigada de Investigaciones de San Justo, al tiempo que lo golpeaban, sus captores le decían: "Nosotros somos todo para vos.

La justicia somos nosotros. Nosotros somos Dios.' !1 También Jorge Reyes relata que "cuando las víctimas imploraban por Dios, los guardias repetían con un mesianismo irracional: acá Dios somos nosotros". Graciela Geuna refiere que un guardia encontró una hoja de afeitar que ella había guardado para suicidarse, entonces le dijo: "aquí dentro nadie es dueño de su vida, ni de su muerte. No podrás morirte porque lo quieras. Vas a vivir todo el tiempo que se nos ocurra. Aquí adentro somos Dios."

Las referencias a la condición divina asociada a este derecho de muerte, que aparece como un derecho de vida y muerte puesto que el prisionero tampoco puede poner fin a su existencia, se reiteran en los testimonios.

Prolongar una vida más allá del deseo de quien la vive; segar otra que pugna por permanecer; adueñarse de las vidas. Cuando la misma Graciela Geuna, ya sin la menor esperanza, sufriendo en la cuadra del campo de concentración, pide a Barreiro por su muerte, no por su vida, es quizás el momento en que sella su sobrevivencia. Hay un placer especial del poder concentracionarío en ese adueñarse de las vidas. La muerte se administra a voluntad, haciendo exhibición de una arbitrariedad intencional. De hecho, la muerte alcanza a víctimas casuales, niños, familiares de los perseguidos, posibles testigos. Es en esta arbitrariedad donde el poder se afirma como absoluto e inapelable. Esta arbitrariedad no es irracional sino que su racionalidad reside en la validación de la inapelabilidad y la arbitrariedad del poder.

Así como la máquina asesina mata a millares, así también le impone la vida a otros. El esfuerzo que se realizaba en la Escuela de Mecánica de la Armada para "sacar" del cianuro a personas apresadas tiene que ver con algo más que con su potencial utilidad en términos de la información que posteriormente se les pudiera arrancar. Muchos prisioneros de la Escuela de Mecánica sobrevivieron a la ingestión de la pastilla de cianuro que portaban los militantes montoneros gracias a un cuidadoso procedimiento que habían descubierto los marinos para arrancarlos rápidamente de la muerte. El caso de Norma Arrostito, dirigente de la organización Montoneros, es particularmente significativo. Arrostito fue "salvada" dos veces del cianuro, ya que intentó suicidarse en dos oportunidades consecutivas; no brindó ninguna información útil durante la tortura y luego fue asesinada por uno de los médicos de la marina, curiosamente, con una inyección también de veneno. El mensaje parece claro: Tú no te envenenas; nosotros lo haremos cuando queramos. Suspender la vida; suspender la muerte; atributos divinos ejercidos no desde los cielos sino desde los sótanos de los campos de concentración.

Desde este punto de vista se puede comprender porqué los campos impedían la posibilidad de suicidio, aun de aquellos que ya estaban como material de depósito esperando la muerte. El ejercicio de un poder que se pretende total y absoluto debe ejercerse sobre la vida misma de los hombres. En este sentido, el suicidio enfurecía a los desaparecedores; la existencia de la pastilla de cianuro entre los montoneros era concebida por ellos como una abominación, no por un supuesto código moral cristiano que se funda en el hecho de que sólo Dios tiene la autoridad para dar y quitar la vida, sino porque precisamente el suicidio, como un último acto de voluntad, les arrebataba la posibilidad de manifestar ese derecho de muerte que los convertía en "dioses". En este caso la muerte representaba la limitación y el fin de su poder.

Una vez más, el hecho encuentra paralelo con los campos nazis. Cuando los guardianes descubrieron que Filip Müller se había introducido voluntariamente en la cámara de gas para que su muerte tuviera, al menos, una brizna de elección personal, lo sacaron brutalmente gritándole: "Pedazo de mierda, maldito endemoniado, aprende que somos nosotros y no tú quienes decidimos si debes vivir o morir." Para el poder concentracionario es tan importante adueñarse de la vida de otros como adueñarse de su muerte. Por su parte, cuando los militantes de las organizaciones guerrilleras presentaban combate en el momento de su captura, no sólo tomaban una decisión sobre su muerte sino que además amenazaban la vida de los desaparecedores, esfumando de un golpe su pretendida divinidad. Geuna relata que la muerte de uno de los "dioses"
de La Perla, el sargento Elpidio Rosario Tejeda, en un enfrentamiento armado, impactó mucho al personal de inteligencia del campo porque "todos temieron en realidad la muerte propia. Estaban asustados: había muerto su mito y, por tanto, ellos también podían morir". Desde la perspectiva de los desaparecedores de La Perla, este hombre, que permanentemente hacía alusión a la muerte de los otros, que se complacía en llamar a los prisioneros "muertos que caminan", podía administrar la muerte pero no padecerla.

Probablemente el orgullo que producían al capitán Acosta sus instalaciones para las embarazadas, que se reducían a un simple cuarto con camas y una mesa, de las que se jactaba denominándolas "su Sarda" (la maternidad pública más importante de Buenos Aires), se relacionara con la contraparte del poder de muerte, que lo completa y cierra el círculo haciéndolo total: el ejercicio de un supuesto "poder de vida". No ya la simple capacidad asesina de decidir quién muere, cuándo muere y cómo muere sino más aún, determinar quién sobrevive e incluso quién nace, porque muchas mujeres embarazadas murieron en la tortura, pero otras no. Otras tuvieron sus hijos y los desaparecedores decidieron la vida del hijo y la muerte de la madre. Otras más, sobrevivieron ellas y sus hijos.

Esto es lo que subyace más directamente a la afirmación "Aquí adentro nosotros somos Dios", o a esta otra: "Sólo Dios da y quita la vida. Pero Dios está ocupado en otro lado, y somos nosotros quienes debemos ocuparnos de esa tarea en la Argentina""; subyace la pretensión de dar muerte y dar vida.

Casi todos los sobrevivientes reconocen un captor al que le "deben" la vida, alguien que los protegió y les "concedió" la vida. Estos "dadores de vida" son los mismos que aparecen torturando y asesinando, arrojando cadáveres al mar o quemándolos, ya sea en otros o en los mismos testimonios. El general Galtieri le dijo a Adriana Arce que él "era la única persona que podía decidir sobre mi vida"; y se la dio al tiempo que se la quitó a tantísimos otros, como la familia Valenzuela. Dadores de vida y dadores de muerte coinciden; ellos son los dioses de los campos de concentración. Sin duda, se podría leer este hecho como un humano acto de compensación individual para mantener cierto equilibrio psicológico pero, al mismo tiempo, se completaba así el ejercicio de un poder total, "divino". Dar y quitar la vida.

La afirmación del capitán Acosta, que refieren muchos de los sobrevivientes de la Escuela de Mecánica, cuando repetía con orgullo: "Esto no tiene límites", o la de uno de los militares de La Perla: "Aquí nadie se quiebra a medias. Esto es total", también se asocian con atributos divinos: el carácter ilimitado de Dios, su omnipotencia. La contraparte de este poder que, en su potencia absoluta, se despliega ilimitado y omnipotente es precisamente la sensación de impotencia total que registraba la víctima del campo de concentración. Sin embargo, tanto la omnipotencia del secuestrador como la impotencia absoluta del secuestrado son ilusorias. Todo poder reconoce un límite y frente a todo poder hay alguna posibilidad de resistencia.

¿De dónde provenía la pretensión de los torturadores de ser dioses? Sin duda de esta convicción de ser amos de la vida y la muerte; de hecho tenían la capacidad de decidir la muerte de muchísimas personas, casi de cualquiera en el marco de una sociedad en que todos los derechos habían sido suprimidos. Podían ser dadores de muerte y, más que de vida, de no muerte. En verdad, como ya lo señaló Foucault, el poder de vida y muerte es solamente un poder de muerte, que se ejerce o se resigna.

El suplicio en la Edad Media y el derecho soberano de matar de los reyes, que a primera vista podría parecer semejante a lo que aquí se describió, implicaba "determinada mecánica del poder: de un poder que no sólo no disimula que se ejerce directamente sobre los cuerpos sino que se exalta y se refuerza en sus manifestaciones físicas; de un poder que se afirma como poder armado y cuyas funciones de orden, en todo caso, no están separadas de las funciones de guerra".

Por el contrario, el poder militar en Argentina corresponde más a una estructura burocrático-represiva que a un aparato de guerra. Su ineptitud y desconcierto frente a la única circunstancia de guerra real que debió enfrentaren este siglo, la de las Malvinas, así lo demuestra Astiz, uno de los protagonistas destacados de la represión concentracionaria, se rindió sin combatir frente a los ingleses; estaba más preparado para combatir contra un peronista que contra un oficial británico. Ese fue sólo el más publicitado de los casos, pero la investigación de los sucesos llevó a mostrar la incapacidad militar y política del Ejército, la Armada y la Aeronáutica. Mario Benjamín Menéndez, comandante de las fuerzas militares en Malvinas, el mismísimo jefe del III Cuerpo de Ejército que fusilaba prisioneros amordazados en La Perla, además de mostrar su incapacidad militar, según sus propias declaraciones "No encontraba la manera de decir, ¿esto se podrá parar?, razonamiento inverso al de un guerrero que se pregunta más bien si "esto" se podrá ganar. Las Fuerzas Armadas resultaron más aptas para una sangrienta represión interior que para una guerra frontal entre ejércitos.

En lo que se refiere al ejercicio interno del poder, asesinaron y torturaron de manera institucional pero manteniéndolo en secreto, de manera subterránea y vergonzante, efectivizando un derecho de muerte que la sociedad nunca les reconoció explícitamente. Destrozaron los cuerpos, hicieron exhibición de ellos en algunos casos, pero nunca asumieron la responsabilidad de estos actos. El rey vengaba una ofensa a su persona en el cuerpo de los condenados. La Junta Militar castigaba y mataba como un exterminador clandestino, que al decir "Yo no fui", negaba él mismo la legitimidad de sus actos.

La exhibición de un poder arbitrario y total en la administración de la vida y la muerte pero, al mismo tiempo, negado y subterráneo, emitía un mensaje: toda la población estaba expuesta a un derecho de muerte por parte del Estado. Un derecho que se ejercía con una única racionalidad: la omnipotencia de un poder que quería parecerse a Dios. Vidas de hombres y mujeres, destinos de niños e incluso de seres que aún no habían nacido, nada podía escapar a él.

Utilizó su derecho arbitrario de muerte como forma de diseminación social del terror para disciplinar, controlar y regular una sociedad cuya diversidad y alto nivel de conflicto impedían su establecimiento hegemónico.

El antiguo derecho de vida y muerte latente sobre toda la población se superponía y hacía posible las funciones disciplinadoras y reguladoras manifiestas. Morir, pero esperar la muerte sentado y en determinada posición. Morir, pero antes de ello, contestar "Sí, señor", cuando se habla con un oficial. Morir sin combatir, en una fila de presos ordenados y amordazados, esas "procesiones de seres humanos caminando como muñecos hacia su muerte"''8, que ya habían existido en los campos nazis.
No hay espacio aquí para el condenado "que insulta a sus perseguidores; no hay espacio para la muerte heroica; no hay espacio para el suicidio en el seno de este poder burocrático.

El poder de vida y muerte es uno con el poder disciplinario, normalizador y regulador. Un poder disciplinario-asesino, un poder burocrático-asesino, un poder que se pretende total, que articula la individualización y la masificación, la disciplina y la regulación, la normalización, el control y el castigo, recuperando el derecho soberano de matar. Un poder de burócratas ensoberbecidos con su capacidad de matar, que se confunden a sí mismos con Dios. Un poder que se dirige al cuerpo individual y social para someterlo, uniformarlo, amputarlo, desaparecerlo.

El tormento
       
Fue la ceremonia iniciatica en cada uno de los campos de concentración-exterminio. La llegada a ellos implicaba automáticamente el inicio de la tortura, instrumento para "arrancar" la confesión, método por excelencia para producir la verdad que se esperaba del prisionero, criterio de verdad para producir el quiebre del sujeto. Su duración y las características que adoptara dependían del campo de concentración del que se tratara, de las características del prisionero, de su tenacidad en ocultar la información y de un sinnúmero de imponderables. No obstante, por su centralidad en el dispositivo concentracionario, estuvo pautada por criterios generales y adquirió características básicas comunes en todos los campos.

La aplicación de tormentos tenía una función principal: la obtención de información operativamente útil. Es decir, lograr que el prisionero entregara datos que permitieran la captura de personas o equipos vinculados con la llamada subversión, que comprendía todo tipo de oposición política pero preferentemente a la guerrilla y su entorno. La tortura era el mecanismo para "alimentar" el campo con nuevos secuestrados.

Dentro de las organizaciones guerrilleras existían mecanismos de control de sus militantes, generalmente cada 24 o 48 horas, de manera que, al momento de la captura, el dispositivo del campo contaba con un día, dos, a veces un poco más, para extraer de cada hombre información inmediatamente útil. Una vez que vencía el plazo, las organizaciones "desactivaban" todas las citas y desalojaban las casas y los militantes que la persona capturada conocía.

A partir de entonces, los secuestradores podían obtener otro tipo de datos que a veces conducían también a la captura de personas o armamento, como el reconocimiento de fotos o información que, unida a otra, llevaba indirectamente a ubicar una persona, una casa, una base operativa, un depósito de armas. Además, el prisionero tenía un conocimiento precioso: las caras de otros militantes. Si se lograba "trabajar" sobre él de tal manera que estuviera dispuesto a identificarlos en lugares públicos, "marcarlos", se podía capturar a muchas personas. Cada militante que accedía a esta práctica podía provocar decenas de muertes y detenciones.

Por último, cada preso era una muestra viviente del "enemigo", de su forma de actuar, pensar, razonar política y militarmente. También esto representaba una información valiosa.

La tortura perseguía, por lo tanto, toda la información que sirviera de inmediato, pero necesitaba también arrasar toda resistencia en los sujetos para modelarlos y procesarlos en el dispositivo concentracionario, para "chupar", succionar de ellos todo conocimiento útil que pudieran esconder; en este sentido hacerlos transparentes. El eje del mecanismo desaparecedor era obtener la información necesaria para multiplicar las desapariciones hasta acabar con el "enemigo" (más adelante se verá la vastedad que alcanzaba el termina). En consecuencia, la tortura era la clave, el eje sobre el que giraba toda la vida del campo.

En tanta ceremonia iniciática, el tormento marcaba un fin y un comienzo; para el recién llegado el mundo quedaba atrás y adelante se abría la incertidumbre del campo de concentración: "...una hora antes tenían vida.

Al desaparecer ya no tenían vida", así explicaría el suboficial Vilariño la realidad de estos "muertos que caminan"3".

La desnudez, la capucha que escondía el rostro, las ataduras y mordazas, el dolor y la pérdida de toda pertenencia personal eran los signos de la iniciación en este mundo en donde todas las propiedades, normas, valores, lógicas del exterior parecen canceladas y en donde la propia humanidad entra en suspenso. La desnudez del prisionero y la capucha aumentan su indefensión pero también expresan una voluntad de hacer transparente al hombre, violar su intimidad, apoderarse de su secreto, verlo sin que pueda ver, que subyace a la tortura, y constituye una de "las normas de la casa". La capucha y la consecuente pérdida de la visión aumentan la inseguridad y la desubicación pero también le quitan al hombre su rostro, lo borran; es parte del proceso de deshumanización que va minando al desaparecido y, al mismo tiempo, facilita su castigo. Los torturadores no ven la cara de su víctima; castigan cuerpos sin rostro; castigan subversivos, no hombres. Hay aquí una negación de la humanidad de la víctima que es doble: frente a sí misma y frente a quienes lo atormentan.

La tortura, como "procedimiento de ingreso o admisión", despoja al recién llegado de todos sus apoyos anteriores, entre otros, cualquier contacto personal que pueda fortalecerlo; es la forma en que se lo procesa para aceptar las reglas del campo". Señala el antes y el después. De hecho, casi todos los testimonios pasan del relato del secuestro que corresponde al "afuera", al de la tortura, primer paso del "adentro". Los testimonios también señalan que durante el periodo de tortura, se mantenía a los prisioneros aislados en los cuartos cié interrogatorio, separados del resto; por lo general sólo cuando esta etapa inicial, de asimilación y si es posible de quiebre concluía, se los integraba a la cuadra, al lugar de depósito. En el testimonio de Geuna resulta evidente este antes y después, como un abismo que se abre frente a la persona, en su caso agudizado por la muerte de su marido en el momento de la detención. Al día siguiente de su captura, después de la tortura, "estaba a kilómetros de distancia de la militante que era el día anterior. Ahora mi esposo estaba muerto y yo sentía que no tenía fuerzas para resistir."41 Como ya se señaló, la tortura se había aplicado sistemáticamente en el país desde muchos años antes, pero los campos daban una nueva posibilidad: usarla de manera irrestricta e ilimitada. Es decir, no importaba dejar huellas, no importaba dejar secuelas o producir lesiones; no importaba siquiera matar al prisionero. En todo caso, si se evitaba su muerte era para no "desperdiciar" la información que pudiera tener. Lo ilimitado de los métodos se unía a su uso por un tiempo también ilimitado.

Grass señala que los oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada afirmaban que eran necesarias formas "no convencionales" de respuesta a ¡a acción subversiva, de las cuales, el "instrumento central era la tortura aplicada en forma irrestricta e ilimitada en el tiempo". Decían: "No hay otra forma de identificar a este enemigo oculto si no es mediante la información obtenida por la tortura y ésta, para ser eficaz, debe ser ilimitada."42 También Geuna lo registra de la siguiente manera: "Si no te quebraban en horas, disponían de días, semanas, meses. 'Nosotros no tenemos apuro', nos advertían. 'Aquí-subrayaban-el tiempo no existe."

Lo ilimitado suponía también que la tortura, una vez terminada, se podía reiniciar. En muchos campos, como La Perla o la Mansión Seré, se registró el hecho de que por detectar que el prisionero no había dado determinada información o por represalia ante una actitud de desobediencia se reiniciara la tortura. Aun en lugares como la Escuela de Mecánica de la Armada, en donde no se acostumbraba volver a torturar al prisionero una vez concluida la etapa de interrogatorio, sin embargo la amenaza permanecía latente para el secuestrado que convivía con los instrumentos, los objetos y los sujetos de tortura durante toda su permanencia en el campo.

¿En qué consistía la tortura? El método de tormento "universal" de los campos de concentración argentinos, por el que pasaron prácticamente todos los secuestrados fue la picana eléctrica. Es natural; se trata de un instrumento nacional, "vernáculo", inventado por un argentino. Consiste en provocar descargas; cuanto más alto es el voltaje, mayor es el daño.

Su aplicación es particularmente dolorosa en las mucosas, por lo que éstas se convierten en el lugar preferido de los "técnicos". Puede y suele provocar paros cardiacos; de esta manera se mató a muchos prisioneros; en algunos casos porque "se les fue la mano", en otros de manera intencional.

La picana, ya mencionada, tuvo variantes; una fue la picana doble que consistía en lo mismo pero multiplicado por dos; otra fue la picana automática. Esta se ponía a funcionar sin que hubiera ningún interrogador, ninguna pregunta. Sufrir para sufrir, sin otro fin que el propio sufrimiento, como castigo y la domesticación del hombre al campo, como ablande. Quebrar la voluntad de resistencia frente al vacío, frente a ninguna pregunta, frente a la sola manifestación ele poder del secuestrador.

No describiré los distintos métodos utilizados pero sí haré mención de los más frecuentes. Es importante saber qué se le hace a un hombre para entender cómo se lo aterroriza y se lo procesa. El terror corresponde a un registro diferente que el miedo.

Mientras uno está sentado, leyendo, el terror es apenas un concepto que se asocia vagamente con una especie de miedo grande, tal vez con un género cinematográfico, pero basta seleccionar cualquiera de estas técnicas, la que personalmente pueda parecer más tolerable, y pensar en su aplicación sobre el propio cuerpo, de manera irrestricta e ilimitada, repetida e interminablemente, para tener una aproximación a cómo se produce el terror. Interminablemente quiere decir exactamente sin fin, hasta la muerte o hasta un fin arbitrario que no depende de uno.

Para obtener la información necesaria, los interrogadores "se vieron obligados" a usar técnicas de asfixia, ya fuera por inmersión en agua o por carencia de aire. Aplicaron golpes con todo tipo de objetos, palos, látigos, varillas, golpes de karate y práctica, sobre ¡os prisioneros, de golpes mortales, así como palizas colectivas. Practicaron el colgamiento de los seres humanos por las extremidades dentro de ¡os campos y también desde helicópteros. Hicieron atacar gente con perros entrenados. Quemaron a las personas con agua hirviendo, alambres al rojo, cigarros y les practicaron cortaduras de todo tipo. También despellejaron personas, como Norberto Liwsky en la Brigada de Investigaciones de San Justo. En muchos campos, en particular en los que dependían de la Fuerzas Aérea y la policía, los interrogadores se valieron de todo cipo de abuso sexual.

Desde violaciones múltiples a mujeres y a hombres, hasta más de 20 veces consecutivas, así como vejámenes de todo tipo combinados con los métodos ya mencionados de tortura, como la introducción en el ano y la vagina de objetos metálicos y la posterior aplicación de descargas eléctricas a través de los mismos. En estos lugares también era frecuente que a una prisionera "le dieran a elegir" entre la violación y la picana 44.

De ahí en más hicieron todo lo que una imaginación perversa y sádica pueda urdir sobre cuerpos totalmente inermes y sin posibilidad de defensa. Lo hicieron sistemáticamente hasta provocar la muerte o la destrucción del hombre, amoldándolo al universo concentracionario, aunque no siempre lo lograron. El abuso con fines informativos, el abuso para modelar y producir sujetos, el abuso arbitrario, todos atributos principales del poder pretendidamente total: saber todo, modelar todo, incluso la vida y la muerte, ser inapelable.

La práctica de estas formas de tortura de manera irrestricta, reiterada e ilimitada se ejerció en todos los campos de concentración y fue clave para la diseminación del terror entre los secuestrados. Una vez que el prisionero pasaba por semejante tratamiento pretería literalmente morir que regresar a esa situación; son muchos los testimonios que así lo afirman. La muerte podía aparecer como una liberación. De hecho, los torturadores usaban la expresión "se nos fue" para designar a alguien que se /«había muerto durante la tortura. Y sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas que estaba vedada para el desaparecido, que descubría entonces no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Morir no era fácil dentro de un campo, Teresa Meschiati, Susana Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a veces absurdos pero desesperados para encontrar la muerte: tomar agua podrida, dejar de respirar, intentar suspender voluntariamente cualquier función vital. Pero no era tan simple.

La máquina inexorable se había apropiado celosamente de la vida y la muerte de cada uno.

No obstante estos denominadores comunes, existieron modalidades diferentes. En algunos casos, relatados por sobrevivientes de campos de la Fuerza Aérea y la policía, el tormento tomaba las características de un ritual purificador. Más que centrarse en la información operativamente valiosa buscaba el castigo de las víctimas, su desmembramiento físico, una especie de venganza que se concretaba en signos visibles sobre los cuerpos. En esos lugares se usaba mucho el castigo con palos y latigazos, que deja huellas. El tratamiento se acompañaba con tortura sexual, fundamentalmente denigrante; eran frecuentes, por ejemplo, las violaciones de hombres. Toda la sesión, desde que iban a buscar al prisionero, tenía un ritmo de excitación ascendente, mientras que, por ejemplo en la Mansión Seré, no faltaba un torturador cristiano que rezaba y "confortaba" a la víctima instándola a que tuviera fe en Dios, mientras era atormentada. También en ese centro, uno de los miembros de la "patota", "al grito de hijos del diablo, hijos del diablo, agarró un látigo y empezó a pegarnos. Son todos judíos, decía, hay que matarlos"4''.
En la Brigada de Investigaciones de San Justo: "Cuando me venían a buscar para una nueva sesión lo hacían gritando y entraban a la celda pateando la puerta y golpeando lo que encontraran. Violentamente. Por eso, antes de que se acercaran a mí, ya sabía que me tocaba." A continuación sigue un relato espeluznante, que incluye el despellejamiento del prisionero.

En la Delegación de la Policía Federal: "Allí me golpearon ferozmente por espacio de una hora aproximadamente, lo hicieron con total sadismo y crueldad pues ni siquiera me interrogaban, sólo se reían a carcajadas y me insultaban.'"' En la mansión Seré: "...entra la patota en la pieza haciendo mucho escándalo, como ellos hacían, con el fin de crear un clima de terror y pánico a su alrededor... me sacan entre comentarios jocosos y risotadas, me anuncian que me van a dar un baño; me hundían cada vez más frecuentemente y por espacios más prolongados de tiempo, a punto tal de, digamos, de terminar por provocarme asfixia... nos atan a los dos juntos... nos torturan con picana alternativamente a uno y a otro... se me introdujo un objeto metálico en el ano y se me transmitía corriente eléctrica por él; se me torturó en los genitales y en la boca, en las órbitas de los ojos..."/|íi En estos campos crecía el número de víctimas casuales. En la misma Mansión Seré, secuestraron y torturaron a un levantador de quiniela y, en mayo de 1 977, buscando a un militante, "la patota" se equivocó de dirección y registró los cuartos de una pensión. En uno de ellos encontraron fotos que consideraron pornográficas, en las que se veía a menores, por lo que dedujeron que la persona que allí habitaba era un perverso sexual. Así que procedieron a esperar su llegada y a secuestrar a aquel hombre. Así lo hicieron, lo llevaron hasta la Mansión Seré y allí lo torturaron hasta su muerte, que se produjo esa misma noche. Habían consumado un acto de "purificación". Cruzados del "bien y la moralidad", castigaban el mal, entre rezos, risas y vejámenes.

En este tipo de rituales murieron muchas personas. La duración era indeterminada; la reiteración de la tortura imprevisible y el sentido se asemejaba más a una ceremonia de venganza y locura, entre risas, gritos y golpes, que a un acto de inteligencia militar. A pesar de la aparente irracionalidad, estos campos cobraron un importantísimo número de víctimas y cumplieron un papel fundamental en la destrucción física de toda oposición política, sin discriminación alguna, y de la diseminación del terror. Fueron funcionales para el proyecto militar y dejaron muy pocos sobrevivientes, algunos de ellos lo suficientemente aterrados como para no relatar jamás lo que sufrieron.

Las prácticas de tortura en otros campos, como la Escuela de Mecánica de la Armada o La Perla, tenían diferencias considerables con respecto a lo que acabo de describir, al menos a partir de la existencia de sobrevivientes. En esos lugares la tortura era enérgica, con un fin "profesional": obtener información operativamente valiosa. Durante el periodo "útil" del prisionero se le aplicaban picana, submarino (asfixia por inmersión) y golpes, como tratamiento regular, y la promesa de respetar su vida en caso de que colaborara, es decir que proporcionara información suficiente para capturar a otras personas.

Para dar credibilidad a la oferta de vida, antes de torturarlo se exhibían ante el preso otros secuestrados, preferentemente militantes conocidos, que en el exterior se daban por muertos. La idea era inducir en el recién llegado la suposición de que estas personas conservaban la vida porque estaban colaborando activamente con los desaparecedores (lo que no necesariamente era verdad). A ello se sumaba el hecho de que, en muchos casos, la detención de la persona se había producido por la delación de un compañero de militancia, a veces con más experiencia o responsabilidades políticas que él mismo. Esto reforzaba la idea que trataba de generar el campo de concentración de que "todos" colaboraban; nadie podía contra su poder y era mejor no intentarlo. La exhibición de omnipotencia que creaba en el secuestrado una sensación de impotencia también total.

La oferta de vida y la prueba "palpable" de que así era, (unos meses de vida en esas circunstancias parecían una promesa de inmortalidad) rompía la lógica con que los militantes llegaban al campo de concentración: enfrentar la propia muerte. Se trataba de producir en el secuestrado un shock psíquico primero y físico después, mediante una tortura intensiva, que lo desestructurara lo suficiente como para dar una "punta del hilo", un dato más para desenredar la madeja de las organizaciones políticas y sindicales. Después de ello, manteniendo la presión, se podía esperar una colaboración más abierta.

El procedimiento se caracterizaba por una cierta asepsia; el objetivo era obtener información útil, pero además, quebrar-A individuo, romper ú militante anulando en él toda línea de fuga o resistencia, modelando un nuevo sujeto adecuado a la dinámica del campo, un cuerpo sumiso que se dejara incorporar a la maquinaria, cualquiera que fuera el lugar que se le asignara. Este quiebre era el producto más preciado de la tortura; alcanzarlo era el mayor desafío para el dispositivo concentracionario y la prueba evidente, insoslayable del poder del interrogador.

Para lograr el quiebre, valían todos los medios, pero siempre conservaban esa racionalidad, la búsqueda de información operativamente valiosa.
Pasado el periodo de utilidad del preso, éste dejaba de ser un cuerpo atormentado para producir la verdad ser un cuerpo de desecho, material en depósito hasta la decisión de su destino final: la eliminación o, muy eventualmente, la liberación. La posibilidad de reiniciar la tortura siempre estaba presente pero era relativamente excepcional. Desde el momento en que cesaba la tortura física directa, iniciaba la tortura sorda, la de la incertidumbre sobre la vida, la oscuridad y el aislamiento permanentes, la desconfianza hacia todos, la mala alimentación, el maltrato y la humillación.

En algunos casos, la decisión final sobre la suerte del preso se difería, pasando por un periodo intermedio en el que se lo incorporaba al régimen de capucha o cuadra pero se pretendía, ganar al prisionero, sacarle algo o algo más; la lógica concentracionaria es avariciosa, intenta chupar todo lo vital que hay en el hombre. Se trataba entonces de obtener algún tipo de colaboración voluntaria, operacional, técnica, política, al cabo de la cual, e independientemente de lo que hubiera proporcionado, el destino último también era incierto.

Así pues, aparecen por lo menos dos mecanismos posibles en la tortura: el tormento que llamaré inquisitorial y el tormento como tecnología eficaz, fría, aséptica y eficiente de "chupar". Los dos pretenden producir la verdad, producir un culpable y arrasar al sujeto pero lo hacen de maneras diferentes. Ambas formas implican el procesamiento de los cuerpos, la extracción de lo que sirve y el desecho del hombre. Sin embargo, la modalidad inquisitorial destruye más los cuerpos, es más brutal, arroja más sufrimiento directo sobre sus víctimas, pero es menos eficiente para extraer, está menos preparada para aprovechar hasta la última gota útil de un hombre.

También es probable que la modalidad "aséptica" produzca un menor deterioro personal en los hombres que la aplican y les permita concebirse a sí mismos como simple personal técnico. Finalmente, en términos institucionales, cabe pensar que en nuestra época es más fácil mantener el espíritu de cuerpo y la adhesión ideológica de una fuerza profesional y clasemediera por vía de un discurso técnico-aséptico que por vía de uno fanático-inquisitorial. Este último es psíquica e institucionalmente desquiciante.

Los oficiales de inteligencia que ejecutaron la tortura, sobre todo en el modelo aséptico, eran hombres comunes y corrientes, las más délas veces insignificantes, como Juan Carlos Rolón, cuyo ascenso salió a defender el Presidente Menem en 1 994. lambién ellos, pequeños engranajes que no correspondían a un único patrón. Geuna los describe uno por uno; la diversidad comprende tontos e inteligentes, audaces y cobardes, religiosos y ateos, vanidosos, arrogantes, pusilánimes, de todo; hombres como cualquier otro, que caminan por la calle. Muchos se preguntaban, con auténtica curiosidad, si los prisioneros los consideraban "torturadores".

Como si la condición de torturador fuera parte de una esencia que no poseían, como si su práctica cotidiana se debiera a una función circunstancial que se vieron obligados a cumplir; como si hubiera "otros", no ellos, que sí eran torturadores porque disfrutaban haciendo sufrir.
Estos hombres sólo trabajaban y "cumplían órdenes".

El cumplimiento de órdenes fue la fórmula más burda de descargo del torturador. Otra muy usual, de acuerdo a los testimonios, fue responsabilizara las conducciones de las organizaciones armadas porque "mandaban a matar" a su gente, "obligándolos" a ellos a hacerlo. También era común que descargaran la culpa sobre la propia víctima, que por su tozudez, los "obligaba" a torturarla. La expresión que se registra es "no te hagas dar", es decir que la víctima "se hacía dar', se hacía torturar. Si para detener a alguien habían torturado a otras personas, el responsable de tales castigos era el buscado, o el que daba la información o cualquier otro que no fuera el torturador. "Vos sos la culpable de que haya hecho cagar a esos infelices", le decía un torturador de la policía federal a Mirtha Gladys Rosales, para justificar que había golpeado salvajemente a su padre y a otras personas'1'''.

Sin embargo, y por más desplazamientos que pueda hacer, hay algo que se agita internamente en un hombre que destroza a otro. Hay algo que reclama la afirmación de su propia humanidad, porque en el intento de despersonalización de la víctima él mismo se despersonaliza, se deshumaniza. En muchísimos relatos aparece el intento de "reparación" del torturador sobre la propia víctima, como si pudiera escindir su condición de torturador frente a un cuerpo sin rostro de su condición humana frente a la persona del torturado. Cuenta una sobreviviente: "Después de esas 'sesiones' (de tortura) me hacían vestir, y con buenos modos y palabras de consuelo me llevaban al dormitorio e indicaban a otra prisionera que se acercara y me consolara."51' Ana María Careaga relata: "El hombre que había dirigido la tortura, que me había torturado personalmente, ahora me hablaba de una manera paternal.'"1' Otro testimonio dice: "El domingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia obligándome a jugar a las cartas con él."" Un relato casi idéntico de la Mansión Seré señala que la patota secuestró a una maestra muy joven por haber escrito en el pizarrón de su clase "La; Montoneras recorren el país", como frase de ejercitación gramatical y en obvia referencia a las Montoneras del siglo pasado. Después de haber sido torturada "preventivamente", fue presionada con insistencia por uno de sus torturadores a jugar a las cartas con él. La muchacha, que primero se negó, al cabo de un rato jugaba al chin-chon con un hombre poco mayor que ella y que la había sometido a tormento minutos antes. La figura de estas dos personas jugando a los naipes dentro de un campo de exterminio es la viva imagen de una suerte de perversión de la realidad que se opera en el dispositivo concentracionario, cuyo eje es la tortura. En ella se conjugan el poder, la arbitrariedad, la culpa y la necesidad de crear una "ilusión de reparación", que persiguió a buena parte de los torturadores.

Mediante el tormento se arrancaba al hombre información y su misma humanidad, hasta dejarlo vacío. La sala de torturas, el "quirófano" en la jerga concentracionaria, era el lugar donde se operaba sobre la persona para producir ese vaciamiento. Era un largo proceso que duraba días, semanas, meses hasta lograr la producción de un nuevo sujeto, completamente sumiso a los designios del campo: "Ya uno no tiene nada que darles, ni ellos quieren nada de mí. Tenía un gran cansancio y sólo quería que todo terminara de inmediato."53 El campo logró la sumisión. El "Sí, señor" del lenguaje militar en boca de los prisioneros fue un signo de esa sumisión. "Se ensañaron mucho más porque no les había dicho que estaba embarazada... Me decían: '¿Por qué no lo dijiste, pelotuda? ¿Querés que te lo saque ahora?' (al hijo) ¡No! 'No, qué pelotuda.' No, señor.

'Ah, así está mejor.'"5' Sin embargo, la sumisión nunca es toral; el campo intentó arrasar la personalidad y toda forma de resistencia a través de la tortura sistemática, ilimitada, irrestricta, produciendo dolor, terror, parálisis, pero no necesariamente lo logró. No hay técnicas infalibles, y la tortura tampoco lo fue. A pesar de los interrogadores, frente a ella había hombres, no masilla moldeable. Seres humanos que reaccionaron de las más diversas maneras. Existió la resistencia abierta de quienes, poseyendo información, desafiaron con éxito la tortura. Geuna relata el de una madre que dirigiéndose a su hija, mientras las torturaban a ambas en La Perla, le gritaba "No hables, nena; a estos hijos de puta ni una palabra". Aquí, el campo de concentración y la tortura se enfrentan a su zona de impotencia: la resistencia interna del hombre. En este caso sólo pueden funcionar como máquina asesina, y matar.

Hay otros que simularon colaborar, dando datos falsos que pudieran pasar por verdaderos, y en realidad no entregaron algo útil para "alimentar" y reproducir el mecanismo.

Intentaban así detener la tortura y ganar tiempo. En este caso, la tortura tampoco logró su objetivo. No sólo no produjo la "verdad", sino que el prisionero la contabilizó internamente como una batalla ganada al campo de concentración; se fortaleció, aunque le costara la vida. Es el caso de Fernández Samar que se relata también en el testimonio de Gauna, quien mientras agonizaba a causa de los tormentos padecidos, en los que había ocultado la información clave, repetía "Los jodí; los jodí"'°. Entre los sobrevivientes hay mucha gente que resistió la tortura y seguramente esta primera victoria los rearmó para tolerar la capucha, el aislamiento, las presiones y todo lo que padecieron después hasta su liberación. La resistencia a la tortura es una de las formas más claras de la limitación del poder del campo.
Otros más no aguantaron la presión y brindaron información útil pero no entregaron todo; guardaron cuidadosamente aquello que consideraban más importante; ese era su último bastión de resistencia, su secreto.

Estas personas, aunque hubieran sido arrasadas por el dispositivo, solían recuperara. Es decir, pasada la presión directa, recobraban las nociones de solidaridad y compromiso con sus compañeros de cautiverio, recuperaban alguna capacidad de resistencia. Este grupo fue muy importante en términos cuantitativos y cualitativos ya que fue numeroso y permitió la reproducción del dispositivo, alimentándolo y generando más secuestros. Desde este punto de vista, la tortura irrestricta e ilimitada demostró su eficacia. Mucha de esa gente podía estar dispuesta a morir, pero sencillamente no soportó las condiciones de tormento y "entregó" algo, o mucho.

Hubo otros prisioneros que una vez que comenzaron a dar información bajo tortura ya no se detuvieron, y se fueron desplazando progresivamente de la categoría de víctimas a la de victimarios. Esta gente, que existió en La Perla, en el ministaff de la Escuela de Mecánica y en otros lugares de manera aislada, se convirtió en una especie de presos intermediarios entre los desaparecedores y los desaparecidos. Fueron quebrados por la tortura, muchas veces espantosa, y se desintegraron. No se sentían presos. Suzzara, una secuestrada de este tipo, decía de sus compañeros presos: "Les tengo asco". Algunos de ellos realizaban operativos militares con sus propios captores; otros llegaron incluso a torturar. Estas personas eran un enemigo de los presos igual o peor que los guardias. Necesitaban que todos se desintegraran como ellos, que dejaran de ser, para encontrar su propia justificación; por eso vigilaban meticulosamente a los otros prisioneros, "certificaban" los "quiebres"; temían la sobrevivencia de quienes no estuvieran en su misma situación porque eran testigos de su vergüenza. En general, los militares sentían un profundo desprecio por esta gente. Sobre ellos el campo de concentración funcionó, alcanzó su objetivo; aunque numéricamente representaron algo así como el uno por mil fueron muy útiles al dispositivo. Cada uno de ellos fue responsable de muchas decenas de secuestros.

Además orientaron el trabajo de los interrogadores; les permitieron aumentar su eficiencia; saber qué preguntar, cómo hacerlo, cuáles eran las debilidades de una persona. En fin, fueron de gran utilidad y constituyen el tipo de sujeto que produce el campo de concentración y la tortura: temerosos, sumisos, autoritarios, inestables. Muchos de ellos permanecieron ligados a las fuerzas de seguridad y siguieron trabajando para ellas una vez clausurados los campos de concentración.

Por último existieron personas que "negociaron" su captura. Es decir, aquellos que sin ofrecer resistencia alguna, sin ¡atentar siquiera presentar batalla, "se pasaron" aparentemente de bando y se prestaron a trabajar para las fuerzas de seguridad como lo habían hecho para organizaciones políticas opositoras. Llegaron a los campos de concentración con maletas y jamás les tocaron un pelo. De estos casos se registran el de Pinchevsky en La Perla y el de Máximo Nicoletti y su mujer, María Emilia Peuriot, en la Escuela de Mecánica de la Armada. Estas personas no se pueden considerar como éxitos del dispositivo concentracionario; son otra cosa.

No fueron quebrados puesto que no había nada que romper, que opusiera resistencia.

En síntesis, la tortura como eje del trabajo de inteligencia fue altamente productiva y eficiente. Logró la información suficiente para destruir las organizaciones guerrilleras y sus entornos, asesinar a los dirigentes sindicales no conciliadores, arrasar toda organización popular, golpear y dificultar la acción de los organismos de derechos humanos. Lo hizo gracias a la existencia de los campos de concentración con los supuestos de una práctica irrestricta e ilimitada del tormento. Consiguió obtener información parcial significativa; logró la colaboración total de un pequeño grupo de gente que logró modelar, desintegrar y reordenar según la lógica del poder autoritario. En suma fue el método que permitió obtener la información necesaria para destruir una generación de militantes políticos y sindicales que desaparecieron en los campos de concentración. Para quienes deseaban este resultado, el método parece haber sido el adecuado. En todo caso se abren otras preguntas: ¿Debía la sociedad argentina desaparecer una generación de molestos activistas sindicales y políticos? ¿Hay posibilidad de separar medios y fines? Desaparecer, borrar del mapa, ¿no lleva casi irremediablemente a esto?

Una lógica perversa, una realidad tabicada y compartimentada El campo es un lugar de contrarios que coexisten, de ambivalencia y conflicto superpuesto, no resuelto, en donde la confrontación se resuelve por la separación, clasificación y eliminación de lo disfuncional.
Al tiempo que es un centro de retiñían de prisioneros, es donde el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible. Prisioneros concentrados en una barraca, cuidadosamente separados entre sí por tabiques, celdas, cuchetas. Compartimentos que separan lo que está profundamente interconectado.

Los planos de los campos de concentración parecen graficar esta idea de la compartimentación como antídoto del conflicto, que permea todo el proceso. Largas secuencias de compartimentos; depósitos ordenados y separados en la arquitectura, en las etapas del proceso desaparecedor (captura, tortura, asesinato, desaparición de los cuerpos), entre los servicios que obtienen y procesan la información (Armada, Ejército, Aeronáutica), del campo mismo como un compartimento separado de la realidad.

También los hombres aparecen fragmentados, compartimentados interna y externamente: "subversivos" a los que se despoja de identidad, cuerpos sin sujeto, torturadores que ostentan una ideología liberal, cristianos que se confunden a sí mismos con Dios. Todo sin entrar en colisión aparente, subsistiendo gracias a una separación cuidadosa, esquizofrénica, que atraviesa a la sociedad, al campo de concentración y a los sujetos.

Los compartimentos estancos son la condición de posibilidad de coexistencia de elementos sustancialmente inconsistentes y contradictorios.

Salta a la vista que precisamente las fuerzas legales, como se identificaban a sí mismas las fuerzas represivas, operaran con una estructura, un funcionamiento y una tecnología "por izquierda", es decir ilegal. El secuestro, la tortura ilimitada y el asesinato eran claves para lograr el exterminio de toda oposición política y diseminar el terror al que ya se hizo referencia. Dichas "técnicas" no se hubieran podido aplicar desde la legalidad existente y, de hecho, el gobierno militar, a diferencia de los nazis, nunca creó leyes que respaldaran la existencia de los campos de concentración; antes bien optó por negar su existencia. Las "fuerzas legales" eran los GT clandestinos mientras que toda acción legal, como la presentación de hábeas Corpus, denuncias, búsqueda de personas, juicios, era considerada "subversiva".

Extraña coexistencia de lo legal y lo ilegal, pérdida de los referentes, inversión constante y sucesiva de los términos, confusión de los contrarios que impide reconocer desde la sociedad por dónde pasa la distinción entre uno y otro. La ilegalidad de los campos, en coexistencia con su inserción perfectamente institucional, aunque parezca contradictorio, fue una de las claves de su éxito como modalidad represiva del Estado.
Directamente vinculado con la legalidad aparece el problema del secreto.

El secreto, lo que se esconde, lo subterráneo, es parte de la centralidad del poder. Durante el Proceso de Reorganización Nacional se sancionaron 16 leyes de carácter secreto. El general Tomás Sánchez de Bustamante declaró: "En este tipo de lucha (la antisubversiva) el secreto que debe envolver las operaciones especiales hace que no deba divulgarse a quién se ha capturado y a quién se debe capturar. Debe existir una nube de silencio que rodee todo..." También existían sanciones legales de carácter secreto y decisiones secretas que inhabilitaban políticamente a ciertos ciudadanos. Los campos de concentración eran secretos y las inhumaciones de cadáveres NN en los cementerios, también. Sin embargo, para que funcionara el dispositivo desaparecedor debían ser secretos a voces; era preciso que «'supiera para diseminar el terror. La nube de silencio ocultaba los nombres, las razones específicas, pero todos sabían que se llevaban a los que "andaban en algo", que las personas "desaparecían", que los coches que iban con gente armada pertenecían a las fuerzas de seguridad, que los que se llevaban no volvían a aparecer, que existían los campos de concentración. En suma, un secreto con publicidad incluida; mensajes contradictorios y ambivalentes. Secretos que se deben saber; lo que es preciso decir como si no se dijera, pero que todos conocen.

La manera en que se fraccionó el dispositivo concentracionario, separando trabajos y diluyendo responsabilidades es otra manifestación de esta misma esquizofrenia social, y tuvo lugar dentro mismo de los campos. El mecanismo por el cual los desaparecedores concebían su participación personal como un simple paso dentro de una cadena que nadie controlaba es otra forma de fraccionar un proceso básicamente único. Cada uno de los actores concebía la responsabilidad como algo ajeno; fragmentaba el proceso global de la desaparición y tomaba sólo su parte, escindiéndola y justificándola, a! tiempo que condenaba a otros, como si su participación tuviera algún sentido por fuera de la cadena y no coadyubara de manera directa al dispositivo asesino y desaparecedor. Recuérdense en este sentido las declaraciones de Vilariño.

De manera semejante, los grupos operativos se concebían como diferentes y enfrentados, se retaceaban la información unos a otros, entre las distintas armas y aun dentro de una misma arma. Cada uno se creía, o bien más eficiente, o bien menos brutal que los otros. Grass se refiere a las diferencias entre el grupo operativo de la Escuela de Mecánica y el del Servicio de Inteligencia Naval; Cetina narra el terrible enfrentamiento entre la policía y el Ejército; Graciela Dellatorre cuenta la competencia que existía entre los tres grupos operativos de El Vesubio5 . Cada uno era un compartimento del dispositivo concentracionario , con sus hombres, sus armas, su información, sus secuestrados. Su seguridad podía depender de mantener esta separación; el incremento de su poder también. Es decir, el mecanismo favorecía la compartimentación y la competencia, al tiempo que imponía su totalidad sobre el conjunto. Es importante señalar que cuanto mayor sea ia fragmentación, más necesidad existirá de una instancia totalizadora. Lo fragmentario no se opone a lo totalizante; por el contrario, se combinan y superponen, sin encontrar consistencia ni coherencia alguna.

Para el secuestrado, la incoherencia entre unas acciones y otras creaba un desquiciamiento de la lógica dentro de los campos, otra lógica que no alcanzaba a comprender, pero que sin embargo es constitutiva del poder, de su parte más íntima, de su racionalidad no admitida, negada, subterránea. Una racionalidad que incorpora lo esquizofrénico como sustancial. La incongruencia entre las acciones de los secuestradores fue una de sus manifestaciones que se hizo particularmente patente en los campos que correspondieron a la modalidad técnico-aséptica.

Por ejemplo, la posibilidad de supervivencia no aumentó para quienes brindaron información útil ni para las víctimas producto de la casualidad, del error, o que después de los interrogatorios hubieran demostrado tener muy poca o nula vinculación con la guerrilla. Por el contrario, en muchos casos fue exactamente al revés; los militantes de cierta trayectoria podían ser más útiles a largo plazo, lo que aumentó inicialmente su sobrevida y luego la posibilidad de "reaparecer". El procedimiento no carecía de lógica pero al mismo tiempo parecía incomprensible; pertenecía a otra lógica que el secuestrado no podía comprender. Por un lado, la existencia de lógicas incomprensibles, por otro, la ruptura y la esquizofrenia dentro de la lógica concentracionaria desquiciaban a los prisioneros e incrementaban la sensación de locura.

La visita casi diaria en la Escuela de Mecánica de la Armada de un médico que atendía a los prisioneros era un dato aparentemente contradictorio con la suposición de que los traslados implicaban la muerte. Geuna también relata que: "se interesaban por mi salud, por mis heridas, por mi debilidad (había adelgazado diez kilos en veinte días).

Me trajeron vendas y vitaminas. Me cuidaban y al mismo tiempo me decían que me iban a matar."58 ¿Para qué se curaba de anginas o se administraba vitaminas a alguien que se iba a asesinar? La incongruencia llevaba al preso a pensar que o bien era cierta una cosa o la otra y, dado que efectivamente le llevaban vitaminas, no lo iban a matar, lo cual era falso. Esta "lógica perversa" o falta aparente de lógica dañó terriblemente a los secuestrados.

Se puede pensar, aunque Hannah Arendt discutiría la supuesta finalidad productiva de los campos de concentración nazis, que en ellos, a pesar del exterminio que se reservaba a los prisioneros, la existencia del médico tenía un sentido: mantener al hombre con cierta capacidad de trabajo, ya que se lo usaba en tareas productivas. Pero éste no era el caso de los campos argentinos, en que los secuestrados permanecían tirados en el piso, sin hacer nada a veces durante meses. ¿Qué lógica podía tener la presencia del médico en esas circunstancias?

No es claro, pero probablemente se jugaba un cierto sentido de humanidad manteniendo al hombre en condiciones relativamente aceptables hasta su muerte. Esta hipótesis, la menos congruente con el resto del funcionamiento del campo, es quizás la más probable; hay que recordar que la preservación de la vida de algunos niños en el vientre de su madre respondía a una lógica semejante que no sería más que otro de los tantos mecanismos de auto-humanización que debieron usar los desaparecedores para justificarse a sí mismos. Desde una concepción más consistentemente utilitarista se podría suponer que prevenían epidemias que pudieran afectar a prisioneros todavía útiles o al propio personal.
También es probable; en algunos sentidos el campo funcionaba como una fría y no muy selectiva máquina de matar; en otros irrumpían estas rupturas de la lógica, estas compartimentaciones incomprensibles a primera vista. Lo cierto es que la atención médica era uno de los elementos que lograba dificultar la comprensión del prisionero de que sería ejecutado, por la aparente contradicción entre una acción y otra. Esa confusión, alimentada por el campo y multiplicada por el temor y la negación de los prisioneros, creaba una "predisposición" para interpretar la lógica perversa que desataba el campo como auténticos indicios de la posibilidad de supervivencia, lodo ello confluyó para desalentar las formas de resistencia más desesperadas.

Algo semejante ocurrió con la atención a las mujeres embarazadas que llegaron a dar a luz, en la "Sarda" de la Escuela de Mecánica. A partir de cierto momento del embarazo, esas prisioneras pasaban a ocupar un cuarto con camas, una mesa con sillas, ropa, y podían permanecer allí con los ojos descubiertos y hablar. Días antes del alumbramiento, los marinos le hacían llegar a la madre un ajuar completo, a veces muy hermoso, para su bebé. El parto se atendía con un médico y respetando ciertos requerimientos de asepsia, anestesia y cuidados generales. La madre le ponía nombre a su hijo y daba las indicaciones para que lo entregaran a la familia. Este trato dificultaba la comprensión del destino final de madre e hijo. Las atenciones hacían presuponer que ambos vivirían o que, cuando menos, el bebé sería respetado. La realidad era muy otra: la madre solía ser ejecutada pocos días después del alumbramiento y el bebé se enviaba a un orfanato, se daba en adopción o, eventualmente, se entregaba a la familia. Quedaba así limpia la conciencia de los desaparecedores: mataban a quien debían matar; preservaban la otra vida, le evitaban un hogar subversivo y se desentendían de su responsabilidad. No es que no existiera una racionalidad; sencillamente no era una lógica total y perfectamente congruente sino fraccionada y contradictoria.

Muchas de las inconsistencias de los campos estuvieron ligadas a la participación de médicos y psicólogos, cuyas profesiones se asocian, precisamente, con evitar el dolor y preservar la vida. En los campos, estos profesionales cumplieron las funciones exactamente inversas. Los médicos de los campos (los hubo en todos), que se dedicaban también a curar gente fuera de ellos, ayudaron a señalar cómo provocar más dolor, cómo prolongarlo, cómo evitar la muerte cuando el preso era potencialmente "útil" y cómo matarlo sin que ofreciera resistencia. Uno de los casos más abrumadores fue el de Jorge Vázquez, médico, prisionero que pertenecía a lo organización Montoneros, que asesoraba en la tortura y que autorizó continuar con el tormento de Víctor Melchor Basterra después de que éste padeciera un paro cardiaco5'1. Estos hombres sólo pueden haber convivido con sus funciones reparadoras y sus funciones asesinas haciendo coexistir lo antagónico por medio de la compartimentación, la separación de sus funciones. Como señaló Franz Stangl, comandante del campo de concentración de Treblinka: "No podía vivir si no compartimentaba mi pensamiento."' Los sacerdotes tampoco estuvieron ausentes de los campos de concentración y de su lógica esquizofrénica. Además de que muchos de ellos, así como religiosas católicas, los padecieron y fueron sus víctimas, otros se dedicaron a tranquilizar las conciencias de los desaparecedores y a atormentar a los secuestrados. Un miembro de los grupos represivos, Julio Alberto Emmed, relató que después ele asesinar a tres hombres con inyecciones de veneno aplicadas directamente al corazón, en presencia del sacerdote Christian Von Wernich, "el cura Von Wernich me habla de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido; me dice que lo que habíamos hecho era necesario, que era un acto patriótico y que Dios sabía que era para bien del país. Estas fueron sus palabras textuales"61. A su vez, el R. P. Felipe Pelanda López, capellán del batallón 141 de ingenieros de La Rioja, le dijo a un detenido apaleado: "¡Y bueno, mi hijo, si no quiere que le peguen, hable!"62 Abundan estos testimonios que, como en el caso de los médicos, dan cuenta de una "inversión" de la misión que se supone cumple un sacerdote. En lugar de reprobar el asesinato, convalidarlo; en lugar de confortar al que sufre, agredirlo. Estos hombres, al mismo tiempo, celebraban misa y leían cada domingo los Evangelios.

Los intentos de reparación que realizaban los torturadores sobre sus propias víctimas, y la extraña convivencia de la crueldad con la clemencia, sin solución de continuidad, aparecen en muchísimos testimonios, en una suerte de mosaico "enloquecido"; "lo normal eran las categorías demenciales" diría G-euna6'. Un mismo hombre podía hacer macar a decenas de prisioneros y compadecerse de otro. Los responsables de decenas de muertes, casi siempre, "salvaron" a alguien. El capitán Acosta, después de exhibir frente a los prisioneros el cadáver acribillado de Maggio, seleccionó a un grupo y lo obligó a cenar con él como si nada hubiera ocurrido. El comandante Quijano, que amaba a los animales, después de secuestrar a Geuna y participar en el asesinato de su esposo le dijo que ya se había encargado de colocar al gato y al perro, así que se quedara tranquila por los animales. ¿Actos de reparación? Bondad y maldad, superpuestas y separadas, sin posibilidad de una mínima congruencia.

Rupturas brutales entre el discurso y la práctica o entre dos momentos del discurso o de la práctica, es indiferente, nos muestran a oficiales de inteligencia que afirman con convicción que "el fin no justifica los medios" (Escuela de Mecánica); corcuradores y asesinos que reprochan la utilización de palabras soeces a los secuestrados (La Perla); torturadores que se niegan a violar el secreto del voto (Cuerpo 1 de Ejército); militares que desean "Feliz Navidad" y brindan con los prisioneros (Escuela de Mecánica). Todos estos elementos coexistiendo sin contradicción aparente, en una atmósfera de locura, que resulta increíble, que "enloquece". Blanca Buda, militante del Partido Intransigente, hace un relato desopilante. Dice que después de esas torturas comenzó un interrogatorio más tranquilo.

"-¿Estás completamente segura de que no sabes por quién votó tu gente? -Señor, no puedo decirle por quién votaron ellos, pero -acoté-¿quiere que le diga por quién voté yo? Saltaron dos o tres al mismo tiempo. No supe si me tomaban el pelo o si los atacaba una reacción "legalista" cuando los oí gritar indignados: -¡No, eso no! ¡El voto es secreto! Al principio no entendí. Cuando mi confundido cerebro captó el verdadero sentido de la frase no pude contenerme y lancé una carcajada... Me torturaron bestialmente pretendiendo saber los íntimos detalles de mi vida, la filiación política de mis vecinos, cuántas ollas populares habíamos impulsado, la capacidad organizativa de los partidos politicos de la localidad y ahora salían con que el voto era secreto."'64 La locura y lo ilimitado que exaltaba el capitán Acosta se manifiestan hasta el absurdo en este relato o en el hecho de secuestrar un loro e ingresarlo a La Perla con el número de prisionero 428.

La fragmentación, que permitía "funcionar" a los desaparecedores, se iba adueñando también del prisionero. De hecho, el quiebre en sí mismo implicaba esta ruptura y la necesidad de acondicionar en compartimentos separados lo que correspondía a un mismo sujeto. Cuanto mayor arrasamiento, mayor fragmentación, escondida bajo un discurso "total".

Este es el caso de los prisioneros que creían haberse pasado de bando, y en consecuencia hablaban y actuaban como si fueran militares, como si no notaran que... permanecían secuestrados.

 

















20 de Abril de 2015

Estamos analizando la década del 60
Presidencia de Illia, Revolución Argentina, Onganía



Historia de 5° Año

Nombre del texto: Resistencia e integración
Autor: Daniel James
Nombre del capítulo III: Sindicatos, burócratas y movilización


 SUPERVIVENCIA DEL PERONISMO: LA RESISTENCIA EN LAS
FÁBRICAS
“La Comisión interna se presentó al Capitán Tropea, el interventor, y nos dijo que estos compañeros definitivamente no iban a volver a trabajar en el frigorífico. Esto fue a las nueve menos diez. A las nueve la fábrica se paró, 100%. Y el paro duró seis días. Y al final tuvieron que traer a los compañeros de Villa Devoto en autos oficiales y reinstalarlos en sus puestos.”
Sebastián Borro
“No sabían qué responder. Eran hijos de un gobierno paternal y el padre se había ido.”
Alberto Belloni

                                                “Ni vencedores ni vencidos”
El colapso del compromiso: Lonardi y la jefatura sindical peronista-
El primer gobierno de la Revolución Libertadora, el del general Eduardo Lonardi, representó un interregno en la relación entre el movimiento sindical peronista y las autoridades no peronistas. Tras adoptar una hostil actitud inicial que llevó al secretario general de la CGT, Hugo Di Pietro, a proclamar que “cada trabajador luchará con las armas en la mano y con aquellos medios que estén a su alcance” , la CGT no efectuó en la práctica tentativa alguna por movilizar a los trabajadores en apoyo del régimen de Perón. Al día siguiente de su belicosa declaración, Di Pietro exhortó a los trabajadores a permanecer en calma y denunció a “algunos grupos provocadores que pretenden alterar el orden”.

La actitud de la CGT concordó con la reacción fatalista del propio Perón ante el golpe y, ante la virtual abdicación del ala política del movimiento, la CGT no demostró por cierto inclinación alguna a quedarse sola y adoptar una postura agresiva con las nuevas autoridades. Al prestar juramento Lonardi como presidente provisional el 23 de septiembre, y pronunciar un discurso inaugural de tono conciliatorio donde afirmó que no había “vencedores ni vencidos”, quedó preparado el escenario para una tentativa, de siete semanas de duración, por lograr un acercamiento entre el movimiento sindical peronista y el primer gobierno no peronista.
El 24 de septiembre la CGT respondió el discurso de Lonardi subrayando “la necesidad de mantener la más absoluta calma [...] cada trabajador en su puesto por el camino de la armonía”.

Al día siguiente Lonardi recibió a una delegación gremial, a la que aseguró que su gobierno respetaría las medidas de justicia social logradas, así como la integridad de la CGT y las organizaciones que la formaban. La atmósfera general de benevolencia limitada se consolidó al ser designado ministro de Trabajo Luis B. Cerrutti Costa, quien hasta entonces había sido el principal asesor legal de la Unión Obrera Metalúrgica. Uno de sus primeros actos consistió en disponer que la Dirección Nacional de Seguridad reabriera los locales gremiales clausurados u ocupados por antiperonistas. En esto residía por cierto el principal escollo para el frágil modus vivendi establecido.
Para fines de septiembre, los locales de los sindicatos de gráficos, ferroviarios, bancarios, petroleros y trabajadores de la carne y del vestido habían sido abandonados por los peronistas frente a los ataques de grupos antiperonistas armados. Esos grupos, conocidos como “comandos civiles”, consistían principalmente en activistas socialistas y radicales. Habían desempeñado un papel importante en la rebelión contra Perón y se consideraban como una milicia civil que serviría de garantía contra cualquier resurgimiento peronista. En ese carácter tendieron a recibir apoyo de sectores de las fuerzas armadas para los ataques a los locales sindicales. Con el fin de contrapesar la creciente presión que ejercían sobre Lonardi y Cerrutti Costa esos sectores de las fuerzas armadas que apoyaban a los comandos civiles, la CGT emitió el 3 de octubre un comunicado donde se solicitaba al gobierno poner fin a la ocupación de algunos locales gremiales por gente armada y, al mismo tiempo, se reafirmaba el deseo de la CGT de que se celebraran elecciones democráticas lo antes posible. Como paso adicional hacia la desactivación de la situación, el consejo ejecutivo de la CGT renunció y designó en su lugar a un triunvirato provisional constituido por Andrés Framini, de los trabajadores textiles, Luis Natalini, de Luz y Fuerza, y Dante Viel, de los empleados públicos.
El 6 de octubre se publicó un acuerdo concluido entre la CGT y el gobierno, por el cual se comprometían a celebrar elecciones en todos los gremios en un lapso de 120 días y a la designación por la central obrera de interventores en todos aquellos sindicatos que se encontraban en situación irregular, principalmente los ocupados por antiperonistas. Esos interventores supervisarían el proceso electoral.

En ese momento, las perspectivas de futuro entendimiento entre el gobierno y los gremios parecían promisorias.
Cierto número de centrales sindicales habían retornado a manos peronistas. En el caso de los ferroviarios, sus
líderes peronistas entrevistaron a Lonardi después de ser ocupada su sede central e instalada allí una jefatura
antiperonista, y el presidente ordenó la devolución del sindicato a sus anteriores titulares.

Además, la respuesta de los sindicatos al acuerdo del 6 de octubre sobre elecciones fue inmediata, y al día siguiente muchos de ellos anunciaron la fecha en que se efectuarían sus comicios. En la semana siguiente el número continuó en aumento, y con frecuencia el llamado a elecciones fue acompañado por otras medidas destinadas a contrarrestar el ataque antiperonista. En último término, esto involucró a menudo la renuncia de los líderes existentes. En algunos gremios los gestos fueron más allá: los dirigentes del sindicato de obreros panaderos, por ejemplo, resolvieron que todos los documentos y libros fueran puestos a disposición de quien deseara examinarlos.

En el sindicato de fideeros se creó, para supervisar las elecciones, un comité constituido por diferentes tendencias políticas y cuyo fin era investigar en detalle las actividades de la dirección anterior.

Los gremialistas antiperonistas no quedaron satisfechos por esas medidas. Por lo contrario, proclamaron en voz cada vez más alta sus Inquietudes frente a ese proceso y resolvieron ejercer presión sobre el gobierno para que lo reviera. Esa preocupación era fácil de comprender. La animaba una oposición fundamental a toda la política del gobierno de Lonardi con los sindicatos peronistas. A su vez, esa oposición arraigaba en una actitud fundamental frente al peronismo y en determinado concepto, que analizaremos en otro lugar de este capítulo, acerca de esa corriente. Desde un punto de vista inmediato, en octubre de 1955 se oponían a la inauguración de un proceso electoral sindical que casi seguramente confirmaría el dominio de los gremios, y por lo tanto de la CGT, por los peronistas. También los alarmaba el hecho de que no obstante las muchas renuncias de dirigentes peronistas y la iniciación del proceso electoral, los comicios terminaran por quedar bajo el control general de los peronistas. Esos temores fueron acentuados por la decisión gubernamental de instalar interventores designados por la CGT en sindicatos donde había un conflicto abierto entre peronistas y no peronistas. Los sindicatos más afectados por esta política eran precisamente aquellos donde las fuerzas antiperonistas tenían mayor poder.

Durante todo el mes de octubre, los socialistas, radicales y algunos sindicalistas alzaron cada vez más la voz contra el hecho de que el Ministerio de Trabajo no intensificara la acción de la Revolución Libertadora en la esfera gremial.

Por añadidura, el creciente espíritu de conciliación pareció ser subrayado por la exhortación que la CGT lanzó a los trabajadores en el sentido de que consideraran el 17 de octubre –la fecha decisiva en el calendario peronista– como un día de trabajo normal.
Sin embargo, el gobierno, y Cerrutti Costa en particular, tenían clara conciencia de los recelos que movían a los sindicalistas antiperonistas, así como de la consiguiente presión ejercida por aquellos sectores del gobierno sobre los cuales éstos influían para que se abandonara la política de conciliación.

En respuesta a esa presión, el 20 de octubre el gobierno advirtió a muchos gremios peronistas, que por iniciativa propia habían puesto en marcha su proceso electoral, que antes era necesaria la aprobación de sus estatutos por el
Ministerio de Trabajo. Además se produjeron varios otros ataques, siempre organizados por los comandos civiles. En los sindicatos donde el conflicto entre peronistas y antiperonistas era particularmente áspero, muchos de los interventores nombrados por la CGT no pudieron desalojar del poder a los grupos antiperonistas que se habían hecho cargo del sindicato. Todo lo cual llevó a una creciente pérdida de confianza por parte de la dirigencia peronista. El 26 de octubre, en una reunión a la que concurrieron más de 5300 jefes sindicales peronistas para tratar la crítica situación, Framini pidió que Cerrutti Costa rectificara esas violaciones del pacto del 6 de octubre.
Cerrutti Costa respondió con un decreto que regulaba el proceso electoral. Esencialmente, el decreto
despojaba de su autoridad a todos los dirigentes gremiales, designaba a tres interventores por sindicato
mientras se desarrollara el proceso electoral y nombraba un administrador de todos los bienes de la CGT.
Esta contestó declarando una huelga general de protesta que debía iniciarse el 2 de noviembre a medianoche.
Llegadas las cosas a ese punto, el gobierno pareció inclinarse inexorablemente por los partidarios de la línea
dura. El propio Lonardi, cuya salud declinaba rápidamente, no estaba en el control efectivo del gobierno.
Sólo Cerrutti Costa y el general Bengoa estaban en favor de evitar el conflicto a cualquier precio. El caso fue
que el ala conciliadora obtuvo una victoria temporaria en negociaciones de último minuto con la CGT y se evitó la huelga.
Ese acuerdo representó una considerable concesión por parte del gobierno y demostró la importancia que el ala conciliadora asignaba al frágil  modus vivendi establecido entre el gobierno y los gremios.
Esencialmente, permitía a Natalini y Framini permanecer a la cabeza de la CGT. Además estipulaba que los sindicatos donde no hubiera conflicto interno podían seguir a cargo de los dirigentes que tenían, que serían
ayudados por dos supervisores, designados por el Ministerio de Trabajo, hasta las elecciones internas. En
aquellos gremios donde había conflicto se designaría un interventor hasta los comicios; nombrado por el
Ministerio de Trabajo, ese funcionario sería asesorado por una comisión conjunta representativa de las tendencias rivales. Esta crisis convenció al ala tradicional y liberal del gobierno de que sólo el alejamiento de Lonardi, y junto con él de la influencia ejercida por los nacionalistas católicos, partidarios de la conciliación, aseguraría una aplicación cabalmente antiperonista de los principios de la revolución realizada contra Perón.
Si bien no hubo ningún problema específicamente sindical en los hechos conducentes al distanciamiento de Lonardi, a quien se lo obligó a renunciar el 13 de noviembre, el punto decisivo del ataque lanzado por las fuerzas  antilonardistas siguió siendo la política sindical del gobierno. La prensa radical y socialista abundó en llamamientos apenas velados a las fuerzas armadas para que salvaguardaran la democracia y la libertad ganadas al caer Perón. Una campaña desatada por esa prensa y cuidadosamente orquestada insistió en subrayar la represión sufrida bajo Perón por los sindicalistas no peronistas y en destacar las opiniones de éstos sobre la continuación del liderazgo peronista en la CGT y las proyectadas elecciones gremiales. El tema básico era coherente, La CGT debía ser intervenida y los delitos de los peronistas investigados. Diego Martínez, dirigente del gremio de la carne antes de 1945, sostuvo:
“Hay que destruir una maraña, hay que desmontar la máquina pieza por pieza, hay que esclarecer conciencias, señalar delitos. negociados, defraudación de fondos sociales en los sindicatos antes de hablar de elecciones.”
La solución inmediata que preconizó fue “la entrega de todas las organizaciones a los gremialistas libres”.

A la luz de esta actitud, el compromiso alcanzado el 2 de noviembre entre los dirigentes gremiales peronistas y el gobierno confirmó la opinión de radicales y socialistas en el sentido de que se necesitaba un cambio de gobierno. Ya no vieron esperanza alguna de que fuese posible convencer al gobierno de que era insensato seguir un camino que inevitablemente confirmaría el dominio peronista de los sindicatos. El 13 de noviembre asumió la presidencia el general Aramburu: la persuasión se tornó innecesaria, la primera tentativa por integrar los sindicatos peronistas a un Estado no peronista había fracasado. Tras renovados ataques de los antiperonistas contra muchos loca les sindicales, y al no responder Aramburu un pedido de cumplimiento del pacto del 2 de noviembre, la CGT declaró el 14 de noviembre una huelga general por tiempo indeterminado. Ese mismo día el gobierno declaró ilegal la huelga y dos días después intervino la CGT y todos los sindicatos.
Factores determinantes en el trasfondo de la ruptura: el surgimiento de las bases
Para comprender el desarrollo de las siete semanas siguientes a la caída de Perón debemos poner la mirada más allá del Primer plano donde se destacan los acuerdos, los compromisos y los conflictos. El factor que guió la política de Lonardi parece ser bastante claro. Lonardi estaba dispuesto a considerar posible, en el 6 nivel político general, una victoria peronista en elecciones convocadas en el lapso de un año.

La única reserva que formulaba. era la exigencia de “un peronismo depurado de los vicios que lo llevaron a la derrota. Para él, no había más vencidos que los dirigentes venales y corruptos”.

El sector de Lonardi admitía que el peronismo conservara el dominio de la clase trabajadora y sus instituciones con la condición de que, tras una breve depuración de los más implicados en la corrupción del régimen, los sindicatos se avinieran a respetar como esferas claramente demarcadas la acción del gobierno, por un lado, y la representación de los trabajadores, por otro, y restringieran su actividad a esta última.
El ala nacionalista del antiperonismo concordaba con buena parte de lo realizado por Perón. Veía en su movimiento un baluarte contra el comunismo. Al poner el énfasis en la justicia social dentro de una estructura de capital humanizado, al abrazar los intereses nacionales y comunitarios como opuestos a los de clase, el peronismo apelaba al ideal de armonía y orden sociales, de inspiración principalmente católica, que postulaba ese grupo. El problema era esencialmente de límites y excesos. Si los sindicatos admitían la necesidad de mantenerse en su propia esfera, y si podía eliminarse la corrupta demagogia de los personajes más estrechamente comprometidos con Perón, los sindicatos conducidos por peronistas tenían un importante papel que desempeñar en la Argentina posterior a Perón, como órganos de control social y canales de expresión de las masas trabajadoras. Ciertamente, un tema en el que insistió la prensa peronista que subsistió en libertad en ese período fue el peligro de que los comunistas coparan el movimiento laboral si los peronistas eran proscriptos de éste.
Desde el punto de vista de los dirigentes sindicales el problema de la motivación y los objetivos es más complejo. Estaban ciertamente preparados para realizar considerables sacrificios con tal de adaptarse a la nueva situación. Esto se advierte en la forma en que se opusieron a muchas expresiones de oposición espontáneamente brotadas de las bases y en la firmeza con que declararon el 17 de octubre día de trabajo normal. Similarmente, parecieron hacer lo posible para evitar cualquier actividad que pudiera interpretarse como ajena a la esfera de intereses estrictamente sindicales. Así, por ejemplo, la publicación a fines de octubre del Plan Prebisch, cuyas proposiciones parecían de orientación contraria a toda la filosofía económica de los sindicatos, no provocó ninguna declaración pública de la CGT.
En principio, no parece haber existido razón alguna por la cual no pudiera arribarse a un modus vivendi practicable entre el gobierno y los sindicatos. No fue una intransigente lealtad a su depuesto líder el obstáculo que surgió en el camino hacia tal acuerdo. Se ha sugerido que los dirigentes gremiales se excedieron en sus pretensiones sin comprender el delicado hilo tenso sobre el cual Lonardi y sus seguidores caminaban haciendo equilibrio. Bengoa, ministro de Guerra y destacada figura entre los partidarios de la conciliación, envió a Lonardi el 8 de noviembre una carta de renuncia donde se refería a “la falta de comprensión de algunos grupos, que eran el mayor obstáculo para la realización de la consigna básica de Lonardi de “ni vencedores ni vencidos”

. Pero, ¿fue una “falta de comprensión”?
¿Sobreestimaron los dirigentes sindicales su propia fuerza y la solidez de su posición para negociar y terminaron por perder todo? ¿Por qué, una vez hechas las concesiones que se mencionaron, no cedieron más para robustecer la posición de Lonardi?
Al evaluar este problema es preciso tomar en cuenta dos factores. Primero, el hecho de que la CGT llegó a dudar cada vez más si no de las intenciones, al menos de la capacidad que Lonardi y su grupo tenían para cumplirlas. En la crisis del 26 de octubre, durante su entrevista con Cerrutti Costa, Framini se refirió precisamente a esa cuestión. No obstante los bellos discursos de Cerrutti, las ocupaciones de locales sindicales por comandos civiles continuaban. El problema residía en que en muchos campos Cerrutti no tenía poder para actuar. En la práctica, el sector nacionalista del gobierno carecía de autoridad suficiente, dentro de las fuerzas armadas o de la policía, para impedir esos ataques. El creciente número de detenciones de dirigentes sindicales de segunda o tercera fila planteaba un problema similar; los sectores de las fuerzas armadas o de la policía que las efectuaban tenían autonomía de acción.
Esto puso a la jefatura sindical en una posición muy difícil, pues existían concesiones que no podían hacer sin debilitar incluso la base mínima de su poder y advertían que la falta de control, por el gobierno, de esa actividad antiperonista conduciría Inevitablemente a una creciente anarquía en el movimiento y a una erosión de sus propias posiciones hasta el punto de tornarlas simplemente insostenibles. En algún punto del camino de los compromisos era necesario detenerse para no acabar autorizando su propia eliminación. Se trataba, entonces, de algo similar a un círculo vicioso, puesto que Cerrutti Costa y el sector nacionalista eran militar y políticamente demasiado débiles como para dar las seguridades prácticas que los dirigentes sindicales necesitaban para convencerse de que efectuando una concesión tras otra no desgastaban sus posiciones de liderazgo. Y, al mismo tiempo, sin esas concesiones de los sindicatos Lonardi y sus partidarios se debilitaban más aún en lo militar y lo político.
Sin embargo, un segundo factor, más decisivo aún, que se debe tomar en cuenta se refiere a la actividad de las bases peronistas. Cualquier tentativa por comprender las acciones de la jefatura peronista y el colapso del interregno de Lonardi debe tener en consideración ese factor. Durante esos meses, la jefatura sindical peronista de ningún modo tuvo las manos libres para obrar como mejor le pareciera. La amplitud de la resistencia ofrecida por la militancia peronista de base al golpe contra Perón y la dureza de la respuesta a esa resistencia, contribuyeron en medida importante a determinar los acontecimientos de esos meses. No obstante la disposición a transar mostrada por Di Pietro, la reacción inicial de incredulidad estupefacta ante la renuncia de Perón pronto cedió su sitio a una serie de manifestaciones espontáneas en los distritos obreros de las principales ciudades. En Buenos Aires, por ejemplo, el ejército hizo fuego contra una numerosa manifestación que procuraba llegar al sector céntrico de la Capital Federal y muchos de sus integrantes resultaron heridos. También se informó sobre nutridos disparos de armas pequeñas en la zona de Avellaneda.

Fue preciso enviar a Ensenada y Berisso fuertes contingentes de refuerzos para ocupar todas las posiciones estratégicas y puntos de acceso a las ciudades.

Rosario, llamada “la capital del peronismo”, presentó las más serias dificultades a las fuerzas armadas. Ya el 24 de septiembre  The New York Times informó sobre vehículos blindados que abrieron fuego contra las manifestaciones obreras, y la agencia Reuter habló de varios muertos en esos hechos. Estas versiones fueron sin duda exageradas, puesto que días después se informó sobre un número de bajas mucho menor, pero no hay duda de que en Rosario, en medio de una fuerte tensión, hubo considerable resistencia a las nuevas autoridades. En efecto, desde el 18 de septiembre, o sea desde dos días después de estallada la revolución antiperonista, la ciudad estaba paralizada. Desde entonces hasta el 23 de septiembre hubo incesantes manifestaciones en el sector céntrico, adonde llegaban trabajadores del cinturón Industrial, sobre todo desde los grandes frigoríficos de la zona Sur. Por la noche se oían constantes disparos de armas de fuego y detonaciones de bombas. Todas las fábricas estaban paralizadas.

Las dificultades enfrentadas allí por las fuerzas rebeldes se acrecentaban por la firme lealtad a Perón del regimiento de infantería que, bajo las órdenes del general Iñiguez, tenía su acantonamiento en Rosario y se mantuvo en su cuartel. Sólo cuando las unidades rebeldes de Santa Fe y Corrientes pudieron ser enviadas allí el 24 y el 25 de septiembre las nuevas autoridades iniciaron la tarea de recobrar el control de la ciudad.
Esto exigió varios días más. El 24 y el 25 hubo serios combates callejeros en que se utilizaron tranvías y automóviles como barricadas.

Los trabajadores de los talleres ferroviarios declararon una huelga general a la que se sumaron los obreros de los frigoríficos y otras plantas industriales. El 27 quedaron suspendidos todos los servicios de trenes y ómnibus entre Rosario y Buenos Aires. Sólo cuando el ejército ocupó físicamente todo el sector céntrico de la ciudad y dispuso el toque de queda –las tropas harían fuego contra cualquier persona que estuviera en las calles después de la 20– fue restaurado el orden.
El restablecimiento de la autoridad formal por las fuerzas revolucionarias no puso fin a la resistencia de las bases peronistas. Durante todo octubre, al intensificarse la batalla por la posesión de los sindicatos, hubo huelgas, no dispuestas por los dirigentes gremiales, en protesta contra los ataques de los comandos civiles y el creciente número de detenciones. El relato que ofrece un activista de la atmósfera vivida en Rosario a mediados de octubre constituye un elocuente testimonio de la lucha subyacente que se desarrollaba:
“Los trabajadores en cambio rugían de indignación y se hallaban prácticamente en pie de guerra dispuestos a lanzarse a la lucha en cualquier momento  [...] Rosario daba la sensación de una ciudad ocupada por el enemigo, en medio de una atmósfera de sorda rebelión próxima a estallar.”

“Los trabajadores en cambio rugían de indignación y se hallaban prácticamente en pie de guerra dispuestos a lanzarse a la lucha en cualquier momento [...] Rosario daba la sensación de una ciudad ocupada por el enemigo, en medio de una atmósfera de sorda rebelión próxima a estallar.”

Ya para fines de octubre aparecieron los embriones de lo que llegaría a ser conocido como la Resistencia Peronista. En Santa Fe, por ejemplo, se creó un Frente Emancipador que empezó a coordinar la oposición sindical peronista.

El rencor subyacente y el sentimiento de rebelión ya descriptos encontraron un canal de expresión en el llamamiento no oficial a una huelga general que lanzaron varios sectores peronistas para la simbólica fecha del 17 de octubre. A despecho de la orden dada por la cúpula de la CGT en el sentido de que debía ser un día laboral normal, grandes números de trabajadores peronistas ignoraron esa exhortación.
The New York Times calculó que el ausentismo fue ese día del 33 por ciento.

Todos los puertos quedaron paralizados y tropas de marinería patrullaron infructuosamente las zonas portuarias en busca de trabajadores ociosos para obligarlos a retomar sus tareas .

Análogamente, la huelga proclamada por la CGT para el 3 de noviembre y cancelada después fue convertida por los militantes de base en otro masivo acto antigubernamental. Plantas industriales muy importantes cerraron sus puertas en el país entero.

Los “perturbadores” fueron sistemáticamente capturados. Si bien la afirmación de la CGT en el sentido de que resultaron detenidos alrededor de 25.000 delegados gremiales parece exagerada, no hay duda de que el número de arrestos fue tal que exacerbó considerablemente el resentimiento y la hostilidad de los peronistas de base contra las nuevas autoridades.
Es oportuno aclarar la índole de esa oposición de las bases. Fue fundamentalmente espontánea, instintiva, confusa y acéfala. Un participante en esos hechos ha narrado cómo él y otros trabajadores peronistas fueron a preguntar a los dirigentes sindicales del frigorífico La Blanca, en Avellaneda, qué medidas se adoptarían para hacer frente al golpe contra Perón:
“Instintivamente tratábamos de defender algo que sentíamos que perdíamos; no pudimos hacer otra cosa que ir a nuestros dirigentes para ver lo que podíamos hacer en nuestra fábrica. Pero la respuesta fue definitiva: A Perón lo tiran al tacho de basura, y a nosotros también.”

Este episodio se reiteró regularmente durante esos dos meses. El mismo activista que describió el “clima de rebelión” vivido en Rosario agregó:
“pero no se veía en qué forma podría llevarse a cabo la insurrección pues no había ni sombra de organización, ni se vislumbraba la existencia de un grupo que tuviese cierta autoridad”.

Ya entonces aparecían formas embrionarias de resistencia organizada, pero en general los canales más frecuentes de reacción consistieron en iniciativas espontáneas y atomizadas, que con frecuencia asumían la forma de huelgas no oficiales. Cuando se presentaba un motivo más general, como el 17 de octubre o la huelga proclamada por la CGT para el 3 de noviembre, las bases lo aprovechaban como medio de mostrar su rechazo de todo el proceso que se operaba en la Argentina. Pero en ausencia de una jefatura coherente y nacional esas acciones no podían pasar de la protesta defensiva.
Este fenómeno de la resistencia ofrecida por las bases, que duró subyacente durante todo ese período, agregó una dimensión vital al proceso entero de negociación y compromiso entre el gobierno y los líderes sindicales. A la luz de esta oposición se torna claro que los dirigentes gremiales, alrededor de 300, que negociaban en Buenos Aires el futuro del movimiento no tenían de ningún modo las manos libres para obrar como mejor les pareciera. La peligrosa ola de fondo de oposición creada por los afiliados de base amenazaba con hacerlos a un lado si concedían demasiado. En la reunión del 26 de octubre Framini dijo claramente al gobierno que “la masa obrera estaba dispuesta a demostrar fuerza”, pero hasta el momento habían obedecido a sus líderes: en otras palabras, esa obediencia dependía de que éstos lograran poner fin a los ataques contra los sindicatos

Los jefes sindicales peronistas tenían muy clara conciencia de la amenaza que esto planteaba a su credibilidad y del peligro de ser contorneados y superados que corrían si no obtenían de Cerrutti Costa concesiones concretas suficientes para convencer a los trabajadores peronistas de que los “sindicalistas libres”, o sea los antiperonistas, no se quedarían con los gremios. En ausencia de tales concesiones era preciso que se los viera ejercer de alguna manera la conducción, así consistiera sólo en ponerles un sello de goma a movimientos ya emprendidos por las bases. El corolario lógico de esta situación era el siguiente: por más que personalmente favorecieran el compromiso, los jefes sindicales no podían,  en la práctica , garantizar su cumplimiento. Tal como lo demostraban los episodios del 17 de octubre y el 3 de noviembre, el control que ejercían sobre sus afiliados era limitado. Esto a su vez alarmaba a los elementos más antiperonistas de las fuerzas armadas y robustecía sus posiciones, lo que dificultaba más aún a Lonardi efectuar concesiones como las que hubieran aplacado a las bases peronistas.
La cúpula gremial peronista pasó por un período de extremada confusión: muy vacilante su confianza en sí misma, estuvo lejos de pretender demasiado en sus conversaciones con el primer gobierno de la Revolución Libertadora y se limitó, en realidad, a reaccionar a una serie de presiones que no estaba a su alcance controlar. Así lo demostró ampliamente el acto final, la huelga general del 14 de noviembre. Aunque oficialmente sólo debía comenzar el 14, muchos obreros habían suspendido el trabajo ya el 13, día en que también se produjeron en Rosario, según se informó, choques con saldo de muertos.

Pero en tanto que los trabajadores peronistas utilizaron el llamamiento a la huelga para expresar su descontento, la cúpula sindical nacional hizo poco por organizar el movimiento, y su declaración de huelga tuvo los contornos de un último acto de desesperación. En sus recuerdos de ese período, Juan M. Vigo describe así la situación: “se dio la orden desde Buenos Aires pero no se adoptó ninguna medida anticipada para asegurar su cumplimiento. Burócratas sin noción de lo que es  el poder de la, organización, acostumbrados siempre al apoyo o neutralidad benévola del gobierno, quizás creían que las cosas se iban a desarrollar igual que antes”.

La respuesta que el obrero peronista medio dio al llamamiento de huelga fue rotunda. El 15 de noviembre, el gobierno admitió oficialmente que el ausentismo había sido del 75 por ciento en Buenos Aires y del 95 por ciento en las principales industrias.

Pero la falta de dirección en el plano nacional y la fuerza de la represión condenaron la huelga a la derrota. El nuevo presidente, general Aramburu, amenazó a los “agitadores huelguistas” con tres meses a tres años de cárcel.
The New York Times informó sobre la detención de más de 100 delegados en Buenos Aires y el castigo físico de muchos otros activistas que desde el exterior de las fábricas exhortaban a los obreros a parar.

Hacia el fin del primer día habían sido arrestados más de mil huelguistas. El 16 de noviembre el gobierno intervino la CGT y todos los sindicatos que la integraban, a muchos de cuyos dirigentes encarceló. Ese mismo día la huelga fue levantada, aunque ya muchos trabajadores habían empezado, en vista de la represión, a concurrir al trabajo.
Así fue como la interrupción del interregno de Lonardi dejó una clase trabajadora peronista derrotada, confundida, pero que también había demostrado su disposición a defender espontáneamente “algo que instintivamente sentían que estaban perdiendo”.
Para los dirigentes sindicales esos dos meses representaron una divisoria de aguas, el paso de una era. Desde el principio habían demostrado incapacidad para actuar con decisión, una suerte de parálisis de la voluntad de obrar. Citada al comienzo de este capítulo, la descripción que de ellos deja Alberto Belloni refleja el juicio de los activistas de base acerca de sus líderes. La condena que formula Miguel Gazzera es más definitiva, aunque así sea tan sólo por dictarla alguien que fue dirigente sindical en ese momento:
“Estábamos satisfechos con lo que ya habíamos vivido y gozado. Estábamos inexorablemente terminados,
agotados totalmente.

Aramburu y la clase obrera: primeros elementos de una política
Hemos visto que desde el comienzo de la rebelión militar contra Perón surgió en las bases peronistas una fuerte resistencia a las nuevas autoridades. Esa oposición se centró primero en la toma de los sindicatos por los dirigentes gremiales libres y en los arrestos que ya se efectuaban tanto de líderes como de activistas.
Principalmente aquella actitud reflejó una sensación general de miedo, incertidumbre y confusión y se cristalizó en torno de temas como la ofensiva antiperonista para obtener el control de la estructura sindical.
En general, durante el breve período del gobierno de Lonardi esa ofensiva antiperonista no llegó hasta el nivel del sitio de trabajo mismo, en el taller o en la planta.
Esto había de cambiar inmediata y radicalmente con el nuevo gobierno provisional del general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas. La política del nuevo gobierno se basó en el supuesto de que el peronismo constituía una aberración que debía ser borrada de la sociedad argentina, un mal sueño que debía ser exorcizado de las mentes que había subyugado. Concretamente, la política del nuevo gobierno con la clase trabajadora siguió tres líneas principales. Ante todo, se intentó proscribir legalmente un estrato entero de dirigentes sindicales peronistas para apartarlos de toda futura actividad. Esto concordó con la nueva intervención de la CGT y la designación de supervisores militares en todos sus sindicatos, lo que habría de preparar el camino para la creación de “bases democráticas en los sindicatos, y la elección de dirigentes con autoridad moral”.

En segundo término, se llevó a cabo una persistente política de represión e intimidación del sindicalismo y sus activistas en el plano más popular y básico. Finalmente, hubo un esfuerzo concertado entre el gobierno y los empleadores en torno del tema de la productividad y la racionalización del trabajo, proceso que marchó de la mano con un intento de frenar los salarios y reestructurar el funcionamiento del sistema de negociaciones colectivas.
La primera línea de esa política fue la de cumplimiento más fácil. Además de los centenares de dirigentes gremiales de nivel nacional arrestados por  el gobierno de Aramburu al declararse ilegal la huelga de noviembre, miles de activistas sindicales de nivel intermedio fueron destituidos. La preponderante actitud de inercia y confusión en que estaban sumidos y que ya hemos descrito no había de serles muy útil para enfrentar los rigores del período en que ahora entraban. El gobierno fundó una comisión especial para investigar los delitos e irregularidades cometidos por los dirigentes sindicales peronistas. Las nuevas autoridades también aprobaron el decreto 7107, de abril de 1956, que excluía de cualquier actividad gremial a todos los que hubiesen tenido entre febrero de 1952 y septiembre de 1955 una posición de liderazgo en la CGT o sus sindicatos. Esta proscripción se amplió a todos los que habían tomado parte en el congreso celebrado por la CGT en 1949, donde se aprobaron nuevos estatutos que proclamaban a la central obrera como “fiel depositario de la doctrina peronista”. La prohibición caía también sobre todos los dirigentes del ahora proscripto Partido Justicialista, así como sobre todos los investigados por la comisión especial. Este decreto se modificó meses después, pero gran número de antiguos dirigentes sindicales siguieron proscriptos.

Un problema mucho más decisivo y complejo fue el de la organización sindical en el nivel del taller o la planta, donde también prevalecían los peronistas. Inmediatamente después de intervenida la CGT, el Ministerio de Trabajo declaró disueltas y carentes de autoridad a todas las comisiones internas de los sitios de trabajo. Ya a mediados de noviembre de 1955

, en muchas fábricas los delegados eran designados por el Ministerio de Trabajo. Este problema fue debatido a fines de diciembre de 1955 por la Junta Asesora Gremial creada para aconsejar al interventor de la CGT, capitán Patrón Laplacette. Se convino en que la solución, arbitrada por el Ministerio, de nombrar delegados a los trabajadores más antiguos, no peronistas, resultaba insatisfactoria porque en general se consideraba que esos obreros eran los menos militantes y, en consecuencia, no contaban con el respeto de sus representados.

Finalmente, Patrón Laplacette dispuso que los delegados gremiales fueran designados por los interventores de cada sindicato. En la práctica, empero, en muchas empresas, los empleadores tomaron la cosa en sus propias manos. En La Bernalesa, por ejemplo, importante planta textil situada en el Gran Buenos Aires, los 120 delegados gremiales, principalmente peronistas, fueron despedidos.

Incluso la Comisión Gremial del Partido Socialista consideró su deber enviar a Aramburu una nota donde le advirtió sobre los peligros de tales acciones e insistió en que ningún trabajador fuera despedido sin que su caso fuese visto por el tribunal de arbitraje de emergencia instituido por el gobierno


Organización de la resistencia en las fábricas
Fue precisamente para defenderse contra ese “revanchismo” apoyado por el gobierno que los trabajadores emprendieron en las fábricas un proceso de reorganización que apuntaba a mantener las conquistas logradas bajo Perón. Se trató de un proceso fundamentalmente espontáneo y localizado. Un activista de base lo describió en los siguientes términos:
“En realidad todo se da en un proceso larvado, embrionario y gradual que surge de las bases mismas del movimiento obrero y que no es dominado por los viejos burócratas pero tampoco consigue consolidar en la dirección ni siquiera local en Rosario
ni siquiera nacional [...], en realidad es un poco como son islotes. Porque yo recuerdo que nosotros, los hombres de ATE en Rosario empezamos a formar una agrupación semiclandestina, la mayoría eran jóvenes que no habían tenido participación antes del 55 y aparte teníamos
muy poca vinculación con otros gremios. Recuerdo que aparte de reuniones en casas particulares la única comunicación con otra gente gremial que teníamos era con vitivinícolas, UTA, ATE de Puerto Borghi y madera.”

Esas agrupaciones semiclandestinas, que a menudo se reunían en casas privadas, basaron su actividad en cuestiones muy concretas. En el caso del grupo que se acaba de mencionar, una de las primeras medidas adversas contra las cuales se organizaron fue la supresión de la jornada de 6 horas para el trabajo insalubre y la no provisión de ropa protectora. Más común como motivo de encuentro y de organización fue la defensa de los delegados gremiales. En CATITA, gran planta metalúrgica de la provincia de Buenos Aires, se efectuó en diciembre de 1955 una huelga
exitosa contra el despido de varios delegados.

En el Frigorífico Lisandro de la Torre, de la Capital Federal, se realizaron en abril de 1956 una movilización y una huelga contra el arresto de tres delegados por el interventor militar. Dirigió la huelga un comité integrado por
militantes de base y al cabo de 6 días los delegados fueron puestos en libertad.

No todas las luchas tuvieron el mismo éxito, pero hacia mayo y junio de 1956 había cada vez más signos de la creciente confianza obrera y la mayor  organización de comités semiclandestinos. Tanto en el frigorífico Swift de Rosario como en el de Berisso comités no oficiales organizaron huelgas también exitosas con motivo de los mismos problemas.

El comité no oficial que había organizado la huelga en la planta Lisandro de la Torre fue reconocido oficialmente por el interventor, en el mes de junio, como representativo de los trabajadores. Por supuesto, no se trató de un proceso uniforme; mucho dependió del estado de organización sindical que se hubiera alcanzado en cada fábrica antes de la revolución de septiembre. Bajo Perón, los trabajadores de la carne habían sido uno de los gremios mejor organizados y más militantes.
También representaban un sector decisivo de la economía. Era obvio que a trabajadores de sectores menos importantes y con menor tradición de organización militante les resultaría más difícil abordar la tarea de reorganizarse en gran proporción clandestinamente. Incluso en los frigoríficos la organización de esos comités fue en gran medida un proceso que se cumplió planta por planta. El caso fue que para mediados de 1956 esa corriente adquirió mayor impulso y que las autoridades militares designadas en la intervención de varios otros sindicatos les otorgaron un reconocimiento de hecho.

Ese reconocimiento de los comités no oficiales significó, por parte de los militares, la admisión de que no habían acertado, en vista de la respuesta dada por las bases obreras, a eliminar efectivamente las comisiones internas o erradicar de ellas la influencia peronista. Una conclusión similar se derivó de las elecciones de delegados ante las comisiones que negociaban salarios. Esas elecciones empezaron en marzo de 1956, y a despecho de las maniobras efectuadas por los interventores con el fin de asegurar la presencia de mayorías antiperonistas, en la mayor parte de los sindicatos fueron elegidos delegados peronistas. En Alpargatas, la mayor planta textil del país, más de 12.000 obreros votaron por la lista peronista, en tanto que la lista socialista sólo recibió 400 sufragios.

Allí donde las maniobras de los interventores imposibilitaron la realización de comicios libres, los comités no oficiales organizaron abstenciones en gran escala y campañas de “voto en blanco”.
La tendencia demostrada por las elecciones para las comisiones salariales fue confirmada por las que se realizaron en agosto, setiembre y octubre para designar comisiones internas. La convocatoria misma a esos comicios fue por sí sola una admisión, por las autoridades, de que no habían podido, en vista del creciente número de comisiones no oficiales, imponer a representantes obreros designados por los militares.
En octubre, la Cámara de Industrias del Calzado denunció ante el Ministerio de Trabajo que “en la mayoría de las fábricas los dirigentes obreros vuelven a ser los mismos que en épocas que considerábamos superadas entorpecieron con sus actitudes el normal desenvolvimiento de las tareas. Todos los cargos caen en manos de indudables adictos del régimen depuesto”.

Esta confirmación del dominio de la clase trabajadora por los peronistas en el nivel de planta arraigaba en la lucha por defender conquistas inmediatas. En un importante sentido nunca se había dudado de esto, nunca se había registrado una oscilación de las opiniones por la cual hubiese podido pensarse que la lealtad al peronismo era jaqueada con éxito. Al describir la respuesta inicial de la clase trabajadora al golpe de setiembre de 1955, un obrero peronista, al que citamos en el capítulo anterior, había dicho que “defendimos instintivamente algo que sentíamos estar perdiendo”. El gobierno de Aramburu-Rojas inmediatamente dio un contenido concreto a ese “algo”. Los ataques a las comisiones internas, el “revanchismo-general” en los lugares de trabajo, la ofensiva contra las condiciones laborales, todo ello explicó muy clara e inmediatamente qué era lo que se perdía y señaló el contraste con la era peronista. La política del nuevo gobierno y de los empleadores reforzó directamente la identificación de Perón y el peronismo con esas experiencias concretas y cotidianas de los trabajadores. Lo cual también fue subrayado por la actitud de otros sectores que bregaban por conquistar la opinión de la clase obrera.







Altamirano, Carlos
 Peronismo y cultura de izquierda, ( 2001)
El peronismo fue un actor central durante los diez años siguientes a 1955, a pesar de la proscripción instituida por la Libertadora; todos los discursos ideológicos intentan definir su naturaleza.
Este trabajo realiza un recorrido por la visiones que suscitó el peronismo en el periodo 1955-1965 dentro del campo político e ideológico de la izquierda argentina. Para ésta comprender el “hecho peronista” se volvió un problema capital.
Al principio, socialistas y comunistas identificaron en el peronismo rasgos fascistas y se constituyeron en los primeros y mas resueltos opositores. Luego de su caída, se genera una situación “revisionista” dentro del ámbito político e intelectual de la izquierda argentina puesto que la acción de las masas se desata pero sin desprenderse, como se esperaba, de la lealtad a Perón. esta situación revisionista se inscribe en un doble contexto, por un lado, un contexto político dominado por el clivaje peronismo / antiperonismo y la conflictividad social. Por otro lado, el contexto ideológico activado desde el último año de gobierno peronista. Los partidos de izquierda gravitaron en la escena ideológica dado que eran débiles tanto en el campo político como en el sindical.
Esta resignificación del peronismo se inscribió en una actividad de resignificaciones mas general dentro de la izquierda que corroyó o desplazó representaciones que habían sido dominantes. Y si bien la mutación no obedeció sólo al “hecho peronista”, ya que también extrajo impulso de otros focos de inspiración intelectual y política, el peronismo fue su centro de referencia.
La inflexión que introdujo la revisión fue sobretodo ideológica y cultural antes que política, no alteró lo que la izquierda era en la sociedad: un área activa de la vida ideológica antes que una fuerza políticamente significativa.
La empresa revisionista apareció relacionada al ingreso de una nueva generación, una generación de jóvenes sin maestros que utilizan como nudo referencial al peronismo. Una generación fruto del peronismo. Y es esta apelación al peronismo lo que desencadena la fractura generacional y lo que terminó por dislocar a las formaciones de izquierda. Sin embargo, si bien los escritos pueden ser agrupado bajo el signo del cuestionamiento de las interpretaciones de la izquierda tradicional, no son en su totalidad productos de una sola generación. Existen obras de intelectuales “mayores”, pero éstas estaban dirigidas a los jóvenes con el objetivo de conectarlos con vicisitudes políticas e ideológicas que venían de antaño.
Todas las interpretaciones se proponen aclarar y definir el significado del peronismo intentando responder a dos cuestiones: por un lado, las condiciones económicas, sociales y políticas que hicieron posible la emergencia del peronismo y su implantación como régimen. Por el otro, explicar por qué la clase obrera industrial no hizo su ingreso a la vida política de la mano de un partido de orientación socialista. Un rasgo común en las interpretaciones que impugnaban el discurso de la izquierda tradicional es que remitían el significado del peronismo a sus comienzos y a la caracterización de la era justicialista. Toman como forma dominante el discurso histórico, como si la identidad del peronismo se fugara hacia atrás. El presente peronista aparecía como “interino”, a la espera de otra cosa mientras prolongaba su pasado.
Frente a ello la izquierda se debate entre dos expectativas: crisis o trasmutación del peronismo. Y la garantía teórica de quienes preveían ya sea la crisis ya sea la trasmutación se hallaba en el marxismo, puesto que allí se encontraban los esquemas de lectura de toda experiencia histórica, así, comprender al peronismo significaba situarlo dentro de ese gran relato por medio de un relato particular.
Mientras el peronismo era leído por la izquierda tradicional como un desvío del que la clase obrera debía salir para encontrar su camino, era para los revisionistas un momento de ese camino cuya superación vendría y dejaría entonces su estado interino.
La revisión del peronismo era parte de un discurso militante si bien llevaba la forma de análisis histórico, por ello no dejaba de producir novedades. Así, todas las interpretaciones se reordenaban en torno a una serie de acontecimientos, temas y claves. La industrialización y los cambios en la estructura socio-económica; el surgimiento de la burguesía industrial y de la clase obrera con nuevos contingentes; aparición del nacionalismo militar en 1943 de donde surge el peronismo, el portador de un nacionalismo con valores sociales y políticos distintos del anterior. Para el revisionismo, de la mano de Perón el nacionalismo militar sintetizó el mundo social engendrado por la industrialización que no había encontrado medios de representación en el orden político tradicional.
Entonces, el peronismo se inscribía dentro del gran relato marxista no como un retroceso ni una desviación del camino que llevaba a la clase obrera a la realización de su ser, sino como un tramo del camino, el tramo de la nacionalización de la clase obrera. Mientras tanto el presente mantenía su apariencia interina y decía ser abordado por la lectura histórica.
En conjunción con estas lecturas revisionistas del peronismo se opera un desplazamiento en el campo de la cultura de izquierda argentina. El peronismo es desplazado del lugar en que había sido colocado por la izquierda tradicional para realizar la adecuada interpretación, y al hacerlo, la izquierda revisionista se desplaza junto con él. A partir de 1955 el peronismo funcionó como reordenador de las significaciones de la cultura de izquierda de la cual una gran parte se inclinó en la búsqueda de un nacionalismo de izquierda
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Altamirano, Carlos

 Peronismo y cultura de izquierda, ( 2001)

Peronismo y cultura de izquierda -Resumen Carlos Altamirano

El peronismo fue un actor central durante los diez años siguientes a 1955, a pesar de la proscripción instituida por la Libertadora; todos los discursos ideológicos intentan definir su naturaleza.
Este trabajo realiza un recorrido por la visiones que suscitó el peronismo en el periodo 1955-1965 dentro del campo político e ideológico de la izquierda argentina. Para ésta comprender el “hecho peronista” se volvió un problema capital.
Al principio, socialistas y comunistas identificaron en el peronismo rasgos fascistas y se constituyeron en los primeros y mas resueltos opositores. Luego de su caída, se genera una situación “revisionista” dentro del ámbito político e intelectual de la izquierda argentina puesto que la acción de las masas se desata pero sin desprenderse, como se esperaba, de la lealtad a Perón. esta situación revisionista se inscribe en un doble contexto, por un lado, un contexto político dominado por el clivaje peronismo / antiperonismo y la conflictividad social. Por otro lado, el contexto ideológico activado desde el último año de gobierno peronista. Los partidos de izquierda gravitaron en la escena ideológica dado que eran débiles tanto en el campo político como en el sindical.
Esta resignificación del peronismo se inscribió en una actividad de resignificaciones mas general dentro de la izquierda que corroyó o desplazó representaciones que habían sido dominantes. Y si bien la mutación no obedeció sólo al “hecho peronista”, ya que también extrajo impulso de otros focos de inspiración intelectual y política, el peronismo fue su centro de referencia.
La inflexión que introdujo la revisión fue sobretodo ideológica y cultural antes que política, no alteró lo que la izquierda era en la sociedad: un área activa de la vida ideológica antes que una fuerza políticamente significativa.
La empresa revisionista apareció relacionada al ingreso de una nueva generación, una generación de jóvenes sin maestros que utilizan como nudo referencial al peronismo. Una generación fruto del peronismo. Y es esta apelación al peronismo lo que desencadena la fractura generacional y lo que terminó por dislocar a las formaciones de izquierda. Sin embargo, si bien los escritos pueden ser agrupado bajo el signo del cuestionamiento de las interpretaciones de la izquierda tradicional, no son en su totalidad productos de una sola generación. Existen obras de intelectuales “mayores”, pero éstas estaban dirigidas a los jóvenes con el objetivo de conectarlos con vicisitudes políticas e ideológicas que venían de antaño.
Todas las interpretaciones se proponen aclarar y definir el significado del peronismo intentando responder a dos cuestiones: por un lado, las condiciones económicas, sociales y políticas que hicieron posible la emergencia del peronismo y su implantación como régimen. Por el otro, explicar por qué la clase obrera industrial no hizo su ingreso a la vida política de la mano de un partido de orientación socialista. Un rasgo común en las interpretaciones que impugnaban el discurso de la izquierda tradicional es que remitían el significado del peronismo a sus comienzos y a la caracterización de la era justicialista. Toman como forma dominante el discurso histórico, como si la identidad del peronismo se fugara hacia atrás. El presente peronista aparecía como “interino”, a la espera de otra cosa mientras prolongaba su pasado.
Frente a ello la izquierda se debate entre dos expectativas: crisis o trasmutación del peronismo. Y la garantía teórica de quienes preveían ya sea la crisis ya sea la trasmutación se hallaba en el marxismo, puesto que allí se encontraban los esquemas de lectura de toda experiencia histórica, así, comprender al peronismo significaba situarlo dentro de ese gran relato por medio de un relato particular.
Mientras el peronismo era leído por la izquierda tradicional como un desvío del que la clase obrera debía salir para encontrar su camino, era para los revisionistas un momento de ese camino cuya superación vendría y dejaría entonces su estado interino.
La revisión del peronismo era parte de un discurso militante si bien llevaba la forma de análisis histórico, por ello no dejaba de producir novedades. Así, todas las interpretaciones se reordenaban en torno a una serie de acontecimientos, temas y claves. La industrialización y los cambios en la estructura socio-económica; el surgimiento de la burguesía industrial y de la clase obrera con nuevos contingentes; aparición del nacionalismo militar en 1943 de donde surge el peronismo, el portador de un nacionalismo con valores sociales y políticos distintos del anterior. Para el revisionismo, de la mano de Perón el nacionalismo militar sintetizó el mundo social engendrado por la industrialización que no había encontrado medios de representación en el orden político tradicional.
Entonces, el peronismo se inscribía dentro del gran relato marxista no como un retroceso ni una desviación del camino que llevaba a la clase obrera a la realización de su ser, sino como un tramo del camino, el tramo de la nacionalización de la clase obrera. Mientras tanto el presente mantenía su apariencia interina y decía ser abordado por la lectura histórica.
En conjunción con estas lecturas revisionistas del peronismo se opera un desplazamiento en el campo de la cultura de izquierda argentina. El peronismo es desplazado del lugar en que había sido colocado por la izquierda tradicional para realizar la adecuada interpretación, y al hacerlo, la izquierda revisionista se desplaza junto con él. A partir de 1955 el peronismo funcionó como reordenador de las significaciones de la cultura de izquierda de la cual una gran parte se inclinó en la búsqueda de un nacionalismo de izquierda















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GAN- Lanusse- Campora











 

C. Víctimas


La vaguedad de la «condición subversiva» alentada desde el discurso publicitario tendió a desdibujar las fronteras de las identidades políticas, sindicales, sociales, culturales, resguardando la lógica operativa seguida por los agentes de la represión (cfr. Catoggio y Mallimaci, 2008). Ya antes del golpe circulaban discursos como la arenga con la cual inauguró el año 1976 el teniente coronel Juan Carlos Moreno: «Los enemigos de la Patria no son únicamente aquellos que integran la guerrilla apátrida de Tucumán. También son enemigos quienes cambian o deforman en los cuadernos el verbo amar; los ideólogos que envenenan en nuestras Universidades el alma de nuestros jóvenes y arman la mano que mata sin razonar y sin razón (...) los seudo sindicalistas que reparten demagogia para mantener posiciones personales, sin importarles los intereses futuros de sus representantes ni de la Nación; el mal sacerdote que enseña a Cristo con un fusil en la mano; los Judas que alimentan la guerrilla; el soldado que traiciona a su unidad entregando el puesto del enemigo al centinela y el gobernante que no sabe ser guía ni maestro» (citado en Vázquez, 1985:15).

Sin embargo, en la práctica la ingeniería del terrorismo de Estado se sostuvo, antes que en la búsqueda del publicitado «virus de la subversión», en el seguimiento, fichaje y represión de redes sociales concretas que daban sentido a los individuos, redes reconstruidas a partir del trabajo de inteligencia y de la información arrancada a las víctimas (cfr. Catoggio y Mallimaci, 2008).

La contracara del carácter clandestino de la represión es la inexistencia de registros oficiales centralizados -al menos conocidos- de los hechos de violencia perpetrados. Se ha podido corroborar que la confección de «fichas», que otorgaban un número a cada detenido a partir del cual eran identificados durante el cautiverio, era elaborada en los centros clandestinos de detención (CCD). Los datos obtenidos, a su vez, se enviaban a distintos servicios de inteligencia correspondientes a las distintas fuerzas o comandos conjuntos, cuyos archivos en su gran mayoría permanecen bajo el control de las fuerzas de seguridad o han sido destruidos. Al momento, no se conoce un destino cierto de centralización de la información. Esta situación hace imposible la contabilidad de las «matanzas» que tuvieron lugar. Impide, del mismo modo, la documentación de la cifra total de desaparecidos. El informe de la CONADEP, como ya mencionamos, logró evidenciar 8.960 casos de desaparición de personas a partir de la reunión de testimonios y documentación probatoria, de las cuales solo 1.300 fueron vistas en algún centro clandestino de detención antes de su desaparición final. Actualmente, los casos denunciados oficialmente alcanzarían aproximadamente los 10.000 casos, según la base de datos centralizada por Estado. La base de datos se enmarca en la ley Nº 46 de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la cual designa una comisión pro-monumento orientada a relevar todos los nombres de personas asesinadas o desaparecidas entre 1969 y 1983. Es importante notar que se amplía considerablemente el período, en relación al documentado por la CONADEP en 1984 (1974-1983). La estimación histórica de los organismos de derechos humanos es la de 30.000 desaparecidos, el número mayoritariamente aceptado y reivindicado socialmente.

En contraste, las autoridades militares desmienten de plano que haya habido siquiera 7000 desaparecidos. Es emblemática en este punto la declaración del gral. Ramón Diaz Bessone, en la entrevista concertada con Marie-Monique Robin el 13 de mayo de 2003:

»¡Algunos hablan de 30.000, pero es propaganda!. La famosa comisión contó 7.000 u 8.000. ¡Pero en esa cifra hubo algunos que fueron encontrados en ocasión del terremoto de México! Otros murieron en combate y no se los pudo identificar, porque con frecuencia los guerrilleros destruían sus huellas digitales con ácido» (Robin, 2005: 440)

Recientemente ha surgido, en torno a la cuestión de la precisión de las cifras de desaparecidos, una serie de debates entre personalidades públicas, históricamente ligadas al campo de los derechos humanos que suscitó no pocas polémicas también entre los cientistas sociales. Graciela Fernández Meijide abrió mediáticamente la discusión sobre las cifras con el pretexto de poner en evidencia los déficits que persisten en el esclarecimiento de los crímenes cometidos y reforzar la urgencia de avanzar en la construcción de una verdad judicial. Su argumento propone la necesidad de un cambio en las estrategias de judicialización de los crímenes de lesa humanidad. La propuesta apunta a seguir el modelo sudafricano en lo atinente a la rebaja de penas a cambio de confesiones públicas. Frente a estos argumentos, Luis Eduardo Duhalde, al igual que ella una histórica figura dentro del campo de los derechos humanos y, desde 2003, Secretario de Derechos Humanos de la Nación, dio a conocer públicamente las variables que fundamentan la cifra de 30.000. La estimación tiene en cuenta la existencia de alrededor de 500 centros clandestinos de detención; las estimaciones sobre el número de prisioneros en centros clandestinos como la Escuela Mecánica de la Armada, Campo de Mayo, La Perla, Batallón de Tucumán, Circuito Camps, el Olimpo y el Atlético que, considerados en su conjunto, superan ellos solos el número de víctimas denunciado por la CONADEP; el cálculo en base a la proporción de habeas corpus presentados en el país; el número de 150 mil efectivos militares dedicados a la represión ilegal durante el período; los dichos de los jefes militares durante el régimen militar, sosteniendo la necesidad de eliminar a 30.000 personas y, por último, los datos provistos por los servicios de inteligencia que declaraban unas 22.000 víctimas en 1978, que constan en los informes de la Embajada Norteamericana del Departamento de Estado (Carta de Eduardo Luis Duhalde a Fernández Meijide, Perfil , 04/08/2009)

Más allá de los argumentos puestos en juego, la imposibilidad de contrastar empíricamente uno u otro cálculo es la evidencia palpable de una modalidad represiva clandestina que procuró no dejar huellas. En una escala que supera los miles, la cifra de 30.000 tiene la misma entidad que cada uno de los desaparecidos. En este punto, la discusión acerca de las cifras se vuelve improductiva.

El informe Nunca Mas además de dar cifras elaboró una caracterización de las víctimas y de las distintas modalidades represivas. Las personas que sufrieron períodos de detención-desaparición y luego fueron «liberados» y/o persisten en esa condición de «desaparecidos» son caracterizados según edad, sexo y de manera no excluyente según ocupación y/o profesión. De acuerdo a estas categorías, la población fue predominantemente masculina (70%) y concentrada en la franja etaria comprendida entre los 21 y 35 años (71 %). A su vez, se especifica que, del 30% de mujeres desaparecidas, el 3% estaba embarazado. La discriminación por categoría ocupacional y/o profesional revela que la mayoría de la población se distribuye entre obreros (30%) y estudiantes (21%). El resto se reparte entre empleados (17,9%), profesionales (10, 7%), docentes (5,7%), autónomos y varios (5%), amas de casa (3,8%), conscriptos y personal subalterno de las fuerzas de seguridad (2,5%), periodistas (1,6%), artistas (1,3%), religiosos (0,3%). Los casos documentados se concentran entre los años 1976 (45%), 1977 (35%) y 1978 (15%), aunque se registran ininterrumpidamente entre 1974 y 1980. Según estimaciones de los sobrevivientes, los CCD más poblados fueron «La Perla» en Córdoba, donde hubo entre 2.000 y 1.500 secuestrados según el testimonio de Graciela Geuna, «La ESMA» en Capital Federal, que alojó entre 3.000 y 4.500 detenidos según Martín Grass (Calveiro, 1998: 29). Otras estimaciones distinguen también al «Club Atlético» en Capital Federal con alrededor de 1.500 detenidos, «Campo de Mayo» donde los cálculos rondan los 4.000 casos y El Vesubio, donde se acercan a los 2.000, ambos ubicados en Gran Buenos Aires (Novaro y Palermo, 2003: 118).

Ahora bien, la categoría «detenido-desaparecido» no agota las variantes represivas implementadas durante la dictadura. La cifra de detenidos a disposición del PEN ascendió de 5.182 a la de 8.625. La desagregación según el período de detención permite discriminar 4.029 personas detenidas menos de un año, 2.296 de uno a tres, 1.172 de tres a cinco, 668 de cinco a siete y 431 de siete a nueve años. La categoría de exiliados políticos reúne entre 1975 y 1980 cifras que oscilan entre los 20.000 y 40.000 casos (cfr. Novaro y Palermo, 2003: 76). En el caso de los niños nacidos en cautiverio, la cifra registrada por la organización Abuelas de Plaza de Mayo y publicada por la CONADEP registraba 174 casos, entre los cuales sólo 25 habían sido hallados al momento de la publicación del informe. De la actualización de los datos resulta que en 2001 los niños buscados ascendieron a 300, de los cuales hasta febrero de 2001 fueron resueltos 72 casos (cfr. Dillon, 2001: 4).

Por último, vale la pena aclarar que, en general, ni las categorías represivas, ni las estimaciones parciales son excluyentes. Por ejemplo, fue habitual la circulación de personas por distintos centros de detención, que luego fueron legalizadas y pasadas a disposición del PEN. Otro caso recurrente fue el de detenidos-desaparecidos que, una vez liberados, pasaron al exilio.

D. Testimonios


Algunas reflexiones posteriores a la dictadura de los propios agentes de la represión ponen en evidencia, por un lado, la puesta en práctica de una estrategia represiva clandestina concebida de antemano para todo el territorio nacional y, por el otro, la complejidad que fue adquiriendo la puesta en marcha de esa ingeniería represiva:

«Toda la guerra estuvo basada en la división territorial en zonas, subzonas, sectores, algo que fue muy beneficioso por los resultados, pero muy problemático para la dirección de la guerra. Finalmente esto dispersaba los niveles de responsabilidad, porque cada uno se sentía propietario de un pedazo de territorio (…) Esto hace mucho más difícil el control por la jerarquía de la lucha contra la subversión» (Declaraciones del gral. Harguindeguy, 14/05/2003 apud. Robin, 2005: 447)

En este mismo sentido, es elocuente contraponer las declaraciones públicas que alentaron la condición «subversiva» durante el régimen militar, con las evaluaciones sobre lo actuado elaboradas por los mismos perpetradores:

«[Subversión] es también la pelea entre hijos y padres, entre padres y abuelos. No es solamente matar militares. Es también todo tipo de enfrentamiento social (Declaración del gral. Videla, en Revista Gente, nº 560, 15 de abril de 1976)»

«Sin duda los desaparecidos fueron un error, porque, si usted compara con los desaparecidos de Argelia, es muy diferente: ¡eran desaparecidos de otra nación, los franceses volvieron a su país y pasaron a otra cosa! Mientras que aquí cada desaparecido tenía un padre, un hermano, un tío, un abuelo que siguen teniendo resentimiento contra nosotros, y esto es natural…» (Declaraciones del gral. Harguindeguy, 14/05/2003 apud . Robin, 2005: 447)

En la práctica, la familia como unidad víctima de la represión dio lugar a una matriz genealógica de reivindicación y de rememoración. Tanto la desaparición de familias completas como la de alguno de sus miembros activaron la solidaridad de redes de parentesco:

«Como esposa, madre, hermana, tía, quisiera saber qué pasó con mi familia. Al perderla quedé en el desamparo y sin ningún recurso con dos hijas chicas. Mis hijos y mi esposo, mi hermano y mi sobrino eran gente de trabajo, honrada, sin antecedentes policiales. Tuve gran dolor que me llevaron un hijo asmático que precisa mis cuidados. Y a mi sobrino ¿por qué se lo llevaron al pobre? ¿por qué Dios mío se llevaron a todos y qué suerte han corrido? (Extracto del testimonio ante del secuestro de Juan Carlos Márquez, 49 años obrero ferroviario; Ramón Carlos Márquez, 23 años; y Benito Lorenzo Márquez, 21 años, ambos obreros textiles; Norma Lidia Mabel Márquez, 19 años, empleada; Carlos Erlindo Ávila, 40 años obrero de la alimentación y su hijo Pedro, 17 años. Denuncia ante la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, 1982 apud . Duhalde, 1999: 335)

«Nuestro pañuelo tiene su propia historia, cuando se hizo la Marcha a Luján, principalmente de estudiantes, decidimos ir. Pensamos entonces en la forma de encontrarnos y reconocernos; es cierto que muchas nos conocíamos las caras, en el rostro llevábamos la tragedia de la desaparición de nuestros hijos, pero ¿cómo íbamos a reconocernos en medio de la multitud? Entonces decidimos llevar algo que nos identificara. Así una madre sugirió que nos pusiéramos un pañal de nuestro hijo, porque ¿qué madre no guarda un pañal de su hijo? Y así lo hicimos. Después, ese pañal llevó el nombre del hijo desaparecido y la fecha, inclusive, algunas prendieron en él la foto de su hijo. Más adelante escribimos la consigna ‘Aparición con vida’, y, como nos dijo un psicólogo: ‘Ustedes ‘socializaron’ la maternidad’; ya no pedíamos por uno, sino treinta mil, por todos los hijos» (Testimonio de Juanita de Pergament, miembro de Asociación Madres de Plaza de Mayo, s/f apud . Caraballo, Charlier y Garulli, 1998: 132)

Este capítulo atroz de la historia argentina, aún abierto, instaló socialmente la urgencia de la verdad, el imperativo de justicia y el deber de memoria. Fue célebre el alegato de acusación del Dr. Julio Strassera a los ex comandantes en el juicio a las juntas militares en 1985:

»Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación Argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos halla descendido a niveles tribales nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan hechos políticos o contingencias del combate. Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el Gobierno y el control de sus Instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre, que el sadismo no es una ideología política, ni una estrategia bélica, sino una perversión moral; a partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores en base a los cuales se constituyó en Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal (...) Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ’Nunca Más’» (apud. El Diario del Juicio, 17/09/1985: 12)

E. Memorias


La pronta clausura de los canales de judicialización reforzó entre los organismos de derechos humanos la necesidad de velar por un «deber de memoria». Para ello, se fijó un calendario de rituales con fechas convocantes: el aniversario de la fundación de las Madres de Plaza de Mayo (30 de abril), el de Abuelas de Plaza de Mayo (22 de octubre), el día de la Vergüenza Nacional (29 en octubre) y la marcha de las «Resistencia por la vida» (10 de diciembre). El punto máximo de concentración de conmemoraciones y de condensación de sentidos es el día aniversario del golpe de Estado: cada 24 de marzo (cfr. da Silva Catela, 2001: 169).

El impacto social del informe Nunca Más y los juicios a las juntas militares instaló una verdad y un reclamo ético. La narrativa humanitaria que se privilegió en el informe presentaba a los desaparecidos como «seres humanos cuyos derechos habían sido avasallados», evitando dar detalles sobre sus adscripciones políticas y/o vinculaciones con la guerrilla que pudiesen inducir a la opinión pública a elaborar justificaciones de las violaciones perpetradas. Esta estrategia instaló una primera narrativa de memoria, reapropiada mayoritariamente por los organismos de derechos humanos, que apelaba a una imagen de «víctima». En paralelo, esta imagen habilitó la visibilidad de otras demandas, en particular, de la organización Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión (FAMUS) que reclamaba al gobierno la creación de otra comisión que investigara los hechos perpetrados por la guerrilla (cfr. Crenzel, 2008: 65 y 96). En medio de estas tensiones, la batalla por el sentido fue ganada coyunturalmente por la interpretación que pasó a la historia como la «teoría de los dos demonios», la cual situaba a la sociedad entera como «víctima» de dos demonios, tanto de la violencia guerrillera y como del terrorismo de Estado que la primera habría desatado.

Ha pasado a formar parte del acervo del sentido común la idea de que la «teoría de los dos demonios» fue plasmada en el prólogo al informe de la CONADEP. Sin embargo, otras interpretaciones como las de E. Crenzel (2008) sugieren que, en verdad, dicha formulación tuvo lugar en la introducción que el entonces ministro del interior, Antonio Troccoli, dio al programa televisivo destinado a difundir los avances de la CONADEP, emitido el 4 de julio de 1983. En efecto, las versiones varían en la ponderación de los medios: mientras que el prólogo ponía énfasis en la distancia abismal entre la violencia ilegal implementada desde el Estado y la violencia guerrillera, la versión televisiva-que finalmente se impuso- hacía hincapié en la equiparación de los medios empleados.

»De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerzas Armadas (...) Se nos ha acusado, en fin de denunciar sólo una parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra nación en los últimos tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976. Por el contrario, la comisión ha repudiado siempre aquel terror (...) Nuestra misión no era investigar sus crímenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualquiera que fueran, proviniesen de uno u otro lado de la violencia. Los familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente, porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos « (CONADEP, 1984: 10-11)

El énfasis en la diferencia entre los «muertos del terrorismo» y el «sistema de desaparición de personas» establece la discontinuidad entre un «terror» y otro. En cambio, la introducción obligada que circuló por la T.V. funcionó como la condición para emitir los avances de la investigación realizada por la CONADEP, al tiempo que, como la cláusula que garantizaba al gobierno que no se condenara públicamente sólo al «terrorismo de Estado»:

»Tróccoli legitimó a la CONADEP calificando de ’patriótica’ su tarea, pero de inmediato advirtió que su relato no comprendía la historia completa de la violencia al señalar que ’la otra cara se inició cuando recaló en las playas argentinas la irrupción de la subversión y el terrorismo alimentado desde lejanas fronteras’» (cfr. Crenzel, 2008: 82)

Esta interpretación tiene «ecos» en diversos sectores sociales hasta nuestros días. Sin embargo, nuevos acontecimientos dan aliento al surgimiento de otras claves interpretativas del pasado reciente. A mediados de los años 1990, una serie de acontecimientos públicos reavivó la memoria social. Por un lado, el escándalo provocado por las declaraciones del capitán Adolfo Scilingo acerca de la metodología de desaparición de personas, conocida desde entonces como «vuelos de la muerte», en los cuales se arrojaba al Río de la Plata a detenidos aún vivos. Por el otro, la aparición pública de una nueva organización de derechos humanos, HIJOS (Hijos por la Identidad, la Justicia, contra el Olvido y el Silencio) que imprimió una narrativa generacional que desplazaba la imagen de «víctima» para instalar la necesidad de «recuperar el sentido de la militancia política y social de los años 1970» (cfr. Bonaldi, 2006). Junto con esta narrativa, este grupo inauguró una nueva metodología de denuncia pública, el «escrache» a los represores, el cual, en el marco de canales de judicialización clausurados, buscaba instalar la estigmatización y sanción social de los responsables (cfr. da Silva Catela, 2001: 267). Simultáneamente, a partir de ese mismo año se ponen en marcha diversas estrategias de judicialización alternativa. En el exterior se inician los procedimientos para procesar a los militares argentinos en España e Italia. En el plano nacional, la querella criminal por «delito de sustracción de menores», presentada por la organización Abuelas de Plaza de Mayo, habilita la reapertura de procesos a los ex comandantes Videla y Massera. A su vez, las declaraciones de Scilingo dan el puntapié inicial a un proceso inédito, la apertura de los Juicios por la Verdad. Frente a la clausura de las causas penales, estas causas permitían mantener vivos los juicios aunque sin resultados punitivos. Apelando a los principios resguardados por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el objetivo de las causas era resarcir las violaciones al derecho de la verdad y el duelo. En estas condiciones, el gobierno argentino se comprometía a garantizar el derecho a la verdad, consistente en el agotamiento de todos los medios para alcanzar el esclarecimiento de lo sucedido con los desaparecidos. Iniciado en 1998 en La Plata y en la Capital Federal, a partir de 1999 este impulso se extendió a las jurisdicciones de Rosario, Mendoza, Salta, Jujuy, Chaco y Mar del Plata. En todos los casos, los emprendedores fueron los organismos de derechos humanos, acompañados de familiares de víctimas. Estas causas tuvieron distintas repercusiones: para algunos fueron meros paliativos, para otros la única alternativa para mantener viva la esperanza de reapertura de los juicios penales. De hecho, habilitaron la construcción de las pruebas que permiten hoy dar curso a las causas penales (cfr. Miguel, 2006: 25-28).

En este clima, en 1996, el aniversario de los 20 años del golpe militar volvió a ocupar un lugar central en la atención pública. Las iniciativas fueron emprendidas por los organismos de derechos humanos, a los cuales se sumaron diversas organizaciones sociales, con muy escasa participación del Estado nacional (cfr. Jelin, 2005: 548). Al poco tiempo el Estado comenzó a asumir un rol activo en el campo de la memoria. Las reivindicaciones de memoria ingresaron paulatinamente a la agenda estatal: en marzo de 1998, cobró forma la propuesta de construcción de una Parque de la Memoria, en el marco más amplio de un proyecto del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, «Buenos Aires y el Río», que incluía tres monumentos: a las víctimas del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), a las víctimas del terrorismo de Estado y a los Justos de las Naciones (cfr. Tappatá de Valdez, 2003: 97).

En 2001, la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, dictada por el juez Gabriel Cavallo, potenció la reapertura de los juicios penales a los represores de la última dictadura. Progresivamente, los organismos de derechos humanos empezar a ganar espacios en el Estado: en 2002 la Ley 961 crea en el ámbito del Gobierno de la Ciudad el Instituto Espacio para la Memoria (IEMA) integrado por representantes de los organismos y del poder legislativo y ejecutivo. Con más fuerza, a partir de 2003, el gobierno de Néstor Kirchner hace de la materia derechos humanos una política de Estado. Ese mismo año, mediante el decreto 1259/03, se funda el Archivo Nacional de la Memoria. De acuerdo a la ley 26.085 el 24 de marzo es consagrado efeméride nacional y feriado laboral a partir del 2006. A su vez, a la lógica archivística y conmemorativa se suma una política patrimonialista: por medio de la resolución Nº 172, del 20 de febrero de 2006, se establece la intangibilidad de los sitios donde funcionaron centros clandestinos de detención. En este marco, los ex CCD Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) (Capital Federal) y La Perla (Córdoba) funcionan actualmente como «Espacios para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos», entre otros ex CCD en fases previas a su institucionalización como «sitios de memoria». El caso de Campo de Mayo (Buenos Aires) se encuentra en la etapa de realización de homenajes y construcción del Espacio para la Memoria. Algunos casos como el del ex CCD «El Faro» Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (Punta Mogotes-Buenos Aires) están aún en la fase de identificación; otros ya entraron en la etapa de señalización como el «Escuadrón de Comunicaciones 2» (Paraná - Entre Ríos) y Batallón de Arsenales 5 - Miguel de Azcuenága (Tucumán). Por último, los predios de «La Escuelita» - Escuela «Diego de Rojas» Famaillá, (Tucumán) y Batallón de Infantería de Marina (BIM 3) (Ensenada-Buenos Aires) están en proceso de expropiación. A su vez, los casos del viejo aeropuerto y base «Almirante Zar», en Trelew (Chubut) y del «Chalet Hospital Posadas 9» (Palomar-Buenos Aires), que no han sido estrictamente CCD sino lugares emblemáticos de violencia de masa, forman parte del mismo proyecto. Estos datos han sido tomados del Archivo Nacional de la Memoria.

En este escenario, donde el Estado interviene impulsando políticas de memoria, las disputas salen a luz con virulencia: nuevos y viejos actores que reformulan viejas demandas, reivindicando «la otra parte de la verdad» o «la memoria completa».

Desde el 2000, pero con más visibilidad a partir del 2003, Argentinos por la Memoria Completa , liderados inicialmente por Karina Mujica, estableció vínculos con diversos grupos y actores provenientes de los servicios de inteligencia, como el Servicio Privado de Informaciones y Noticias (SEPRIN) y de las Fuerzas Armadas, como la Asociación Unidad Argentina (AUNAR), la Unión de Promociones Navales y la Revista Cabildo , en su vocación por homenajear a los «héroes y mártires que combatieron la subversión». De esta misma red forman parte otros grupos como la Asociación Víctimas del Terrorismo de Argentina (AVTA), conducida por Lilia Genta y José Luis Sacheri, o la Asociación Familiares y Amigos de los Presos Políticos Argentinos (AFyAPPA), liderado por Cecilia Pando, esposa de un militar pasado a retiro por el gobierno de Néstor Kirchner, cuyo órgano de difusión Revista B1 –Vitamina para la memoria de la guerra en los ‘70 es una abierta provocación a la política de Estado. Colectivamente, estos diversos grupos buscan impulsar un día nacional, el 5 de Octubre, que fije el homenaje a las «Víctimas del Terrorismo» (cfr. Catoggio y Mallimaci, 2008).

En la medida en que el régimen de memoria se estructura fundamentalmente en torno al activismo de los afectados y familiares, incluso devenidos en funcionarios estatales, tiende a reforzarse una formación polarizada de memorias y olvidos. En contraste, para algunos analistas, el horizonte de construcción de una conciencia colectiva de responsabilidad parece posible solo cuando las víctimas son ajenas:

«No se trata de la transmisión de un acontecimiento sagrado: ese es el punto de vista que suele predominar en las víctimas y sus representantes y da lugar a que se sientan portadores de una verdad que sólo ellos pueden administrar. Tampoco se trata de una denuncia moral que las jóvenes generaciones podrían dirigir a sus mayores. El núcleo del problema radica en la posibilidad, dirigida a los que no fueron protagonistas, de una recuperación crítica, reflexiva, de los hilos que unen su percepción y sus juicios a las herencias de aquel pasado» (Vezzetti, 2009: 48).

F. Interpretaciones generales y jurídicas de los hechos


En la Argentina, el debate sobre el uso jurídico del término genocidio cobró fuerza fundamentalmente a partir de los escritos y sentencias del Juez Baltasar Garzón en relación con las dictaduras latinoamericanas a fines de los años 1990. En concreto, en 1997 la justicia española inició una causa contra los militares argentinos por los «delitos de terrorismo y genocidio» que cayó bajo la competencia de Garzón. En este contexto se inscribe la sentencia del 2 de Noviembre de 1999, de su propia mano, que pone en cuestión la exclusión de la categoría de grupo político de la definición de genocidio establecida por la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio. La versión definitiva del artículo 2º de la convención estableció: «Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza a miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo». A su vez, Garzón elabora una justificación que establece la pertinencia de las tipificaciones de «grupo nacional» y «grupo religioso» para el caso argentino considerado en su conjunto y del «grupo étnico» para el tratamiento especial dirigido a la población de argentinos judíos. Siguiendo las argumentaciones que propone el juez, la pertinencia de la caracterización de «grupo nacional» respondería a una aniquilación parcial de la población argentina, eliminación que fue capaz de alterar las relaciones sociales de la vida social en su conjunto y la plausibilidad de la adjudicación de «grupo religioso» tendría que ver con la construcción de la identidad del régimen en torno a una «occidentalidad cristiana».

Un segundo hito en la utilización jurídica del término tiene lugar a partir de la reapertura de las causas penales en el país. Las sentencias dictadas en los juicios al ex comisario Miguel Etchecolatz (2006) y al sacerdote Cristián Von Wernich (2007) se encuadran en el «marco de un genocidio».

En el caso del ex comisario la sentencia dictaminó:

»Etchecolatz es autor de delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de un genocidio , que evidenció con sus acciones un desprecio total por el prójimo y formando una parte esencial de un aparato de destrucción, muerte y terror. Comandó los diversos campos de concentración en donde fueron humilladas, ultrajadas y en algunos casos asesinadas las víctimas de autos. Etchecolatz cometió delitos atroces y la atrocidad no tiene edad. Un criminal de esa envergadura, no puede pasar un sólo día de lo que le reste de su vida, fuera de la cárcel» (citas textuales del fallo apud . Puentes , 2006)

En el caso de Von Wenich, el tribunal volvió a usar la fórmula «en el marco del genocidio», retomando la argumentación anterior, pero ahora enriqueciéndola con los aportes de dos trabajos, uno proveniente de las ciencias sociales, el otro de las ciencias jurídicas. El primero titulado, El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina y Genocidio en la Argentina , de Daniel Feierstein (2007) y el segundo, Genocidio en la Argentina, de Mirta Mántaras (2005).

La causa de Von Wernich instaló un desafío en torno a la definición de la identidad del grupo nacional para la fundamentación del «marco del genocidio». Este desafío surgía de la multiplicidad de pertenencias sociales y políticas que reunían las víctimas: empresarios, militantes peronistas de «derecha» y de «izquierda», periodistas que adhirieron al golpe de Estado, amas de casa sin militancia previa. Para sortear este obstáculo, el tribunal se valió del trabajo de Mántaras para fundamentar que el grupo nacional afectado por el «genocidio» no era preexistente sino construido por los mismos agentes de la represión en torno a todo individuo que se opusiera al plan económico implementado o que fuera sospechoso de entorpecer los fines de la empresa militar. Para reforzar esta idea, los jueces apelaron al concepto de «genocidio reorganizador» elaborado por Feierstein, caracterizado como un modelo de destrucción y refundación de relaciones sociales (cfr. Badenes y Miguel, 2007: 16-17).

El esfuerzo por instalar jurídicamente el término de genocidio convive con la imposibilidad legal de condenar en el marco de la nación por «delito de genocidio». El impedimento resulta de la inexistencia del tipo penal de genocidio en el Código Penal de la Nación. En ese marco, si bien la ratificación argentina del Acuerdo sobre Privilegios e Inmunidades de la Corte Penal Internacional otorgada en 2007 concibe el tipo penal de genocidio, la aplicación de este «delito internacional» no puede ser retroactiva (cfr. Badenes y Miguel, 2007: 16-17).

En el plano de las ciencias sociales, las discusiones en torno a la potencialidad analítica del concepto de «genocidio» para dar cuenta de la violencia de masas sufrida durante la última dictadura representan un debate todavía abierto.

Entre las posiciones proclives a sostener la pertinencia del concepto de genocidio para el caso argentino, uno de los referentes más prolíficos es el ya mencionado de Daniel Feierstein. El autor desarrolla un complejo argumento en diversos libros y publicaciones donde justifica la adecuación del término.

En primer orden, considera válida la caracterización de «grupo nacional» para el caso argentino aduciendo que los perpetradores se propusieron destruir un determinando entramado de relaciones sociales, a los fines de producir una modificación sustancial capaz de alterar la vida del conjunto de la sociedad. En segundo lugar, asume que la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio incluye al «grupo racial», basándose no en la discriminación positiva de razas sino en la construcción imaginaria del concepto de raza en tanto metáfora de construcción de la alteridad. A partir de allí hace un ejercicio de analogía entre la concepción biologicista del genocidio nazi, definido sobre las diferencias raciales de los individuos, con el carácter «degeneracionista» que asumieron las acciones del llamado «delincuente subversivo» para las autoridades militares:

El delincuente subversivo se caracteriza por una serie de acciones de orden socio-político –no individuales, sino mayoritariamente colectivas– pero, al igual que en el caso de judíos y gitanos para el nazismo, las consecuencias de sus acciones asumen caracteres de degeneración que remiten a la metáfora biológica y requieren un tratamiento de emergencia, separando lo sano de lo enfermo y restituyendo la salud al cuerpo social, mediante un tratamiento penal máximo que será, a la vez, secreto, ilegal y extensivo (...) Las víctimas del genocidio en Argentina se caracterizan directamente por su militancia, entendiendo en sentido amplio a este concepto, que permite incluir al cuadro político-militar de las organizaciones armadas de izquierda como al delegado de fábrica, al miembro de un centro estudiantil secundario o al vecino que pilotea las experiencias del club barrial (Feierstein, 2006: 30).

Por último, Feierstein acerca el «grupo político» -excluido de la Convención- al «grupo religioso» al igualarlos en tanto «sistemas de creencias» y al proponer que el análisis del genocidio argentino en los términos de una batalla ideológica que asume caracteres religiosos, gracias al involucramiento de la iglesia católica y a la definición del régimen genocida en función del eje de la occidentalidad cristiana, sugiere la pertinencia de «genocidio religioso», el cual parece corresponderse mucho más con los hechos ocurridos que la definición de politicidio o genocidio político.

Para el autor, la potencialidad del uso de esta categoría reside en la posibilidad de establecer:

«la existencia de un hilo conductor que remite a una tecnología de poder en la que la ‘negación del otro’ llega a su punto límite: su desaparición material (la de sus cuerpos) y simbólica (la de la memoria de su existencia)» (Feierstein, 2004: 88).

Para otros autores, en cambio, es esta concepción teleológica la que ha conducido a un abuso del término:

»en la Argentina la noción y las representaciones del genocidio han desbordado ampliamente la acepción jurídica. No sólo ha quedado establecido como el término que designa los asesinatos masivos del terrorismo de Estado sino que, en una acepción mucho más amplia, se usa a menudo para calificar las políticas económicas en curso y sus efectos de pobreza, marginación y violencia estructural. Comencemos por lo más obvio: llamar genocida a las consecuencias de una política económica no sólo implica un desconocimiento del concepto, sino que, lo que es más grave, conlleva a una injustificable trivialización de las experiencias históricas de los crímenes masivos del siglo XX, incluyendo la masacre argentina» (Vezzetti, 2002: 160).

Quienes se oponen al uso del término para el caso argentino lo hacen en función de la naturaleza esencialmente política de la represión y de las víctimas elegidas (cfr. Sigal, 2001; Romero, 2002), en contraste con la pasividad de las víctimas de genocidio, asimiladas a un grupo identitario al margen de la lucha política (cfr. Vezzetti, 2002: 164).

Ambos enfoques, aún con argumentaciones claramente diferenciadas, son solidarios con la narrativa de memoria actualmente más extendida, que hace de la militancia (política, social, sindical, religiosa) el atributo característico y determinante de las víctimas del terrorismo de Estado. El intento por encontrar una lógica explicativa de la violencia de masas sufrida impulsa a menudo a los cientistas sociales y actores políticos a simplificar la complejidad del proceso represivo, la trama cívico-militar de responsabilidades y la diversidad social de las víctimas, ya sea recurriendo a un atributo homogeneizador como la militancia -determinante en muchos casos, pero no en otros tantos, igualmente significativos- y/o imputando a los hechos la eficacia reorganizadora de un tipo de violencia genocida. En este ejercicio se diluye la potencialidad simbólica de la categoría jurídica adoptada en el país para la judicialización de estos crímenes: la de «delitos de lesa humanidad». Esta categoría englobante, de la cual el genocidio es sólo una especie, condensa la fuerza de la sanción sobre el Estado criminalizado, antes que sobre las características de las víctimas.

 



Pilar Calveiro
LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

"...el experimento de dominación total en los campos de concentración depende del aislamiento respecto del mundo de todos los demás, del mundo de los vivos en general... Este aislamiento explica la irrealidad peculiar y la falta de credibilidad, que caracteriza a todos los relatos sobre los campos de concentración... tales campos son la verdadera institución central del poder organizado totalitario."

"Cualquiera que hable o escriba acerca de los campos de concentración es considerado como un sospechoso; y si quien habla ha regresado decididamente al mundo de los vivos, él mismo se siente asaltado por dudas con respecto a su verdadera sinceridad, como si hubiese confundido una pesadilla con la realidad." Hannah Arent

Poder y represión

El poder, a la vez individualizante y totalitario, cuyos segmentos molares, siguiendo la imagen ele Deleuze, están inmersos en el caldo molecular que los alimentados es, antes que nada, un multifacético mecanismo de represión.

Las relaciones de poder que se entretejen en una sociedad cualquiera, las que se fueron estableciendo y reformulando a lo largo de este siglo en Argentina y de las que se habló al comienzo son el conjunto de una serie de enfrentamientos, las más de las veces violentos y siempre con un fuerte componente represivo. No hay poder sin represión pero, más que eso, se podría afirmar que la represión es el alma misma del poder. Las formas que adopta lo muestran en su intimidad más profunda, aquella que, precisamente porque tiene la capacidad de exhibirlo, hacerlo obvio, se mantiene secreta, oculta, negada.

En el caso argentino, la presencia constante de la institución militar en la vida política manifiesta una dificultad para ocultar el carácter violento de la dominación, que se muestra, que se exhibe como una amenaza perpetua, como un recordatorio constante para el conjunto de la sociedad.
"Aquí estoy, con mis columnas ele hombres y mis armas; véanme", dice el poder en cada golpe pero también en cada desfile patriótico.

Sin embargo, los uniformes, el discurso rígido y autoritario de los militares, los fríos comunicados difundidos por las cadenas de radio y televisión en cada asonada, no son más que la cara más presentable de su poder, casi podríamos decir su traje de domingo. Muestran un rostro rígido y autoritario, sí, pero también recubierto de un barniz de limpieza, rectitud y brillo del que carecen en el ejercicio cotidiano del poder, donde se asemejan más a crueles burócratas avariciosos que a los cruzados del orden y la civilización que pretenden ser.

Ese poder, cuyo núcleo duro es la institución militar pero que comprende otros sectores de la sociedad, que se ejerce en gobiernos civiles y militares desde la fundación de la nación, imitando y clonando a un tiempo, se pretende a sí mismo como total. Pero este intento de totalización no es más que una de las pretensiones del poder. "Siempre hay una hoja que se escapa y vuela bajo el sol." Las líneas de fuga, los hoyos negros del poder son innumerables, en toda sociedad y circunstancia, aun en los totalitarismos más uniformemente establecidos.

Es por eso que para describir la índole específica de cada poder es necesario referirse no sólo a su núcleo duro, a lo que él mismo acepta como constitutivo de sí, sino a lo que excluye y a lo que se le escapa, a aquello que se fuga de su complejo sistema, a la vez central y fragmentario.
Allí cobra sentido la función represiva que se despliega para controlar, apresar, incluir a todo lo que se le fuga de ese modelo pretendidamente total. La exclusión no es más que un forma de inclusión, inclusión de lo disfuncional en el lugar que se le asigna. Por eso, los mecanismos y las tecnologías de la represión revelan la índole misma del poder, la forma en que éste se concibe a sí mismo, la manera en que incorpora, en que refuncionaliza y donde pretende colocar aquello que se le escapa, que no considera constitutivo. La represión, el castigo, se inscriben dentro de los procedimientos del poder y reproducen sus técnicas, sus mecanismos. Es por ello que las formas de la represión se modifican de acuerdo con la índole del poder. Es allí donde pretendo indagar.

Si ese núcleo duro exhibe una parte de sí, la "mostrable" que aparece en los desfiles, en el sistema penal, en el ejercicio legítimo de la violencia, también esconde otra, la "vergonzante", que se desaparecen el control ilícito de correspondencias y vidas privadas, en el asesinato político, en las prácticas de tortura, en los negociados y estafas.

Siempre el poder muestra y esconde, y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como en lo que oculta. En cada una de esas esferas se manifiestan aspectos aparentemente incompatibles pero entre los que se pueden establecer extrañas conexiones. Me interesa aquí hablar de la cara negada del poder, que siempre existió pero que fue adoptando distintas características.

En Argentina, su forma más tosca, el asesinato político, fue una constante; por su parte, la tortura adoptó una modalidad sistemática e institucional en este siglo, después de la Revolución del 30 para los prisioneros políticos, y fue una práctica constante e incluso socialmente aceptada como 25 normal en relación con los llamados delincuentes comunes. El secuestro y posterior asesinato con aparición del cuerpo de la víctima se realizó, sobre todo a partir de los años setenta, aunque de una manera relativamente excepcional.

Sin embargo todas esas prácticas, aunque crueles en su ejercicio, se diferencian de manera sustancial de la desaparición de personas, que merece una reflexión aparte. La desaparición no es un eufemismo sino una alusión literal: una persona que a partir de determinado momento desaparece, se esfuma, sin que quede constancia de su vida o de su muerte. No hay cuerpo de la víctima ni del delito. Puede haber testigos del secuestro y presuposición del posterior asesinato pero no hay un cuerpo material que dé testimonio del hecho.

La desaparición, como forma de represión política, apareció después del golpe de 1966. Tuvo en esa época un carácter esporádico y muchas veces los ejecutores fueron grupos ligados al poder pero no necesariamente los organismos destinados a la represión institucional.

Esta modalidad comenzó a convertirse en un uso a partir de 1974, durante el gobierno peronista, poco después de la muerte de Perón. En ese momento las desapariciones corrían por cuenta de la AAA y el Comando Libertadores de América, grupos que se podía definir como parapoliciales o paramilitares. Estaban compuestos por miembros de las fuerzas represivas, apoyados por instancias gubernamentales, como el Ministerio de Bienestar Social, pero operaban de manera independiente de esas instituciones. Estaban sostenidos por y coludidos con el poder institucional pero también se podían diferenciar de él.

No obstante, ya entonces, cuando en febrero de 1975 por decreto del poder ejecutivo se dio la orden de aniquilar la guerrilla, a través del Operativo Independencia se inició en Tucumán una política institucional de desaparición de personas, con el silencio y el consentimiento del gobierno peronista, de la oposición radical y de amplios sectores de la sociedad.

Otros, como suele suceder, no sabían nada; otros más no querían saber.

En ese momento aparecieron las primeras instituciones ligadas indisolublemente con esta modalidad represiva: los campos de concentración-exterminio.

Es decir que la figura de la desaparición, como tecnología del poder instituido, con su correlato institucional, el entripo de concentración-exterminio hicieron su aparición estando en vigencia las llamadas instituciones democráticas y dentro de la administración peronista de Isabel Martínez. Sin embargo, eran entonces apenas una de las tecnologías de lo represivo.

El golpe de 1976 representó un cambio sustancial: la desaparición y el campo de concentración-exterminio dejaron de ser una de las formas de la represión para convertirse en la modalidad represiva del poder, ejecutada de manera directa desde las instituciones militares. Desde entonces, el eje de la actividad represiva dejó de girar alrededor cié las cárceles para pasar a estructurarse en torno al sistema de desaparición de personas, que se montó desde y dentro de las Fuerzas Armadas.

¿Qué representó esta transformación? Las nuevas modalidades de lo represivo nos hablan también de modificaciones en la índole del poder.
Parto de la idea de que el Proceso de Reorganización Nacional no fue una extraña perversión, algo ajeno a la sociedad argentina y a su historia, sino que forma parte de su trama, está unido a ella y arraiga en su modalidad y en las características del poder establecido.

Sin embargo, afirmo también que el Proceso no representó una simple diferencia de grado con respecto a elementos preexistentes, sino una reorganización de los mismos y la incorporación de otros, que dio lugar a nuevas formas de circulación del poder dentro de la sociedad. Lo hizo con una modalidad represiva: los campos de concentración-exterminio.

Los campos de concentración, ese secreto a voces que todos temen, muchos desconocen y unos cuantos niegan, sólo es posible cuando el intento totalizador del Estado encuentra su expresión molecular, se sumerge profundamente en la sociedad, perméandola y nutriéndose de ella. Por eso son una modalidad represiva específica, cuya particularidad no se debe desdeñar. No hay campos de concentración en todas las sociedades. Hay muchos poderes asesinos, casi se podría afirmar que todos lo son en algún sentido. Pero no todos los poderes son concentracionarios. Explorar sus características, su modalidad específica de control y represión es una manera de hablar de la sociedad misma y de las características del poder que entonces se instauró y que se ramifica y reaparece, a veces idéntico y a veces mutado, en el poder que hoy circula y se reproduce.

No existen en la historia de los hombres paréntesis inexplicables. Y es precisamente en los periodos de "excepción", en esos momentos molestos y desagradables que las sociedades pretenden olvidar, colocar entre paréntesis, donde aparecen sin mediaciones ni atenuantes, los secretos y las vergüenzas del poder cotidiano. El análisis del campo de concentración, como modalidad represiva, puede ser una de las claves para comprender las características de un poder que circuló en todo el tejido social y que no puede haber desaparecido. Si la ilusión del poder es su capacidad para desaparecerlo disfuncional, no menos ilusorio es que la sociedad civil suponga que el poder desaparecedor desaparezca, por arte de una magia inexistente.

Somos compañeros, amigos, hermanos


Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos de concentración-exterminio, distribuidos en todo el territorio nacional. Se registró su existencia en 11 de las 23 provincias argentinas, que concentraron personas secuestradas en todo el país. Su magnitud fue variable, tanto por el número de prisioneros como por el tamaño de las instalaciones.

Se estima que por ellos pasaron entre 15 y 20 mil personas, de las cuales aproximadamente el 90 por ciento fueron asesinadas. No es posible precisar el número exacto de desapariciones porque, si bien la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas recibió 8960 denuncias, se sabe que muchos de los casos no fueron registrados por los familiares. Lo mismo ocurre con un cierto número de sobrevivientes que, por temor u otras razones, nunca efectuaron la denuncia de su secuestro.

Según ¡os testimonios de algunos sobrevivientes, Juan Carlos Scarpatti afirma que por Campo de Mayo habrían pasado 3500 personas entre 1976 y 1977; Graciela Geuna dice que en La Perla hubo entre 2 mil y 1500 secuestrados; Martín Grass estima que la Escuela de Mecánica de la Armada alojó entre 3 mil y 4500 prisioneros de 1976 a 1979; el informe de Conadep indicaba que El Atlético habría alojado más de 1 500 personas. Sólo en estos cuatro lugares, ciertamente de los más grandes, los testigos directos hacen un cálculo que, aunque parcial por el tiempo de detención, en el más optimista de los casos, asciende a 9500 prisioneros.

No parece descabellado, por lo tanto, hablar de 1 5 o 20 mil víctimas a nivel nacional y durante todo el periodo. Algunas entidades de defensa de los derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo, se refieren a una cifra total de 30 mil desaparecidos.

Diez, veinte, treinta mil torturados, muertos, desaparecidos... En estos rangos las cifras dejan de tener una significación humana. En medio de los grandes volúmenes los hombres se transforman en números constitutivos de una cantidad, es entonces cuando se pierde la noción de que se está hablando de individuos. La misma masificación del fenómeno actúa deshumanizándolo, convirtiéndolo en una cuestión estadística, en un problema de registro. Como lo señala Todorov, "un muerto es una tristeza, un millón de muertos es una información"'. Las larguísimas listas de desaparecidos, financiadas por los organismos de derechos humanos, que se publicaban en los periódicos argentinos a partir de 1980, eran un recordatorio de que cada línea impresa, con un nombre y un apellido representaba a un hombre de carne y hueso que había sido asesinado. Por eso eran tan impactantes para la sociedad. Por eso eran tan irritativas para el poder militar.

También por eso, en este texto intentaré centrarme en las descripciones que hacen los protagonistas, en los testimonios de las víctimas específicas que, con un nombre y un apellido, con una historia política concreta hablan de estos campos desde «/lugar en ellos. Cada testimonio es un universo completo, un hombre completo hablando de sí y de los otros.

Sería suficiente tomar uno solo de ellos para dar cuenta de los fenómenos a los que me quiero referir. Sin embargo, para mostrar la vivencia desde distintos sexos, sensibilidades, militancias, lugares geográficos y captores, aunque haré referencia a otros testimonios, tomaré básicamente los siguientes: Graciela Geuna (secuestrada en el campo de concentración de La Perla, Córdoba, correspondiente al III Cuerpo de Ejército), Martín Grass (secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada, Capital Pederal, correspondiente a la Armada de la República Argentina), Juan Carlos Scarparti (secuestrado y fugado de Campo de Mayo, Provincia de Buenos Aires, campo de concentración correspondiente al I Cuerpo de Ejército), Claudio Tamburrini (secuestrado y fugado de la Mansión Seré, provincia de Buenos Aires, correspondiente a la Fuerza Aérea), Ana María Careaga (secuestrada en El Atlético, Capital Federal, correspondiente a la Policía Federal). Todos ellos fugaron en más de un sentido.

La selección también pretende ser una muestra de otras dos circunstancias: la participación colectiva de las tres Fuerzas Armadas y de la policía, es decir de las llamadas Fuerzas de Seguridad, y su involucramiento institucional, desde el momento en que la mayoría de los campos ele concentración-exterminio se ubicó en dependencias de dichos organismos de seguridad, controlados y operados por su personal.

No abundaré en estas afirmaciones, ampliamente demostradas en el juicio que se siguió a las juntas militares en 1985. Sólo me interesa resaltar que en ese proceso quedó demostrada la actuación institucional de las Fuerzas de Segundad, bajo comando conjunto de las Fuerzas Armadas y siguiendo la cadena de mandos. Es decir que el accionar "antisubversivo" se realizó desde y dentro de la estructura y la cadena jerárquica de las Fuerzas Armadas. "Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores", afirmó en Washington el general Santiago Ornar Riveros, por si hubiera alguna duda'. En suma, fue la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.

Los sobrevivientes, e incluso testimonios de miembros del aparato represivo que declararon contra sus pares, dan cuenta de numerosos enfrentamientos entre las distintas armas y entré sectores internos de cada una de ellas. Geuna habla del desprecio de la oficialidad de La Perla hacia el personal policial y sus críticas al II Cuerpo de Ejército, al que consideraban demasiado "liberal". Grass menciona las diferencias de la Armada con el Ejército y de la Escuela de Mecánica con el propio Servicio de Inteligencia Naval. Ejército y Armada despreciaban a los "panqueques", la Fuerza Aérea, que como panqueques se daban vuelta en el aire; es decir, eran incapaces de tener posturas consistentes. Sin embargo, aunque tuvieran diferencias circunstanciales, tocios coincidieron en lo fundamental: mantener y alimentar el aparato desaparecedor, la máquina de concentración-exterminio. Porque la característica de estos campos fue que todos ellos, independientemente de qué fuerza los controlara, llevaban como destino final a la muerte, salvo en casos verdaderamente excepcionales.

Durante el juicio de 1985, la defensa del brigadier Agosti, titular de la Fuerza Aérea, argumentó: "¿Cómo puede salvarse la contradicción que surge del alegato acusatorio del señor fiscal, donde palmariamente se demuestra que fue la Fuerza Aérea comandada por el brigadier Agosti la menos señalada en las declaraciones testimoniales y restante prueba colectada en el juicio, sea su comandante el acusado a quien se le imputen mayor número de supuestos hechos delictuosos?"1 Efectivamente, había menos pruebas en contra de la Fuerza Aérea, pero este hecho que la defensa intentó capitalizar se debía precisamente a que casi no quedaban sobrevivientes. El índice de exterminio de sus prisioneros había sido altísimo. Por cierto Tamburrini, un testigo de cargo fundamental, sobrevivió gracias a una fuga de prisioneros torturados, rapados, desnudos y esposados que reveló la desesperación de los mismos y la torpeza militar del personal aeronáutico. Otro testigo clave, Miriam Lewin, había logrado sobrevivir como prisionera en otros campos a los que fue trasladada con posterioridad a su secuestro por parte de la Aeronáutica.
En síntesis, la máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar, con más o menos eficiencia, funcionó y cumplió inexorablemente su ciclo en el Ejército, la Marina, la Aeronáutica, las policías. No hubo diferencias sustanciales en los procedimientos de unos y otros, aunque cada uno, a su vez, se creyera más listo y se jactara de mayor eficacia que los demás.

Dentro de los campos de concentración se mantenía la organización jerárquica, basada en las líneas de mando, pero era una estructura que se superponía con la preexistente. En consecuencia, solía suceder que alguien con un rango inferior, por estar asignado a un grupo de tareas, tuviera más información y poder que un superior jerárquico dentro de la cadena de mando convencional. No obstante, se buscó intencionalmente una extensa participación de los cuadros en los trabajos represivos para ensuciar las manos de todos de alguna manera y comprometer personalmente al conjunto con la política institucional. En la Armada, por ejemplo, si bien hubo un grupo central de oficiales y suboficiales encargados de hacer funcionar sus campos de concentración, entre ellos la Escuela de Mecánica de la Armada, todos los oficiales participaron por lo menos seis meses en los llamados grupos de tareas. Asimismo, en el caso de la Aeronáutica se hace mención del personal rotativo. También hay constancia de algo semejante en La Perla, donde se disminuyó el número de personas que se fusilaban y se aumentó la frecuencia de las ejecuciones para hacer participar a más oficiales en dichas "ceremonias".

Pero aquí surge de inmediato una serie de preguntas: ¿cómo es posible que unas Fuerzas Armadas, ciertamente reaccionarias y represivas, pero dentro de los límites de muchas instituciones armadas, se hayan convertido en una máquina asesina?, ¿cómo puede ocurrir que hombres que ingresaron a la profesión militar con la expectativa de defender a su Patria o, en todo caso, de acceder a los círculos privilegiados del poder como profesionales de las armas, se hayan transformado en simples ladrones muchas veces de poca monta, en secuestradores y torturadores especializados en producir las mayores dosis de dolor posibles? ¿cómo un aviador formado para defender la soberanía nacional, y convencido de que esa era su misión en la vida, se podía dedicar a arrojar hombres vivos al mar?

No creo que los seres humanos sean potencialmente asesinos, controlados por las leyes de un Estado que neutraliza a su "lobo" interior. No creo que la simple inmunidad de la que gozaron los militares entonces los haya transformado abruptamente en monstruos, y mucho menos que todos ellos, por el hecho de haber ingresado a una institución armada, sean delincuentes en potencia. Creo más bien que fueron parte de una maquinaria, construida por ellos mismos, cuyo mecanismo los llevó a una dinámica de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que aparecía como un dato dentro cié una planilla de oficina. La sentencia de muerte de un hombre era sólo la leyenda "QTH fijo", sobre el legajo de un desconocido.

¿Cómo se llegó a esta rutinización, a este "vaciamiento" de la muerte?

Casi todos los testimonios coinciden en que la dinámica de los campos reconocía, desde la perspectiva del prisionero, diferentes grupos y funciones especializadas entre los captores. Veamos cómo se distribuían.


1 Las patotas

La patota era el grupo operativo que "chupaba" es decir j que realizaba la operación de secuestro de los prisioneros, ya fuera en la calle, en su domicilio o en su lugar de trabajo.

Por lo regular, el "blanco" llegaba definido, de manera que el grupo operativo sólo recibía una orden que indicaba a quién debía secuestrar y dónde. Se limitaba entonces a planificar y ejecutar una acción militar corriendo el menor riesgo posible. Como podía ser que el "blanco" estuviera armado y se defendiera, ante cualquier situación dudosa, la patota disparaba "en defensa propia".

Si en cambio se planteaba un combate abierto podía pedir ayuda y entonces se producían los operativos espectaculares con camiones del Ejercito, helicópteros y decenas de soldados saltando y apostándose en las azoteas. En este caso se ponía en juego la llamada "superioridad táctica" de las fuerzas conjuntas. Pero por lo general realizaba tristes secuestros en los que entre cuatro, seis u ocho hombres armados "reducían" a uno, rodeándolo sin posibilidad de defensa y apaleándolo de inmediato para evitar todo nesgo, al más puro estilo de una auténtica patota.

Si ocupaban una casa, en recompensa por el riesgo que habían corrido, cobraban su "botín de guerra", es decir saqueaban y rapiñaban cuanto encontraban.

En general, desconocían la razón del operativo, la supuesta importancia del "blanco" y su nivel de compromiso real o hipotético con la subversión.

Sin embargo, solían exagerar la "peligrosidad" de la víctima porque de esa manera su trabajo resultaba más importante y justificable. Según el esquema, según su propia representación, ellos se limitaban a detener delincuentes peligrosos y cometían "pequeñas infracciones" como quedarse con algunas pertenencias ajenas. "(Nosotros) entrábamos, pateábamos las mesas, agarrábamos de las mechas a alguno, lo metíamos en el auto y se acabó. Lo que ustedes no entienden es que la policía hace normalmente eso y no lo ven mal."6 El señalamiento del cabo Vilariño, miembro de una de estas patotas, es exacto; la policía realizaba habitualmente esas prácticas contra los delincuentes y prácticamente nadie lo veía mal... porque eran delincuentes, otros. Era "normal".

2- Los grupos de inteligencia

Por otra parte, estaba el grupo de inteligencia, es decir los que manejaban la información existente y de acuerdo con ella orientaban el "interrogatorio" (tortura) para que fuera productivo, o sea, arrojara información de utilidad. Este grupo recibía al prisionero, al "paquete", ya reducido, golpeado y sin posibilidad de defensa, y procedía a extraerle los datos necesarios para capturar a otras personas, armamento o cualquier tipo de bien útil en las tareas de contrainsurgencia. Justificaba su trabajo con el argumento de que el funcionamiento armado, clandestino y compartimentado de la guerrilla hacía imposible combatirla con eficiencia por medio de los métodos de represión convencionales; era necesario "arrancarle" la información que permitiría "salvar otras vidas".

Como ya se señaló, la práctica de la tortura, primero sobre los delincuentes comunes y luego sobre los prisioneros políticos, ya estaba para entonces profundamente arraigada. No constituía una novedad puesto que se había realizado a partir de los años 30 y de manera sistemática y uniforme desde la década del sesenta. La policía, que tenía larga experiencia en la práctica de la picana, enseñó las técnicas; a su vez, los cursos de contrainsurgencia en Panamá instruyeron a algunos oficiales en los métodos eficientes y novedosos de "interrogatorio".

"Yo capturo a un guerrillero, sé que pertenece a una organización (se podría agregar, o presumo y quiero confirmarlo, o pertenece a la periferia de esa organización, o es familiar de un guerrillero, o... ) que está operando y preparando un atentado terrorista en, por ejemplo, un colegio (jamás los guerrilleros argentinos hicieron atentados en colegios)... Mi obligación es obtener rápidamente la información para impedirlo... Hay que hacer hablar al prisionero de alguna forma. Ese es el tema y eso es lo que se debe enfrentar. La guerra subversiva es una guerra especial. No hay ética. El tema es si yo permito que el guerrillero se ampare en los derechos constitucionales u obtengo rápida información para evitar un daño mayor", señala Aldo Rico, perpetuo defensor de la "guerra sucia".

Por su parte, los mandos dicen: "Nadie dijo que aquí había que torturar.

Lo efectivo era que se consiguiera la información. Era lo que a mí me importaba."

Como resultado, después de hacer hablar al prisionero, los oficiales de inteligencia producían un informe que señalaba los datos obtenidos, la información que podía conducir a la "patota" a nuevos "blancos" y su estimación sobre el grado de peligrosidad y "colaboración" del "chupado".
También ellos eran un eslabón, si no aséptico, profesional, de especialistas eficientemente entrenados.

4- La vida entre la muerte 

Entonces, ya desposeído de su nombre y con un número de identificación, el detenido pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento del campo debía controlar. Las guardias internas no tenían conocimiento de quiénes eran los secuestrados ni por qué estaban allí. Tampoco tenían capacidad alguna de decisión sobre su suerte. Las guardias, generalmente constituidas por gente muy joven y de bajo nivel jerárquico, sólo eran responsables de hacer cumplir unas normas que tampoco ellas habían establecido, "obedecían órdenes".

La rigidez de la disciplina y la crueldad de) trato se "justificaba" por la alta peligrosidad de los prisioneros, de quienes muchas veces no ¡legaban a conocer ni siquiera sus rostros, eternamente encapuchados. Es interesante observar que todos ellos necesitaban creer que los "chupados"
eran subversivos, es decir menos que hombres (según palabras del general Camps "no desaparecieron personas sino subversivos'"'), verdadera amenaza pública que era preciso exterminaren aras de un bien común incuestionable; sólo así podían convalidar su trabajo y desplegar en él la ferocidad de que dan cuenta los testimonios.

También hay que señalar que esta lógica se repetía punto por punto, en amplios sectores de la sociedad; la prensa de la época da cuenta de la "imperiosa necesidad" de erradicar la "amenaza subversiva" con métodos "excepcionales" de los que esos guardias eran parte. Un día, llegaba la orden de traslado con una lista, a veces elaborada incluso hiera del campo de concentración como en el caso de La Perla, y el guardia se limitaba a organizar una fila y entregar los "paquetes".

Los desaparecedores de cadáveres Aquí los testimonios tienen lagunas. El secreto que rodeaba a los procedimientos de traslado hace que sea una de las partes del proceso que más se desconocen. Se sabe que estaban rodeados de una enorme tensión y violencia. En unos casos, se transportaba a los prisioneros lejos del campo, se los fusilaba, atados y amordazados, y se procedía al entierro y cremación de los cadáveres, o bien a tirar los cuerpos en lugares públicos simulando enfrentamientos.

Pero el método que aparentemente se adoptó de manera masiva consistía en que el personal del campo inyectaba a los prisioneros con somníferos y los cargaba en camiones, presumiblemente manejados por personal ajeno al funcionamiento interno. La aplicación del somnífero arrebataba al prisionero su última posibilidad de resistencia pero también sus rasgos más elementales de humanidad: la conciencia, el movimiento. Los "bultos" amordazados, adormecidos, maniatados, encapuchados, los "paquetes" se arrojaban vivos al mar. En suma, el dispositivo de los campos se encargaba de fraccionar, segmentarizar su funcionamiento para que nadie se sintiera finalmente responsable. "Mientras mayor sea la cantidad de personas involucradas en una acción, menor será la probabilidad de que cualquiera de ellas se considere un agente causal con responsabilidad moral."1" La fragmentación del trabajo "suspende" la responsabilidad moral, aunque en los hechos siempre existen posibilidades de elección, aunque sean mínimas.

La autorización por parte ele los superiores jerárquicos "legalizaba" los procedimientos, parecía justificarlos de manera automática, dejando al subordinado sin otra alternativa aparente que la obediencia. El hecho de formar parte de un dispositivo del cual se es sólo un engranaje creaba una sensación de impotencia que además de desalentar una resistencia virtualmente inexistente fortalecía la sensación de falta de responsabilidad. Los mecanismos para despojar a las víctimas de sus atributos humanos facilitaban la ejecución mecánica y rutinaria de las órdenes. En suma, un dispositivo montado para acallar conciencias, previamente entrenadas para el silencio, la obediencia y la muerte.

Todo adoptaba la apariencia de un procedimiento burocrático: información que se recibe, se procesa, se recicla; formularios que indican lo realizado; legajos que registran nombres y números; órdenes que se reciben y se cumplen; acciones autorizadas por el comando superior; turnos de guardia "24 por 48"; vuelos nocturnos ordenados por una superioridad vaga, sin nombre ni apellido. Todo era impersonal, la víctima y el victimario, órdenes verbales, "paquetes" que se reciben y se entregan, "bultos" que se arrojan o se entierran. Cada hombre como la simple pieza de un mecanismo mucho más vasto que no puede controlar ni detener, que disemina el terror y acalla las conciencias. La fragmentación de la maquinaria asesina no fue un invento di los campos de concentración argentinos. En realidad es asombroso ver qué poco inventó la Junta Militar y hasta qué punto sus procedimientos se asemejan a las demás experiencias concentracionarias de este siglo. No creo que ello se deba a que "copiaron" o se "inspiraron" en los campos de concentración nazis o stalinistas, sino más bien en la similitud de los poderes totalizantes y, por lo mismo, en la semejanza que existe en sus formas de castigo, represión y normalización.

Aunque los asesinos de guerra nazis, como Eichman o Hoess, participaron en la ejecución de millones de personas, lo hicieron ocupándose también de un pequeño eslabón de la cadena. Por eso no se sentían responsables de sus actos. Eichman se defendió durante el juicio que se le siguió afirmando: "Yo no tenía nada que ver con la ejecución de judíos, no he matado ni a uno solo.""

De manera semejante, en Argentina existieron 172 niños desaparecidos y consta, por denuncias realizadas a la Conadep, la tortura de algunos de ellos así como el asesinato de otros. Un caso demostrado, por la aparición de los cadáveres, es el de la familia de Matilde Lanuscou, cuyos hijos de seis y cuatro años fueron asesinados con sus padres, militantes Montoneros, en un operativo realizado por el Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 1976. No obstante, el general Ramón Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en esa fecha, respondió durante una entrevista: "Personalmente no eliminé a ningún niño"12, como si ese hecho lo eximiera de la responsabilidad.

Para ver cómo opera la fragmentación desde adentro, es ilustrativa una entrevista realizada por La Semana a Raúl David Vilariño, cabo de la Marina que prestó servicios en los grupos operativos de la Escuela de Mecánica de la Armada. En ella se desarrolló el siguiente diálogo: "-Una vez que ustedes entregaban a las personas secuestradas a la Jefatura del Grupo de Tareas, ¿qué sucedía?

"-Bueno, eso era parte de otro grupo.

"-¿Qué otro grupo?

"-El Grupo de Tareas estaba dividido en dos subgrupos: los que salían a la calle y los que hacían el denominado 'trabajo sucio'.
"-¿Usted a qué grupo pertenecía? "-¿Yo? Al que salía a la calle...

Nosotros sólo llevábamos al individuo a la Escuela de Mecánica de la Armada... Siempre esperé que me tiraran antes de tirar yo... Yo, por mi parte, entiendo por asesino a aquel que mata a sangre fría. Yo, gracias a Dios, eso no lo hice nunca... los chupadores deteníamos al tipo y lo entregábamos. Y perdíamos el contacto con el tipo... lo dejabas allí. Lo más peligroso para el detenido comenzaba allí... nunca me iba a tocar torturar. Porque a eso se dedicaban otras personas... No está dentro de mí el torturar. No lo siento...

" (Sigue Vilariño)... Allá por el 78 (se van las patotas y) se quedan los torturadores, los que habían matado, los que habían quemado... Veo cómo se había perdido sensibilidad... Noté que faltaba sensibilidad, delicadeza... O que ya estaban tan, tan, tan rutinarios con eso que ya era normal que... No sé cómo explicarle: se les había hecho carne. "-¿Qué era lo que se había hecho rutina? "-El torturar, el no sentir sensibilidad, el no importar los gritos, el no tener delicadeza cuando uno comía: contaban herejías.""

Aunque parezca extraño, también los oficiales de inteligencia, los torturadores, el alma de todo el dispositivo, descargaban su responsabilidad de alguna manera. Cuenta Graciela Geuna, sobreviviente de La Perla: "Barreiro es un buen representante de los torturadores, porque tenía lucidez y conciencia de su participación en las tareas represivas. Su pensamiento era circular en ese sentido: su propia responsabilidad personal la transfería a los militantes populares y, fundamentalmente, a las direcciones partidarias, porque no cedían. Es decir, la tortura era necesaria ante la resistencia de la gente. Si la gente no resistía él no tenía que torturar."1' Por el secreto que los envuelve, no hay testimonios directos de los desaparecedores de cuerpos pero se puede suponer que tendrían justificaciones similares y la misma sensación de carecer de responsabilidad. En última instancia ellos sólo ponían el punto final de un proceso irreversible; arrojaban "paquetes" al mar.

Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se "interroga", luego los torturadores son simples "interrogadores". No se mata, se "manda para arriba" o "se hace la boleta". No se secuestra, se "chupa".
No hay picanas, hay "máquinas"; no hay asfixia, hay "submarino". No hay masacres colectivas, hay "traslados", "cochecitos", "ventiladores".

También se evita toda mención a la humanidad del prisionero. Por lo general no se habla de personas, gente, hombres, sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos, que se arrojan, se van para arriba, se quiebran. El uso de palabras sustitutas resulta significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización de las víctimas, pero cumple también un objetivo "tranquilizador" que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar. Ayuda, en este sentido a "aliviar" la responsabilidad del personal militar. Por eso, la furia del personal de La Perla cuando Geuna los llamó asesinos, "...se reiniciaron los golpes, deteniéndose en el castigo sólo para decirme 'Decí asesino...' y cuando yo lo hacía ellos volvían a castigarme."

En suma, el dispositivo desaparecedor de personas y cuerpos incluye, por medio de la fragmentación y la burocratización, mecanismos para diluir la responsabilidad, igualarla y, en última instancia, desaparecerla. Es muy significativo que las Fuerzas Armadas hayan negado la existencia de los campos como una tecnología gubernamental de represión, como una instancia en la que el Estado se convirtió en el perseguidor y exterminador institucional. Al soslayar este hecho se ignora la responsabilidad fundamental que le cabe al aparato del Estado en la metodología concentracionaria, en tanto que los campos de concentración-exterminio sólo son posibles desde y a partir de él.

Dentro de las Fuerzas Armadas, la política de involucramiento general también tendía a un compartir responsabilidades, cuyo objetivo era la disolución de ¡as mismas. Dentro del trabajo que fuera, se trataba de que todos los niveles y un buen número de efectivos tuviera una participación directa, aunque fuera circunstancial. Sus funciones podían ser distintas pero todos debían estar implicados. Dar consistencia y cohesión a las Fuerzas Armadas en torno a la necesidad de exterminar a una parte de la población por medio de la metodología de la desaparición era un objetivo prioritario, que se cumplió en forma cabal. Es un hecho que, si hubo un punto en que las Fuerzas Armadas fueron monolíticas después de 1 976, fue la defensa de la "guerra sucia", la reivindicación de su necesidad y lo inevitable de la metodología empleada. Desde los carapintadas hasta los sectores más legalistas lo declararon públicamente. Esto es efecto de una auténtica cohesión política interna que no reside tanto en la adscripción a determinada doctrina sino más bien en la certeza del rol político dirigente que le cabe a las Fuerzas Armadas y en su autoadjudicado derecho de "salvar" la sociedad cada vez que lo consideren necesario y con la metodología ad hoc para tan noble empresa.

Sin embargo, así como en la cerrada defensa que la institución hace de su actuación se puede detectar un alto grado de cohesión interna, también se adivina el compromiso de la complicidad. La convicción ideológica se entrelaza con la culpa, la recubre, atenuándola y encubriéndola. Al mismo tiempo, impide el deslinde de responsabilidades que el dispositivo desaparecedor se encargó de enmarañar, igualar y esfumar.

4- La vida entre la muerte

Intentaré describir aquí cómo eran los campos de concentración y cómo era la vida del prisionero dentro de ellos, para mirar el rimbombante poder militar desde ese lugar oculto y negado.

En general funcionaban disimulados dentro de una dependencia militar o policial. A pesar de que se sabía de su existencia, los movimientos de las patotas se trataban de disimular como parte de la dinámica ordinaria de dichas instituciones. No obstante se trataba de un secreto en el que no se ponía demasiado empeño. Los vecinos de la Mansión Seré cuentan que oían los gritos y veían "movimientos extraños". La Aeronáutica hizo funcionar un centro clandestino de detención en el policlínico Alejandro Posadas. Los movimientos ocurrían a la vista tanto de los empleados como de las personas que se atendían en el establecimiento, "ocasionando un generalizado terror que provocó el silencio de todos"'6. En efecto, es preciso mostrar una fracción de lo que permanece oculto para diseminar el terror, cuyo efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.
Para el funcionamiento del campo de concentración no se requerían grandes instalaciones. Se habilitaba alguna oficina para desarrollar las actividades de inteligencia, uno o varios cuartos para torturar a los que solían llamar "quirófanos", a veces un cuarto que funcionaba como enfermería y una cuadra o galerón donde se hacinaba a los prisioneros.

La población masiva de los campos estaba conformada por militantes de las organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas políticos de la izquierda en general, por activistas sindicales y por miembros de los grupos de derechos humanos. Pero cabe señalar que, si en la búsqueda de estas personas las fuerzas de seguridad se cruzaban con un vecino, un hijo o el padre de alguno de los implicados que les pudiera servir, que les pudiera perjudicar o que simplemente fuera un testigo incómodo, ésta era razón suficiente para que dicha persona, cualquiera que fuera su edad, pasara a ser un "chupado" más, con el mismo destino final que el resto.

Existieron incluso casos de personas secuestradas simplemente por presenciar un operativo que se pretendía mantener en secreto, y que luego fueron asesinados con sus compañeros casuales de cautiverio.

Si bien el grupo mayoritario entre los prisioneros estaba formado por militantes políticos y sindicales, muchos de ellos ligados a las organizaciones armadas, y si bien las víctimas casuales constituían la excepción (aunque llegaron a alcanzar un número absoluto considerable), también se registraron casos en donde el dispositivo concentracionario sirvió para canalizar intereses estrictamente delictivos de algunos sectores militares, que "desaparecían" personas para cobrar un rescate o consumar una venganza personal.

Aunque el grupo de víctimas casuales fuera minoritario en términos numéricos, desempeñaba un papel importante en la diseminación del terror tanto dentro del campo como fuera de él. Eran la prueba irrefutable de la arbitrariedad del sistema y de su verdadera omnipotencia. Es que además del objetivo político de exterminio de una fuerza de oposición, los militares buscaban la demostración de un poder absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la muerte, de arraigar la certeza de que esta decisión es una función legítima del poder. Recuerda Grass que los militares "sostenían que el exterminio y la desaparición definitiva tenían una finalidad mayor: sus efectos 'expansivos', es decir el terror generalizado. Puesto que, si bien el aniquilamiento físico tenía cómo objetivo central la destrucción de las organizaciones políticas calificadas como 'subversivas', la represión alcanzaba al mismo tiempo a una periferia muy amplia de personas directa o indirectamente vinculadas a los reprimidos (familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc.), haciendo sentir especialmente sus erectos al conjunto de estructuras sociales consideradas en sí como 'subversivas por el nivel de infiltración del enemigo' (sindicatos, universidades, algunos estamentos profesionales)."17 Si los campos sólo hubieran encerrado a militantes, aunque igualmente monstruosos en términos éticos, hubieran respondido a otra lógica de poder. Su capacidad para diseminar el terror consistía justamente en esta arbitrariedad que se erigía sobre la sociedad como amenaza constante, incierta y generalizada. Una vez que se ponía en funcionamiento el dispositivo desaparecedor, aunque se dirigiera inicialmente a un objetivo preciso, podía arrastrar en su mecanismo virtualmente a cualquiera.

Desde ese momento, el dispositivo echaba a andar y ya no se podía detener.

Cuando el "chupado" llegaba al campo de concentración, casi invariablemente era sometido a tormento. Una vez que concluía el periodo de interrogatorio-tortura, que analizaré más adelante, el secuestrado, generalmente herido, muy dañado física, psíquica y espiritualmente, pasaba a incorporarse a la vida cotidiana del campo.

De los testimonios se desprende un modelo de organización física del espacio, con dos variables fundamentales para el alojamiento de los presos: el sistema de celdas y el de cuchetas, generalmente llamadas cuchas. Las cuchetas eran compartimentos de madera aglomerada, sin techo, de unos 80 centímetros de ancho por 200 centímetros de largo, en las que cabía una persona acostada sobre un colchón de goma espuma.

Los tabiques laterales tenían alrededor de 80 centímetros de alto, de manera que impedían la visibilidad de la persona que se alojaba en su interior, pero permitían que el guardia estando parado o sentado pudiera verlas a todas simultáneamente, símil de un pequeño panóptico. Dejaban una pequeña abertura al frente por la que se podía sacar al prisionero.

Por su parte, las celdas podían ser para una o dos personas, aunque solían alojar a más. Sus dimensiones eran aproximadamente de 2.50 x 1.50 metros y también estaban provistas de un colchón semejante, una puerta y, en la misma, una mirilla por la que se podía ver en cualquier momento el interior. En otros lugares, como la Mansión Seré, los prisioneros permanecían sencillamente tirados en el piso de una habitación, con su correspondiente trozo de goma espuma. En suma, un sistema de compartimentos o contenedores, ya fueran de material o madera, para guardar y controlar cuerpos, no hombres, cuerpos.

Desde la llegada a la cuadra en La Perla, a los pabellones en Campo de Mayo, a la capucha en la Escuela de Mecánica, a las celdas en El Atlético o como se llamara al depósito correspondiente, el prisionero perdía su nombre, su más elemental pertenencia, y se le asignaba un número al que debía responder. Comenzaba el proceso de desaparición de la identidad, cuyo punto final serían los NN (Lila Pastoriza: 348; Pilar Calveiro: 362; Osear Alfredo González: X 51). Los números reemplazaban a nombres y apellidos, personas vivientes que ya habían desaparecido del mundo de los vivos y ahora desaparecerían desde dentro de sí mismos, en un proceso de "vaciamiento" que pretendía no dejar la menor huella. Cuerpos sin identidad, muertos sin cadáver ni nombre: desaparecidos. Como en el sueño nazi, supresión de la identidad, hombres que se desvanecen en la noche y la niebla.

Los detenidos estaban permanentemente encapuchados o "tabicados", es decir con los ojos vendados, para impedir toda visibilidad. Cualquier transgresión a esa norma era severamente castigada. También estaban esposados, o con grilletes, como en la Escuela de Mecánica de la Armada y La Perla, o atados por los pies a una cadena que sujetaba a todos los presos, corno en Campo de Mayo. Esto variaba de acuerdo con el campo, pero la idea era que existiera algún dispositivo que limitara su movilidad.

En la Mansión Seré, además de esposar y atar a los prisioneros los mantenían desnudos, para evitar las fugas. Al respecto relata Tamburrini: "...nos hacían dormir con las esposas puestas, pero desnudos; nos habían sacado la ropa hacía un mes o un mes y medio y nos ataban los pies con unas correas de cuero para que durmiéramos casi en una posición de cuclillas."

Los prisioneros permanecían acostados y en silencio; estaba absolutamente prohibido hablar entre ellos. Sólo podían moverse para ir al baño, cosa que sucedía una, dos o tres veces por día, según el campo y la época. Los guardias formaban a los presos y los llevaban colectivamente al baño o también podían hacer circular un balde en donde todos hacían sus necesidades.

Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la inmovilidad. En El Atlético: "No nos imaginábamos cómo íbamos a poder contar hasta qué punto vivíamos constantemente encerrados en una celda, a oscuras, sin poder ver, sin poder hablar, sin poder caminar."

En Campo de Mayo: "Este tipo de tratamiento consistía en mantener al prisionero todo el tiempo de su permanencia en el campo encapuchado, sentado y sin hablar ni moverse. Tal vez esta frase no sirva para graficar lo que significaba en realidad, porque se puede llegar a imaginar que cuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado esto es una forma de decir, pero no es así, a los prisioneros se los obligaba a permanecer sentados sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse a la pared, desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20 horas, en esa posición, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sin moverse significa exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciar palabra durante todo el día, y sin moverse, quiere decir sin siquiera girar la cabeza... Un compañero dejó de figurar en la lista de los interrogadores por alguna causa y de esta forma 'quedó olvidado'... Este compañero estuvo sentado, encapuchado, sin hablar, y sin moverse durante seis meses, esperando la muerte."20

En La Perla: "Para nosotros fue la oscuridad total... No encuentro en mi memoria ninguna imagen de luz. No sabía dónde estaba. Todo era noche y silencio. Silencio sólo interrumpido por los gritos de los prisioneros torturados y los llantos de dolor... También tenía alterado el sentido de la distancia... Vivíamos 70 personas en un recinto de 60 metros de largo, siempre acostados..."21

En la Escuela de Mecánica de la Armada: "En el tercer piso se encontraba el sector destinado a alojar a los prisioneros... también en el tercer piso estaba ubicado el pañol grande, lugar destinado al almacenamiento del botín de guerra (ropas, zapatos, heladeras, cocinas, estufas, muebles, etc.)."22 Hombres, objetos, almacenamientos semejantes.

Depósito de cuerpos ordenados, acostados, inmóviles, sin posibilidad de ver, sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, que se pretendía casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte, pudiera matar antes de matar; anular selectivamente a su antojo prácticamente todos los vestigios de humanidad de un individuo, preservando sus funciones vitales para una eventual necesidad de uso posterior (alguna información no arrancada, alguna utilidad imprevisible, la mayor rentabilidad de un traslado colectivo).

La comida era sólo la imprescindible para mantener la vida hasta el momento en que el dispositivo lo considerara necesario; en consecuencia, era escasa y muy mala. Se repartía dos veces al día y constituía uno de los pocos momentos de cierto relajamiento. Sin embargo, en algunos casos, podía faltar durante días enteros; por cierto, muchos testimonios dan cuenta del hambre como uno de los tormentos que se agregaban a la vida dentro de los campos. "La comida era desastrosa, o muy cruda o hecha un mazacote de tan cocinada, sin gusto... Estábamos tan hambrientos, habíamos aprendido tan bien a agudizar el oído, que apenas empezaban los preparativos, allá lejos, en la entrada, nos desesperábamos por el ruido de las cucharas y los platos de metal y del carrito que traía la comida. Se puede decir, casi, que vivíamos esperando la comida... la hora del almuerzo era la mejor, por eso apenas terminábamos y cerraban la puerta, comenzábamos a esperar la cena.'"23 Por la escasez de alimento, por la posibilidad de realizar algunos movimientos para comer, por el nexo obvio que existe entre la comida y la vida, el momento de comer es uno de los pocos que se registra como agradable: "...poco a poco, comencé a esperar la hora de la comida con ansiedad, porque con la comida volvía la vida a través del ruido de las ollas, con el ruido de la gente. Parecía que la cuadra donde estábamos los prisioneros despertaba entonces a la existencia."24 Si la comida era uno de los pocos momentos deseados, el más temido, el más oscuro era el traslado, la experiencia final. Se realizaba con una frecuencia variable. Casi siempre, los desaparecedores ocultaban cuidadosamente que los traslados llevaban a la muerte para evitar así toda posible oposición de los condenados al ordenado cumplimiento del destino que les imponía la institución. La certeza de la propia muerte podía provocar una reacción de mayor "endurecimiento" en los prisioneros durante la tortura, durante su permanencia en el campo o en la misma circunstancia de traslado. Ante todo, la maquinaria debía funcionar según las previsiones; es decir, sin resistencia.

Prácticamente en todos los campos se ocultaba, al tiempo que se sugería, que el destino final era la muerte. Los testimonios de los sobrevivientes demuestran la existencia de muchos secuestrados que prefirieron "desconocer" la suerte que les aguardaba; la negación de una realidad difícil de asumir se sumaba a los mensajes contradictorios del campo provocando un aferramiento de ciertos prisioneros a las versiones más optimistas e increíbles que circulaban 50 dentro de los campos como la existencia de centros secretos de reeducación, la legalización de los desaparecidos y otros finales felices.

Muchos desaparecidos se fueron al traslado con cepillos de dientes y objetos personales, con una sensación de alivio que no intuía la muerte inmediata. Otros no; salieron de los campos despidiéndose de sus compañeros y conscientes de su final, como Graciela Doldán, quien pidió morir sin que le vendaran los ojos y se dedicó a pensar un rato antes de que la trasladaran "para no desperdiciar" los últimos minutos de su vida.

Aunque no supieran exactamente cómo, sin embargo, los prisioneros sabían. También ellos sabían y negaban, pero las conjeturas, lo que se veía por debajo de las vendas y las capuchas, las amenazas proferidas durante la tortura ("Vas a dormir en el fondo del mar", "Acá al que se haga el loco, le ponemos un Pentonaval y se va para arriba"), las infidencias de guardias que no soportaban la presión a la que ellos mismos estaban sometidos, el clima que rodeaba a los traslados les permitía saber.

Estos son relatos de lo que se sabía: en la Escuela de Mecánica de la Armada, "los días de traslado se adoptaban medidas severas de seguridad y se aislaba el sótano. Los prisioneros debían permanecer en sus celdas en silencio. Aproximadamente a las 17 horas de cada miércoles se procedía a designar a quienes serían trasladados, que eran conducidos uno por uno a la enfermería, en la situación en que estuviesen, vestidos o semidesnudos, con frío o con calor."" "El día del traslado reinaba un clima muy tenso. No sabíamos si ese día nos iba a tocar o no... se comenzaba a llamar a los detenidos por número... Eran llevados a la enfermería del sótano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos, eran sacados por la puerta lateral del sótano e introducidos en un camión.

Bastante adormecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avión que volaba hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos... El capitán Acosta prohibió al principio toda referencia al tema 'traslados'."26 En La Perla, "cada traslado era precedido por una serie de procedimientos que nos ponían en tensión. Se controlaba que la gente estuviera bien vendada, en su respectiva colchoneta y se procedía a seleccionar a los trasladados mencionando en voz alta su nombre (cuando éramos pocos) o su número (cuando la cantidad de prisioneros era mayor). A veces, simplemente se tocaba al seleccionado para que se incorporara sin hablar... Los prisioneros que iban a ser trasladados eran amordazados...

Luego se procedía a llevar a los prisioneros seleccionados hasta un camión marca Mercedes Benz, que irónicamente llamábamos Menéndez Benz, por alusión al apellido del general que comandaba el III Cuerpo... Antes de descender del vehículo los prisioneros eran maniatados. Luego se los bajaba y se los obligaba a arrodillarse delante del pozo y se los fusilaba...

Luego, los cuerpos acribillados a balazos, ya en los pozos, eran cubiertos con alquitrán e incinerados..."27 Los traslados eran el recuerdo permanente de la muerte inminente. Pero no cualquier muerte "sino esa muerte que era como morir sin desaparecer, o desaparecer sin morir. Una muerte en la que el que iba a morir no tenía ninguna participación; era como morir sin luchar, como morir estando muerto o como no morir nunca"28. Por su parte, la permanencia en la mayoría de los campos representaba el peligro constante de retornar a la tortura. Esta posibilidad nunca quedaba excluida. Muerte y tortura: los disparadores del terror, omnipresente en la experiencia concentracionaria.

Los campos, concebidos como depósitos de cuerpos dóciles que esperaban la muerte, fueron posibles por la diseminación del terror... "un espacio de terror que no era ni de aquí, ni de allá, ni de parte alguna conocida... donde no estaban vivos ni tampoco muertos... Y también allí quedaban atrapados los espíritus apenados de los parientes, los vecinos, los amigos."2' Un terror que se ejercía sobre toda la sociedad, un terror que se había adueñado de los hombres desde antes de su captura y que se había inscrito en sus cuerpos por medio de la tortura y el arrasamiento de su individualidad. El hermano gemelo del terror es la parálisis, el "anonadamiento''del que habla Schreer. Esa parálisis, efecto del mismo dispositivo asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frente al fenómeno de la desaparición de personas como al prisionero dentro del campo. Las largas filas de judíos entrando sin resistencia a los crematorios de Auschwitz, las filas de "trasladados" en los campos argentinos, aceptando dócilmente la inyección y la muerte, sólo se explican después del arrasamiento que produjo en ellos el terror. El campo es efecto y foco de diseminación del terror generalizado de los Estados totalizantes.

5- La pretensión de ser "dioses"


El poder de los burócratas concentracionarios, no obstante constituirse como simple dispositivo asesino, como fría maquinaria de desaparición, como "servicio público criminal", tomando la expresión de Finkielkraut, al disponer del derecho de decisión de muerte sobre millares de hombres se concebía a sí mismo con una omnipotencia virtualmente divina.

Aunque resulta irrisoria la sola formulación, El Olimpo, campo de concentración ubicado en dependencias de la Policía Federal, llevaba este nombre porque, según el personal que lo manejaba, era "el lugar de los dioses".

La recurrente referencia de los desaparecedores a su condición "divina", aunque supongo que con un dejo irónico, merece algún análisis. A Norberto Liwsky, en la Brigada de Investigaciones de San Justo, al tiempo que lo golpeaban, sus captores le decían: "Nosotros somos todo para vos.

La justicia somos nosotros. Nosotros somos Dios.' !1 También Jorge Reyes relata que "cuando las víctimas imploraban por Dios, los guardias repetían con un mesianismo irracional: acá Dios somos nosotros". Graciela Geuna refiere que un guardia encontró una hoja de afeitar que ella había guardado para suicidarse, entonces le dijo: "aquí dentro nadie es dueño de su vida, ni de su muerte. No podrás morirte porque lo quieras. Vas a vivir todo el tiempo que se nos ocurra. Aquí adentro somos Dios."

Las referencias a la condición divina asociada a este derecho de muerte, que aparece como un derecho de vida y muerte puesto que el prisionero tampoco puede poner fin a su existencia, se reiteran en los testimonios.

Prolongar una vida más allá del deseo de quien la vive; segar otra que pugna por permanecer; adueñarse de las vidas. Cuando la misma Graciela Geuna, ya sin la menor esperanza, sufriendo en la cuadra del campo de concentración, pide a Barreiro por su muerte, no por su vida, es quizás el momento en que sella su sobrevivencia. Hay un placer especial del poder concentracionarío en ese adueñarse de las vidas. La muerte se administra a voluntad, haciendo exhibición de una arbitrariedad intencional. De hecho, la muerte alcanza a víctimas casuales, niños, familiares de los perseguidos, posibles testigos. Es en esta arbitrariedad donde el poder se afirma como absoluto e inapelable. Esta arbitrariedad no es irracional sino que su racionalidad reside en la validación de la inapelabilidad y la arbitrariedad del poder.

Así como la máquina asesina mata a millares, así también le impone la vida a otros. El esfuerzo que se realizaba en la Escuela de Mecánica de la Armada para "sacar" del cianuro a personas apresadas tiene que ver con algo más que con su potencial utilidad en términos de la información que posteriormente se les pudiera arrancar. Muchos prisioneros de la Escuela de Mecánica sobrevivieron a la ingestión de la pastilla de cianuro que portaban los militantes montoneros gracias a un cuidadoso procedimiento que habían descubierto los marinos para arrancarlos rápidamente de la muerte. El caso de Norma Arrostito, dirigente de la organización Montoneros, es particularmente significativo. Arrostito fue "salvada" dos veces del cianuro, ya que intentó suicidarse en dos oportunidades consecutivas; no brindó ninguna información útil durante la tortura y luego fue asesinada por uno de los médicos de la marina, curiosamente, con una inyección también de veneno. El mensaje parece claro: Tú no te envenenas; nosotros lo haremos cuando queramos. Suspender la vida; suspender la muerte; atributos divinos ejercidos no desde los cielos sino desde los sótanos de los campos de concentración.

Desde este punto de vista se puede comprender porqué los campos impedían la posibilidad de suicidio, aun de aquellos que ya estaban como material de depósito esperando la muerte. El ejercicio de un poder que se pretende total y absoluto debe ejercerse sobre la vida misma de los hombres. En este sentido, el suicidio enfurecía a los desaparecedores; la existencia de la pastilla de cianuro entre los montoneros era concebida por ellos como una abominación, no por un supuesto código moral cristiano que se funda en el hecho de que sólo Dios tiene la autoridad para dar y quitar la vida, sino porque precisamente el suicidio, como un último acto de voluntad, les arrebataba la posibilidad de manifestar ese derecho de muerte que los convertía en "dioses". En este caso la muerte representaba la limitación y el fin de su poder.

Una vez más, el hecho encuentra paralelo con los campos nazis. Cuando los guardianes descubrieron que Filip Müller se había introducido voluntariamente en la cámara de gas para que su muerte tuviera, al menos, una brizna de elección personal, lo sacaron brutalmente gritándole: "Pedazo de mierda, maldito endemoniado, aprende que somos nosotros y no tú quienes decidimos si debes vivir o morir." Para el poder concentracionario es tan importante adueñarse de la vida de otros como adueñarse de su muerte. Por su parte, cuando los militantes de las organizaciones guerrilleras presentaban combate en el momento de su captura, no sólo tomaban una decisión sobre su muerte sino que además amenazaban la vida de los desaparecedores, esfumando de un golpe su pretendida divinidad. Geuna relata que la muerte de uno de los "dioses"
de La Perla, el sargento Elpidio Rosario Tejeda, en un enfrentamiento armado, impactó mucho al personal de inteligencia del campo porque "todos temieron en realidad la muerte propia. Estaban asustados: había muerto su mito y, por tanto, ellos también podían morir". Desde la perspectiva de los desaparecedores de La Perla, este hombre, que permanentemente hacía alusión a la muerte de los otros, que se complacía en llamar a los prisioneros "muertos que caminan", podía administrar la muerte pero no padecerla.

Probablemente el orgullo que producían al capitán Acosta sus instalaciones para las embarazadas, que se reducían a un simple cuarto con camas y una mesa, de las que se jactaba denominándolas "su Sarda" (la maternidad pública más importante de Buenos Aires), se relacionara con la contraparte del poder de muerte, que lo completa y cierra el círculo haciéndolo total: el ejercicio de un supuesto "poder de vida". No ya la simple capacidad asesina de decidir quién muere, cuándo muere y cómo muere sino más aún, determinar quién sobrevive e incluso quién nace, porque muchas mujeres embarazadas murieron en la tortura, pero otras no. Otras tuvieron sus hijos y los desaparecedores decidieron la vida del hijo y la muerte de la madre. Otras más, sobrevivieron ellas y sus hijos.

Esto es lo que subyace más directamente a la afirmación "Aquí adentro nosotros somos Dios", o a esta otra: "Sólo Dios da y quita la vida. Pero Dios está ocupado en otro lado, y somos nosotros quienes debemos ocuparnos de esa tarea en la Argentina""; subyace la pretensión de dar muerte y dar vida.

Casi todos los sobrevivientes reconocen un captor al que le "deben" la vida, alguien que los protegió y les "concedió" la vida. Estos "dadores de vida" son los mismos que aparecen torturando y asesinando, arrojando cadáveres al mar o quemándolos, ya sea en otros o en los mismos testimonios. El general Galtieri le dijo a Adriana Arce que él "era la única persona que podía decidir sobre mi vida"; y se la dio al tiempo que se la quitó a tantísimos otros, como la familia Valenzuela. Dadores de vida y dadores de muerte coinciden; ellos son los dioses de los campos de concentración. Sin duda, se podría leer este hecho como un humano acto de compensación individual para mantener cierto equilibrio psicológico pero, al mismo tiempo, se completaba así el ejercicio de un poder total, "divino". Dar y quitar la vida.

La afirmación del capitán Acosta, que refieren muchos de los sobrevivientes de la Escuela de Mecánica, cuando repetía con orgullo: "Esto no tiene límites", o la de uno de los militares de La Perla: "Aquí nadie se quiebra a medias. Esto es total", también se asocian con atributos divinos: el carácter ilimitado de Dios, su omnipotencia. La contraparte de este poder que, en su potencia absoluta, se despliega ilimitado y omnipotente es precisamente la sensación de impotencia total que registraba la víctima del campo de concentración. Sin embargo, tanto la omnipotencia del secuestrador como la impotencia absoluta del secuestrado son ilusorias. Todo poder reconoce un límite y frente a todo poder hay alguna posibilidad de resistencia.

¿De dónde provenía la pretensión de los torturadores de ser dioses? Sin duda de esta convicción de ser amos de la vida y la muerte; de hecho tenían la capacidad de decidir la muerte de muchísimas personas, casi de cualquiera en el marco de una sociedad en que todos los derechos habían sido suprimidos. Podían ser dadores de muerte y, más que de vida, de no muerte. En verdad, como ya lo señaló Foucault, el poder de vida y muerte es solamente un poder de muerte, que se ejerce o se resigna.

El suplicio en la Edad Media y el derecho soberano de matar de los reyes, que a primera vista podría parecer semejante a lo que aquí se describió, implicaba "determinada mecánica del poder: de un poder que no sólo no disimula que se ejerce directamente sobre los cuerpos sino que se exalta y se refuerza en sus manifestaciones físicas; de un poder que se afirma como poder armado y cuyas funciones de orden, en todo caso, no están separadas de las funciones de guerra".

Por el contrario, el poder militar en Argentina corresponde más a una estructura burocrático-represiva que a un aparato de guerra. Su ineptitud y desconcierto frente a la única circunstancia de guerra real que debió enfrentaren este siglo, la de las Malvinas, así lo demuestra Astiz, uno de los protagonistas destacados de la represión concentracionaria, se rindió sin combatir frente a los ingleses; estaba más preparado para combatir contra un peronista que contra un oficial británico. Ese fue sólo el más publicitado de los casos, pero la investigación de los sucesos llevó a mostrar la incapacidad militar y política del Ejército, la Armada y la Aeronáutica. Mario Benjamín Menéndez, comandante de las fuerzas militares en Malvinas, el mismísimo jefe del III Cuerpo de Ejército que fusilaba prisioneros amordazados en La Perla, además de mostrar su incapacidad militar, según sus propias declaraciones "No encontraba la manera de decir, ¿esto se podrá parar?, razonamiento inverso al de un guerrero que se pregunta más bien si "esto" se podrá ganar. Las Fuerzas Armadas resultaron más aptas para una sangrienta represión interior que para una guerra frontal entre ejércitos.

En lo que se refiere al ejercicio interno del poder, asesinaron y torturaron de manera institucional pero manteniéndolo en secreto, de manera subterránea y vergonzante, efectivizando un derecho de muerte que la sociedad nunca les reconoció explícitamente. Destrozaron los cuerpos, hicieron exhibición de ellos en algunos casos, pero nunca asumieron la responsabilidad de estos actos. El rey vengaba una ofensa a su persona en el cuerpo de los condenados. La Junta Militar castigaba y mataba como un exterminador clandestino, que al decir "Yo no fui", negaba él mismo la legitimidad de sus actos.

La exhibición de un poder arbitrario y total en la administración de la vida y la muerte pero, al mismo tiempo, negado y subterráneo, emitía un mensaje: toda la población estaba expuesta a un derecho de muerte por parte del Estado. Un derecho que se ejercía con una única racionalidad: la omnipotencia de un poder que quería parecerse a Dios. Vidas de hombres y mujeres, destinos de niños e incluso de seres que aún no habían nacido, nada podía escapar a él.

Utilizó su derecho arbitrario de muerte como forma de diseminación social del terror para disciplinar, controlar y regular una sociedad cuya diversidad y alto nivel de conflicto impedían su establecimiento hegemónico.

El antiguo derecho de vida y muerte latente sobre toda la población se superponía y hacía posible las funciones disciplinadoras y reguladoras manifiestas. Morir, pero esperar la muerte sentado y en determinada posición. Morir, pero antes de ello, contestar "Sí, señor", cuando se habla con un oficial. Morir sin combatir, en una fila de presos ordenados y amordazados, esas "procesiones de seres humanos caminando como muñecos hacia su muerte"''8, que ya habían existido en los campos nazis.
No hay espacio aquí para el condenado "que insulta a sus perseguidores; no hay espacio para la muerte heroica; no hay espacio para el suicidio en el seno de este poder burocrático.

El poder de vida y muerte es uno con el poder disciplinario, normalizador y regulador. Un poder disciplinario-asesino, un poder burocrático-asesino, un poder que se pretende total, que articula la individualización y la masificación, la disciplina y la regulación, la normalización, el control y el castigo, recuperando el derecho soberano de matar. Un poder de burócratas ensoberbecidos con su capacidad de matar, que se confunden a sí mismos con Dios. Un poder que se dirige al cuerpo individual y social para someterlo, uniformarlo, amputarlo, desaparecerlo.

6- El tormento

Fue la ceremonia iniciatica en cada uno de los campos de concentración-exterminio. La llegada a ellos implicaba automáticamente el inicio de la tortura, instrumento para "arrancar" la confesión, método por excelencia para producir la verdad que se esperaba del prisionero, criterio de verdad para producir el quiebre del sujeto. Su duración y las características que adoptara dependían del campo de concentración del que se tratara, de las características del prisionero, de su tenacidad en ocultar la información y de un sinnúmero de imponderables. No obstante, por su centralidad en el dispositivo concentracionario, estuvo pautada por criterios generales y adquirió características básicas comunes en todos los campos.

La aplicación de tormentos tenía una función principal: la obtención de información operativamente útil. Es decir, lograr que el prisionero entregara datos que permitieran la captura de personas o equipos vinculados con la llamada subversión, que comprendía todo tipo de oposición política pero preferentemente a la guerrilla y su entorno. La tortura era el mecanismo para "alimentar" el campo con nuevos secuestrados.

Dentro de las organizaciones guerrilleras existían mecanismos de control de sus militantes, generalmente cada 24 o 48 horas, de manera que, al momento de la captura, el dispositivo del campo contaba con un día, dos, a veces un poco más, para extraer de cada hombre información inmediatamente útil. Una vez que vencía el plazo, las organizaciones "desactivaban" todas las citas y desalojaban las casas y los militantes que la persona capturada conocía.

A partir de entonces, los secuestradores podían obtener otro tipo de datos que a veces conducían también a la captura de personas o armamento, como el reconocimiento de fotos o información que, unida a otra, llevaba indirectamente a ubicar una persona, una casa, una base operativa, un depósito de armas. Además, el prisionero tenía un conocimiento precioso: las caras de otros militantes. Si se lograba "trabajar" sobre él de tal manera que estuviera dispuesto a identificarlos en lugares públicos, "marcarlos", se podía capturar a muchas personas. Cada militante que accedía a esta práctica podía provocar decenas de muertes y detenciones.

Por último, cada preso era una muestra viviente del "enemigo", de su forma de actuar, pensar, razonar política y militarmente. También esto representaba una información valiosa.

La tortura perseguía, por lo tanto, toda la información que sirviera de inmediato, pero necesitaba también arrasar toda resistencia en los sujetos para modelarlos y procesarlos en el dispositivo concentracionario, para "chupar", succionar de ellos todo conocimiento útil que pudieran esconder; en este sentido hacerlos transparentes. El eje del mecanismo desaparecedor era obtener la información necesaria para multiplicar las desapariciones hasta acabar con el "enemigo" (más adelante se verá la vastedad que alcanzaba el termina). En consecuencia, la tortura era la clave, el eje sobre el que giraba toda la vida del campo.

En tanta ceremonia iniciática, el tormento marcaba un fin y un comienzo; para el recién llegado el mundo quedaba atrás y adelante se abría la incertidumbre del campo de concentración: "...una hora antes tenían vida.

Al desaparecer ya no tenían vida", así explicaría el suboficial Vilariño la realidad de estos "muertos que caminan"3".

La desnudez, la capucha que escondía el rostro, las ataduras y mordazas, el dolor y la pérdida de toda pertenencia personal eran los signos de la iniciación en este mundo en donde todas las propiedades, normas, valores, lógicas del exterior parecen canceladas y en donde la propia humanidad entra en suspenso. La desnudez del prisionero y la capucha aumentan su indefensión pero también expresan una voluntad de hacer transparente al hombre, violar su intimidad, apoderarse de su secreto, verlo sin que pueda ver, que subyace a la tortura, y constituye una de "las normas de la casa". La capucha y la consecuente pérdida de la visión aumentan la inseguridad y la desubicación pero también le quitan al hombre su rostro, lo borran; es parte del proceso de deshumanización que va minando al desaparecido y, al mismo tiempo, facilita su castigo. Los torturadores no ven la cara de su víctima; castigan cuerpos sin rostro; castigan subversivos, no hombres. Hay aquí una negación de la humanidad de la víctima que es doble: frente a sí misma y frente a quienes lo atormentan.

La tortura, como "procedimiento de ingreso o admisión", despoja al recién llegado de todos sus apoyos anteriores, entre otros, cualquier contacto personal que pueda fortalecerlo; es la forma en que se lo procesa para aceptar las reglas del campo". Señala el antes y el después. De hecho, casi todos los testimonios pasan del relato del secuestro que corresponde al "afuera", al de la tortura, primer paso del "adentro". Los testimonios también señalan que durante el periodo de tortura, se mantenía a los prisioneros aislados en los cuartos cié interrogatorio, separados del resto; por lo general sólo cuando esta etapa inicial, de asimilación y si es posible de quiebre concluía, se los integraba a la cuadra, al lugar de depósito. En el testimonio de Geuna resulta evidente este antes y después, como un abismo que se abre frente a la persona, en su caso agudizado por la muerte de su marido en el momento de la detención. Al día siguiente de su captura, después de la tortura, "estaba a kilómetros de distancia de la militante que era el día anterior. Ahora mi esposo estaba muerto y yo sentía que no tenía fuerzas para resistir."41 Como ya se señaló, la tortura se había aplicado sistemáticamente en el país desde muchos años antes, pero los campos daban una nueva posibilidad: usarla de manera irrestricta e ilimitada. Es decir, no importaba dejar huellas, no importaba dejar secuelas o producir lesiones; no importaba siquiera matar al prisionero. En todo caso, si se evitaba su muerte era para no "desperdiciar" la información que pudiera tener. Lo ilimitado de los métodos se unía a su uso por un tiempo también ilimitado.

Grass señala que los oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada afirmaban que eran necesarias formas "no convencionales" de respuesta a ¡a acción subversiva, de las cuales, el "instrumento central era la tortura aplicada en forma irrestricta e ilimitada en el tiempo". Decían: "No hay otra forma de identificar a este enemigo oculto si no es mediante la información obtenida por la tortura y ésta, para ser eficaz, debe ser ilimitada."42 También Geuna lo registra de la siguiente manera: "Si no te quebraban en horas, disponían de días, semanas, meses. 'Nosotros no tenemos apuro', nos advertían. 'Aquí-subrayaban-el tiempo no existe."

Lo ilimitado suponía también que la tortura, una vez terminada, se podía reiniciar. En muchos campos, como La Perla o la Mansión Seré, se registró el hecho de que por detectar que el prisionero no había dado determinada información o por represalia ante una actitud de desobediencia se reiniciara la tortura. Aun en lugares como la Escuela de Mecánica de la Armada, en donde no se acostumbraba volver a torturar al prisionero una vez concluida la etapa de interrogatorio, sin embargo la amenaza permanecía latente para el secuestrado que convivía con los instrumentos, los objetos y los sujetos de tortura durante toda su permanencia en el campo.

¿En qué consistía la tortura? El método de tormento "universal" de los campos de concentración argentinos, por el que pasaron prácticamente todos los secuestrados fue la picana eléctrica. Es natural; se trata de un instrumento nacional, "vernáculo", inventado por un argentino. Consiste en provocar descargas; cuanto más alto es el voltaje, mayor es el daño.

Su aplicación es particularmente dolorosa en las mucosas, por lo que éstas se convierten en el lugar preferido de los "técnicos". Puede y suele provocar paros cardiacos; de esta manera se mató a muchos prisioneros; en algunos casos porque "se les fue la mano", en otros de manera intencional.

La picana, ya mencionada, tuvo variantes; una fue la picana doble que consistía en lo mismo pero multiplicado por dos; otra fue la picana automática. Esta se ponía a funcionar sin que hubiera ningún interrogador, ninguna pregunta. Sufrir para sufrir, sin otro fin que el propio sufrimiento, como castigo y la domesticación del hombre al campo, como ablande. Quebrar la voluntad de resistencia frente al vacío, frente a ninguna pregunta, frente a la sola manifestación ele poder del secuestrador.

No describiré los distintos métodos utilizados pero sí haré mención de los más frecuentes. Es importante saber qué se le hace a un hombre para entender cómo se lo aterroriza y se lo procesa. El terror corresponde a un registro diferente que el miedo.

Mientras uno está sentado, leyendo, el terror es apenas un concepto que se asocia vagamente con una especie de miedo grande, tal vez con un género cinematográfico, pero basta seleccionar cualquiera de estas técnicas, la que personalmente pueda parecer más tolerable, y pensar en su aplicación sobre el propio cuerpo, de manera irrestricta e ilimitada, repetida e interminablemente, para tener una aproximación a cómo se produce el terror. Interminablemente quiere decir exactamente sin fin, hasta la muerte o hasta un fin arbitrario que no depende de uno.

Para obtenerla información necesaria, los interrogadores "se vieron obligados" a usar técnicas de asfixia, ya fuera por inmersión en agua o por carencia de aire. Aplicaron golpes con todo tipo de objetos, palos, látigos, varillas, golpes de karate y práctica, sobre ¡os prisioneros, de golpes mortales, así como palizas colectivas. Practicaron el colgamiento de los seres humanos por las extremidades dentro de ¡os campos y también desde helicópteros. Hicieron atacar gente con perros entrenados. Quemaron a las personas con agua hirviendo, alambres al rojo, cigarros y les practicaron cortaduras de todo tipo. También despellejaron personas, como Norberto Liwsky en la Brigada de Investigaciones de San Justo. En muchos campos, en particular en los que dependían de la Fuerzas Aérea y la policía, los interrogadores se valieron de todo cipo de abuso sexual.

Desde violaciones múltiples a mujeres y a hombres, hasta más de 20 veces consecutivas, así como vejámenes de todo tipo combinados con los métodos ya mencionados de tortura, como la introducción en el ano y la vagina de objetos metálicos y la posterior aplicación de descargas eléctricas a través de los mismos. En estos lugares también era frecuente que a una prisionera "le dieran a elegir" entre la violación y la picana 44.

De ahí en más hicieron todo lo que una imaginación perversa y sádica pueda urdir sobre cuerpos totalmente inermes y sin posibilidad de defensa. Lo hicieron sistemáticamente hasta provocar la muerte o la destrucción del hombre, amoldándolo al universo concentracionario, aunque no siempre lo lograron. El abuso con fines informativos, el abuso para modelar y producir sujetos, el abuso arbitrario, todos atributos principales del poder pretendidamente total: saber todo, modelar todo, incluso la vida y la muerte, ser inapelable.

La práctica de estas formas de tortura de manera irrestricta, reiterada e ilimitada se ejerció en todos los campos de concentración y fue clave para la diseminación del terror entre los secuestrados. Una vez que el prisionero pasaba por semejante tratamiento pretería literalmente morir que regresar a esa situación; son muchos los testimonios que así lo afirman. La muerte podía aparecer como una liberación. De hecho, los torturadores usaban la expresión "se nos fue" para designar a alguien que se /«había muerto durante la tortura. Y sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas que estaba vedada para el desaparecido, que descubría entonces no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Morir no era fácil dentro de un campo, Teresa Meschiati, Susana Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a veces absurdos pero desesperados para encontrar la muerte: tomar agua podrida, dejar de respirar, intentar suspender voluntariamente cualquier función vital. Pero no era tan simple.

La máquina inexorable se había apropiado celosamente de la vida y la muerte de cada uno.

No obstante estos denominadores comunes, existieron modalidades diferentes. En algunos casos, relatados por sobrevivientes de campos de la Fuerza Aérea y la policía, el tormento tomaba las características de un ritual purificador. Más que centrarse en la información operativamente valiosa buscaba el castigo de las víctimas, su desmembramiento físico, una especie de venganza que se concretaba en signos visibles sobre los cuerpos. En esos lugares se usaba mucho el castigo con palos y latigazos, que deja huellas. El tratamiento se acompañaba con tortura sexual, fundamentalmente denigrante; eran frecuentes, por ejemplo, las violaciones de hombres. Toda la sesión, desde que iban a buscar al prisionero, tenía un ritmo de excitación ascendente, mientras que, por ejemplo en la Mansión Seré, no faltaba un torturador cristiano que rezaba y "confortaba" a la víctima instándola a que tuviera fe en Dios, mientras era atormentada. También en ese centro, uno de los miembros de la "patota", "al grito de hijos del diablo, hijos del diablo, agarró un látigo y empezó a pegarnos. Son todos judíos, decía, hay que matarlos"4''.
En la Brigada de Investigaciones de San Justo: "Cuando me venían a buscar para una nueva sesión lo hacían gritando y entraban a la celda pateando la puerta y golpeando lo que encontraran. Violentamente. Por eso, antes de que se acercaran a mí, ya sabía que me tocaba." A continuación sigue un relato espeluznante, que incluye el despellejamiento del prisionero.

En la Delegación de la Policía Federal: "Allí me golpearon ferozmente por espacio de una hora aproximadamente, lo hicieron con total sadismo y crueldad pues ni siquiera me interrogaban, sólo se reían a carcajadas y me insultaban.'"' En la mansión Seré: "...entra la patota en la pieza haciendo mucho escándalo, como ellos hacían, con el fin de crear un clima de terror y pánico a su alrededor... me sacan entre comentarios jocosos y risotadas, me anuncian que me van a dar un baño; me hundían cada vez más frecuentemente y por espacios más prolongados de tiempo, a punto tal de, digamos, de terminar por provocarme asfixia... nos atan a los dos juntos... nos torturan con picana alternativamente a uno y a otro... se me introdujo un objeto metálico en el ano y se me transmitía corriente eléctrica por él; se me torturó en los genitales y en la boca, en las órbitas de los ojos..."/|íi En estos campos crecía el número de víctimas casuales. En la misma Mansión Seré, secuestraron y torturaron a un levantador de quiniela y, en mayo de 1 977, buscando a un militante, "la patota" se equivocó de dirección y registró los cuartos de una pensión. En uno de ellos encontraron fotos que consideraron pornográficas, en las que se veía a menores, por lo que dedujeron que la persona que allí habitaba era un perverso sexual. Así que procedieron a esperar su llegada y a secuestrar a aquel hombre. Así lo hicieron, lo llevaron hasta la Mansión Seré y allí lo torturaron hasta su muerte, que se produjo esa misma noche. Habían consumado un acto de "purificación". Cruzados del "bien y la moralidad", castigaban el mal, entre rezos, risas y vejámenes.

En este tipo de rituales murieron muchas personas. La duración era indeterminada; la reiteración de la tortura imprevisible y el sentido se asemejaba más a una ceremonia de venganza y locura, entre risas, gritos y golpes, que a un acto de inteligencia militar. A pesar de la aparente irracionalidad, estos campos cobraron un importantísimo número de víctimas y cumplieron un papel fundamental en la destrucción física de toda oposición política, sin discriminación alguna, y de la diseminación del terror. Fueron funcionales para el proyecto militar y dejaron muy pocos sobrevivientes, algunos de ellos lo suficientemente aterrados como para no relatar jamás lo que sufrieron.

Las prácticas de tortura en otros campos, como la Escuela de Mecánica de la Armada o La Perla, tenían diferencias considerables con respecto a lo que acabo de describir, al menos a partir de la existencia de sobrevivientes. En esos lugares la tortura era enérgica, con un fin "profesional": obtener información operativamente valiosa. Durante el periodo "útil" del prisionero se le aplicaban picana, submarino (asfixia por inmersión) y golpes, como tratamiento regular, y la promesa de respetar su vida en caso de que colaborara, es decir que proporcionara información suficiente para capturar a otras personas.

Para dar credibilidad a la oferta de vida, antes de torturarlo se exhibían ante el preso otros secuestrados, preferentemente militantes conocidos, que en el exterior se daban por muertos. La idea era inducir en el recién llegado la suposición de que estas personas conservaban la vida porque estaban colaborando activamente con los desaparecedores (lo que no necesariamente era verdad). A ello se sumaba el hecho de que, en muchos casos, la detención de la persona se había producido por la delación de un compañero de militancia, a veces con más experiencia o responsabilidades políticas que él mismo. Esto reforzaba la idea que trataba de generar el campo de concentración de que "todos" colaboraban; nadie podía contra su poder y era mejor no intentarlo. La exhibición de omnipotencia que creaba en el secuestrado una sensación de impotencia también total.

La oferta de vida y la prueba "palpable" de que así era, (unos meses de vida en esas circunstancias parecían una promesa de inmortalidad) rompía la lógica con que los militantes llegaban al campo de concentración: enfrentar la propia muerte. Se trataba de producir en el secuestrado un shock psíquico primero y físico después, mediante una tortura intensiva, que lo desestructurara lo suficiente como para dar una "punta del hilo", un dato más para desenredar la madeja de las organizaciones políticas y sindicales. Después de ello, manteniendo la presión, se podía esperar una colaboración más abierta.

El procedimiento se caracterizaba por una cierta asepsia; el objetivo era obtener información útil, pero además, quebrar-A individuo, romper ú militante anulando en él toda línea de fuga o resistencia, modelando un nuevo sujeto adecuado a la dinámica del campo, un cuerpo sumiso que se dejara incorporar a la maquinaria, cualquiera que fuera el lugar que se le asignara. Este quiebre era el producto más preciado de la tortura; alcanzarlo era el mayor desafío para el dispositivo concentracionario y la prueba evidente, insoslayable del poder del interrogador.

Para lograr el quiebre, valían todos los medios, pero siempre conservaban esa racionalidad, la búsqueda de información operativamente valiosa.
Pasado el periodo de utilidad del preso, éste dejaba de ser un cuerpo atormentado para producir la verdad ser un cuerpo de desecho, material en depósito hasta la decisión de su destino final: la eliminación o, muy eventualmente, la liberación. La posibilidad de reiniciar la tortura siempre estaba presente pero era relativamente excepcional. Desde el momento en que cesaba la tortura física directa, iniciaba la tortura sorda, la de la incertidumbre sobre la vida, la oscuridad y el aislamiento permanentes, la desconfianza hacia todos, la mala alimentación, el maltrato y la humillación.

En algunos casos, la decisión final sobre la suerte del preso se difería, pasando por un periodo intermedio en el que se lo incorporaba al régimen de capucha o cuadra pero se pretendía, ganar al prisionero, sacarle algo o algo más; la lógica concentracionaria es avariciosa, intenta chupar todo lo vital que hay en el hombre. Se trataba entonces de obtener algún tipo de colaboración voluntaria, operacional, técnica, política, al cabo de la cual, e independientemente de lo que hubiera proporcionado, el destino último también era incierto.

Así pues, aparecen por lo menos dos mecanismos posibles en la tortura: el tormento que llamaré inquisitorial y el tormento como tecnología eficaz, fría, aséptica y eficiente de "chupar". Los dos pretenden producir la verdad, producir un culpable y arrasar al sujeto pero lo hacen de maneras diferentes. Ambas formas implican el procesamiento de los cuerpos, la extracción de lo que sirve y el desecho del hombre. Sin embargo, la modalidad inquisitorial destruye más los cuerpos, es más brutal, arroja más sufrimiento directo sobre sus víctimas, pero es menos eficiente para extraer, está menos preparada para aprovechar hasta la última gota útil de un hombre.

También es probable que la modalidad "aséptica" produzca un menor deterioro personal en los hombres que la aplican y les permita concebirse a sí mismos como simple personal técnico. Finalmente, en términos institucionales, cabe pensar que en nuestra época es más fácil mantener el espíritu de cuerpo y la adhesión ideológica de una fuerza profesional y clasemediera por vía de un discurso técnico-aséptico que por vía de uno fanático-inquisitorial. Este último es psíquica e institucionalmente desquiciante.

Los oficiales de inteligencia que ejecutaron la tortura, sobre todo en el modelo aséptico, eran hombres comunes y corrientes, las más délas veces insignificantes, como Juan Carlos Rolón, cuyo ascenso salió a defender el Presidente Menem en 1 994. lambién ellos, pequeños engranajes que no correspondían a un único patrón. Geuna los describe uno por uno; la diversidad comprende tontos e inteligentes, audaces y cobardes, religiosos y ateos, vanidosos, arrogantes, pusilánimes, de todo; hombres como cualquier otro, que caminan por la calle. Muchos se preguntaban, con auténtica curiosidad, si los prisioneros los consideraban "torturadores".

Como si la condición de torturador fuera parte de una esencia que no poseían, como si su práctica cotidiana se debiera a una función circunstancial que se vieron obligados a cumplir; como si hubiera "otros", no ellos, que sí eran torturadores porque disfrutaban haciendo sufrir.
Estos hombres sólo trabajaban y "cumplían órdenes".

El cumplimiento de órdenes fue la fórmula más burda de descargo del torturador. Otra muy usual, de acuerdo a los testimonios, fue responsabilizara las conducciones de las organizaciones armadas porque "mandaban a matar" a su gente, "obligándolos" a ellos a hacerlo. También era común que descargaran la culpa sobre la propia víctima, que por su tozudez, los "obligaba" a torturarla. La expresión que se registra es "no te hagas dar", es decir que la víctima "se hacía dar', se hacía torturar. Si para detener a alguien habían torturado a otras personas, el responsable de tales castigos era el buscado, o el que daba la información o cualquier otro que no fuera el torturador. "Vos sos la culpable de que haya hecho cagar a esos infelices", le decía un torturador de la policía federal a Mirtha Gladys Rosales, para justificar que había golpeado salvajemente a su padre y a otras personas'1'''.

Sin embargo, y por más desplazamientos que pueda hacer, hay algo que se agita internamente en un hombre que destroza a otro. Hay algo que reclama la afirmación de su propia humanidad, porque en el intento de despersonalización de la víctima él mismo se despersonaliza, se deshumaniza. En muchísimos relatos aparece el intento de "reparación" del torturador sobre la propia víctima, como si pudiera escindir su condición de torturador frente a un cuerpo sin rostro de su condición humana frente a la persona del torturado. Cuenta una sobreviviente: "Después de esas 'sesiones' (de tortura) me hacían vestir, y con buenos modos y palabras de consuelo me llevaban al dormitorio e indicaban a otra prisionera que se acercara y me consolara."51' Ana María Careaga relata: "El hombre que había dirigido la tortura, que me había torturado personalmente, ahora me hablaba de una manera paternal.'"1' Otro testimonio dice: "El domingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia obligándome a jugar a las cartas con él."" Un relato casi idéntico de la Mansión Seré señala que la patota secuestró a una maestra muy joven por haber escrito en el pizarrón de su clase "La; Montoneras recorren el país", como frase de ejercitación gramatical y en obvia referencia a las Montoneras del siglo pasado. Después de haber sido torturada "preventivamente", fue presionada con insistencia por uno de sus torturadores a jugar a las cartas con él. La muchacha, que primero se negó, al cabo de un rato jugaba al chin-chon con un hombre poco mayor que ella y que la había sometido a tormento minutos antes. La figura de estas dos personas jugando a los naipes dentro de un campo de exterminio es la viva imagen de una suerte de perversión de la realidad que se opera en el dispositivo concentracionario, cuyo eje es la tortura. En ella se conjugan el poder, la arbitrariedad, la culpa y la necesidad de crear una "ilusión de reparación", que persiguió a buena parte de los torturadores.

Mediante el tormento se arrancaba al hombre información y su misma humanidad, hasta dejarlo vacío. La sala de torturas, el "quirófano" en la jerga concentracionaria, era el lugar donde se operaba sobre la persona para producir ese vaciamiento. Era un largo proceso que duraba días, semanas, meses hasta lograr la producción de un nuevo sujeto, completamente sumiso a los designios del campo: "Ya uno no tiene nada que darles, ni ellos quieren nada de mí. Tenía un gran cansancio y sólo quería que todo terminara de inmediato."53 El campo logró la sumisión. El "Sí, señor" del lenguaje militar en boca de los prisioneros fue un signo de esa sumisión. "Se ensañaron mucho más porque no les había dicho que estaba embarazada... Me decían: '¿Por qué no lo dijiste, pelotuda? ¿Querés que te lo saque ahora?' (al hijo) ¡No! 'No, qué pelotuda.' No, señor.

'Ah, así está mejor.'"5' Sin embargo, la sumisión nunca es toral; el campo intentó arrasar la personalidad y toda forma de resistencia a través de la tortura sistemática, ilimitada, irrestricta, produciendo dolor, terror, parálisis, pero no necesariamente lo logró. No hay técnicas infalibles, y la tortura tampoco lo fue. A pesar de los interrogadores, frente a ella había hombres, no masilla moldeable. Seres humanos que reaccionaron de las más diversas maneras. Existió la resistencia abierta de quienes, poseyendo información, desafiaron con éxito la tortura. Geuna relata el de una madre que dirigiéndose a su hija, mientras las torturaban a ambas en La Perla, le gritaba "No hables, nena; a estos hijos de puta ni una palabra". Aquí, el campo de concentración y la tortura se enfrentan a su zona de impotencia: la resistencia interna del hombre. En este caso sólo pueden funcionar como máquina asesina, y matar.

Hay otros que simularon colaborar, dando datos falsos que pudieran pasar por verdaderos, y en realidad no entregaron algo útil para "alimentar" y reproducir el mecanismo.

Intentaban así detener la tortura y ganar tiempo. En este caso, la tortura tampoco logró su objetivo. No sólo no produjo la "verdad", sino que el prisionero la contabilizó internamente como una batalla ganada al campo de concentración; se fortaleció, aunque le costara la vida. Es el caso de Fernández Samar que se relata también en el testimonio de Gauna, quien mientras agonizaba a causa de los tormentos padecidos, en los que había ocultado la información clave, repetía "Los jodí; los jodí"'°. Entre los sobrevivientes hay mucha gente que resistió la tortura y seguramente esta primera victoria los rearmó para tolerar la capucha, el aislamiento, las presiones y todo lo que padecieron después hasta su liberación. La resistencia a la tortura es una de las formas más claras de la limitación del poder del campo.

Otros más no aguantaron la presión y brindaron información útil pero no entregaron todo; guardaron cuidadosamente aquello que consideraban más importante; ese era su último bastión de resistencia, su secreto.

Estas personas, aunque hubieran sido arrasadas por el dispositivo, solían recuperara. Es decir, pasada la presión directa, recobraban las nociones de solidaridad y compromiso con sus compañeros de cautiverio, recuperaban alguna capacidad de resistencia. Este grupo fue muy importante en términos cuantitativos y cualitativos ya que fue numeroso y permitió la reproducción del dispositivo, alimentándolo y generando más secuestros. Desde este punto de vista, la tortura irrestricta e ilimitada demostró su eficacia. Mucha de esa gente podía estar dispuesta a morir, pero sencillamente no soportó las condiciones de tormento y "entregó" algo, o mucho.

Hubo otros prisioneros que una vez que comenzaron a dar información bajo tortura ya no se detuvieron, y se fueron desplazando progresivamente de la categoría de víctimas a la de victimarios. Esta gente, que existió en La Perla, en el ministaff de la Escuela de Mecánica y en otros lugares de manera aislada, se convirtió en una especie de presos intermediarios entre los desaparecedores y los desaparecidos. Fueron quebrados por la tortura, muchas veces espantosa, y se desintegraron. No se sentían presos. Suzzara, una secuestrada de este tipo, decía de sus compañeros presos: "Les tengo asco". Algunos de ellos realizaban operativos militares con sus propios captores; otros llegaron incluso a torturar. Estas personas eran un enemigo de los presos igual o peor que los guardias. Necesitaban que todos se desintegraran como ellos, que dejaran de ser, para encontrar su propia justificación; por eso vigilaban meticulosamente a los otros prisioneros, "certificaban" los "quiebres"; temían la sobrevivencia de quienes no estuvieran en su misma situación porque eran testigos de su vergüenza. En general, los militares sentían un profundo desprecio por esta gente. Sobre ellos el campo de concentración funcionó, alcanzó su objetivo; aunque numéricamente representaron algo así como el uno por mil fueron muy útiles al dispositivo. Cada uno de ellos fue responsable de muchas decenas de secuestros.

Además orientaron el trabajo de los interrogadores; les permitieron aumentar su eficiencia; saber qué preguntar, cómo hacerlo, cuáles eran las debilidades de una persona. En fin, fueron de gran utilidad y constituyen el tipo de sujeto que produce el campo de concentración y la tortura: temerosos, sumisos, autoritarios, inestables. Muchos de ellos permanecieron ligados a las fuerzas de seguridad y siguieron trabajando para ellas una vez clausurados los campos de concentración.

Por último existieron personas que "negociaron" su captura. Es decir, aquellos que sin ofrecer resistencia alguna, sin ¡atentar siquiera presentar batalla, "se pasaron" aparentemente de bando y se prestaron a trabajar para las fuerzas de seguridad como lo habían hecho para organizaciones políticas opositoras. Llegaron a los campos de concentración con maletas y jamás les tocaron un pelo. De estos casos se registran el de Pinchevsky en La Perla y el de Máximo Nicoletti y su mujer, María Emilia Peuriot, en la Escuela de Mecánica de la Armada. Estas personas no se pueden considerar como éxitos del dispositivo concentracionario; son otra cosa.

No fueron quebrados puesto que no había nada que romper, que opusiera resistencia.

En síntesis, la tortura como eje del trabajo de inteligencia fue altamente productiva y eficiente. Logró la información suficiente para destruir las organizaciones guerrilleras y sus entornos, asesinar a los dirigentes sindicales no conciliadores, arrasar toda organización popular, golpear y dificultar la acción de los organismos de derechos humanos. Lo hizo gracias a la existencia de los campos de concentración con los supuestos de una práctica irrestricta e ilimitada del tormento. Consiguió obtener información parcial significativa; logró la colaboración total de un pequeño grupo de gente que logró modelar, desintegrar y reordenar según la lógica del poder autoritario. En suma fue el método que permitió obtener la información necesaria para destruir una generación de militantes políticos y sindicales que desaparecieron en los campos de concentración. Para quienes deseaban este resultado, el método parece haber sido el adecuado. En todo caso se abren otras preguntas: ¿Debía la sociedad argentina desaparecer una generación de molestos activistas sindicales y políticos? ¿Hay posibilidad de separar medios y fines? Desaparecer, borrar del mapa, ¿no lleva casi irremediablemente a esto?

Una lógica perversa, una realidad tabicada y compartimentada El campo es un lugar de contrarios que coexisten, de ambivalencia y conflicto superpuesto, no resuelto, en donde la confrontación se resuelve por la separación, clasificación y eliminación de lo disfuncional.
Al tiempo que es un centro de retiñían de prisioneros, es donde el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible. Prisioneros concentrados en una barraca, cuidadosamente separados entre sí por tabiques, celdas, cuchetas. Compartimentos que separan lo que está profundamente interconectado.

Los planos de los campos de concentración parecen graficar esta idea de la compartimentación como antídoto del conflicto, que permea todo el proceso. Largas secuencias de compartimentos; depósitos ordenados y separados en la arquitectura, en las etapas del proceso desaparecedor (captura, tortura, asesinato, desaparición de los cuerpos), entre los servicios que obtienen y procesan la información (Armada, Ejército, Aeronáutica), del campo mismo como un compartimento separado de la realidad.

También los hombres aparecen fragmentados, compartimentados interna y externamente: "subversivos" a los que se despoja de identidad, cuerpos sin sujeto, torturadores que ostentan una ideología liberal, cristianos que se confunden a sí mismos con Dios. Todo sin entrar en colisión aparente, subsistiendo gracias a una separación cuidadosa, esquizofrénica, que atraviesa a la sociedad, al campo de concentración y a los sujetos.

Los compartimentos estancos son la condición de posibilidad de coexistencia de elementos sustancialmente inconsistentes y contradictorios.

Salta a la vista que precisamente las fuerzas legales, como se identificaban a sí mismas las fuerzas represivas, operaran con una estructura, un funcionamiento y una tecnología "por izquierda", es decir ilegal. El secuestro, la tortura ilimitada y el asesinato eran claves para lograr el exterminio de toda oposición política y diseminar el terror al que ya se hizo referencia. Dichas "técnicas" no se hubieran podido aplicar desde la legalidad existente y, de hecho, el gobierno militar, a diferencia de los nazis, nunca creó leyes que respaldaran la existencia de los campos de concentración; antes bien optó por negar su existencia. Las "fuerzas legales" eran los GT clandestinos mientras que toda acción legal, como la presentación de hábeas Corpus, denuncias, búsqueda de personas, juicios, era considerada "subversiva".

Extraña coexistencia de lo legal y lo ilegal, pérdida de los referentes, inversión constante y sucesiva de los términos, confusión de los contrarios que impide reconocer desde la sociedad por dónde pasa la distinción entre uno y otro. La ilegalidad de los campos, en coexistencia con su inserción perfectamente institucional, aunque parezca contradictorio, fue una de las claves de su éxito como modalidad represiva del Estado.
Directamente vinculado con la legalidad aparece el problema del secreto.

El secreto, lo que se esconde, lo subterráneo, es parte de la centralidad del poder. Durante el Proceso de Reorganización Nacional se sancionaron 16 leyes de carácter secreto. El general Tomás Sánchez de Bustamante declaró: "En este tipo de lucha (la antisubversiva) el secreto que debe envolver las operaciones especiales hace que no deba divulgarse a quién se ha capturado y a quién se debe capturar. Debe existir una nube de silencio que rodee todo..." También existían sanciones legales de carácter secreto y decisiones secretas que inhabilitaban políticamente a ciertos ciudadanos. Los campos de concentración eran secretos y las inhumaciones de cadáveres NN en los cementerios, también. Sin embargo, para que funcionara el dispositivo desaparecedor debían ser secretos a voces; era preciso que «'supiera para diseminar el terror. La nube de silencio ocultaba los nombres, las razones específicas, pero todos sabían que se llevaban a los que "andaban en algo", que las personas "desaparecían", que los coches que iban con gente armada pertenecían a las fuerzas de seguridad, que los que se llevaban no volvían a aparecer, que existían los campos de concentración. En suma, un secreto con publicidad incluida; mensajes contradictorios y ambivalentes. Secretos que se deben saber; lo que es preciso decir como si no se dijera, pero que todos conocen.

La manera en que se fraccionó el dispositivo concentracionario, separando trabajos y diluyendo responsabilidades es otra manifestación de esta misma esquizofrenia social, y tuvo lugar dentro mismo de los campos. El mecanismo por el cual los desaparecedores concebían su participación personal como un simple paso dentro de una cadena que nadie controlaba es otra forma de fraccionar un proceso básicamente único. Cada uno de los actores concebía la responsabilidad como algo ajeno; fragmentaba el proceso global de la desaparición y tomaba sólo su parte, escindiéndola y justificándola, a! tiempo que condenaba a otros, como si su participación tuviera algún sentido por fuera de la cadena y no coadyubara de manera directa al dispositivo asesino y desaparecedor. Recuérdense en este sentido las declaraciones de Vilariño.

De manera semejante, los grupos operativos se concebían como diferentes y enfrentados, se retaceaban la información unos a otros, entre las distintas armas y aun dentro de una misma arma. Cada uno se creía, o bien más eficiente, o bien menos brutal que los otros. Grass se refiere a las diferencias entre el grupo operativo de la Escuela de Mecánica y el del Servicio de Inteligencia Naval; Cetina narra el terrible enfrentamiento entre la policía y el Ejército; Graciela Dellatorre cuenta la competencia que existía entre los tres grupos operativos de El Vesubio5 . Cada uno era un compartimento del dispositivo concentracionario , con sus hombres, sus armas, su información, sus secuestrados. Su seguridad podía depender de mantener esta separación; el incremento de su poder también. Es decir, el mecanismo favorecía la compartimentación y la competencia, al tiempo que imponía su totalidad sobre el conjunto. Es importante señalar que cuanto mayor sea ia fragmentación, más necesidad existirá de una instancia totalizadora. Lo fragmentario no se opone a lo totalizante; por el contrario, se combinan y superponen, sin encontrar consistencia ni coherencia alguna.

Para el secuestrado, la incoherencia entre unas acciones y otras creaba un desquiciamiento de la lógica dentro de los campos, otra lógica que no alcanzaba a comprender, pero que sin embargo es constitutiva del poder, de su parte más íntima, de su racionalidad no admitida, negada, subterránea. Una racionalidad que incorpora lo esquizofrénico como sustancial. La incongruencia entre las acciones de los secuestradores fue una de sus manifestaciones que se hizo particularmente patente en los campos que correspondieron a la modalidad técnico-aséptica.

Por ejemplo, la posibilidad de supervivencia no aumentó para quienes brindaron información útil ni para las víctimas producto de la casualidad, del error, o que después de los interrogatorios hubieran demostrado tener muy poca o nula vinculación con la guerrilla. Por el contrario, en muchos casos fue exactamente al revés; los militantes de cierta trayectoria podían ser más útiles a largo plazo, lo que aumentó inicialmente su sobrevida y luego la posibilidad de "reaparecer". El procedimiento no carecía de lógica pero al mismo tiempo parecía incomprensible; pertenecía a otra lógica que el secuestrado no podía comprender. Por un lado, la existencia de lógicas incomprensibles, por otro, la ruptura y la esquizofrenia dentro de la lógica concentracionaria desquiciaban a los prisioneros e incrementaban la sensación de locura.

La visita casi diaria en la Escuela de Mecánica de la Armada de un médico que atendía a los prisioneros era un dato aparentemente contradictorio con la suposición de que los traslados implicaban la muerte. Geuna también relata que: "se interesaban por mi salud, por mis heridas, por mi debilidad (había adelgazado diez kilos en veinte días).

Me trajeron vendas y vitaminas. Me cuidaban y al mismo tiempo me decían que me iban a matar."58 ¿Para qué se curaba de anginas o se administraba vitaminas a alguien que se iba a asesinar? La incongruencia llevaba al preso a pensar que o bien era cierta una cosa o la otra y, dado que efectivamente le llevaban vitaminas, no lo iban a matar, lo cual era falso. Esta "lógica perversa" o falta aparente de lógica dañó terriblemente a los secuestrados.

Se puede pensar, aunque Hannah Arendt discutiría la supuesta finalidad productiva de los campos de concentración nazis, que en ellos, a pesar del exterminio que se reservaba a los prisioneros, la existencia del médico tenía un sentido: mantener al hombre con cierta capacidad de trabajo, ya que se lo usaba en tareas productivas. Pero éste no era el caso de los campos argentinos, en que los secuestrados permanecían tirados en el piso, sin hacer nada a veces durante meses. ¿Qué lógica podía tener la presencia del médico en esas circunstancias?

No es claro, pero probablemente se jugaba un cierto sentido de humanidad manteniendo al hombre en condiciones relativamente aceptables hasta su muerte. Esta hipótesis, la menos congruente con el resto del funcionamiento del campo, es quizás la más probable; hay que recordar que la preservación de la vida de algunos niños en el vientre de su madre respondía a una lógica semejante que no sería más que otro de los tantos mecanismos de auto-humanización que debieron usar los desaparecedores para justificarse a sí mismos. Desde una concepción más consistentemente utilitarista se podría suponer que prevenían epidemias que pudieran afectar a prisioneros todavía útiles o al propio personal.
También es probable; en algunos sentidos el campo funcionaba como una fría y no muy selectiva máquina de matar; en otros irrumpían estas rupturas de la lógica, estas compartimentaciones incomprensibles a primera vista. Lo cierto es que la atención médica era uno de los elementos que lograba dificultar la comprensión del prisionero de que sería ejecutado, por la aparente contradicción entre una acción y otra. Esa confusión, alimentada por el campo y multiplicada por el temor y la negación de los prisioneros, creaba una "predisposición" para interpretar la lógica perversa que desataba el campo como auténticos indicios de la posibilidad de supervivencia, lodo ello confluyó para desalentar las formas de resistencia más desesperadas.

Algo semejante ocurrió con la atención a las mujeres embarazadas que llegaron a dar a luz, en la "Sarda" de la Escuela de Mecánica. A partir de cierto momento del embarazo, esas prisioneras pasaban a ocupar un cuarto con camas, una mesa con sillas, ropa, y podían permanecer allí con los ojos descubiertos y hablar. Días antes del alumbramiento, los marinos le hacían llegar a la madre un ajuar completo, a veces muy hermoso, para su bebé. El parto se atendía con un médico y respetando ciertos requerimientos de asepsia, anestesia y cuidados generales. La madre le ponía nombre a su hijo y daba las indicaciones para que lo entregaran a la familia. Este trato dificultaba la comprensión del destino final de madre e hijo. Las atenciones hacían presuponer que ambos vivirían o que, cuando menos, el bebé sería respetado. La realidad era muy otra: la madre solía ser ejecutada pocos días después del alumbramiento y el bebé se enviaba a un orfanato, se daba en adopción o, eventualmente, se entregaba a la familia. Quedaba así limpia la conciencia de los desaparecedores: mataban a quien debían matar; preservaban la otra vida, le evitaban un hogar subversivo y se desentendían de su responsabilidad. No es que no existiera una racionalidad; sencillamente no era una lógica total y perfectamente congruente sino fraccionada y contradictoria.

Muchas de las inconsistencias de los campos estuvieron ligadas a la participación de médicos y psicólogos, cuyas profesiones se asocian, precisamente, con evitar el dolor y preservar la vida. En los campos, estos profesionales cumplieron las funciones exactamente inversas. Los médicos de los campos (los hubo en todos), que se dedicaban también a curar gente fuera de ellos, ayudaron a señalar cómo provocar más dolor, cómo prolongarlo, cómo evitar la muerte cuando el preso era potencialmente "útil" y cómo matarlo sin que ofreciera resistencia. Uno de los casos más abrumadores fue el de Jorge Vázquez, médico, prisionero que pertenecía a lo organización Montoneros, que asesoraba en la tortura y que autorizó continuar con el tormento de Víctor Melchor Basterra después de que éste padeciera un paro cardiaco5'1. Estos hombres sólo pueden haber convivido con sus funciones reparadoras y sus funciones asesinas haciendo coexistir lo antagónico por medio de la compartimentación, la separación de sus funciones. Como señaló Franz Stangl, comandante del campo de concentración de Treblinka: "No podía vivir si no compartimentaba mi pensamiento."' Los sacerdotes tampoco estuvieron ausentes de los campos de concentración y de su lógica esquizofrénica. Además de que muchos de ellos, así como religiosas católicas, los padecieron y fueron sus víctimas, otros se dedicaron a tranquilizar las conciencias de los desaparecedores y a atormentar a los secuestrados. Un miembro de los grupos represivos, Julio Alberto Emmed, relató que después ele asesinar a tres hombres con inyecciones de veneno aplicadas directamente al corazón, en presencia del sacerdote Christian Von Wernich, "el cura Von Wernich me habla de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido; me dice que lo que habíamos hecho era necesario, que era un acto patriótico y que Dios sabía que era para bien del país. Estas fueron sus palabras textuales"61. A su vez, el R. P. Felipe Pelanda López, capellán del batallón 141 de ingenieros de La Rioja, le dijo a un detenido apaleado: "¡Y bueno, mi hijo, si no quiere que le peguen, hable!"62 Abundan estos testimonios que, como en el caso de los médicos, dan cuenta de una "inversión" de la misión que se supone cumple un sacerdote. En lugar de reprobar el asesinato, convalidarlo; en lugar de confortar al que sufre, agredirlo. Estos hombres, al mismo tiempo, celebraban misa y leían cada domingo los Evangelios.

Los intentos de reparación que realizaban los torturadores sobre sus propias víctimas, y la extraña convivencia de la crueldad con la clemencia, sin solución de continuidad, aparecen en muchísimos testimonios, en una suerte de mosaico "enloquecido"; "lo normal eran las categorías demenciales" diría G-euna6'. Un mismo hombre podía hacer macar a decenas de prisioneros y compadecerse de otro. Los responsables de decenas de muertes, casi siempre, "salvaron" a alguien. El capitán Acosta, después de exhibir frente a los prisioneros el cadáver acribillado de Maggio, seleccionó a un grupo y lo obligó a cenar con él como si nada hubiera ocurrido. El comandante Quijano, que amaba a los animales, después de secuestrar a Geuna y participar en el asesinato de su esposo le dijo que ya se había encargado de colocar al gato y al perro, así que se quedara tranquila por los animales. ¿Actos de reparación? Bondad y maldad, superpuestas y separadas, sin posibilidad de una mínima congruencia.

Rupturas brutales entre el discurso y la práctica o entre dos momentos del discurso o de la práctica, es indiferente, nos muestran a oficiales de inteligencia que afirman con convicción que "el fin no justifica los medios" (Escuela de Mecánica); corcuradores y asesinos que reprochan la utilización de palabras soeces a los secuestrados (La Perla); torturadores que se niegan a violar el secreto del voto (Cuerpo 1 de Ejército); militares que desean "Feliz Navidad" y brindan con los prisioneros (Escuela de Mecánica). Todos estos elementos coexistiendo sin contradicción aparente, en una atmósfera de locura, que resulta increíble, que "enloquece". Blanca Buda, militante del Partido Intransigente, hace un relato desopilante. Dice que después de esas torturas comenzó un interrogatorio más tranquilo.

"-¿Estás completamente segura de que no sabes por quién votó tu gente? -Señor, no puedo decirle por quién votaron ellos, pero -acoté-¿quiere que le diga por quién voté yo? Saltaron dos o tres al mismo tiempo. No supe si me tomaban el pelo o si los atacaba una reacción "legalista" cuando los oí gritar indignados: -¡No, eso no! ¡El voto es secreto! Al principio no entendí. Cuando mi confundido cerebro captó el verdadero sentido de la frase no pude contenerme y lancé una carcajada... Me torturaron bestialmente pretendiendo saber los íntimos detalles de mi vida, la filiación política de mis vecinos, cuántas ollas populares habíamos impulsado, la capacidad organizativa de los partidos politicos de la localidad y ahora salían con que el voto era secreto."'64 La locura y lo ilimitado que exaltaba el capitán Acosta se manifiestan hasta el absurdo en este relato o en el hecho de secuestrar un loro e ingresarlo a La Perla con el número de prisionero 428.

La fragmentación, que permitía "funcionar" a los desaparecedores, se iba adueñando también del prisionero. De hecho, el quiebre en sí mismo implicaba esta ruptura y la necesidad de acondicionar en compartimentos separados lo que correspondía a un mismo sujeto. Cuanto mayor arrasamiento, mayor fragmentación, escondida bajo un discurso "total".

Este es el caso de los prisioneros que creían haberse pasado de bando, y en consecuencia hablaban y actuaban como si fueran militares, como si no notaran que... permanecían secuestrados.







 



Martes 25 de Junio de 2013







Jueves 23 de Mayo
Repaso de los temas vistos durante el trimestre

Martes 28 de Mayo de 2013
Evaluación de fin de trimestre


21 de Mayo de 2013
Masacre de trelew
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Jóvenes radicalizados de la década del 1960



                                     
  Richard Gillespie, Soldados de Perón. Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1998.


1.-Antecedentes.
Los montoneros eran los jinetes rurales y plebeyos, los gauchos, que a principios del siglo XIX pelearon por la independencia. En la década de 1880 el término montonero se utilizaba para denigrar a los salvajes jinetes de los entonces vencidos ejércitos regulares. Para los oligarcas liberales eran un “montón”, una chusma ignorante incapaz de asimilar la herencia cultural europea. La economía argentina se especializó en la carne, los cereales y otros productos propiciados por los recursos naturales del país mediante el modelo agroexportador, modelo que pareció ser garante del crecimiento continuo e ilimitada prosperidad. La fragilidad de este modelo de dependencia fue puesta de manifiesto cuando en 1929 la depresión mundial hizo caer las exportaciones y languidecer al radicalismo. Las medidas impuestas por la dictadura que depuso al ya viejo y senil Irigoyen se basaban en la austeridad y arbitrarios controles. La manipulación de las elecciones, el fraude y la “atención” que brindaba la nueva policía a socialistas, comunistas y anarquistas dio nombre a esta “década infame”.
En este contexto florece el nacionalismo literario alimentado por la influencia de autores de derecha y alentado por el auge de la extrema derecha en Italia, Alemania y España. Este nacionalismo buscaba una solución a la crisis nacional o justificaban un régimen autoritario inspirándose en el pasado y rechazando las ideas liberales europeas. Luego de 1943, el nacionalismo debe enfrentarse con el ascenso del peronismo y una situación que les resultaba alarmante: la creación de una base de poder independiente entre las despreciadas clases bajas. Los nacionalistas se vieron obligados a retirar su mirada del pasado y observar la realidad contemporánea y ello produjo división en sus filas. Mientras algunos se negaban a respaldarlo, algunos apoyaban al peronismo fervorosamente viendo en él una fuerza capaz de dotar al nacionalismo una base en las masas. Los que lo apoyaban se vieron acompañados progresivamente por nacionalistas populares cuyo camino hacia el peronismo había tenido origen en el radicalismo o la izquierda y estos dos cambios de dirección ideológica contribuyeron finalmente al surgimiento de la Izquierda Peronista.
Durante los años sesenta y setenta el peronismo experimentó un proceso de radicalización en el que intervinieron diversos factores que fueron decisivos en la aparición de la izquierda peronista. En primer lugar, hubo un derrumbe general del nivel de vida de los trabajadores luego de 1955 en un contexto de reiteradas crisis económicas. En segundo lugar, la vicisitud del gobierno de Frondizi de 1958-62; un tercer factor fue la necesidad de los peronistas militantes de definir con mayor precisión sus lealtades cuando el conciliador vandorismo se hizo dominante en la CGT. La influencia de la Revolución cubana constituye el cuarto factor. Por último, las declaraciones y gestos de perón luego de 1955 dieron a la izquierda peronista una nueva y mejor posición. Perón explotó deliberadamente de un modo prolijo y ambiguo el concepto de socialismo nacional además de autorizar la guerra revolucionaria halagando a sus combatientes. Estas declaraciones al tiempo que conferían legitimidad a la guerrilla eran consideradas por los luchadores como el equivalente a una definición revolucionaria por parte de Perón.
Los militantes Montoneros tenían una fe absolutamente sincera en el revolucionarismo de Perón y se basaba en la aprobación que él había dado a la lucha armada y en la falta de experiencia política propia de jóvenes hombres. La mayoría pertenecía a la clase media y eran partidarios más de las alianzas que de las luchas interclasistas. Para ellos el Movimiento Peronista era una alianza de clases revolucionaria y sus metas la revolución nacional y la revolución social. Tenían una visión del peronismo anterior y posterior a 1955 teñida de romanticismo y colmada de mitos ofrecidos por el peronismo.

2.-Origen de los Montoneros.
Muchos de los hombres que pertenecieron a las guerrillas de los años setenta, se iniciaron en política en las tradicionales y conservadoras ramas de la Acción Católica. En cuanto a ideología, los Montoneros se basaban en una fusión de la guerrilla urbana con las luchas populares del Movimiento Peronista. Daban más importancia a la estrategia y a los métodos que a las definiciones políticas e ideológicas y procuraban por omisión ocultar que inicialmente la mayoría de ellos no eran en absoluto revolucionarios. La cuna de montoneros tenía más que ver con la evolución interna del catolicismo y el nacionalismo que con la ideología marxista. Sus fundadores, Fernando Abal Medina y Carlos Ramus habían pertenecido a la organización Tacuara inspirado en la falange española.
Gradualmente y con la incorporación de nuevos miembros de origen peronista, surgió en el Tacuara una tendencia izquierdista que tomó el nombre de Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) en 1962. El izquierdismo de MNRT era más bien ambiguo; una de sus facciones admitía al peronismo pero no al marxismo, otra aceptó al marxismo como método de análisis declarando que no era posible la revolución nacional sin una revolución social y señaló a la clase obrera como la vanguardia revolucionaria. Y al tomar el camino de la violencia tenían plena conciencia del fracaso de los esfuerzos constitucionales para obtener un cambio.
Asimismo, la Iglesia Católica experimentó un fuerte cambio que contribuyó a la aceptación de la lucha armada y el florecimiento de las expresiones nacionalistas de izquierda. Las ideas católico-radicales despertaron la preocupación por los problemas y cambios sociales, legitimaron la acción revolucionaria y encauzaron a muchos hacia el movimiento peronista. Y en realidad para los Montoneros católicos de 1968 estas ideas eran el elemento más importante de su radicalización.
El lanzamiento de las guerrillas urbanas era una iniciativa procedente desde arriba, era la decisión de pequeños grupos de militantes y no la respuesta a una exigencia popular amplia; y a pesar de que los combatientes serían elogiados por Perón y gozarían de gran simpatía popular en los comienzos de los años setenta, nunca podrán borrar las huellas de su origen elitista así como no serán capaces de transformar las formaciones especiales en un ejercito popular. La guerra popular ideada por montoneros estaba más cerca de una guerra civil entre dos facciones de la clase media.
Montoneros no fue el único grupo guerrillero nacido en 1968; también aparecieron la Fuerzas Armadas Peronistas, luego apareció el Ejército Revolucionario del Pueblo. Los años sesenta se caracterizaron por la desilusión y el descontento de una generación de jóvenes generados por el sistema político tanto por los gobiernos democráticos de Frondizi e Illia como en el espurio gobierno de Onganía. De este modo puede comprenderse por qué los Montoneros y sus compañeros se vieron favorecidos por tantos reclutas y simpatizantes convirtiéndose en considerables enemigos del régimen militar, en un movimiento guerrillero y, luego, en una fuerza política. Sin embargo, el régimen de Onganía fue el fenómeno decisivo para la mayor parte de los que se unieron a la causa montonera, y socavó el apoyo obrero al conciliatorio vandorismo dejando paso a la radicalización de la clase obrera, que si bien limitada fue también importante. La radicalización iba casi siempre acompañada por la peronización, ya que el peronismo ofrecía para muchos una alternativa auténticamente revolucionaria. Esta ingenuidad y buena disposición a escuchar los mitos del Movimiento Peronista era producto de la falta de experiencia y era también una forma de expiar al pasado para algunos que tenían antecedentes liberales y reaccionarios. Por su parte, los Montoneros tenían más tendencia a apoyar e impulsar a las personalidades que a una política concreta, impulsar más a los líderes que a las organizaciones.
Los Montoneros eran todo lo izquierdistas que les permitía el peronismo, y viceversa; y no tenían teóricos de relieve pues su fuerza era el pragmatismo. Algunos montoneros consideraban que el objetivo era una variante nacional del socialismo y otros una forma socialista de la revolución nacional. Pero todos estaban de acuerdo en que los contrarios eran nacionalismo e imperialismo y los intereses del país eran representados por una alianza popular multiclasista. Iban detrás del desarrollo nacional, la justicia social y el poder popular antes que buscar el estado de los trabajadores que buscaba la izquierda no peronista. Ante la vaguedad del concepto “socialismo nacional”, crearon un Perón a su propia imagen y semejanza y se mostraron más dispuestos a escuchar su retórica que a estudiar su historia su mayor error fue considerar al peronismo como un movimiento revolucionario específicamente argentino que debía su dinamismo a la unión íntima que existía entre el líder y las masas; en su deseo de ser aceptados por los peronistas hicieron a un lado el juicio crítico.
Los fundadores de montoneros consideraban a la lucha armada como el único medio eficaz que tenían a su disposición, además su composición de clase hizo inviable una orientación hacia el clasismo y las luchas obreras. Los montoneros se inclinaban por la guerra popular pero en la práctica tal guerra no era apoyada por el pueblo ni por la clase obrera. Para recibir adiestramiento militar Norma Arrostito y Fernando Abal Medina hicieron un viaje a Cuba entre 1967 y 1968; sin embargo debido a la inexperiencia en la lucha clandestina el movimiento se comportaba en general de modo casi suicida y la pericia militar necesaria fueron adquiriéndola entrenándose en operaciones de requisa de dinero y armas. Estaban organizados en una estructura celular y las unidades de lucha básica eran los comandos militares. El mando era vertical y autoritario, un autoritarismo que, herencia en parte de las organizaciones previas a las que varios montoneros habían pertenecido, era aceptado totalmente en los círculos peronistas. Para ellos Perón era el jefe del Movimiento Peronista, era el líder de un movimiento revolucionario del que formaban parte constituyendo uno de sus núcleos armados y estaban decididos a responder a la violencia militar con la violencia en nombre del pueblo.

3.-Por el retorno de Perón.
El 29 de mayo de 1970 Montoneros secuestró al general Aramburu y lo asesinó tres días después. Mediante esta operación esperaban lograr tres objetivos en los que obtuvieron un éxito parcial. En primer lugar, dar a la organización un bautismo público a partir del cual se dieron a conocer y gracias a ello su nombre empezó a resonar pero sin dejar en claro la identidad política de la organización En segundo lugar, someter a Aramburu, el principal símbolo del antiperonismo, a la justicia revolucionaria por sus ignominiosos actos del pasado. Este objetivo si bien se logró su impacto potencial no llegó a su máxima expresión debido a las restricciones de la libertad de prensa. Y en tercer lugar, para evitar la concreción de un plan que tramaba Aramburu para deponer a Onganía y buscar una salida electoral cuasi-liberal, salida que implicaba para Montoneros la pérdida de la protección que recibían del movimiento nacional pluriclasista quedando aislados yen riesgo de ser aniquilados militarmente Aquí obtuvieron cierto grado de éxito pues Onganía fue depuesto por los militares y ocupó su lugar el general Levingston; con ello prorrogaron los intentos de dar al régimen militar una salida civil reformista que los amenace.
Gracias a su identidad peronista los Montoneros contaron, a diferencia de la organizaciones de guerrilla guevaristas, con un valioso apoyo externo principalmente de grupos de jóvenes peronistas. Lo que demostró al régimen militar que eliminar la “subversión” requería más que eliminar a los “terroristas”. La muerte de Ramus y Abal Medina provocó la primera manifestación pro-montonera de la que participaron mil jóvenes. Muy pronto los Montoneros habían establecido su presencia pública, habían demostrado una gran osadía en el planeamiento de sus operaciones y, hasta cierto punto, captado la imaginación popular mediante sus hazañas más espectaculares.
En los últimos meses de 1970, Montoneros se dedicó a buscar apoyo político mediante la redacción de documentos y la concesión de entrevistas dedicadas a propagar sus ideas. Tenían un esquema simple con un gran atractivo dicotómico que facilitaba su asimilación popular, pero riesgoso debido a su superficialidad. Al hacer un balance de los movimientos nacionalistas argentinos, el análisis subestimaba sus limitaciones y valoraba excesivamente su antagonismo con el liberalismo tradicional del país. Su apreciación de la historia les llevó a suponer que el peronismo realizaría los proyectos de liberación nacional cuando recuperara el poder y ello los dejó vulnerables y desprevenidos cuando estalló el conflicto interno en el Movimiento Peronista luego de 1973. En definitiva ellos eran más radicales que los principales peronistas y manifestaban una tendencia a subordinar la lucha de clases a las luchas populares nacionales.
Desde Madrid, Perón impulsaba las actividades de Montoneros manipulándolos con gran habilidad; y, por su parte, el movimiento tenía una genuina aunque errónea fe en él. Cuando Perón patrocinó la “Hora del Pueblo”, los Montoneros encontraron una justificación revolucionaria para su líder. Durante los primeros años Perón no criticó ni una sola operación montonera, pero en ningún momento realizó el giro a la izquierda que se supuso. Mucho más substancial fue el fortalecimiento de los vínculos con las otras formaciones especiales peronistas y la promoción que realizó Montoneros de un movimiento unitario de juventudes peronistas.
La mayoría de las acciones de los Montoneros más que operaciones militares eran ejemplos de propaganda armada. Sus operaciones eran simbólicas y susceptibles de provocar adhesión de los peronistas; los blancos favoritos para la colocación de bombas fueron todos los símbolos de prerrogativa oligárquica y de opulencia como el Jockey Club y campos de golf. No mataban a soldados y atacaron a pocos policías y por ello no eran presentados por sus enemigos en los medios de comunicación como terroristas ni sanguinarios. El principal blanco de la violencia montonera eran las propiedades y no las personas; eran especialmente escogidos compañías y directivos extranjeros, siempre incendiando y volando sus casas.
En suma, los Montoneros lograron crear un clima de inseguridad y desorden social que contribuyó en la decisión de los militares de volver a los cuarteles, pero no fueron en modo alguno el único factor. Las insurrecciones del “Vivorazo”, que provocó la expulsión de Levingston; la violencia popular en Mendoza en abril de 1972 y los siguientes alborotos en San Miguel de Tucumán y General Roca acompañados de una serie de huelgas nacionales y regionales convocadas por la CGT convencieron al general Lanusse de que había que restaurar la democracia y permitir el regreso de Perón dando paso así al Gran Acuerdo Nacional.
La Juventud Peronista (JP) fue el vehículo fundamental para la orientación montonera hacia los movimientos de masas. En los últimos meses de 1972, los jóvenes peronistas se convirtieron el los protagonistas de la campaña electoral peronista; la JP fue la que acuñó el lema “Cámpora al gobierno, Perón al poder” que la alianza del FREJULI no tardó en adoptar. Al finalizar el gobierno militar, Montoneros contaba con una capacidad de movilización de de decenas de millares de personas, si bien su fuerza quedó bastante reducida en las bases y los sindicatos. Los Montoneros eran la principal formación especial peronista por ser más pragmáticos y más políticos que los demás pero no lograron superar la línea divisoria entre la guerrilla y los sindicatos y además una línea divisoria de clases que separaba ante todo a los luchadores de clase media de una clase obrera generalmente reformista.
Perón comprendía mucho más claramente que Montoneros las limitaciones de la guerrilla urbana como método revolucionario y al patrocinarla sabía perfectamente que si bien lograban acosar al régimen militar eran incapaces de organizar el apoyo de las masas de modo que la restitución del peronismo condujera a la patria socialista que defendían.

4.-En busca de aire.
El 25 de mayo Héctor Cámpora asumió la presidencia, el peronismo volvía la poder. Para los Montoneros ello significaba la liberación y amnistía de sus compañeros de guerrilla. Aprovecharon la oportunidad para extender su influencia política actuando en múltiples frentes y concentrándose en la actividad legal. Adquirieron una gran capacidad para movilizar decenas de miles de personas, aunque seguían careciendo de una fuerza organizativa de base y ello les impidió que pudieran cubrir su participación del 25% de los cargos que Perón había asignado a la juventud.
Los Montoneros como movimientistas dependían de que Perón y sus movimiento fueran verdaderamente revolucionarios ya que sus medios de avance político eran pasos que podían reclamar pero no conseguir por cuenta propia.
La teoría del socialismo nacional descansaba en tres premisas sin fundamento o al menos extremadamente dudosas: la supuesta conversión de Perón al socialismo nacional, la suicida predisposición de los sectores burgueses y burocráticos del peronismo para aceptar una jefatura radical de la clase trabajadora y la posibilidad de mantener una amplia alianza de clases en el poder durante la llamada etapa revolucionaria de la Liberación Nacional. Además, fue la crisis económica y no la prosperidad lo que recibió al peronismo cuando volvió al poder en 1973. Por primera se realizó una huelga general contra un gobierno peronista y por primera vez también se realizó la primera huelga de patronos de la historia, lo cual debilitó la pretensión clásica del peronismo de armonizar los intereses del capital y clase obrera.
En tanto, el movimientismo les permitió a Montoneros adquirir fama y fortuna, al menos por un tiempo, y convertirse en la mayor fuerza radical de la Argentina. Para su labor política, crearon una serie de organizaciones de masas adaptadas a las necesidades de cada uno de los movimientos sociales más importantes; y movilizaron increíbles multitudes a través de ellas en las concentraciones de 1973 y 1974, así como también en las actividades de la campaña electoral presidencias de septiembre del ’73. Todo grupo juvenil rival patrocinado por la derecha o por la burocracia que intentó competir con la Tendencia fue superado por un número seis veces mayor en las convocatorias. Sin embargo, ninguna de las movilizaciones de la Tendencia impresionó a Perón. él había utilizado a la juventud y a las formaciones guerrilleras contra la dictadura entre 1966 y 1973 y para desempeñar las tareas electorales, pero luego no los necesitó más. Una vez en el poder. Perón podía controlar y conservar el apoyo del movimiento obrero, por lo tanto puso más interés en echar a la izquierda del movimiento que en brindar concesiones al ver que la Tendencia no podía ser domesticada. Así la influencia de la Tendencia montonera dentro del movimiento peronista y en el gobierno se vio limitada por los defectos de su organización, la falta de poder económico y también por su vacilante comportamiento político.
El 12 de octubre Perón tomó posesión del cargo de presidente y los Montoneros anunciaron su fusión con las FAR. E inmediatamente comenzaron a ver ese “extraño” comportamiento de Perón, que en lugar de cuestionar su concepto del general los llevó a construir la teoría del cerco para justificarlo. Ya en enero de 1974, realizaron una críticas suaves según empezaban a notar que tenían algunas diferencias con Perón; sin embargo, ello no condujo a una retirada de su apoyo porque los Montoneros aún se sentías estratégicamente unidos a él. La postura de Montoneros siguió siendo la de que a pesar de los errores atribuibles a un “análisis erróneo de la situación nacional” Perón era aún un nacionalista y antiimperialista solo que había optado por un proceso de liberación a muy largo plazo para “engañar al imperialismo”. La situación se volvió culminante en el acto del 1° de mayo cuando Perón lanzó un violento discurso contra la guerrilla y lejos de comprometerse en el diálogo que esperaba la Tendencia se pronunció un monólogo en el que dejaba al descubierto el desprecio y la aversión que sentía por la izquierda.
Montoneros pasó varios meses absorbiendo golpes de la derecha casi sin reaccionar y comenzaron a aumentar sus críticas hacia el gobierno y a perder su ingenuidad hacia Perón, pero sus ideas políticas básicas permanecieron intactas. La muerte de Perón e 1° de julio impidió que los Montoneros rectificaran sus ilusiones en el líder. Empezando con una respetuosa crítica de sus “errores” para luego caer en un desconcertado silencio, jamás procedieron a una completa comprensión y crítica de su proyecto político. Los Montoneros siguieron usando su nombre como principal bandera de combate poniendo un velo sobre los actos y discursos anti populares que pudieran recordarse y afirmando su ortodoxia peronista, aún a pesar de que Perón había promovido la legislación que ellos criticaban.
El Escuadrón de la Muerte, la Triple A, que había nacido en Ezeiza, entraba en escena con una mortal eficacia permitida por la tolerancia o participación activa del mando de la Policía Federal. Sus ataques contra personas aisladas empezaron en noviembre de 1973; la mayoría de sus víctimas eran peronistas pero una minoría pertenecía a la izquierda no peronista o estaba constituida por refugiados políticos procedentes de países vecinos. La violencia política no solo afligió a la izquierda, también se desataron feroces campañas guerrilleras en el periodo 1970-73, tanto por el ERP como por las FAP.
Los Montoneros quedaron excluidos del sistema político oficial, entonces se volvieron violentamente contra él. Entraron nuevamente en la clandestinidad luego de declaran la guerra a un gobierno que no era ni peronista ni popular el 6 de septiembre de 1974. Poseían una terrible base de apoyo gracias a sus iniciativas políticas relacionadas con las masas, reanudaron su actividad como la organización político-militar más poderosa de las Argentina y en el transcurso de un año se convirtieron e la fuerza guerrillera urbana más potente de América Latina.

5.-A las armas de nuevo
El 6 de septiembre de 1974 Mario Firmenich anunció en conferencia de prensa secreta que mientras la represión, las intervenciones a los sindicatos, la legislación laboral antidemocrática, el Pacto Social y los presos políticos continuaran la lucha armada continuaría. Las hostilidades no cesarían hasta que no se negociaran los salarios y todas la fuerzas productivas pudieran expresarse con libertad. Montoneros había aumentado considerablemente su reserva de capital, aún en vida de Perón, y practicaban ocasionalmente su propia versión de la justicia popular ocultando con cierto éxito su responsabilidad. Ellos estaban convencidos de estar administrando justicia popular y, junto al elevado número de pérdidas que sufrieron a principios de la década del sesenta, justificaba las muertes por venganza que, sin embargo, no aumentaron en modo alguna las ganancias políticas de Montoneros.
Las represalias contra Rucci y Coria estuvieron relacionadas con atraer el apoyo masivo a la clase obrera; pero los montoneros se equivocaron al creer que los trabajadores compartían en masa su repugnancia moral ante las ostentosas demostraciones de riqueza y corrupción de los líderes sindicales. Un segundo y más grave error fue creer que los métodos con que la burocracia solía mantener su poder eran los mismos que habían utilizado para lograrlo: la JTP tenía por objetivo arrancarle a la burocracia los gremios que “ha tomado por asalto”. Así y por culpa de su militarismo, los Montoneros quedaron aislados de los sectores obreros más radicales. Sin embargo, hasta la huelga general de 1975 persistieron con su política obrera militarista en lugar de guardar sus energía para embestir a la derecha.
Montoneros decidió pasar nuevamente a la clandestinidad para proteger sus propias fuerzas, fue una medida defensiva en respuesta a la ofensiva enemiga de la Triple A y la policía. Y el retorno a la clandestinidad no implicó ninguna radicalización política, ellos seguían considerando al gobierno como pro-imperialista aspiraban todavía al liderazgo de un Movimiento de Liberación. La única novedad era que muerto Perón se veían a sí mismos y no a los líderes peronistas tradicionales, como los principales arquitectos de ese proyecto. Por ello intentaron mantener las organizaciones de masas de 1973-74 disminuyendo la actividad guerrillera, pero al cabo de algunas semanas se hizo evidente que las organizaciones de masas de la Tendencia estaban demasiado identificadas con Montoneros para servir de exponentes legales.
Habían ideado un sistema de pelotones integrados, milicias peronistas, compuestas por activistas que realizaban a la vez tareas políticas y militares. Estaban mejor armados, eran más numerosos y tenían, además, cierta seguridad económica; en esta nueva etapa se volvieron más ambiciosos y ello los colocó al borde del descrédito a causa de lo ocurrido con el cadáver de Aramburu. Los asesinatos vindicativos se convirtieron en habituales y la violencia que al principio seguía siendo discriminada se empleaba contra las propiedades y las personas. Los asesinatos por venganza no eran lo suficientemente selectivos como para que el público apreciara su significado. Debido a la Ley Antisubversiva los Montoneros se encontraron con graves obstáculos para explicar sus acciones la público y por ello sus acciones debían explicarse por sí mismas.
Las bajas propias comenzaron a superar a las víctimas y ello significó un obstáculo para el reclutamiento. Además, la ausencia de perspectivas de éxito a corto plazo a causa de la debilidad de las cabezas en el movimiento obrero también ponía freno a la afiliación. Por otro lado, los Montoneros defendían su existencia a la manera de un ejército y no como una organización revolucionaria. Habían avanzado mucho solamente en un año, pero su éxito fomentaba el militarismo y restringía el estilo político y la fortaleza de la organización. Previendo el golpe de 1976, comenzaron a actuar de modo atolondrado vagaban cada vez más en la penumbra en medio de la guerra de guerrillas urbanas y el terrorismo. La potencia de choque en aquel momento era indiscutiblemente elevada y se estaba usando contra las fuerzas de seguridad y sus patrocinadores de la elite. Finalmente, previendo enredadas y detenciones sistemáticas, los Montoneros se retiraron del campo de batalla industrial retirando de las fábricas a los militantes que quedaban en ellas.

6.-La retirada hacia el exterior del país.
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas dan el golpe militar y dan inicio a la dictadura más cruel que conoció la Argentina. Su objetivo era “terminar con el gobierno, la corrupción y el flagelo subversivo”. Los militares disolvieron el Congreso y las legislaturas provinciales, prohibieron la actividad política estudiantil y de los partidos; además, asaltaron al poder de las organizaciones obreras, congelaron los fondos y declararon ilegales las huelgas. Además del fin de eliminar la subversión, su estrategia económica recesiva e impopular requería de una brutal represión, que desembocó en una cacería humana que distaba mucho de limitarse solo a los guerrilleros. La tendencia era una política favorable al capital extranjero, a los intereses de los terratenientes y de los grandes financieros y condujo a la desindustrialización del país.
El plan de los militares implicó no solo una cruel represión a los guerrilleros y su entorno sino también el aplastamiento de toda oposición organizada a sus impopulares medidas políticas, económicas y laborales.
Frente al nuevo régimen los guerrilleros optaron por una estrategia de defensa activa destinada a evitar la consolidación del régimen y la preparación del terreno para la contraofensiva popular. El plan montonero era resistir deteniendo el avance del enemigo mientras las masas se organizaban, para ello era necesario el ataque a centros de gravedad para demostrara la debilidad del régimen y así estimular a las masas para que se organice. No obstante, el error fue suponer que el centro de gravedad se hallaba en las fuerzas policiales. Por otro lado, los medios de prensa se hallaban censurados por los militares, lo que impedía la publicidad de las operaciones. Los golpes de Montoneros demostraron cierta debilidad del régimen pero como resultado obtuvo furiosas respuestas por parte de las fuerzas de seguridad. Además, los Montoneros carecían de la capacidad para combatir directamente con las Fuerzas Armadas. Un año después del golpe las bajas ascendían a 2000, en agosto de 1978 superaban las 4500 y las Fuerzas Armadas no mostraban ningún interés por la ofertas de alto el fuego hechas por Montoneros.
Los métodos que pusieron en práctica las Fuerzas Armadas para eliminar la subversión tomaron a los Montoneros por sorpresa. El método era nuevo: campos de concentración clandestinos, centros de tortura y unidades especiales basadas en tres fuerzas militares cuya misión era secuestrar, interrogar, torturar y matar. No solo la tortura era mas cruel, el detenido quedaba en manos de hombres con los medios para aislarlo totalmente de la sociedad y no necesitaban devolverlo con vida una vez terminada la tarea. Las verdaderas causas del derrumbamiento montonero fueron los secuestros y sus consecuencias. Los mismo guerrilleros declararon que el 90% de los secuestrados no hablaban y por ello eran asesinados y que del 10% que había hablado, solo el 1% total optó por la traición delatando a sus antiguos compañeros. Pero la situación era grave: un solo traidor podía denunciar a diez o veinte miembros de los cuales tres o cuatro podían hablar sin colaborar denunciando a otros diez de los que uno podía convertirse en “dedo”, dispuesto a pasear por las calles señalando a montoneros conocidos. Gracias a esta táctica los guerrilleros fueron víctimas de su propio “aparatismo”.
Los pocos Montoneros que sobrevivieron declararon que los que caían llegaban destruidos moralmente acuciados por el dolor físico hablaban a causa de la derrota política de su organización y de su ocaso militar, hablaban porque otros estaban hablando y porque sus líderes los habían abandonado. Y los que aún gozaban de libertad no tenían respuesta eficaz que ofrecer a la maquinaria represiva que los devoraba. Por lo general, los presos eran sumamente “útiles” las primeras 48 horas, cuando la información extraída podía causar la baja inmediata de los compañeros delatados; luego pedían información detallada al preso y cuando finalmente dejaban de ser útiles los “trasladaban”. En el traslado eran acribillados a balazos, estrangulados o dinamitados en un principio; más tarde desaparecían, eran arrojados al mar desde aviones luego de inyectarles un poderoso sedante.
La gran envergadura de la campaña represiva y el impacto que tuvo en el movimiento estudiantil no permitió que los Montoneros sustituyeran sus pérdidas con nuevos reclutamientos. Además, aparte de las bajas sufrieron numerosas deserciones y hacia fines de 1977 la mayoría de los Montoneros que permanecían en libertad se exiliaron con la esperanza de quedar a salvo de sus perseguidores por un tiempo hasta que una mejora en la situación les permitiera volver finalmente a la Argentina, pero sufrirían una gran desilusión respecto a ambas cosas.




19 de Marzo de 2013

Evaluación diagnóstica de:
Revolución libertadora, Resistencia peronista- peronismo y cultura de izquierda 

Lectura de los textos de Daniel James y Carlos Altamirano


Para ver video, Hacer clic Aquí

Lectura






1º de Enero de 2013
 ¡Felices vacaciones!

Temas a tratar en Febrero de 2013
   
1) Revolución Libertadora - Daniel James
2) Peronismo y cultura de izquierda- Carlos Altamirano
3)Revolución Argentina- Estado Burocrático Autoritario- G. O´Donnel
4)Jóvenes radicalizados
5)Lanusse- Gan- Campora
6) 3º Gobierno de J. D. Perón - Isabel Martinez de Perón
7)Las raices de la dictadura. Luis A. Romero   
8) Los periodos de silencio entre 1986 y 1995

La mayoría de los textos están publicados en el blog
.





Año 2012

Jueves 22 de Noviembre de 2012
Alumnos defienden evaluaciones integradoras domiciliarias y con la calificación definen la situación de uno

 
 Martes 13 de Noviembre de 2012
Fecha final para presentar evaluaciones integrdoras: 20/11/12
A la fecha no se han recibido trabajos ni inpresos ni por correo. La calificación de alumnos que no presentan en tiempo y forma es:
Desaprobado y por ser integradora, como indica el Nuevo Régimen Académico, la calificación se promedia con la del 3º trimestre.   



Martes 23 de Septiembre de 2012

Repaso del Texto de Pilar Calveiro y de Los periodos de silencia en Argentina a partir de 1986 para evaluación el día jueves 25 de Octubre

 








 


21 de Septiembre de 2012
¡Feliz día del estudiante!




Martes 4 de Septiembre de 2012
Cierre 2º trimestre
Alumnos recuperan 
Tema nuevo
Nueva bibliografía 

 







Jueves 30 de Agosto
Hacer Clic para
Texto de Pilar Calveiro










Jueves 12 de Julio

Evaluación escrita
Temas a tratar:
Gobierno de Lanusse, Masacre de Trellew, GAN, La hora del pueblo, Masacre de Ezeiza, El retorno de Perón y la 3º Presidencia.
Muerte y sucesión de Isabel M. de Perón. Operativo Independencia. Condiciones que favorecieron el golpe militar.







Martes 29 de Mayo de 2012

Ver video 



PREDOMINIO ECONÓMICO Y HEGEMONÍA POLÍTICA
El punto de partida de este análisis, al que se toma como dato, es el proceso de monopolización operado en la estructura productiva argentina.
A partir de la década del 60 culmina un proceso de monopolización de los sectores fundamentales de la economía y de creciente control de las actividades productivas y financieras por parte del capital extranjero.
Dicho proceso instala como fracción de clase predominante en el interior de los grupos propietarios a la gran burguesía industrial, financiera y comercial monopolista, extranjera o asociada al capital extranjero, desplazando de su predominio tradicional a la gran burguesía agraria..
El sistema político y la economía argentina entre 1966 y 1976


El concepto de “Empate argentino” o “empate hegemónico” que PORTANTIERO tomó a su vez de DI TELLA para describir la situación de inestabilidad argentina del período, generada por un equilibrio de fuerzas o facciones incapaces de imponerse perdurablemente sobre otras, pero con fuerza suficiente como para impedirlas, es el eje central del análisis que hace sobre clases dominantes y crisis políticas en
la Argentina.
Ese “empate hegemónico” dio lugar a un Estado cada vez más aislado de la sociedad, desbordado por la sociedad , e imposibilitado en la pretensión de lograr un Orden político. Cabe señalar que PORTANTIERO vincula este juego de poder o por el poder, no sólo a fuerzas políticas en pugna sino a un proceso de discontinuidad en las estructuras de la sociedad, es decir, a “un espacio en el que los conflictos de clase se expresan como conflictos entre fuerzas que actúan en el sistema político”; Sostiene al respecto: “ (…) el empate político en argentina está articulado con el empate social”.
De esta forma, comienza a abordar el análisis de los comportamientos de actores sociales institucionales, que aparecen o fortalecen su presencia a partir de los cambios operados en la sociedad a comienzo de los años sesenta. Dice el autor:
“ Sus protagonistas serán actores del sistema político que opera en su interior, organizadores sociales que pretenden poner en marcha proyectos de Poder, definidos como tales a partir de un complicado juego de relaciones de fuerza. Juego que supone tensiones en el enfrentamiento de cada uno de los actores con otros, pero también en su interior”.
El golpe de 1966 tuvo un recepción positiva apoyada en el descrédito más general de los partidos políticos La progresiva destrucción del sistema político, es decir, la disolución de la legitimidad de la escena política, llevó inevitablemente al enfrentamiento entre diversos sectores corporativos (sindicatos, burguesía pampeana, capital extranjero, empresas nacionales, fuerzas armadas, etc.), cada uno de los cuales –librado de toda regulación política- presionó al sistema por más beneficios. La situación se resumía en la pugna de facciones que representan intereses y un sistema político destruido y carente de legitimidad que no podía impulsar el acuerdo entre estas facciones. En este escenario aparece la figura de Onganía y el ejército como “los salvadores” de una crisis heredada, causada por a un ineficiente funcionamiento de la democracia política.
Efectivamente. a partir de 1966 se inician en el país los años de la llamada “Revolución Argentina”. Comienza un proyecto, en un marco propicio de condiciones de factibilidad, con el objetivo de superar el “empate”, dice PORTANTIERO, a favor de la facción dominante en la economía que intentará de esta forma, transformar su predominio en hegemonía. En palabras del autor: “ (…) la acumulación del capital, el incremento de la eficacia del sistema económico, la racionalización del Estado, eran demandas que se asentaban sobre la lógica del desarrollo capitalista, tal cual había sido impulsado desde 1959. No estaba en la capacidad del viejo sistema de partidos asumir esa tarea.
Este ensayo resultará en fracaso, como tantos otros, pese a las condiciones económicas a su favor. Fue evidente, al cabo de tres años, que no pudo superar los obstáculos de la creciente complejidad social que no encontraba forma de sintetizarse en el Estado a través de un equilibrio entre los diversos factores de poder. En efecto, la vuelta al “vacío hegemónico” será una constante del sistema político argentino.
La totalidad del período comprendido entre 1966 y 1973, es fragmentada por PORTANTIERO en tres etapas: de 1966 1970, de 1970 a 1971, y de 1971 a 1873. La primera etapa se caracterizó por el intento de lograr una modificación estable en el modelo de acumulación “en la relación de fuerzas sociales básicas y en el modelo político”. La segunda un intento por lograr una mayor participación del capital nacional siguiendo los mismos moldes autoritarios; Y la tercera, ya es un intento de salir de la situación a través de la paralización de la iniciativa del Estado sobre la economía, buscando a la ves, controlar el futuro modelo político. El proyecto de la Revolución Argentina, tendrá en Krieger Vasena su principal exponente: él representaba al “establishment” tecnoburocrático y a la gran burguesía urbana. En estos primeros años arranca “ofensiva económica”: el predominio del capital monopolista industrial se transformó en hegemonía dentro del bloque dominante. La asociación entre las Fuerzas Armadas, el gran capital y el “establishment”( fuera quedaban los partidos políticos, las organizaciones corporativas del capital nacional y, en una zona intermedia, la golpeada burocracia sindical) fue la base de esta “cruzada modernizante” que se desmoronó a partir de 1969-1970 con lo que PORTANTIERO remarca como “ (…) la emergencia de una crisis social, cultural y política, una verdadera crisis orgánica, por medio de la cual la sociedad avanzaba sobre un Estado, que, pese a su autoritarismo(…) iba a ser nuevamente desbordado. (…) ”
En este contexto debemos insertar a las oleadas de agitación revolucionaria, de estallidos sociales como el emblemático “cordobazo”. Por último, retomando nuevamente al autor, el principal fracaso del plan, debe ser atribuido a la incapacidad del la élite militar y política encabezada por Onganía, para superar la “crónica crisis estatal argentina” y con su caída, se recrearon nuevamente las condiciones del “empate”.
A partir de 1970, y bajo el “interregno: Levigston-Ferrer” fracasarán también por extrema debilidad, los intentos por transformar el modelo de desarrollo y el acuerdo de fuerzas sociales básicas. Es que el estado de creciente movilización de las clases populares se intensificó a fines de 1970 e hizo notoria la crisis de legitimidad y la desastrosa situación económica. Es este marco alarmante de desborde, las Fuerzas Armadas dan paso a Lanusse, cuyo signo será, al decir de PONTANTIERO, “la negociación a fin de reconstituir las bases sociales del pode. La política bajo Lanusse ocupa el puesto de mando(..) su objetivo único es minimizar tensiones sociales, a efecto de que no interfieran sobre la salida política” .Cabe señalar que esta salida negociadora, no significaba para nada , la derrota de la “cúpula moderna del capitalismo”, ya que el desarrollo económico siguió un rumbo autónomo tendiente a acentuar su predominio. La salida “transformista” implicaba un acuerdo con la burocracia sindical y con los partidos políticos resucitados, pero sus impulsores no advirtieron que ya era demasiado tarde y que resultaba imposible que la Revolución argentina se legitimizara. Apunta PORTANTIERO que “ desde un Estado tan sometido a presiones, tan mellado en su prestigio, era difícil generar confianza a favor de una propuesta consensual”.




Estado Burocrático Autoritario 
Guillermo O´Donnell

Las FFAA no constituían un bloque homogéneo, como quedó demostrado en los enfrentamientos entre azules y colorados. O'Donnell señaló una corriente interna paternalista, liderada por Onganía, que se identificaba con la idea de constituir una comunidad a imagen de la organización militar e instaurar un orden político semejante al franquismo. La corriente nacionalista, encarnada por Levingston, aspiraba al populismo nacional con la movilización del pueblo y las FFAA. La orientación liberal representada por Alsogaray y Lanusse mantenía estrechos vínculos con las clases dominantes y su proyecto político-económico. En tiempos de baja amenaza social estas diferencias eran evidentes, sin embargo en épocas de alto nivel conflictivo aparecía una mayor cohesión, sobre todo en el caso de los temas económicos.   El día del golpe el ejército cercó Plaza de Mayo, ocupó radios, tv, centrales telefónicas y el correo, desde donde le dió 6 horas al presidente Illia para renunciar. Como no lo hizo, fue expulsado de la Casa Rosada y enviado a su domicilio. No hubo reacción civil o militar en defensa del presidente, la opinión pública "esperaba" este golpe. La propaganda opositora acusaba al gobierno de Illia de representar solo la "legalidad formal" y le oponía una nueva visión del Ejército como última reserva moral de la nación. Lo que en realidad ocurría era que la política económica del gobierno frenaba el proceso de transnacionalización, traía inquietud en los agentes económicos al deshacer la estrategia desarrollista de Frondizi, en lo político, no garantizaba que los peronistas  quedaran fuera del sistema.
  El 28 de Junio los comandantes en jefe de las 3 armas formaron una justa revolucionaria que destituyó al presidente, al vicepresidente, a los miembros de la suprema corte, los gobernadores y a los intendentes electos. El congreso, las legislaturas provinciales y los consejos municipales fueron disueltos; los partidos políticos prohibidos. Esta junta nombró presidente de la nación al general Onganía. La constitución nacional fue reemplazada por el Estatuto de la Revolución Argentina.
  Las reacciones negativas se dejaron oír por parte de la izquierda nacional aunque casi ningún sector, salió en defensa de las autoridades derrocadas. Sólo la universidad de Buenos Aires mostró hostilidad y ante esto Onganía intervino las universidades a solo 30 días del golpe.
Sectores:
- El empresariado
- La Iglesia
- Las clases medias urbanas
Vieron con agrado lo que creían que era el comienzo de una era de grandeza para la nación.
-  El peronismo político y sindical adhirió; el propio Perón desde el exilio, convocó a apoyar tácticamente a las nuevas autoridades puesto que los "objetivos de la revolución militar" coincidían con los del movimiento.

Objetivos de Onganía - Combatir: el estado general del decrecimiento de la población, la infiltración comunista, el desequilibrio económico regional y el individualismo.
- también aclaró que las FFAA no gobernaban ni co-gobernaban, significaba que los militares debían permanecer en sus cuarteles, sin entrometerse en las cuestiones políticas.
  El planeamiento en las políticas de gobierno tenía como objetivo: alcanzar el desarrollo alentando la iniciativa privada, el crecimiento de las inversiones extranjeras y la limitación del intervencionismo estatal en la economía. El asalto al poder político por parte de los militares paternalistas y liberales, tenía por objeto no reemplazar el régimen de gobierno sino replantear las relaciones entre los distintos actores y el Estado. El nuevo modelo de Estado que O'Donnell llama "burocrático-autoritario" surgió cuando las cúpulas de las organizaciones empresariales y del ejército tomaron el poder para asegurar la subordinación de la sociedad a los intereses de la gran burguesía, restablecer el orden en la economía, excluir de la participación a los sectores populares para poder retomar el proceso de transnacionalización, suprimir la ciudadanía y la democracia política, garantizar la acumulación de K en beneficio de las unidades monopólicas u oligopólicas, asegurar la rápida transnacionalización de la economía y la despolitización del conflicto social.
  La reestructuración del aparato estatal se propuso a partir de 3 sistemas institucionales para implementar las políticas públicas: el de Planeamiento, el de Consulta y el de decisiones; que funcionaban como regimientos dentro de una división.
  El propósito de organizar la comunidad para participar a través de sus instituciones tradicionales (familia, municipio, asociaciones profesionales) no fue fácil y encontró la resistencia de las viejas organizaciones políticas de fuerte arraigo en la Argentina.
 La campaña oficial para restablecer la moralidad se hizo sentir a través del control del comportamiento de las personas en el ámbito público y privado, a través de la censura de todas las expresiones culturales sospechadas de corromper al pueblo. Toda idea que no coincidiera con la visión católica estaba prohibida.
  La universidad "politizada" fue intervenida el 29 de julio, así se puso fin a la autonomía. El conflicto se agravó ya que la policía ingresó en los establecimientos y provocó un grave enfrentamiento con los estudiantes en Córdoba y Bs. As. Se conoce como la "noche de los bastones largos", al episodio de desalojo de estudiantes y profesores de las facultades de Ciencias exactas y filosofía y letras de la universidad de Bs As. Muchos profesores renunciaron y se exiliaron. Con su partida se cerraron institutos y laboratorios de renombre internacional; en el país se produjo una pérdida de capital humano formado a expensas de la sociedad, que nunca se reconstituyó.
  La legislación de la Revolución Argentina se basaba en la hipótesis de guerra contra el comunismo. En ese sentido, las leyes de Defensa Nacional (octubre del 66) y la de Servicio Civil de Defensa (marzo del 67) definieron las incumbencias para garantizar la seguridad en tiempos de paz y, si llegara el caso, la militarización de la vida civil en tiempos de turbulencia.

  En las empresas estatales y la racionalización administrativa se puso en marcha.
La caída de Onganía
  El 1 de mayo del 69 la CGT de los Argentinos publicó un manifiesto que exponía los reclamos del movimiento obrero frente a las sucesivas medidas de los gobiernos de la etapa posperonista, llamaba a la resistencia activa de los trabajadores en defensa de las conquistas reiteradamente avasalladas por el poder.
  El plan de estabilización del gobierno iba dejando moribundos a su paso entre los empleados públicos, los comerciantes, las medianas y pequeñas empresas nacionales, los agricultores. La caldera social acumulaba tensiones y la falta de canales de expresión impedía su canalización pacífica. Los estudiantes universitarios, a la defensiva desde la "noche de los bastones largos", organizaron marchas de protesta primero en Corrientes, luego en Rosario (donde fueron duramente reprimidos y la ciudad quedó ocupada militarmente). Por ultimo Córdoba se levantó en un motín masivo principalmente incitado por los estudiantes universitarios y los obreros de la industria automotriz. A medida que el motín crecía, se sumaban los sectores de la población a los huelguistas. Durante 48 hs la ciudad vivió batallas campales entre civiles y policía, que dejaron varios muertos. El gobierno trató sin éxito de convencer a la opinión pública (que ya había agotado la confianza en Onganía) de que los acontecimientos eran parte de un complot extremista organizado por agitadores extranjeros.
  Estos hechos, conocidos como el "Cordobazo" demostraron nuevamente la fragilidad de una estado basado en la represión, inhibición y restricción; sin bases de autoridad legítima. El levantamiento en Córdoba dividió al Ejército: Onganía culpaba a la influencia cubana y pedía mano dura; el comandante en jefe del Ejército Lanusse, prefería reformular algunas líneas de acción y renovar el gabinete. Y así se hizo, todos los ministros fueron reemplazados.
  En realidad, el gobierno de Onganía había desplazado a grandes sectores de la sociedad argentina, beneficiando sólo a los grandes grupos económicos transnacionalizados. La oposición al régimen aglutinaba a la clase obrera, los empleados públicos, medianos y pequeños empresarios, las clases medias del interior ' un frente de conflictos muy amplio.
El fracaso del régimen en hacer cumplir la principal misión del Estado, asegurar la paz social, hizo temer a la gran burguesía por el resultado de sus beneficios.
Se puede afirmar que desde el cordobazo la argentina se encontraba afectada por una crisis de dominación.
  El clima reinante provocó una huida de los capitales extranjeros; el déficit en la balanza de pagos se agravó por la crisis de las exportaciones de carne. Los sectores rurales pasaron a engrosar las filas de los decepcionados por el régimen.
En tanto, a comienzos de los 70 en Córdoba crecían las tensiones sociales peligrosamente: los estudiantes universitarios controlaban las casas de los altos estudios. Los sindicatos de izquierda exigían la ruptura con el FMI, la expropiación de los monopolios, la suspensión del pago de la deuda externa..
  En junio de 1970 debutaron los Montoneros, grupo armado y clandestino peronista que secuestró al ex presidente Aramburu. Proclamaban que era una acción en represalia por los fusilamientos del 56 y exigieron la devolución del cuerpo de Eva Perón. Aramburu fue juzgado y asesinado por sus secuestradores y al ser encontrado el cuerpo conmovió a la opinión pública y a los militares.














Enlace GAN
Montoneros, ERP, JP y FAR, grupos radicalizados              
Enlace Lucas Lanusse  
Tercera Presidencia de Perón 3º presidencia de Peron- Video
       

Aquí les dejo una parte de la información sugerida. Lean con atención pueden ver la versión completa en 
 Enlace:   El timote  o en la página                         
                       http://www.elortiba.org/memoria1.html  

                 Pedro Eugenio Aramburu (Río Cuarto, 21 de mayo de 1903 - Timote, 1 de junio de 1970), militar golpista devenido en político. Encabezó un golpe militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955. 
                 Se autodesignó presidente entre 1955 y 1958. Durante su dictadura militar, denominada por sus cabecillas Revolución Libertadora, se derogó la Constitución Nacional de 1949, se suspendieron numerosos derechos civiles, fueron perseguidos y encarcelados dirigentes gremiales y políticos, hizo desaparecer el cadáver de Evita, el partido justicialista fue proscripto (prohibiéndose incluso cantar "la marcha" o nombrar a Perón) y se realizaron fusilamientos
                 En 1962 fundó Unión del Pueblo Argentino (UDELPA), partido que sostuvo su candidatura presidencial en las elecciones de 1963. Pensó, como otros militares, que atentar contra la democracia, perseguir, encarcelar y fusilar enemigos políticos le iba a salir gratis: el 29 de mayo de 1970 fue secuestrado por la organización político-militar Montoneros, enjuiciado y ejecutado el 1º de julio de ese año.

Fragmento: Se preguntaban...
¿Cómo entrar?

MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia exterior ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.

"A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿Por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos.

"El terreno. Justo en esos días que la operación iba tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo, una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron medía calle, justo del lado de su casa y nosotros teníamos que poner la contención ahí.

"Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen "En reparación", "Hombres trabajando". Pero lo descartamos.

"Después nos fijamos que el garaje del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio y que en dirección a Charcas había otro garaje, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí:
un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garaje.

"LA HORA SEÑALADA"

"La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde vivíamos Capuano, Martínez y yo. Allí pintamos con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención. La pintamos con guantes, hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en los vasos y en las prácticas, llegamos a limpiar munición por munición con un trapo.


Martes 24 de Abril de 2012

Empate hegemónico
Portantiero

EL EMPATE ARGENTINO
El derrocamiento del primer experimento nacionalista popular de Perón, en septiembre de 1955, había de implicar, en varios sentidos, el cierre de un ciclo histórico. En lo que se refiere a lo económico, quedando atrás, agotado, el modelo de acumulación, iniciado con la crisis del "30 y reforzado en la década del "40, que el peronismo modificó socialmente introduciendo un patrón de distribución. En lo político, el fin del primer peronismo arrasaba con el orden legítimo, sosteniéndose en una alianza de intereses expresada en el bloque populista del poder que perón había articulado entre las Fuerzas Armadas, el sindicato y las corporaciones patronales que representaban al capitalismo nacional.
Durante diez años, el peronismo había conseguido dar una expresión política coherente a una etapa de desarrollo social en Argentina. A partir de su caída, ninguna experiencia gubernamental logró satisfacer los recursos necesarios para sostener un orden estable.
Entre 1955 y 1958 se colocan las bases institucionales para proceder a lo que sería la clave última del proceso que se abriría con Frondizi, pero el capitalismo argentino venía reclamando desde la primera mitad de los años "50: la sustitución de trabajo por capital en el desarrollo industrial.
La irrupción buscada por un fracción de clase que pasa a controlar los núcleos más dinámicos de la economía no podía sino alterar las correlaciones de fuerza en el interior de la burguesía.
El alcance ejemplar del período 1966-1973, años de la "Revolución Argentina", derivada de que entonces se puso en marcha el experimento más coherente y en las mejores condiciones de facilitar el desplegado por la facción dominante en la economía para separar el "empate" a su favor y trasformar su predominio en hegemonía.
No cabe dudas que el empate político en Argentina esta articulado con el empate social y en ese sentido resulta insostenible los análisis de las causas estructurales de esa capacidad de bloqueo diseminada en la sociedad que provoca un efecto melancólico sobre el poder.
Las Fuerzas Armadas se encontraban permanentemente tensionadas entre el nacionalismo y el liberalismo.
LOS PRELUDIOS DEL CAMBIO
Entre 1962 y 1963 la Argentina atravesó por uno de sus recurrentes momentos de recesión, su detonante habitual fue el déficit incontrolable de la balanza de pagos. La receta para conjugar la crisis no salió tampoco de los carriles comunes, se trató, otra vez, de estimular a la burguesía agraria a través de la devaluación del peso, con el objeto de modificar a su favor la relación de los precios con la industria.
En el plano de la política tampoco se apreciaron modificaciones: la crisis arrastró a una crisis institucional y las Fuerzas Armadas decidieron el derrocamiento de Frondizi, encendiendo los fuegos virulentos antiperonistas, al estilo de 1955 y 1956.
El crecimiento del papel del sindicalismo y el reflejo sufrido de los partidos políticos, colocó también en un primer plano institucional a las organizaciones corporativas empresarias de los intereses económicos directos de las distintas fracciones del capital, pero también articuladora de proyectos políticos de mayor alcance.
Desde 1964 en adelante el proceso económico en Argentina se caracterizó por:
·         1. El crecimiento ininterrumpido de el PBI
·         2. El crecimiento sostenido del producto industrial
·         3. Aumento de la capacidad del sector industrial para ocupar mano de obra
·         4. Participación de las grandes y medianas empresas en los mayores crecimientos de los montos de ventas
·         5. Atenuación de los ciclos originarios del sector externo
·         6. Estabilidad de los patrones de distribución del ingreso y progresiva atenuación de las diferencias internas de los salarios
·         7. Descenso del nivel de desocupación
JUAN CARLOS PORTANTIERO
EL TIEMPO DE LA EUFORIA: ONGANÍA
En 1966 las Fuerzas Armadas sostuvieron que interpretando el más alto interés común, asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión nacional y posibilitar el bienestar general, incorporando al país los modernos elementos de la cultura, la ciencia y la tecnología.
Los ideólogos de la "Revolución Argentina" intentaron esquematizar sus objetivos a través de una dialéctica de tres tiempos: el tiempo económico, el tiempo social y el tiempo político.
La totalidad del período 1966-1973 puede ser claramente pragmatizada en tres etapas, aunque ellas disten mucho de la tripartición ideal propuesta por los militares en su hora de gloria. Ellas serían:
·         1. 1966-1970: intento de modificar el modelo de acumulación en una realidad de fuerzas sociales básicas y un modelo político.
·         2. 1970-1971: intento de formular un modelo con mayor participación del capitalismo nacional, pero bajo los mismos modelos autoritarios.
·         3. 1971-1973: Intento de salida para la situación, mediante la congelación de la iniciativa estatal sobre la economía y la pretensión de controlar a futuro el modelo político.
·         a) El cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba 1955-1976. JAMES P. BRENNAN
Córdoba se había convertido en la capital de la industria del interior. En ella estaban instaladas la mayoría de las fábricas de automóviles como Fiat y Renault. Esta última adquirió las industrias de Káiser Argentina de origen norteamericano radicada en Córdoba desde 1955 y dedicada a la producción automotriz.
Los obreros industriales que trabajaban en esa planta recibían salarios más altos que el salario promedio en otras provincias. Como resultado todos los factores, en la provincia de Córdoba profundizaron el proceso de urbanización.
Al mismo tiempo también se anunció un conglomerado de los convenios colectivos de salarios.
En Córdoba las regionales de SMATA –Sindicato de mecánicos de automotores y transportistas- Luz y Fuerza y la UTA -Unión de tranviarios argentinos- convocaron a una asamblea general. La conducción de estos tres sindicatos, cuyos trabajadores recibían los salarios más altos del país, lideraron la protesta. La sesión de esa jornada terminó en un enfrentamiento con la policía y a un llamamiento de huelga general.
El 29de marzo, los obreros y estudiantes cordobeses salieron unidos a las calles de Córdoba. Ante la magnitud de la movilización, Onganía ordenó a las Fuerzas Armadas se hiciera cargo de la represión. La protesta fue un hecho localizado en la ciudad de Córdoba y como resultado de los enfrentamientos hubo presos, decenas de heridos y 16 muertos.
La protesta se extendió a otras provincias. Rosario fue declarada zona de emergencia y colocada bajo la jurisdicción militar. También se profundizaron los conflictos en la provincia de Tucumán. El cordobazo fue el inicio de la agudización de la protesta social y de la lucha armada que desde entonces y por varios años se desarrollo en la sociedad argentina.
Después del cordobazo, el clima de violencia social se agravó. El 30/07/1969, el gobierno declaró el "Estado de sitio" en todo el país. Esta medida que significaba la suspensión de las garantías constitucionales de los ciudadanos fue justificada para "dotar al gobierno del instrumento legal para asegurar la paz y el orden en todo el territorio del país".
Sin embargo, entre 1969 y 1970 se produjo una serie de acontecimientos violentos y movilizaciones sociales que tuvieron profundas repercusiones en toda la sociedad y que terminaron en debilitar el gobierno de Onganía.
Sin duda, el hecho decisivo que precipitó la caída de Onganía fue el secuestro y asesinato de Aramburu por los montoneros en 1970.
El 08/07 la Junta de Comandantes dio a conocer un comunicado en el se anunciaba que las Fuerzas Armadas no estaban dispuestas a otorgar un cheque en blanco al poder ejecutivo nacional. Finalmente, esa noche, Onganía presentó su renuncia.

Estado Burocrático Autoritario
Guillermo O´Donnel

El estado burocrático autoritario y el retorno a la democracia: Argentina desde 1966 hasta 1976

Observando los resultados que trajo la intervención tutelar, importante sectores de las Fuerzas Amadas visualizaron que los beneficios obtenidos eran inferiores a los costos ocasionados por esta.
Al respaldar las alternativas democráticas, los militares estabas restringidos a lo que estas proponían. Percibieron además que eran vistos por la opinión pública como responsables de la distorsión de las políticas democráticas, sin siguiera obtener el beneficio compensatorio de que sus objetivos se cumplieran, además como referentes públicos debían adquirir posiciones ante los diferentes asuntos de gobierno. Lo que generó una fragmentación en las Fuerzas Armadas sobre que posiciones había que asumir y hasta que punto había que influir en los gobierno democráticos.
Enfrentamientos que tuvieron su momento más crítico el cruce entre los azules y los colorados. La victoria de los Azules (Onganía) trajo aparejado el abandono de las prácticas de intervencionismo tutelar y dio lugar a las practicas de las doctrinas de seguridad nacional.
El fracaso de los gobiernos constitucionales, hizo que se pierda la fe en la democracia en cada uno de los sectores de la sociedad y que las voces para romper el empate empezaran a multiplicarse, todos reclamaban más autoridades y menos orden, unos con tradición y otros con eficacia.
El gobierno de Illía estaba cada vez peor y era cada vez más criticado por las personas, a la vez que resaltaba a través de campañas publicitarias y periodísticas la figura de Onganía, mariano Grondona escribió: "Onganía, última alternativa de eficacia, orden y autoridad". Para este momento parecía que el gobierno de Illía solo esperaba el Golpe que se concretó en 1966, el 28 de junio, terminando de esta manera el empate correspondiente al anterior período.
El golpe fue apoyado o viste de buena manera por todos los ámbitos de la sociedad, este tuco crédito amplio y variado, y esto tenía que ver con la indefinición inicial entre las diversas tendencias que coexistían en el gobierno.
El comienzo de la aplicación de la doctrina de seguridad nacional se caracterizó por un shock autoritario:
·         1. Se disolvió el parlamento y la actividad política
·         2. Se redujeron a 5 los ministerios y se creó el Estado Mayor de presidencia, donde se unificaron las decisiones de distinta índole.
El golpe de esta que se llevó a cabo en 1966, colocó a onganía al poder, caracterizando al ESTADO BUROCRÁTICO AUTORITARIO de la siguiente manera:
·         1. Su principal base social es la gran Burguesía trasnacional ligada a los capitales, asentándose sobre una clase social restringida trasnacional. Diseño que favoreció a un grupo minoritario.
·         2. Se caracterizó por la utilización de mecanismos coercitivos, instaurándose el terrorismo de estado, herramienta que le permitió llevar a delante sus objetivos.
·         3. La necesidad de normalizar la economía.
·         4. La organización del estado estaba pensada en tres tiempos:
·         El tiempo económico
·         El tiempo social
·         El tiempo de la organización política
Se buscaba suprimir la política a través de la administración. Solo luego de los estos tres tiempos, sería cuando la sociedad estaría disciplinada como para volver a abrir las puertas de las arenas políticas.
Hay una visión retórica asociada al fascismo. La sociedad debe organizarse en el estado, para que este tenga control absoluto sobre la organización.
·         5. Se suprime lo popular, tratando de controlar lo ideológico. Se visualiza la exclusión económica de los sectores populares.
Se despolitiza los asuntos públicos. A los largo de 1966 hasta 1969 las motivaciones de la clase media cambian, en una primera instancia se creía que la revolución argentina era la única forma de reorganizar el caos pero con el paso del tiempo se dieron cuenta de que esto no fue así, lo que complicó a Onganía.
·         6. Se comienza un debate acerca de levantar o no la proscripción al peronismo. El movimiento peronista a su interior contiene facciones ideológicas distintas que lo complejizan aún más.
·         7. Las Fuerzas Armadas se encontraban fracturas por la cuestión del Peronismo, por la económica a seguir y por la cuestión política entre otras.
·         8. El movimiento sindical estaba dividido entre los duros y los blandos. La situación política parecía un polvorín que podrían estallas por cualquier flanco. Se da un paulatino debilitamiento del Estado.
Acallado cualquier ámbito de expresión de tensiones en la sociedad y aún de la misma opinión pública, se podía diseñar su política con tranquilidad y con un instrumento estatal poderoso en sus manos – la revolución no tiene plazos-.
En cuento a la reforma económica, estuvo ampliamente influencia y dirigida hacia los intereses liberales, por esto:
·         1. A corto plazo se busco lograr una estabilidad prolongada que eliminara las causas de pujas sectoriales.
·         2. A largo plazo se proponía racionalizar el funcionamiento de la economía toda y facilitar así el desempeño de las empresas más eficientes.
Así la nueva política modificaría profundamente los equilibrios de la etapa de empate y volcaba la balanza a favor de los grandes empresarios. Además el estado realizó un gran gasto en obras públicas para fomentar el contexto que alentara el aumento de la eficacia en la producción nacional.
Esta política económica generó un descontento creciente en la sociedad, ya que se le prestaba poca atención a los reclamos sindicales como a los distintos sectores de la producción nacional. A todo esto se sumo el creciente sentido de oposición al régimen de censura de impuestos por los militares.
Todos esos reclamos se materializaron en una de las más grandes protestas que tuvo nuestra nación "el cordobaza", que además simbolizó el inicio de una ola de manifestaciones sociales que se prolongo hasta 1975.
La ola que estalló en Córdoba se expresó de diferentes maneras. Una de ellas fue el activismo sindical que era producto de la nueva orientación sindical surgida en las grandes industrias, para la discusión de temas relacionados a cuestiones de trabajo. El marco de estos sindicatos permitía tratar temas relacionados a las relaciones sociales y a la misma sociedad, entono a la cual estaban muy disconformes.
A esta disconformidad se le unieron los estudiantes, productores rurales, sectores de la industria nacional y la iglesia –movimiento de sacerdotes del tercer mundo-. Todos estos sectores se unieron formando un único grupo, heterogéneo pero unido.
Todos estos eran desencadenados muchas veces por hechos sin importancia, ya que lo que se buscaba era criticar al sistema vigente y a los sectores que lo apoyaba. Reclamos que manifestaban en protestas callejeras y cotidianamente en acciones de reclamos en barrios o villas miserias.
También en esta corriente influyeron los prospectos de alanzas para el progreso, donde se predicaba que si el poder autoritario era fruto de la autoridad nacional, habría que recurrir a la revolución.
En 1971 SITRAC-SITRAM, propusieron una unidad de toda la izquierda, pero descubrieron que los trabajadores no los acompañarían en un reclamo políticosocial ante el estado, ya que estos políticamente seguían siendo peronistas.
En este escenario surgen las guerrillas que se caracterizaron por:
·         1. Tenían la profunda convicción que para derrotar al régimen militar no había otra alternativa que la guerra.
·         2. Aspiraban a transformar la movilización espontánea de la sociedad en un alzamiento generalizado.
·         3. La lógica de exclusión era llevada hasta las últimas consecuencias: "el enemigo debía ser aniquilado".
·         4. El verdadero caldo de cultivo fue la experiencia autoritaria.
·         5. Los principales grupos en Argentina fueron:
·         ERP –Ejército revolucionario del pueblo-
·         Montoneros: quienes fueron los que mejor se adaptaron a la situación del país, ya que eran los que menos atados estaban a una ideología definida. Triunfaron en el peronismo en la lectura estratégica de Perón durante su ausencia, ganando espacio para su acción autónoma y el reconocimiento del líder. Buscaban apoyo en los amplios sectores marginales –asesinato de Aramburu-. A la vuelta de Perón se lanzaron a conquistar su apoyo y el de las amplias estructuras de partido.
Los militares dieron cuenta que la figura de perón cada vez estaba más presente en la sociedad y ocupando en la política un lugar tan importante como el del Presidente. Estos advirtieron también que su salida estaba cerca y que debían negociar con las fuerzas políticas y sociales y con Perón mismo.
Las crecientes protestas sociales y el asesinato de Aramburu fueron suficientes para la destitución de Onganía quien ya no podía conservar el orden.
Su sucesor, Lewinston, trató de movilizar al pueblo a un transformación en el sistema del el gobierno militar, pretensión algo ingenua. Por lo que fue rápidamente depuesto.
Lanusse anunció el reestablecimiento de las actividades partidarias y el llamado a elecciones. La vuelta de la democracia, se debía hace sobre las bases del GAN, un acuerdo para asegurar un verdadero gobierno democrático, en que participaran todos los partidos políticos, pero terminó en un "tira y afloje" entre Perón y Lanusse.
Teóricamente el acuerdo tenía que ser condición para convocar a las elecciones, pero viendo que era imposible negociar con Perón, se decide pactar una condición mínima, que Perón no sea candidato en las elecciones.
El movimiento peronista se hace heterogéneo gracias al carácter que había adquirido la figura ideal de Perón, que reemplazaba a su figura real, fenómeno que el mismo Perón había alentado apoyándose en su carisma personal. Para todos sus seguidores perón expresaba un sentimiento nacional y popular, de reacción contra la reciente experiencia de desnacionalización y privilegios, y para unos era un líder histórico –que traía bonanza-, para otros era un líder del tercer mundo, otros pensaban que era quien acabaría con la subversión y otros lo veían como el retorno del líder pacífico de la clase medias y bajas.
Ante este escenario el elegido fue Campora, su principal títere y representante, que ganó las elecciones en 1973. El día que Perón regresa al país se da un enfrentamiento entre distintos grupos del peronismo lo que ocasionó la renuncia de Campora. Por lo que se convoca a elecciones nuevamente, donde gana la Fórmula: "Perón-Perón"
Su gobierno se basó en:
·         1. Un pacto social: que procuró solucionar el problema clásico de la economía. La capacidad de los distintos sectores, empeñados en la puja distributiva para enfrentarse mutuamente. Se proponía solucionar el problema a través de un concertación -hubo sectoriales y una mayor que subsumía a todas-. Para que esto tuviera resultado el estado debía disciplinar a los actores conjugando persuasión y autoridad.
Como las primeras medidas para que este comience a funcionar se congelaron los precios, la supresión de dos años de convenciones colectivas o partidarias. Este efecto que perjudicaría a los trabajadores fue contrarrestado por un aumento del 20% de los salarios.
Al principio trajo buenos resultados, pero al ser violados por uno u otro lado por la poca intención de cumplir el acuerdo que había en ambas partes, cayó en una profunda crisis que lo llevó a la ruina.
·         2. Un pacto político: -proyecto inédito del peronismo- Su propósito era convertir el parlamento en un ámbito real de negociación partidaria, revirtiendo así la tendencia del peronismo a conferirle un aura de legitimidad tanto a las tendencias autoritarias tradicionales en el peronismo los principales apoyos a esta medida de Perón.
·         3. Conducción más centralizada del movimiento: o sea de los sindicatos. A través de una modificación de la ley de Asociaciones Profesionales, que tenía como objeto centralizar su poder y alargar sus mandatos. Además se buscó apoyar a los sindicalistas tradicionales que habían sido desplazados por la izquierda peronista.
Dentro del peronismo se llegaron a pelear, en los grandes actos públicos para ocupar los lugares más cercanos al líder.
Entre las culturas políticas incorporadas al peronismo podrían concentrarse dos grandes concepciones:
·         1. Una se apoyaba en la vieja tradición peronista, nacionalista y distribucionista, alimentada durante la larga exclusión por la ilusión del retorno del líder, y con él mágicamente los tiempos de justicia social y un estilo autoritario verticalista. Fue un grupo de montoneros quienes se identificaron con esta corriente.
·         2. Otra menos precisa –parte importante de los sectores populares- pero sobre todo en quienes se incorporaron tardíamente al peronismo, incorporando la crítica radical de la sociedad, en la consigna "dependencia o liberación". Fue representada por sindicalistas y grupos de extrema derecha.
El Ejército revolucionario del Pueblo no creía en Perón, ni en la democracia misma, así que pasada una breve tregua en 1973 retomó su activismo.
Los Montoneros que habían crecido identificándose con el líder y tratando de encarnar su discurso durante se éxito o reinterpretar el discurso de Perón argumentando que estas desviaciones tácticas eran propias de la genialidad de Perón.
Además la guerra de aparatos se desarrolló bajo la terrible forma de terrorismo. Para reprimir a esta surgió una organización paramilitar –AAA-
En 1975 perón convoca al ejército para encargarse de la represión subversiva y el genocidio se pone en marcha. Tras la muerte de Perón, el gobierno de Isabel iba en un declive constante por su falta de autoridad, la lucha faccionista, el accionar de la guerrilla, el caos económico y el terror creado por AAA, provocaron la caída de la democracia nuevamente.



Martes 17 de Abril de 2012


Revolución Argentina
En las elecciones de 1963 resultó electo presidente el Dr. Arturo Illia. Durante la presidencia de Illia, continuaron los planteos militares, también las presiones del justicialismo y de otros movimientos populares antiimperialistas. Particularmente los estudiantes lucharon por un mejor presupuesto universitario y también tuvieron importante participación en la resistencia al envío de tropas argentinas para participar en la invasión de Estados Unidos a Santo Domingo en abril del 65. Finalmente los militares depusieron a Illia y asumió la presidencia el comandante del ejército, Juan Carlos Onganía. Los estudiantes fueron el sector que más se opuso a la nueva dictadura militar. En este contexto, sin el apoyo de otras fuerzas populares y en la mira de la dictadura, los días de aquella Universidad estaban contados.
Hace treinta y nueve años, la Policía Federal, a cargo del general Mario Fonseca, entró por la fuerza a distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires con el fin de "implementar" la intervención decretada por la dictadura del general Juan Carlos Onganía.
La irrupción en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales fue particularmente violenta: la policía apaleó a cuanto profesor, graduado o estudiante estaba en la Facultad y, después de insultos y agresiones que incluyeron un simulacro de fusilamiento, detuvo a los profesores por varias horas, y a los estudiantes y graduados por casi dos días.
Esa Noche de los Bastones largos, así llamada por los largos bastones que utilizó la policía, sin que las autoridades universitarias fueran notificadas de la intervención.
Las consecuencias de esa noche fueron mucho más graves que el atropello en sí mismo. Más de 1300 docentes de la Universidad de Buenos Aires renunciaron a sus cargos, lo cual significó un golpe terrible para todas las ciencias. Entre ellos, renunciaron todos los integrantes del Instituto de Cálculo, lo cual trajo aparejada la destrucción completa de la computación en Argentina. Muchos de los que dejaron la Universidad se radicaron en el exterior y sus conocimientos e inteligencia fueron útiles a otros países y no al nuestro, que los había humillado.
Con la Noche de los Bastones Largos algo se quebró en Argentina por mucho tiempo: la confianza en que la razón, la discusión de proyectos y el entusiasmo por la educación, la ciencia, la tecnología podrían contribuir a nuestro desarrollo. El costo fue muy alto y lo estamos pagando.
3) A partir de 1969, los tiempos que sobrevinieron para Onganía fueron muy difíciles. El sindicalismo se dividió: de un lado, quedaron los dirigentes dispuestos a entenderse con el gobierno; del otro se formo un sindicalismo combativo, opuesto al sector militar y al negociador. Los estudiantes habían empezado a ganar la calle. En mayo, la policía había matado a un estudiante en una manifestación. La decisión del gobierno de cancelar el “sábado ingles” hizo que obreros y estudiantes organicen un levante masivo conocido como el Cordobazo.
A las 12:30 h del 29 de mayo se produce la primera víctima fatal entre los integrantes de las columnas populares (Máximo Mena), y este hecho derivó en una reacción en cadena. Con incontenible furia los manifestantes se adueñaron de la ciudad, levantando muros de contención (barricadas) contra la policía, que debió replegarse a sus cuarteles dejando la ciudad en manos de los trabajadores, estudiantes y vecinos enardecidos.
A partir de allí fueron tomados el Círculo de Suboficiales del Ejército, se incendiaron las oficinas de firma estadounidense Xerox, de la francesa Citroen, y diversas dependencias administrativas oficiales como la Dirección General de Rentas y la Aduana.
El Cordobazo fue un punto de inflexión en la historia política argentina de las últimas décadas. Tuvo un efecto multiplicador de manifestaciones violentas contra la dictadura en varias otras ciudades del país, y asimismo incentivó el crecimiento y accionar de agrupaciones de izquierda y células activistas que luego derivaron en organizaciones políticas armadas. De tal manera constituyó un factor determinante para el debilitamiento y la posterior destitución del presidente de facto Onganía por parte de la Junta de Comandantes en Jefe de las tres fuerzas armadas (órgano supremo de la llamada "Revolución Argentina"), abriéndose a partir de allí un período de transición e incertidumbres en la decadencia de dicho régimen militar.
Lo que tuvieron en común el Cordobazo, el Rosariazo y el Vivorazo fueron los protagonistas, la época y la etapa de gobierno y la dinámica.
Sus protagonistas fueron los trabajadores y estudiantes.
La época: se desarrollaron durante la década del '60 casi '70.
Etapa de gobierno: “Revolución Libertadora”, como líder se encontraba Onganía.
En cuanto a la dinámica, se llevaron a cabo huelgas, protestas, manifestaciones y enfrentamientos.
4) El ascenso de Levingston se debió a que los militares no terminaban de asimilar el fracaso de la Revolución Argentina. La salida electoral como alternativa era difícil de digerir para quienes, desde el golpe de José Uriburu, en 1930, habían determinado la vida nacional y, de la mano de Onganía, soñaron con sepultar a los partidos políticos tradicionales y superar con su liderazgo la antinomia peronismo-antiperonismo.
Levingston intento sin éxito construir un movimiento nacional que convocara el apoyo del pueblo al gobierno. Aldo Ferrer, su ministro de economía, sustento este apoyo político con un plan económico que quería expandir el aparato estatal, apoyar al capital nacional, acotar al capital internacional sin excluirlo y redistribuir ingresos a favor de los trabajadores.
Las corporaciones como la CGT no apoyaron al gobierno porque no querían involucrarse en los planes de un poder militar.
5) El 11 de noviembre de 1970, representantes del la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), y los partidos Justicialista (Peronista), Socialista Argentino, Conservador Popular y Bloquista, se agruparon y emitieron un documento denominado “La hora del pueblo”, en el que se exigía elecciones inmediatas, sin exclusiones, y respetando a las minorías.
Ricardo Balbín por la UCR y Jorge Daniel Paladino, delegado personal de Juan Domingo Perón, por el PJ, fueron los dirigentes más influyentes de la Hora del Pueblo. La Hora del Pueblo marcó un notable cambio en la historia argentina, porque fue la primera vez que el radicalismo y el peronismo actuaron políticamente juntos [1].
La presión de La Hora del Pueblo resultaría exitosa y se constituyó en uno de los factores que contribuyeron a la remoción del presidente de facto militar General Roberto Marcelo Levingston, para ser reemplazado por el General Alejandro Agustín Lanusse, quien procedió a abrir una compleja salida electoral que resultó en las elecciones presidenciales del 11 de marzo de 1973.
La Hora del Pueblo avaló la designación del dirigente radical Arturo Mor Roig como Ministro del Interior del gobierno militar, a fin de garantizar un proceso electoral relativamente limpio. El gobierno militar no permitió que Juan Domingo Perón se presentara a elecciones y pretendió implementar un audaz proceso bipartidista denominado Gran Acuerdo Nacional (GAN), diseñado por el mismo Mor Roig.
El GAN finalmente fracasó y señaló los límites de La Hora del Pueblo, pero el acercamiento entre peronistas y radicales continuaría en el tiempo y sería uno de los elementos más importantes en la conformación de una democracia estable a partir de 1983.
6) Durante su mandato, Lanusse mostró rasgos de agudo pragmatismo, restableciendo las relaciones diplomáticas con China, repatriando el cadáver de Eva Perón e invitando a Perón a regresar del exilio en 1972. En el plano económico se ejecutaron o iniciaron importantes obras de infraestructura tales como rutas, represas, centrales eléctricas, puentes, etc., aunque su gestión jamás pudo superar el generalizado rechazo y la casi unánime reprobación popular hacia las dos etapas anteriores de la autodenominada Revolución Argentina.
Para llevar a efecto su proyecto para la salida democrática, Lanusse designó como Ministro del Interior a un político de militancia radical, Arturo Mor Roig, quien sería el arquitecto del Gran Acuerdo Nacional, un intento de hallarle salida política al régimen militar. En abril de 1971, Mor Roig anunció el levantamiento de la veda política, y reintegró los bienes a los partidos políticos.
Dentro de un clima político de creciente violencia en el que entre otros hechos de sangre ocurrió la Masacre de Trelew, Lanusse se comprometió a convocar a elecciones en 1973; la fórmula ganadora consagró a Héctor José Cámpora como presidente, y tras la asunción de este, Lanusse pasó a retiro.

La Revolución Argentina
Fuente http://www.portalplanetasedna.com.ar/gobierno_post_peronista.htm
La Revolución Argentina fue la continuación del proyecto desarrollista de Frondizi llevado a sus extremos: favoreció la apertura y la concentración de capitales para impulsar el proceso de industrialización y modernización de la estructura productiva y se estableció sobre un Estado autoritario donde confluían el poder político y el económico. El objetivo económico de Onganía fue pronto descubierto: la consolidación de la hegemonía de los grandes monopolios industriales y financieros asociados con el capital extranjero, a expensas de la burguesía rural y de los sectores populares.
Esta situación hizo que el peronismo profundizase su división, entre los que querían resistirse a los militares y los que querían colaborar, los vandoristas. Cuando estos se acercaron al gobierno, Perón - desde el exilio - fomentó el surgimiento de sindicatos opuestos a la burocracia sindical, como la CGT "de los argentinos". Así les recordó a los vandoristas que sin él, no eran nada. Luego de haber logrado su objetivo a fines de 1968, y por temor a que la nueva central obrera se desbandara, la disolvió. Así era la táctica "pendular" del general.
En julio de 1966, un mes después del golpe derechista, la Policía Montada entró a la Universidad de Buenos Aires y la desalojó a porrazos, en el episodio tristemente conocido como la "Noche de los Bastones Largos". Si bien visto en retrospectiva el acontecimiento no fue particularmente terrible, (principalmente comparado con la represión vivida durante el régimen de Videla), en esa época caló muy hondo en el alumnado. Dos años más tarde los estudiantes más políticamente motivados ya estaban estableciendo lazos de solidaridad con las organizaciones obreras militantes y desarrollando su campo de acción en el ámbito externo, principalmente en las villas miseria.
Pese a haber tenido condiciones económicas nacionales e internacionales a su favor, al cabo de los tres primeros años, la Revolución Argentina ya mostraba signos de fracaso. El más evidente fue la inesperada respuesta social a la política económica oficial, que derivó en el surgimiento de las guerrillas urbanas.
La guerrilla
Las principales causas que ocasionaron su origen y expansión fueron:
El acercamiento de las clases medias con las bajas: Al darse cuenta los universitarios de que su problemática no estaba tan lejos de la del proletariado (problemas económicos comunes por el aumento del costo de vida y transporte, desocupación creciente, etc.), comenzaron a identificarse con ellos y a buscar lazos que beneficiarían a ambos. No sólo creían posible un mundo mejor; los universitarios de izquierda sabían que como profesionales, administradores, planificadores de la economía, etc., tendrían un buen lugar en un eventual gobierno socialista.
Aunque la mala situación económica jugó su papel en la radicalización de la clase media, coincido con Richard Gillespie cuando afirma que los factores sociales y económicos fueron causas menores frente a los políticos y culturales. El golpe de Onganía significó un violento ataque a lo que la clase media consideraba su coto privado incluso durante la década infame, esto es, las universidades, y el mundo de la cultura en general. El violento ataque de Onganía a la autonomía universitaria contribuyó mucho a empujar a los jóvenes de clase media a la oposición armada.
El hecho de que pocos obreros integrasen las guerrillas se debió principalmente a la acción desmovilizadora que significó el peronismo, que los convenció de que su fuerza radicaba en el poder colectivo industrial y en los sindicatos y no en las armas de fuego. Por otro lado, no contaban con los recursos económicos necesarios para pasar a la clandestinidad y convertirse en combatientes profesionales. Los universitarios gozaban de una mayor independencia económica y disponían de mucho más tiempo para pensar y para dedicar a la exigente vida de guerrillero. No debe sorprender pues que las guerrillas urbanas hallan aflorado en países muy urbanizados y con un alto porcentaje de habitantes de clase media, como Argentina y Uruguay, afectados por medidas económicas impopulares y por la reducción de las libertades políticas y culturales.
La atracción casi mística que producía sobre la juventud el General Perón desde el exilio: Muchos de aquellos quienes durante el primer gobierno de Perón eran aún niños, descubrieron en él un modelo y mentor espiritual, el gestor de una nostálgica época de oro en la que el pueblo había sido feliz; comparada con los años sesenta, década en la que los jóvenes argentinos descubrieron la desilusión del sistema político, tanto en su forma constitucional como de facto. A su vez, Perón, por medio de mensajes, apoyaba a las organizaciones guerrilleras en sus acciones partisanas y alentaba a las "formaciones especiales". Como ejemplo, un extracto de su "Mensaje a la juventud" de 1971:
"Tenemos una juventud maravillosa, que todos los días está dando muestras inequívocas de su capacidad y su grandeza ... Tengo una fe absoluta en nuestros muchachos que han aprendido a morir por sus ideales".
El debilitamiento de los valores de la sociedad tradicional y el relajamiento de los controles morales y sociales: observado en hechos como la duplicación de la criminalidad violenta en seis años, la triplicación de separaciones y divorcios y la disminución de ingresantes al servicio de la Iglesia. No debemos olvidar que el planeta entero vivía una época de cambios vertiginosos: el hippismo, la guerra de Vietnam (que fue la primera vez que el mundo pudo ver una guerra por televisión), el mayo francés, etc. Todas estas corrientes de revolución y contrarrevolución impulsaban a la juventud a tomar partido activamente por algo que considerasen justo.
El compromiso social y político que asumió parte del clero latinoamericano a fines de los ‘60: Este pequeño pero muy activo sector bautizado "Sacerdotes del Tercer Mundo", con su profunda capacidad de prédica en los sectores mas bajos de la sociedad, convirtió numerosas iglesias en centros clandestinos para reuniones y afiliaciones. La liturgia católica, por otro lado, actuó como sedante frente a los temores a la muerte que muchos guerrilleros habrían de sentir: eran presentados como "hijos del pueblo", que "caían" en vez de morir, y a los que se les daba la condición de mártires.
El cordobazo, rosariazo, tucumanazo, etc.: Estas manifestaciones espontáneas de obreros y estudiantes fueron recibidas por los combatientes como una señal de apoyo del pueblo a sus acciones guerrilleras.
De los movimientos guerrilleros de esta época, se destacan:
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP): eran el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Siendo marxistas, consideraban al peronismo una operación de la burguesía para ganar tiempo y retrasar la concreción de la revolución obrera. Tenían más afinidades en el interior y entre las clases populares que los Montoneros.
Montoneros: esta fue la principal fuerza guerrillera urbana que ha existido hasta la fecha en América Latina. Estaban convencidos de que las armas eran el único medio que tenían a su disposición para responder a "la lucha armada que la dictadura ejerce desde el Estado". Llegaron a manejar a la juventud peronista y a la universidad y a tener la adhesión de cientos de miles de argentinos en el ‘73-’74 mientras incidían íntimamente en el poder durante el breve gobierno de Cámpora. Su cúpula estaba manejada por hombres originarios de la extrema derecha católica, como Firmenich y Vaca Narvaja, que advirtieron que sus ansias de lucha nacionalista y antiimperialista serían en vano si no lograban la adhesión de los peronistas. Adoptaron sus consignas y las radicalizaron ("Perón o muerte") haciéndose pasar por los dueños de la verdad justicialista. Con sus acciones acostumbraron a las masas a la violencia y a la venganza y formaron una falsa imagen de Perón, idealizándolo como un revolucionario, al estilo de Mao Tse Tung o Fidel Castro.
Otras organizaciones guerrilleras que terminaron fusionándose con los Montoneros fueron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y los Descamisados, de menor importancia.
Llegado este punto de análisis, me parece importante revisar las actitudes de Perón en este período. Desde el exilio reformuló su teoría de la Tercera Posición, asociándola a las luchas del Tercer mundo para librarse del imperialismo y el colonialismo. Al mismo tiempo, aplaudió la ruptura chino-soviética, considerándola un "golpe al socialismo internacional dogmático" de la URSS, y como una tendencia mundial al surgimiento de "diversas variedades de socialismo nacional".
Claro que para cada uno de los que prestasen atención a sus declaraciones, esta frase quería decir algo distinto. La derecha peronista la interpretaba como un nacionalsocialismo, hermano del nazismo y del fascismo, mientras que para la izquierda era una "vía nacional hacia el socialismo". De cualquier manera, la izquierda podía citar muchos más indicios de que Perón había sufrido una metamorfosis revolucionaria en el exilio que la derecha, como cuando afirmó que "si hubiera sido chino sería maoísta", o cuando dijo que "la única solución es la de libertar el país tal como Fidel Castro libertó al suyo".
Lo que Perón buscaba con sus declaraciones demagógicas era dar a cada sector una imagen "espectral" de si mismo. Cada cual veía lo que quería ver: una representación idealizada del caudillo. Así satisfacía a todos y conservaba su liderazgo. Esta política de incitación tanto a derecha como a izquierda que pareció ser muy eficaz desde el exilio, demostró su falencia mayor a la vuelta de Perón, cuando todos esos sectores lucharon violentamente por su reconocimiento como verdaderos peronistas. Esto tenía que pasar tarde o temprano, pero yo supongo que Perón confiaba en su capacidad de maniobra política y en que iba a gobernar más años de los que finalmente presidió, a pesar de su avanzada edad. Sería irresponsable de mi parte afirmar sin bases concretas que Perón provocó intencionalmente la radicalización de la sociedad con el único objetivo de recuperar el poder, pero la verdad no está muy lejos de esto.







Año 2012

Literatura


Prof. Marisol Blanco de Olivera




Abran cancha que viene a 5°...







Esta imagen va dedicada a los alumnos de 5° Año...La foto fue sacada en el taller de arte de la familia Quiroga en Santa Rosa de Calamuchita (Córdoba)...Son dos esculturas realizadas en metal: ¿los conocen?.

Una ayuda: "La libertad,Sancho,es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".

  A todos mis alumnos les deseo un excelente comienzo de año!!

                             Prof. Marisol Blanco de Olivera
                                        Literatura
































2011

Texto para leer y preparar trabajo práctico, acerca de el periodo democrático posterior a la dictadura militar



                                             


Martes 11 de Octubre exponen

Iza Ivana- Iza Juán Pablo
Argentina Micro- macro- Guillermo

O´Donnell Enlace: Hacer clic aquí

Leer sin tener en cuenta la parte en inglés. El texto es un resumen que servirá de ayuda

Jueves 13 de Octubre

Villalba Natasha- Sayago Tania- Bolaño Sofía-
Memoria e Historia
Ver enlace:  memoria gabriela cerruti


Exponen:
Juan Escalante- Stefanía Roldán
Las raíces de la dictadura
Luis A. Romero-
Ver: texto, hacer clic 

y
Jueves 6 de Octubre 

Anzani Nicolás- Ortega Ignacio-Leto Lucas-Aniquilamiento de la economía- Quiroga
enlace :lectura posible


Alchimio Lucas- Robledo Gonzalo- Bravo Stefanía- Gonzalez Ariel- Carla Funes
Poder y desaparición- Pilar Calveiro 

  Discurso de Jorge R. Videla 

25 de Mayo de 1976.
 



Un factor había contribuido notablemente a este deterioro de nuestro estilo de vida democrático y, si hubiera que definirlo en una sola palabra, diría que es demagogia. La demagogia, agitada con fines puramente electorales a través de slogans, rótulos y frases hechas, no hizo más que enfrentarnos en antinomias estériles y confundirnos profundamente, a punto tal, que hoy es difícil distinguir dónde está el bien y dónde está el mal.

Esa demagogia, además, por ser complaciente, dio origen a la corrupción, concebida ésta en la más amplia acepción de la palabra, que llegó a generalizarse en todos los estamentos del Estado. Esa corrupción –justamente por ser generalizada– motivó el trastocamiento de los valores tradicionales, es decir, subversión. Porque subversión, no es ni más ni menos que eso: subversión de los valores esenciales del ser nacional.

Pero no todo era negativo en este proceso, había también aspectos positivos dignos de ser rescatados; uno de ellos, era un alto grado de madurez logrado en el pueblo argentino, a través de esta última frustración. El otro, era que permanecía subyacente en todos los espíritus de los argentinos, un profundo sentido de unidad nacional. Con ambos factores; madurez y sentido de unidad es fácil pensar en la recomposición del ser argentino.

Ese ser argentino, basado en madurez y en sentido de unidad, permitirá inspirar para elevarnos por encima de la miseria que la antinomia nos ha planteado, para dejar, de una vez por todas, ese ser "anti" y ser, de una vez, por todas, "pro": "Pro–argentinos".

Por eso es nuestra intención, en nuestra acción de Gobierno, afirmar los valores tradicionales que hacen a la esencia del ser nacional y ofrecer estos valores como contrapartida a toda ideología extraña que pretenda suplantar estos valores, y aún más, conculcarlos.

Es también nuestra intención erradicar la corrupción, ofreciendo como norma la honestidad, la idoneidad y la eficiencia.

Finalmente, combatir a la demagogia, anteponiendo a ella la autenticidad de nuestros actos, inspirados solamente en la verdad...

El 24 de marzo próximo pasado, los hombres de armas iniciamos este largo y difícil camino, y estamos –como dije– dispuestos a transitarlo con firmeza. Por eso sólo requerimos en estos primeros momentos, comprensión. Comprensión hacia la actitud asumida por las Fuerzas Armadas; comprensión hacia el objetivo final trazado, comprensión hacia el curso de una acción elegida para el logro de ese objetivo. Habiendo comprensión, es posible que podamos concretar hechos reales, y es en función de esos hechos que recién podremos pedir adhesión. Adhesión, no a las personas sino a los hechos concretos en tanto y en cuanto estos hechos signifiquen los hitos de aproximación hacia el objetivo final.

Por cierto, que la adhesión impone como reciprocidad la participación y, a medida que logremos adhesión a los hechos, podremos ir dando gradualmente participación.

Llegará el día en que los objetivos que hoy decidimos son de las Fuerzas Armadas puedan ser asumidos plenamente por la mayoría de los argentinos a través de una amplia corriente de opinión; cuando así sea, será el momento de la transferencia. La participación será plena, las Fuerzas Armadas habrán cumplido con este compromiso histórico y volverán a su función específica.






Ver Video video del ´76    

      
Temas a tratar:  
                        Proceso de Reorganización Nacional  




15 de Agosto


El Estado burocrático autoritario de 1966 a 1973

Durante estos años el país se rigió por el Estatuto de la Revolución Argentina, colocado al mismo nivel jurídico que la Constitución Nacional. Se eliminaba así la división de poderes tal como estaba prevista en la Constitución: Los poderes ejecutivos y legislativo se concentraban en el presidente. Este estaba facultado a nombrar gobernadores, los que a su vez ejercían poder ejecutivo y legislativo. Además los nuevos jueces designados para la Corte Suprema debían jurar priorizando sus disposiciones por sobre la Constitución. Bajo la premisa del control autoritario, la Junta se auto-designó poderes constituyentes.

Las expectativas de un prolongado gobierno de los militares golpistas estaban reflejadas en una de sus más repetidas consignas: «la Revolución argentina tiene objetivos, pero no plazos». Se prohibieron los partidos políticos, así como todo tipo de participación política por parte de la ciudadanía; rigió en forma casi permanente el estado de sitio y se vieron cortados derechos civiles, sociales y políticos.

Según Guillermo Odonnell:
El Estado burocrático-autoritario (EBA) es un tipo de Estado que se caracteriza por anular los mecanismos políticos y democráticos con el fin de restablecer un determinado orden social y económico anterior que había resultado alterado por una considerable organización autónoma de la población y en especial de los trabajadores.

Ver: 
Texto Luis Alberto Romero (H), Breve Historia Argentina Contemporánea - Resumen- 

Martes 9 de Agosto

Preparan por grupos exposición acerca de los grupos radicalizados de la década del 60/70


El Estado burocrático autoritario- Guillermo Odonnell

 

Alumnos de 5º Año


Lucas y Gonzalo
Juan Manuel, Tania y Lucas






Lucas, Nicolás e Ignacio




Juan Pablo y Lucas


Carla, Sofia, Tania, Juan Manuel, Lucas


Natasha y Lucas








Profesora: Lucía Navarro

FANALES CON ORIGAMI - 5to. AÑO

  
MUESTRA Y PRUEBA DE JUEGOS 
Creación de juegos: 5to. Año
 Nos visitaron: Primer Grado y Preescolar del Turno Tarde















CREACIÓN y DEMOSTRACIÓN DE DISFRACES 
CON PAPEL DE DIARIO
Introducción al modelado de máscaras - 5to. Año

Proceso de trabajo





Presentación y demostración por grupos

Hércules después de la gripe, Tenista, Presentador, la Mosca





Conejito y la Mujer Maravilla


Súperhéroe y el Chapulín Colorado




El Indio Solari y su fan


La Señora y su gata


El Caballero, la Princesa y el Hada madrina





MODELADO EN ARCILLA
Primeras experiencias








Profesora: Marisa Barrientos 


Los alumnos de 5to en el área de introducción a la química.
Realizaron estructuras con esferas para representar las moléculas